P.C. Cast - En El Lugar De La Diosa

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La única emoción que esperaba Shannon Parker de las vacaciones de verano era hacer unas cuantas compras. Sin embargo, recibió la llamada de un ánfora antigua y se vio transportada a Partholon, donde todos la trataron como a una diosa. Una diosa muy temperamental…
Sin saber cómo, Shannon había adoptado el papel de otra, se había convertido en la encarnación de la diosa Epona. Y, aunque eso tenía una ventaja (¿a qué mujer no le gustaban los lujos?), también conllevaba un matrimonio ritual con un centauro y la amenaza de muerte a su nuevo pueblo. Además, todo el mundo la odiaba, porque pensaban que era una simple doble de su diosa.
Shannon tenía que averiguar cómo podía volver a Oklahoma sin morir en el intento, sin contraer matrimonio con un centauro y sin volverse loca…

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Le indiqué al ayudante que los llevara a ver a su pequeña, y antes de volverse, el padre me tomó de la mano.

– Diosa… -le temblaba la voz-. ¿Estabais con ella cuando murió?

Yo ni siquiera vacilé.

– Sí -mentí-. Estaba a su lado.

– Gracias. Bendita seáis por vuestra bondad.

Siguieron al ayudante despacio, como si sus cuerpos se hubieran vuelto de piedra.

Entonces, me di cuenta de que no eran sus cuerpos, sino su corazón.

– Rhea, vamos -dijo ClanFintan, que salió de entre las sombras. Rápidamente, se puso frente a mí, me tomó la cara con las manos, y con los pulgares, me secó las lágrimas de las mejillas.

– Vamos -repitió.

Yo asentí, y le permití que me alejara del olor de la muerte.

Capítulo 4

– Huelo horriblemente mal -dije, conteniendo las lágrimas, mientras recorríamos el pasillo iluminado por antorchas.

– Eso ya lo sé. Por eso te estoy llevando a los baños.

Pensé en lo agradable que sería estar limpia. Al menos, eso era bueno para la moral.

Caminamos sin decir nada. Yo vi que había hogueras encendidas en el patio, y distinguí las formas de las mujeres que cocinaban al fuego. El aroma entraba por las ventanas, y mi estómago emitió un sonoro gruñido.

ClanFintan se rió.

– La cena te está esperando en tu habitación.

– Gracias.

– De nada.

– Estás empezando a hablar como yo.

– Hay cosas peores.

La risa hizo que le vibrara el pecho, y yo sentí que mi depresión se mitigaba un poco.

En unos instantes, estábamos llegando a la que se había convertido en mi habitación favorita.

– ¿Dónde está Alanna? -pregunté, mirando con ansia la piscina de agua caliente.

– Tiene un marido que requiere su atención -dijo, y sonrió-. Yo seré tu sirviente esta noche.

Antes de que mi cerebro pudiera dar con una respuesta ingeniosa, él había agarrado la parte de atrás de mi vestido con ambas manos, y con un rápido movimiento, lo rasgó limpiamente en dos.

– ¡Eh! -protesté. Podía haberme avisado.

– No querías conservarlo, ¿no?

Su voz casi sonaba inocente. Casi.

– Claro que no. Y asegúrate de quemar esa cosa asquerosa más tarde. No quiero que ninguna de las chicas lo toque.

Me apoyé en su brazo y me quité el tanga. Después me liberé de las sandalias de un par de patadas y casi corrí a meterme a la piscina, en la que me sumergí hasta los hombros con un gruñido.

– ¿Rhea?

Antes de responder, busqué con la mano un saliente en el que poder sentarme. Después dije sucintamente:

– ¿Mmm?

– Dame un momento -dijo. Se estaba quitando el chaleco mientras hablaba-. Y tengo que recordarte nuevamente que, por favor, no hables.

– ¿Qué?

– Shh.

Entonces, se concentró profundamente y comenzó a recitar el cántico que yo había oído la noche anterior. Al mismo tiempo, sentí un estremecimiento de deseo, y una punzada de miedo, al recordar el dolor que le había causado el Cambio. De nuevo, tuve ganas de gritar cuando su carne comenzó a resplandecer, a moverse y a adoptar otra forma. Demasiado tarde, recordé que debía cerrar los ojos. La luz que chocó contra mis párpados era cegadora y penetrante.

Después, hubo oscuridad.

Pestañeando, volví a fijarme en su forma humana, arrodillada.

Él se enjugó el sudor de la frente e intentó controlar su respiración agitada.

– Ya… -hizo una pausa para tomar aire- puedes hablar otra vez.

– Odio que te haga tanto daño.

Él se puso en pie, un poco tembloroso.

– Si no pudiera cambiar de forma, no podríamos estar juntos como marido y mujer.

– Lo sé, y también odiaría eso.

Él se acercó a la piscina, y su paso se hizo más seguro a cada zancada. Bajó por las escaleras de la piscina y se unió a mí en el agua.

– No sabía que tú también olieras mal -le dije.

– Ya te he dicho que esta noche voy a ser tu sirviente -tomó una esponja y un frasco de jabón del borde de la piscina y me ordenó-: Date la vuelta.

Yo obedecí alegremente, y apoyé los antebrazos en el saliente en el que había estado sentada. Él me apartó el pelo y comenzó a enjabonarme la espalda.

– Mmm -suspiré.

Pronto, él dejó la esponja en el borde, y con sus manos fuertes y cálidas, empezó a masajearme los músculos, deteniéndose especialmente en el cuello y en los hombros. Después de ocuparse de mi espalda, y me refiero a toda ella, hizo que me pusiera en pie en uno de los salientes más altos, de modo que mi torso estaba fuera del agua y él tenía acceso a mis piernas. Entonces, puso jabón en la espalda y me enjabonó. Me di cuenta de que, aunque sus acciones fueran íntimas, no tenían un matiz sexual. En vez de eso, su contacto era suave y calmante. Lo observé a través de los párpados medio cerrados, intentando mantenerme despierta.

– Apóyate hacia atrás y relájate -me dijo-. Has tenido un día muy largo. No he cambiado de forma para tener un encuentro sexual contigo. No es eso lo que necesitas esta noche.

Sentí alivio al oírlo. Lo quería, pero él tenía razón. Aquella noche necesitaba que me cuidaran, no que me sedujeran. Cerré los ojos cuando él siguió frotándome el torso, las piernas y los brazos con la esponja. A cada roce, me parecía que mis músculos se relajaban más y más, y los horrores de aquel día se hacían más soportables.

– Voy a moverte de nuevo -me dijo.

– De acuerdo -respondí con un suspiro.

Me tomó por la cintura y me depositó en un saliente más bajo.

– Échate hacia atrás y mójate el pelo. Yo te sujetaré por los hombros.

Hice lo que me pedía, y después, él se situó detrás de mí y comenzó a enjabonarme los rizos. Yo me apoyé en su pecho, disfrutando de sus caricias firmes.

– Ahora, aclárate.

Me sujetó los hombros de nuevo y yo me eché hacia atrás, sumergiendo la cabeza en el agua caliente, moviéndola suavemente hasta que noté que mi pelo estaba limpio.

– Flota un rato, permite que tu cuerpo se cure con el calor del baño. Yo no voy a soltarte.

Me quedé flotando en el agua, con los ojos cerrados y la mente en blanco. Me sentía dolorida por dentro y por fuera. En voz muy baja, ClanFintan comenzó un cántico suave. Yo no entendía las palabras, pero su voz profunda era bella e hipnótica.

– ¿Qué estás diciendo?

– Estoy diciendo: «Relájate, mi amor. Tus preocupaciones son mías, y nunca me alejaré de ti».

Arrullada por el agua y por su amor, apenas me moví cuando me sacó de la piscina, me envolvió en una toalla y me sentó en mi silla del tocador.

– No vas a caerte, ¿verdad? -me preguntó.

Yo abrí los ojos lo justo para verlo agachado ante mí, con las manos apoyadas en mis rodillas. Negué con la cabeza.

– Tardaré poco -dijo. Me apretó las rodillas y se puso en pie.

– ¿Adónde vas?

– Shh.

Observé en silencio cómo comenzaba el cántico que lo devolvería a su forma original. Tardó menos en cambiar a centauro que en convertirse en humano, y la luz empezó más pronto y fue más intensa, haciendo que cerrara los ojos y escondiera la cara en la toalla.

Oí el sonido familiar de sus cascos, y supe que podía mirar, y hablar.

– ¿Estás despierta?

– Es un poco difícil dormir con esa luz. ¿Duele mucho volver a ser centauro? -le pregunté mientras me tomaba en brazos.

– Deja de preocuparte -respondió. Hizo que yo pusiera la cabeza entre su cuello y su hombro y me envolvió bien en la toalla-. Estoy bien.

Yo le acaricié el cuello con la nariz, y le besé la mejilla.

– Estoy segura de que no podrías correr un maratón.

– Podría correr un maratón -respondió él con una suave risotada, mientras se ponía en camino hacia mi habitación-. Pero no podría correr muy rápidamente.

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