– ¿Qué te parece un bañito en mi piscina de aguas termales?
– ¿Es grande?
Yo miré la longitud de su cuerpo antes de responder.
– Lo suficiente.
– Bien. A veces, los humanos hacen las cosas muy pequeñas.
– No lady Rhiannon, Amada y Elegida de Epona -dije yo, alzando mi sucia nariz.
Victoria sonrió con cansancio.
– Por supuesto, tonta de mí por olvidarlo.
– Eso es porque normalmente, las diosas no están cubiertas de vómito y suciedad. Y creo que tengo nudos en el pelo.
– Puede que tenga algo que ver. Ser Suma Sacerdotisa debería ser más glamuroso.
Las dos nos sonreímos. Segundos después llegamos a mis baños. Nos despojamos de la ropa sucia y entramos en la piscina. Ambas nos acomodamos de modo que el agua nos quedó a la altura de la barbilla, y nos relajamos.
– Mmm -susurró Victoria plácidamente-. En las Llanuras de los Centauros no hay fuentes termales, sólo fuentes de agua helada.
– Sí, es estupendo bañarse aquí. Toma -dije, y le entregué un frasco de mi jabón favorito, que estaba al borde de la piscina, al alcance de mi mano. Debía recordar darle las gracias a Alanna-. Este jabón es delicioso.
Ella destapó el frasco y lo olisqueó delicadamente, y después dijo con sorpresa:
– Huele a jabón de arena, sólo que con más… vainilla.
Comenzó a enjabonarse y yo empecé a lavarme el pelo.
Después de unos minutos, alguien llamó a la puerta.
– ¡Adelante! -dije. Después miré a mi muy desnuda compañera de baño, y añadí-: Si no eres un hombre.
Amiga o no amiga, no iba a permitir que mi esposo entrara allí y se llenara los ojos con aquella magnífica y pechugona mujer centauro.
Alanna entró por la puerta, cargada de ropa y con una jarra que yo esperaba fuera de vino.
– ¡Hola, Alanna! -dije. Al ver su cara, me di cuenta de lo mucho que la había echado de menos.
– ¡Rhea!
Ella sonrió con dulzura y dejó las cosas que había traído sobre un banco. Después, saludó a Victoria.
– Alanna, te presento a Victoria, Jefa de las Cazadoras de los centauros.
– Es un honor conoceros, señora.
– Alanna es mi mejor amiga, y prueba de ello es que estoy segura de que esa jarra está llena de mi vino tinto favorito.
Mientras yo hablaba, Alanna estaba sirviendo vino en una copa. Cuando terminó, la dejó al borde de la piscina, a mi lado. Después sirvió otra copa para Victoria y se la acercó. Entonces, vi cómo se acercaba a mi ropa sucia, que yo había dejado en un montón, y…
– ¡Alto! -grité, y salí de un salto de la piscina, salpicándolo todo-. ¡No toques mi ropa!
Alanna soltó el montón como si quemara, y me miró con tristeza.
Yo la tomé de la mano y la llevé a la zona por la que el agua limpia caía en cascada a la piscina. Allí, le vertí sobre las manos una generosa cantidad de jabón y le ordené:
– Lávatelas muy, muy bien.
– Se me había olvidado -dijo ella, disculpándose.
Murmurando sobre las mejores amigas y las rubias, yo me acerqué desnuda hacia la pila de ropa sucia, la agarré y la lancé al fuego de la chimenea. Después volví a meterme en la piscina y retomé mi asiento en el saliente.
Victoria se me había quedado mirando como si me hubieran salido alas.
– La viruela es muy contagiosa -expliqué.
– Lo sé. Por eso los humanos no deben atender a los enfermos.
– La enfermedad se contagia, además, por el contacto con la ropa sucia, o las sábanas, o tazas, o algo que tenga fluidos de un enfermo.
– Eso no lo sabía -dijo Victoria-. ¿Es algo que te ha revelado tu diosa?
– Sí -mentí yo, mirando de reojo a Alanna, que todavía estaba frotándose las manos y también me miraba. Ella asintió.
– Epona le revela muchas cosas a Rhea.
Victoria se quedó conforme con aquella explicación, y siguió lavándose el pelo mientras hablábamos.
– Se dice que estáis provocando al Señor de los Fomorians para atraerlo a nuestra trampa.
– Sí -dije-, y no es demasiado divertido.
En aquel momento, alguien llamó a la puerta.
– ¿Sí? -pregunté.
– ¿Rhea? -mi marido asomó la cabeza por el resquicio con una timidez poco característica-. ¿Puedo pasar?
– ¡No! -grité-. ¡Victoria no tiene ni una sola cosa puesta!
Él abrió la puerta un poco más y yo oí que resoplaba.
– Yo me he criado con Victoria. La he visto bañarse muchas veces.
– ¡No me importa cuántas veces hayas visto a cientos de impresionantes mujeres centauro desnudas antes de que nos casáramos! -seguí gritando yo, mientras salía de la piscina y me envolvía en una toalla, y le hacía señales para que saliera nuevamente por la puerta-. De ahora en adelante, no puedes ver a féminas desnudas, salvo a mí, mujeres centauro o no.
Yo oí sus risotadas, y vi que la puerta todavía estaba entreabierta.
– ¡A menos que quieras que yo espíe a mis guardias mientras se bañan!
La puerta se cerró rápidamente. Yo continué secándome, y un segundo después, Victoria estalló en carcajadas mientras salía de la piscina salpicando de agua toda la habitación.
Me di cuenta de que Alanna, la que se suponía que era mi mejor amiga, se había sentado en el suelo y estaba desternillándose igual que la mujer centauro.
– ¿Y qué es lo que os hace tanta gracia, si puede saberse? -pregunté mientras me envolvía el pelo en una toalla.
– ¡ClanFintan y tú! -dijo Victoria entre risas.
– ¿Qué pasa con nosotros?
– ¡Estás celosa!
– ¿Y?
Alanna se estaba riendo tan fuerte que resopló. Yo la miré y le dije::
– No sé de qué te estás riendo, señora recién casada.
Ella intentó contenerse, pero no lo consiguió.
– Rhea -dijo Victoria cuando dejó de reírse-, no te ofendas. Es que me parece extraño que la mujer de la que he oído tantas… historias demuestre un amor tan evidente por su marido.
Yo fruncí el ceño y continué secándome.
– Y, además, ver la reacción igualmente celosa de ClanFintan es algo inesperado.
– ¿Por qué?
– ClanFintan siempre ha sido perseguido por las féminas, mujeres centauro y humanas. Y siempre reaccionó con amabilidad, pero con indiferencia. No digo que no le interesaran, pero nunca puso su corazón en ninguna aventura. Es evidente que en este caso, sí lo ha puesto.
– Para su disgusto -dijo Alanna, y comenzó a reírse de nuevo.
– No quería ofenderte con mis carcajadas. Eran de alegría, y no de burla. Ya me había dado cuenta de que le importas, y él a ti también. Ahora acabo de entender la naturaleza de vuestra relación. Estáis enamorados.
Oí que Alanna suspiraba románticamente.
– Sí -dije yo, y seguro que tenía una sonrisa tonta en la cara.
– Os deseo felicidad. ClanFintan es un centauro excepcional.
– Gracias, Victoria -dije. Nos sonreímos la una a la otra, satisfechas con nuestra nueva amistad.
Después de secarnos, Alanna nos ayudó a vestirnos. A Victoria le había buscado una pieza de seda azul brillante, y se la envolvió al torso de modo que se convirtió en una prenda sexy que iba a atraer segundas y terceras miradas de todos los hombres y centauros del templo. A mí me entregó un camisón de seda de color crema, escotado, que se ceñía eróticamente a mis pechos y mis caderas. Estaba claro que Alanna sabía lo que hacía.
– Es maravilloso. Gracias, amiga mía -le dije. Le di un abrazo, y después tomé un cepillo del tocador-. Si me disculpáis, creo que me voy a llevar el peine a mi habitación y terminaré de arreglarme el pelo allí. Buenas noches a las dos.
Ellas me desearon buenas noches, y yo escapé por la puerta. Cuando llegué a mi habitación, mis dos adorables guardias se cuadraron, y uno de ellos me dijo:
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