Unos faros acercándose.
Coloqué los maletines del dinero sobre el capó. Sin abrigo, sin pistolera. Que me cacheara.
– Llegas temprano, muchacho.
– Tomo precauciones.
– Dadas tus circunstancias, yo también las tomaría. ¿Y ese tipo que veo en el coche?
– Un piloto. Me llevará al sur.
Echó un vistazo; la ventanilla del pasajero estaba a medio bajar. Bullock mantuvo la calma, con mi gabán sobre las esposas.
– ¡Unos maletines magníficos! ¿Has contado cuánto hay?
– Casi setecientos mil.
– ¿Es mi parte?
– Sí.
– ¿A cambio de…?
– De la seguridad de la gente que dejo aquí.
– ¿La gente, en plural, muchacho? ¿Tienes más seres queridos además de tu hermana?
– En realidad, no.
– ¡Aaah! Estupendo. ¿Y Vecchio?
– Muerto.
– ¿Has traído la prueba que te pedí?
– Está con el dinero.
– Bien. Entonces, dado que Edmund Exley es inabordable y está bastante comprometido, yo diría que aquí nos despedimos.
Me acerqué un poco más, tapándole la visión. Cobertura para Bullock.
– Sigo teniendo curiosidad por algunas cosas.
– ¿Cuáles?
Su tono, más alto. Una pizca.
Aún no era el momento de ponerle furioso.
– Madge Kafesjian me contó lo del ciego y los muertos. Me admiró cómo hiciste el trato con J.C. y Phil Herrick.
Dudley soltó una carcajada, un enorme rugido teatral.
Llevé la mano atrás y abrí la puerta de Bullock.
– Entonces era muy atrevido, muchacho. Comprendí las metáforas de la codicia y de la rabia ciega, y no se me pasó por alto lo absurdo de un invidente empuñando un calibre diez.
– Me gustaría haberte visto negociar el trato.
– Fue bastante prosaico. Sencillamente, les dije a los señores Kafesjian y Herrick que su licor fabricado a bajo coste había causado cuatro muertes y un montón de sufrimientos indecibles. Les informé de que, a cambio de un porcentaje de sus beneficios comerciales, tales padecimientos seguirían siendo un asunto que se resolvería estrictamente entre ellos y Dios.
– ¿Nada más?
Bullock, murmurando.
– También recurrí a un convincente argumento visual. Una fotografía forense de una joven pareja decapitada pareció ejercer cierto efecto en su respuesta.
Los murmullos, más audibles. Carraspeé para disimularlos.
– Muchacho, ¿ese piloto tuyo habla solo?
Un asomo de recelo. Cuidado con sus manos.
– Muchacho, ¿quieres abrir el maletín que contiene la verificación?
Di otro paso hacia él.
Dudley flexionó las manos una fracción de segundo demasiado deprisa. Pivoté sobre un pie para soltar un rodillazo con la otra pierna. Él esquivó el golpe.
Sendas cuchillas asomando de los puños de la camisa. Cojo un maletín, me cubro con él…
Dos estiletes empuñados con destreza.
Dirigidos contra mí. Dos hojas rasgan el cuero, se clavan en él.
Dejé caer el maletín.
Dudley se plantó ante mí, con los brazos abiertos de par en par.
Bullock saltó del coche con el machete entre las manos.
– ¡EL HOMBRE DE LOS OJOS! ¡EL HOMBRE DE LOS OJOS!
Lancé otro rodillazo.
Dudley hincó la rodilla. Bullock se abalanzó sobre él con el machete por delante.
Golpes sin control: las esposas no le dejaban empuñar el arma con comodidad. La hoja le rajó la boca de oreja a oreja. Un golpe de gracia fallido: el machete golpeó el asfalto.
– ¡EL HOMBRE DE LOS OJOS!
Bullock, encima de Dudley.
Mordiscos.
Zarpazos.
Buscándole los ojos.
Miro: una órbita vacía, chorreando sangre. Un grito:
– ¡NOOO!
Mi voz. Mi revólver, en la mano. Apuntando a los dos hombres hechos un ovillo.
Disparé dos veces. Dos fallos: las balas rebotaron en el pavimento.
Dos tiros más, apuntando a Bullock. La cara del loco reventó.
Una rociada de fragmentos de hueso en mis ojos.
Más disparos, a ciegas. Zumbidos de balas rebotadas, una imagen borrosa.
Dudley sobre Bullock, abriéndole las manos a la fuerza.
Dudley tambaleándose, gritando exultante; volvía a tener el ojo en su sitio.
Cogí el dinero y eché a correr. A mi espalda retumbó el eco: «¡EL HOMBRE DE LOS OJOS! ¡EL HOMBRE DE LOS OJOS!»
Una semana. Reconstrucci ó n:
Corr í la distancia que me separaba de mi bloque de pisos. En el s ó tano., viejos escondrijos de apuestas ilegales. Guard é all í el dinero. Llamadas desde el tel é fono del conserje:
Glenda, larga distancia: abandona, coge el dinero, esc ó ndete. Pete en El Segundo: suelta a Chick; Glenda tiene veinte de los grandes para ti.
Pandemonium en Sears: coches patrulla acudiendo al tiroteo. Bullock, muerto; Dudley, trasladado al hospital. Mi explicaci ó n: hablen con el jefe Exley.
Me detuvieron, atendiendo la orden de busca y captura de Exley. Me dejaron hacer una llamada. Telefone é a Noonan.
Se produjo una batalla por la custodia. LAPD contra los federales: Noonan, victorioso.
Protecci ó n a testigo material; sin acusaciones contra m í , todav í a.
Una suite en el Statler Hilton. Vigilantes amistosos: Jim Henstell y Will Shipstad.
Un televisor en la habitaci ó n. En las noticias:
Mickey Cohen, buen ciudadano, colaborador de los federales.
Bob Cámara de Gas Gallaudet, nueve d í as desaparecido: ¿ D ó nde est á el fiscal del Distrito?
Visitas frecuentes de Welles Noonan.
Mi t á ctica: mutismo absoluto.
La suya: amenazas, l ó gica de abogado.
Exley le visit ó el d í a que cogimos a Bullock. Le propuso un trato:
Un esfuerzo conjunto LAPD/federales: limitaci ó n de la investigaci ó n a Narc ó ticos y Dave Klein aporta cuatro testigos. Colaboraci ó n asegurada; Exley cit ó textualmente: « Enterremos el hacha de guerra y trabajemos juntos. Uno de los testigos ser á un hombre de alto rango del LAPD, m á s que un declarante hostil. Ese hombre tiene conocimientos muy í ntimos sobre la familia Kafesjian y yo dir í a que podr í a abr í rsele proceso federal por media docena de acusaciones, por lo menos. Creo que su presencia compensar á m á s que de sobras la p é rdida de Dan Wilhite, quien, desgraciadamente, se suicid ó la semana pasada. Se ñ or Noonan, ese oficial est á muy sucio. Lo ú nico que quiero es que sea presentado como un individuo aislado, como un caso totalmente aut ó nomo del LAPD, igual que ha accedido a presentar a la secci ó n de Narc ó ticos. »
Lo siguiente: una conferencia de prensa conjunta, LAPD/federales.
Mis « testigos » :
Wylie Bullock, muerto.
Chick V, escondido, probablemente.
Madge, lament á ndose en alg ú n rinc ó n.
Dudley Smith, en estado cr í tico.
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