Michael Connelly - El Poeta
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Dejé el ordenador y mi funda de almohada en el suelo y me giré hacia la ventana trasera. Se me iban los ojos hacia la panorámica y caminé hacia ella. Oí un fuerte crujido en la entrada. Miré a Backus, alarmado.
– No te preocupes. Hicieron que un ingeniero revisara los pilones antes de empezar la operación. A la casa no le va a pasar nada. Tiene el aspecto y cruje como si fuera a derrumbarse, pero eso es lo que se requería para la operación.
Asentí, aunque sin demasiada confianza.
– Al único que le va a pasar algo es a ti, Jack.
Lo miré por el espejo, sin estar muy seguro de lo que quería decir. Y allí, cuadruplicada por el reflejo partido, vi la pistola en su mano.
– ¿Qué significa esto? -pregunté.
– El final del cuento.
De golpe lo entendí todo. Había seguido el camino equivocado y había acusado a la persona que no era. En ese momento también entendí que era mi propio fallo interno el que me había llevado por el mal camino. Mi incapacidad para confiar en alguien. Había hurgado en los sentimientos de Rachel para descubrir sus fallos, en vez de aceptar la verdad.
– Tú -dije-. Tú eres el Poeta.
No contestó. Sonrió ligeramente y asintió. Sabía que el avión de Rachel no iba a regresar y que el agente Cárter no iba a venir con un técnico y dos agentes. Ahora veía el verdadero plan perfectamente, incluido el dedo con el que Backus debía de haber cortado la línea mientras hacía el simulacro de llamada desde mi habitación del hotel. Ahora sí que estaba solo con el Poeta.
– Bob, ¿por qué? ¿Por qué tú?
Estaba tan sorprendido que todavía le llamaba por su nombre de pila como lo haría con un amigo.
– Es una historia tan vieja como todas -replicó-, Demasiado vieja y olvidada como para contártela. De todas maneras, no necesitas saberla. Siéntate en la silla, Jack.
Señaló con la pistola hacia la silla que había frente al sofá. Luego volvió a apuntarme. No me moví.
– Las llamadas -dije-. ¿Hiciste las llamadas desde la habitación de Thorson?
Lo dije por decir algo y ganar tiempo, aunque sabía de sobras que el tiempo no significaba nada para mí en aquel momento. Nadie sabía que estaba allí. Nadie iba a acudir. Baclrus se rió de mi pregunta con una risa forzada y despectiva.
– Cosas de la suerte -dijo-. Esa noche fui yo quien registró en el hotel a todos nosotros: Cárter, Thorson y yo. Luego parece ser que confundí las llaves. Hice las llamadas desde mi habitación, pero en la factura constaba el nombre de Thorson. No lo supe, claro, hasta que cogí las facturas de tu habitación el lunes por la noche, mientras estabas con Rachel.
Pensé en lo que había dicho Rachel acerca de labrarse la propia suerte, y que podría aplicarse también a los asesinos múltiples.
– ¿Cómo sabías que tenía las facturas?
– No lo sabía. No estaba seguro. Pero llamaste a Michael Warren y le dijiste que tenías a su informante cogido por las pelotas. Él me llamó a mí, porque ése era yo. Aunque me dijo que tú acusabas a Gordon de ser su informante, tenía que averiguar qué era lo que sabías. Por eso te dejé volver a la investigación, Jack. Tenía que averiguar lo que sabías. Hasta que no entré en tu habitación mientras estabas en la cama con Rachel no supe que eran las facturas del hotel.
– ¿Fuiste tú el que más tarde me siguió al bar?
– Esa noche tuviste suerte. Si hubieras ido hasta la puerta para saber quién estaba ahí, todo se habría acabado en ese momento. Pero cuando al día siguiente no fuiste tras de mí, sino que acusaste a Thorson de entrar en tu habitación, creí que ya no tenía por qué preocuparme, que te ibas-a olvidar. A partir de ahí todo fue bien, de acuerdo con el plan previsto, hasta que hoy has llamado haciendo preguntas sobre condones y llamadas telefónicas. Sabía lo que andabas buscando, Jack. Sabía que tenía que espabilarme. Ahora siéntate en esa silla. No te lo voy a repetir.
Me acerqué a la silla y me senté. Me froté las manos contra los muslos y noté que me temblaban. Estaba de espaldas a la pared de cristal. Backus era lo único que tenía ante mi vista.
– ¿Cómo supiste lo de Gladden? -le pregunté-. Gladden y Beltran.
– Estaba allí, ¿recuerdas? Formaba parte del equipo. Mientras Rachel y Gordon hacían otras entrevistas, tuve mi pequeña charla con William. Con las ganas que tenía de hablar no me fue difícil identificar a Beltran. Luego esperé a que Gladden actuara, una vez que estuvo en libertad. Sabía que actuaría. Formaba parte de su naturaleza. Conozco el tema. Y entonces lo utilicé de tapadera. Sabía que si algún día se descubría mi trabajo las pruebas apuntarían hacia él. -¿YlaredASP?
– Estamos hablando demasiado, Jack. Tengo trabajo que hacer.
Sin dejar de mirarme, se agachó para coger mi funda de almohada y vaciarla. Se acuclilló y palpó mis pertenencias sin dejar de mirarme. Hizo lo mismo con la bolsa del ordenador hasta que dio con el frasco de pastillas que me habían dado en el hospital. Echó una ojeada rápida a la etiqueta, la leyó y volvió a mirarme con una sonrisa.
– Tilenol con codeína -dijo volviendo a sonreír-. Hará un bonito efecto. Tómate una. Tómate dos, mejor. Me tiró el frasco e instintivamente lo cogí.
– No puedo -dije-. Me he tomado una hace unas dos horas y no puedo tomar más hasta dentro de dos horas más.
– Tómate dos, Jack. Ahora.
Su voz era monótona, pero me aterrorizó la expresión de sus ojos. Manipulé torpemente la tapa hasta que finalmente conseguí abrir el frasco.
– Necesito agua.
– Sin agua, Jack. Tómate las pastillas.
Me puse dos pastillas en la boca e intenté simular que me las tragaba al tiempo que las hacía desaparecer debajo de la lengua.
– Ya está.
– Abre bien la boca, Jack.
Lo hice y se acercó para mirar, pero no tanto como para que pudiera arrebatarle la pistola. Se mantuvo fuera de mi
alcance.
– ¿Sabes lo que creo? Creo que las tienes debajo de la lengua, Jack. Pero no importa, porque se disolverán. Sólo que tardará un poquito más. Tengo…
Se oyó otro crujido y echó un vistazo a su alrededor, pero enseguida volvió a mirarme.
– Tengo tiempo.
– Tú escribiste aquellos archivos ASP Tú eres el ídolo.
– Sí, soy el ídolo, gracias a ti. Y para contestar a tu pregunta anterior, me enteré de la existencia del sistema ASP gracias a Beltran. Fue muy amable por su parte el estar conectado el día que fui a visitarle. Así que ocupé su puesto en la red, por decido de algún modo. Utilicé sus claves y más adelante hice que el operador del sistema las cambiara por Edgar y Perry. Me temo que el señor Gomble nunca supo que tenía… un zorro en el gallinero, según tus mismas palabras.
Miré al espejo de mi derecha y vi en él el reflejo de las luces del valle. «Tantas luces, tanta gente -pensé-, y nadie puede verme ni ayudarme.» Noté que me recorrían el cuerpo los escalofríos del miedo, cada vez más intensos.
– Tienes que relajarte, Jack -dijo Backus con una calma monótona-. Es la clave. ¿Todavía no notas la codeína? Las pastillas se habían roto bajo la lengua y me llenaban la boca de un gusto acre.
– ¿Qué me vas a hacer?
– Voy a hacer contigo lo mismo que hice con todos ellos. ¿No querías saber más sobre el Poeta? Ahora sabrás todo lo que puede saberse. Todo. Conocimiento de primera mano. Tú eres el elegido. ¿Recuerdas lo que decía el fax? La elección está hecha, lo tengo ante mi vista. Eras tú, Jack. Siempre has sido tú.
– ¡Backus, jodido enfermo! Tú… El exabrupto hizo que parte de la sustancia disuelta se esparciera en la boca y me la tragara sin poder evitarlo. Backus, al parecer, se percató de lo ocurrido, estalló en una carcajada y la cortó en seco. Se me quedó mirando y advertí una luz mortecina en sus ojos fijos. Comprendí lo loco que estaba y caí en la cuenta de que, puesto que Rachel no era la asesina, lo que yo creía que era parte de su intento de confundir podía ser, en realidad, parte de la forma que tenía el Poeta de matar. Los condones, el aspecto sexual: podían formar parte del programa de asesinatos.
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