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P. Cast: Profecía De Sangre

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P. Cast Profecía De Sangre

Profecía De Sangre: краткое содержание, описание и аннотация

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Elphame es mitad humana mitad centauro, hija de Etain, esposa de Epona. Es prácticamente humana pero su apariencia evidencia la rareza de su origen, sus piernas de centauro, su condición de híbrido, la separan del mundo. Cuando emprende su viaje hacia el castillo de MacCallan lo hace dejándose llevar por una atracción que desde niña ha sentido por las leyendas del mundo antiguo. Cien años atrás, unas criaturas demoniacas y sangrientas llamadas Fomorians arrasaron aquel lugar. Una premonición de su hermano pequeño, que le acompaña en el viaje, le dice a Elphame que allí encontrará no solo su destino sino también un compañero para su vida. La profecía se cumple cuando Elphame conoce a un mitad hombre y mitad Fomorian llamado Lochlan.

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– ¡Oh, cariño! ¡No digas eso! Yo no lo creo. Epona no es cruel. Hay alguien para ti. Lo que ocurre es que todavía no lo sabe.

– Tal vez. O tal vez es que yo tenga que irme para encontrarlo.

– Pero ¿por qué allí? No me gusta imaginarte allí.

– Sólo es un sitio, mamá. En realidad no es más que un lugar en ruinas. Creo que ya es hora de que alguien lo reconstruya. ¿No te acuerdas de las historias que me contabas a la hora de dormir? Me dijiste que, en sus tiempos, fue un lugar hermoso.

– Sí, hasta que se convirtió en un lugar de muerte y mal.

– Eso ocurrió hace más de cien años. El mal ha desaparecido, y los muertos no pueden hacerme daño.

– Eso no lo sabes con seguridad -replicó Etain.

– Mamá -dijo Elphame, y la tomó de la mano-. El MacCallan era mi antepasado. ¿Por qué iba a querer hacerme daño su fantasma?

– Hay más gente que murió en la matanza del Castillo de MacCallan, aparte del Jefe del Clan, y de los nobles guerreros que dieron su vida intentando protegerlo. Y sabes que dicen que el castillo está maldito. Nadie se ha atrevido a entrar en esas ruinas, y mucho menos a vivir allí, durante un siglo -dijo Etain con firmeza.

– Pero tú siempre has atendido el altar de El MacCallan y has mantenido encendida la llama. Hemos mantenido viva la memoria de El MacCallan, aunque el clan fuera destruido. ¿Por qué te sorprende que quiera restaurar el castillo? Después de todo, yo también llevo su sangre en las venas.

Etain no respondió inmediatamente. Durante un instante, pensó en mentir a su hija, en decirle que la diosa le había transmitido la veracidad de la maldición del castillo. Pero sólo por un instante. Madre e hija habían tenido siempre una gran confianza, y Etain no quería destruirla ni aprovecharse de ella, y nunca mentiría sobre algo que le hubiera concedido Epona.

– No creo que El MacCallan quisiera hacerte daño, aunque es posible que su espíritu inquieto habite el castillo. Y admito que la maldición es una historia para asustar a los niños desobedientes. No es que tema por tu seguridad, es que no entiendo por qué debes ir con los trabajadores que van a despejar las ruinas. ¿Por qué no esperas hasta que esté todo limpio y habitable? Después podrás supervisar las últimas etapas de la reconstrucción.

– Necesito involucrarme en todos los aspectos de esto, mamá. Voy a reconstruir el Castillo de MacCallan y voy a ser su señora. La señora de un castillo y sus tierras. Tendré algo propio, algo en cuya creación he contribuido. Si no puedo tener un compañero e hijos propios, entonces tendré mi propio reino. Por favor, entiéndeme y dame tu bendición, mamá.

– Sólo quiero que seas feliz, preciosa.

– Eso me hará feliz. Tienes que confiar en que me conozco a mí misma, mamá.

«Debes dejarla marchar, Amada», dijo la diosa. Sin embargo, Etain se sentía como si le estuvieran clavando un cuchillo en el corazón. «Ella sabrá encontrar su propio destino, y yo la cuidaré».

Etain cerró los ojos y respiró profundamente. Después se quitó las lágrimas de las mejillas con el dorso de la mano.

– Confío en ti. Y siempre tendrás mi bendición.

Las arrugas de preocupación que se habían marcado en el rostro de Elphame se borraron.

– Gracias, mamá. Creo que éste es mi destino. Ya verás cómo será el Castillo de MacCallan cuando esté vivo otra vez -dijo, y después de acariciar a la yegua, añadió-: Vamos a darnos prisa. Tengo que terminar de hacer el equipaje. Se supone que nos vamos al amanecer.

Elphame fue charlando alegremente junto a su madre y a la yegua. Etain respondió adecuadamente a su conversación, pero no podía concentrarse en las palabras de su hija. Ya sentía el peso de su ausencia en el alma, como si fuera un agujero negro. Y, aunque aquella noche de finales de primavera era cálida, sintió un escalofrío en la espalda.

Capítulo 2

– Cu, recuérdame por qué accedí a que vinieras conmigo.

Elphame miró de reojo a su hermano e intentó acelerar el paso sin que se notara demasiado. Él iba entonando el verso número quinientos de una canción militar, y el coro interminable martilleaba en la sien derecha de Elphame al ritmo de su dolor de cabeza. Casi se arrepentía de haberse empeñado en que su hermano y ella viajaran separados del resto del grupo.

El caballo de Cuchulainn adaptó su trote automáticamente al paso de Elphame. Él comenzó a reírse.

– He venido, hermana mía, para protegerte.

– Oh, por favor, no me tomes el pelo. ¿Para protegerme? Lo que pasa es que necesitabas un descanso, dejar de perseguir a las doncellas del templo hasta los confines del mundo.

– ¿Hasta los confines del mundo? -preguntó Cuchulainn, y volvió a reírse-. ¿De verdad has dicho «hasta los confines del mundo»? Ya sabía yo que estabas pasando demasiado tiempo leyendo en la biblioteca de mamá. Y yo no persigo precisamente a las doncellas -dijo, moviendo las cejas de un modo muy sugerente.

Elphame intentó contener una sonrisa, aunque sin éxito. Lo miró afectuosamente.

– Ahora me recordarás que tú no tienes que perseguir a ninguna mujer a ningún sitio.

– Bueno, hermana mía, ésa es la pura verdad… -dijo él con otra sonrisa.

– Um… Pensaba que tenías que quedarte en casa para darle la bienvenida a… -Elphame carraspeó y se echó el pelo hacia atrás, e imitó a la perfección el tono de voz de su madre, y sus gestos-: A la encantadora hija soltera del Jefe del Castillo de Woulff, que pasaba por el Templo de Epona de camino al Templo de la Musa, donde va a comenzar su educación.

Cuchulainn frunció los labios y, durante un instante, Elphame lamentó haber bromeado. Después, con su habitual buen humor, Cuchulainn se encogió de hombros y sonrió.

– Se llama Beatrice, hermana mía. ¿Alguien que se llama Beatrice podría no tener una frente amplia y un porte majestuoso?

– Seguramente es muy bella -dijo Elphame entre risitas.

– Y sin duda, fértil, de caderas anchas y con capacidad para dar a luz a muchos hijos.

Los dos hermanos se miraron con un entendimiento completo.

– Me voy a alegrar mucho cuando Arianrhod y Finegas tengan edad suficiente como para que mamá empiece a buscarles pareja -dijo Elphame en un tono serio.

Cuchulainn suspiró.

– Los mellizos van a cumplir dieciocho años este verano. Dentro de tres años, mamá estará en su mejor momento de casamentera.

– Pobrecitos. Casi me da pena que nos hayamos metido tanto con ellos cuando éramos pequeños.

– ¡Casi! -exclamó Cuchulainn entre risas-. Por lo menos, todos estamos en esto. No es que mamá haga distinciones entre nosotros.

Elphame se limitó a sonreír y apresuró nuevamente el paso para colocarse delante de su hermano en el estrecho sendero que estaban recorriendo. «Pero no es lo mismo para mí», pensó. Sus hermanos eran humanos, atractivos, llenos de talento, muy admirados. Elphame no necesitaba mirar a su hermano para recordar cómo era. Tenía un año y medio menos que ella. Tenía sus mismos pómulos altos y bien definidos, pero mientras que los de Elphame eran delicados y femeninos, los de él eran masculinos y fuertes. Ella tenía un mentón desafiante, según su madre, y él tenía una barbilla obstinada, orgullosa, con una preciosa hendidura. En vez de tener los ojos negros y el pelo caoba oscuro como Elphame, Cuchulainn tenía los ojos de un color excepcional, entre el verde y el azul, y el pelo espeso y rubio, y no conseguía librarse de sus remolinos infantiles. Por eso lo llevaba muy corto y peinado hacia atrás. Su madre siempre protestaba porque él no quisiera dejárselo largo, como un guerrero en condiciones.

Sin embargo, Cuchulainn, hijo de Midhir, el Sumo Chamán y Señor Guerrero de los Centauros, no tenía que ser un «guerrero en condiciones». Tenía el nombre de uno de los antiguos héroes de Partholon, y realmente parecía un héroe, aunque no siempre se comportara bien. Era alto y tenía una figura excelente, y siempre destacaba en los torneos. Era el mejor espadachín de Partholon, y también el mejor arquero. Elphame había oído a más de una joven doncella suspirar y decir que debía de ser la encarnación del verdadero Cuchulainn.

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