Michael Connelly - El Poeta

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La vida de Jack McEvoy, un periodista especializadoen crímenes atroces, sufre un vuelco cuando muere su hermano, un policía del Departamento de Homicidios. McEvoy decide seguir el rastro de diferentes policías que, como su hermano, presuntamente se suicidaron y dejaron una nota de despedida con una cita de Edgar Allan Poe. En realidad todo apunta a que murieron a manos de un asesino en serie capaz de burlar a los mejores investigadores.

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– Dios mío.

Backus seguía todavía por ahí. En algún lugar. Era increíble.

– Yo no me preocuparía -dijo ella-. La posibilidad de que te persiga o de que me persiga a mí es muy remota. Su objetivo ahora es escapar. Sobrevivir.

– No es eso lo que quería decir -dije, aunque me temo que sí lo era-. Da miedo. Alguien como él andando por ahí… ¿Han encontrado algo que explique… el porqué?

– Están trabajando. Brass y Brad se ocupan de ello. Pero va a ser un hueso duro de roer. No había ningún indicio. El muro entre sus dos vidas era como la puerta de la cámara acorazada de un banco. En algunos casos nunca encontramos la respuesta. Hay tipos inexplicables. Todo lo que sabemos es que la semilla estaba en su interior. Y un día se desarrolló una metástasis… y él empezó a hacer todo aquello con lo que antes sólo había fantaseado.

No le dije nada. Sólo quería que continuara, que me hablara.

– Van a empezar con su padre -dijo-. Oí que Brass iba a verle hoy en Nueva York. Ésa es una visita que no quisiera tener que hacer. Tu hijo sigue tu camino en el FBI y se convierte en tu peor pesadilla. ¿Cómo era aquella cita de Nietzsche? «Todo aquel que lucha contra monstruos…»

– «… ha de tener cuidado de no convertirse en un uno de ellos.» -Sí.

Nos quedamos en silencio durante unos minutos, pensando en aquello.

– ¿Por qué no estás tú también por ahí fuera? -pregunté al fin.

– Porque me han asignado a labores burocráticas hasta que no se aclare mi relación con el tiroteo… y todo lo demás.

– ¿No es eso muy formal? Sobre todo desde que se sabe que no está muerto.

– Podría ser, pero hay otros factores.

– ¿Nosotros? ¿Somos nosotros uno de esos factores? Ella asintió.

– Podría decirse que mi criterio está puesto en tela de juicio. Enrollarse con un periodista y testigo no es precisamente lo que se podría llamar un comportamiento modélico en el FBI. Y después está lo de esta mañana.

Le dio la vuelta a un folio y me lo entregó. Era un fax de una foto en blanco y negro con mucho grano. En ella estaba yo sentado en una mesa y Rachel de pie entre mis piernas, besándome. Necesité un momento para situarla hasta que reconocí que era de la sala de urgencias del hospital.

– ¿Te acuerdas del médico que viste mirándonos? -preguntó Rachel-. Bueno, pues no era tal doctor. Era una especie de pedazo de mierda á &freelance que vendió esta fotografía al National Enquirer. Seguro que se coló disfrazado. El martes la foto estará en todos los supermercados del país, ya verás. Pero para mantener su elevada ética periodística, mandaron esto por fax y pidieron una entrevista, o al menos un comentario. ¿Qué te parece, Jack? ¿Crees que el comentario apropiado sería «Que os den morcilla»? ¿Crees que lo publicarían?

Dejé la foto encima de la mesa y miré a Rachel.

– Lo siento, Rachel.

– ¡Es la única respuesta que se te ocurre últimamente! «¡Lo siento, Rachel. Perdona, Rachel!» No te sienta nada bien,

Jack.

Apunto estuve de decirlo otra vez, pero me limité a asentir con la cabeza. Me quedé mirándola sin comprender cómo había podido meter tanto la pata. En ese momento supe que había perdido todas mis posibilidades con ella. Sentí pena de mí mismo y repasé mentalmente las partes que habían formado el todo y que me habían convencido de algo que, en el fondo de mi corazón, tendría que haber reconocido como falso. Buscaba excusas, pero sabía que no las tenía.

– ¿Te acuerdas del día en que nos conocimos y me llevaste a Quantico? -pregunté.

– Sí, me acuerdo.

– El despacho al que me llevaste era el de Backus, ¿verdad? Yo tenía que hacer unas llamadas. ¿Por qué lo hiciste? Yo creía que era el tuyo.

– No, yo no tengo despacho. Tengo una mesa y un poco de espacio para trabajar. Te llevé allí para que tuvieras un poco de intimidad. ¿Por qué?

– Por nada. Es que ése era uno de los detalles que parecían… encajar tan perfectamente antes. Según el calendario de la mesa, él estaba de vacaciones cuando Orsulak… Por eso pensé que me habías mentido cuando dijiste que hacía mucho que no hacías vacaciones.

– No vamos a hablar de eso ahora.

– Entonces, ¿cuándo? Si no lo hablamos ahora, no lo hablaremos nunca. Cometí un error, Rachel, y no tengo excusa. Pero quiero que sepas lo que yo sabía. Quiero que comprendas lo que yo…

– ¡Me importa un rábano!

– A lo mejor te ha importado un rábano todo el tiempo.

– No intentes echarme la culpa. Eres tú el que lo ha echado todo a perder, no yo…

– ¿Qué hiciste aquella noche, la primera, cuando te fuiste de mi habitación? Llamé por teléfono y no estabas. Llamé a tu puerta, y tampoco. Cuando estaba en el pasillo vi a Thorson, que venía de la farmacia. Tú le mandaste ir, ¿verdad?

Bajó la mirada durante un rato que se me hizo larguísima.

– Dime eso al menos, Rachel.

– Yo también me lo encontré en el pasillo -dijo en voz baja-. Antes que tú, cuando salí de tu habitación. Me dio tanta rabia que estuviera allí, que Backus le hubiera convocado… Me sacó de quicio. Me entraron ganas de herirle de alguna manera, de humillado. Necesitaba… algo.

Así que le dio a entender que lo esperaría y lo mandó a la farmacia a comprar condones. Pero cuando volvió, ella ya no estaba.

– Estaba en mi habitación cuando llamaste por teléfono y cuando viniste a buscarme. No contesté porque creí que era él. Seguro que también lo intentó porque llamaron dos veces a la puerta y dos veces por teléfono, pero yo no contesté a ninguna.

Asentí con un gesto.

– No me alegro de habérselo hecho -dijo-, y menos ahora.

– Todos nos arrepentimos de cosas que hemos hecho, Rachel. Pero eso no nos impide seguir adelante. No tendría que ser así.

No dijo nada.

– Ahora tengo que irme, Rachel. Espero que las cosas te vayan bien. Y espero que me llames algún día. Estaré esperándote.

– Adiós, Jack.

Al separarme de ella, levanté la mano. Con un dedo tracé la silueta de su boca, nuestras miradas se encontraron y se prendieron un momento. Después, salí.

51

Acurrucado en la oscuridad del túnel de canalización de aguas pluviales, trató de descansar y de concentrarse en dominar el dolor. Ya sabía que había infección. La herida no era grave en sí, la bala sólo había rasgado la musculatura abdominal, antes de volver a salir, pero el proyectil estaba sucio y notaba que los gérmenes empezaban a expandirse por su cuerpo, haciendo que deseara tumbarse y dormir.

Miró hacia la salida del largo y oscuro túnel. La escasa luz que sé filtraba desde arriba, aquí y allá, lo hacía parecer interminable. Apoyándose en la resbaladiza pared, se puso en pie y echó a andar de nuevo. «Un día -se decía mientras caminaba-, aguanta un día y aguantarás los demás.» Se lo repetía mentalmente como una letanía.

En cierto modo, era un alivio. A pesar del dolor al que ahora se añadía el hambre, sentía alivio. Se acabó la doble vida. Había caído la fachada. Backus ya no existía. Ahora sólo quedaba el ídolo. Y el ídolo triunfaría. Ellos no eran nada hasta que llegó él, y nada podrían hacer para detenerlo.

– ¡NADA!

El eco se llevó su voz túnel adentro, hacia la oscuridad, hasta que se extinguió. Tapándose la herida con una mano, se dirigió hacia allí.

52

A finales de la primavera, un inspector municipal del Departamento de Agua y Energía que investigaba el origen de un fétido olor que había provocado las quejas de los residentes en la zona encontró los restos del cuerpo en los túneles.

Los restos de «un» cuerpo. Llevaba su documentación y la placa del FBI y las ropas eran las suyas. Lo encontraron, lo que quedaba de él, sobre un escalón de cemento en la confluencia subterránea de dos colectores del alcantarillado. No fue posible aclarar la causa de la muerte, dado el avanzado estado de descomposición de los restos -acelerada por la humedad, la fetidez del ambiente en las cloacas y la acción de los animales-, y eso imposibilitó alcanzar resultados precisos en la autopsia. El examinador médico encontró lo que parecía ser el canal de una herida y una costilla rota en la carne putrefacta, pero no halló ningún fragmento de bala que pudiera relacionar de manera concluyente la herida con la pistola de Rachel.

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