James Ellroy - Jazz blanco

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Para el teniente David Klein, muertes, palizas y extorsiones sólo son gajes del oficio. Hasta que en otoño de 1958 los federales abren una investigación sobre la corrupción policial y el mismo Klein se convierte en el cetnro de todas las pesquisas y acusaciones. Sin embargo, aunque él haya contribuido a crear ese mundo monstruoso, poblado por la codicia y la ambición, está dispuesto a salir vivo de él a cualquier precio.

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Con una ancha sonrisa:

– Tengo una familia propensa a los problemas, teniente, y he llegado a la conclusión de que me importa más que los mexicanos en general, de modo que beso unos cuantos culos para que unos… ¿cómo llamarlos, caseros de barrio pobre? como usted y su hermana puedan seguir cebándose. ¿Sabe, Dave?, la maldita Oficina de Tierras y Caminos ha estado inspeccionando esas casuchas de Lynwood. Parece que los peces gordos quieren instalar a mis pobres hermanos desahuciados en esa especie de casa de putas reformada, así que tal vez usted y su maldita hermana casera puedan participar en el negocio.

Un tipo listo; joderle la bravata:

– Sabes muchas cosas de mí.

– Sí, Dave Klein, «el Contundente». La gente habla de usted.

Cambio de tema:

– ¿Johnny Duhamel es marica?

– ¿Está loco? Es el cazaconejos para acabar con los cazaconejos.

– ¿Le has visto últimamente?

– Estamos en contacto. ¿Por qué?

– Sólo por saberlo. Se ocupa del robo de pieles de Hurwitz y es un caso grande para un agente inexperto. ¿Ha hablado del asunto contigo?

Reuben mueve la cabeza con cautela.

– No. Casi siempre habla de ese trabajo en la brigada Antibandas que tiene ahora.

– ¿Algo en concreto?

– No. Dijo que se supone que no debe hablar de ello. Eh, ¿a qué vienen tantas preguntas?

– ¿A qué viene esa cara de pena, de pronto?

Ganchos, directos: zumbidos en el aire.

– Vi a Johnny hace una semana, quizá. Me contó que había estado haciendo algunas maldades. Johnny no… ¿cómo se dice?…, no entró en detalles, pero dijo que necesitaba una paliza como penitencia. Nos calzamos los guantes y me dejó sacudirle un rato. Recuerdo que él tenía ampollas en las manos.

Huellas de manguera de goma. Probablemente, Johnny la odia.

– ¿Recuerdas al sargento Stemmons, Reuben?

– Claro. Su socio en el hotel. Buen corte de pelo, pero un tipo de poco fiar, si quiere mi opinión.

– ¿Lo has visto?

– No.

– Johnny te ha mencionado su nombre alguna vez?

– No. Eh, ¿a qué viene este interés por Johnny?

– Mero interés -repliqué con una sonrisa.

– Claro. Muy sutil, teniente. Escuche éste: ¿qué sale de la mezcla de un negro y un mexicano?

– No lo sé.

– Un ladrón demasiado vago para robar.

– Muy bueno. Para partirse de risa.

Reuben, acariciando una Schlitz:

– Pues no oigo que se ría tanto. Y adivino lo que está pensando: «En Chavez Ravine, Reuben dijo que teníamos que hablar.»

– Hablemos, pues.

Pachuco puro: Reuben destapó la botella con los dientes y dio un trago.

– Oí a Noonan hablando con Will Shipstad acerca de usted. Noonan no le puede ver ni en pintura. Está convencido de que empujó a Johnson por la ventana y de que le dio una paliza a un tipo llamado Morton Diskant. Intentó hacerme decir que había oído que usted tiró a Johnson y juró que le iba a bajar los humos.

18

Estudio criminológico en el escritorio del salón de mi casa.

Espolvoreé las revistas, la grabadora, las bobinas: varias huellas dactilares parciales y cuatro impresiones ocultas idénticas. Marqué las mías para comparar; un vistazo confirmó que correspondían a mis torpes dedos.

Sonó el teléfono:

– ¿Sí?

– ¿Dave? Ray Pinker.

– ¿Has terminado?

– Terminado, eso es. En primer lugar, no hay huellas latentes aprovechables de ningún sospechoso, y hemos echado polvos en todas las superficies tocables de ambas habitaciones. Tomamos las huellas del encargado de recepción, que también es el propietario, del conserje y de la camarera, todos negros. Las suyas fueron las únicas que encontramos. No había nada más.

– Mierda.

– Bien resumido. También cogimos la ropa del hombre y analizamos los calzoncillos manchados de semen. También es 0 positivo y tiene las mismas características que el otro. Tu ladrón o lo que sea es todo un adicto a los moteles.

– Mierda.

– Bien dicho, pero hemos tenido más suerte con la reproducción fisonómica. El tipo del hotel y el dibujante han elaborado un retrato y lo tienes esperando en la oficina. Y ahora…

– ¿Y las fotos de los álbumes de identificación? ¿Le has dicho al tipo que le necesitaremos para echarles una ojeada?

Ray suspiró, medio enojado.

– Dave, el tipo se ha largado a Fresno. Dejó entrever que nuestro comportamiento le molestaba. Yo le ofrecí una cantidad en nombre del LAPD para reparar la puerta contra la que disparaste, pero el hombre dijo que no cubriría la molestia. También dijo que no intentaras buscarle porque se marchaba sin dejar señas. No le insistí para que se quedara porque dijo que pondría una demanda por la puerta que estropeaste.

– Mierda. Ray, ¿comprobaste…?

– Dave, te llevo mucha delantera. Sí, pregunté a los otros empleados si habían visto al inquilino de esa habitación. Los dos dijeron que no, y les creo.

Mierda. Joder.

Ray, medio enfurruñado:

– Muchas molestias por un simple 459, Dave.

– Sí. Y no me preguntes por qué.

Clic. Un zumbido en el oído.

Adelante; seguir empolvando:

Huellas parciales en las tapas de los álbumes; los discos en sí, con los microsurcos, no recogían las impresiones dactilares. Champ Dineen en mi tocadiscos: Muuuy Calmoso, El Champ interpreta al Duke.

Música de fondo. Hojeé la Transom.

Piano/saxo/bajo: suave. Fotos de chicas insinuantes: M.M., la sirena rubia, loca por el andrógino R.H.: la chica hará cualquier cosa por enderezarle. J.M., la ninfo, con sus gigantescos encantos, busca machos bien dotados en el gimnasio Easton's. Sólo veinticinco centímetros o más, por favor; J.M. lleva una regla para comprobarlo. Ultimas conquistas: F.T., gigantón de películas de serie B; M.B., escritor de chistes; G.C., lacónico astro de westerns.

Saxo susurrante, contrabajo como el latir del corazón.

Texto: los tesoros del vendedor viajante. Foto: mujeres de tetas enormes que rebosaban de los sujetadores. Trinos del piano, magníficos.

Un número atrasado, Dineen filtrándose. Transom, junio del 58:

M.M. y M.M. aficionada al béisbol; su pasión por J.D.M. la empujaba a los bateadores. El ostentoso hotel Plaza, estancia de diez de la mañana a diez de la noche.

Solo de saxo alto: Glenda/Lucille/Meg, girando en un torbellino.

Anuncios: alargadores de pene, cursos de Derecho por correo Moon í ndigo en versión Dineen: instrumentos de viento graves.

Una historia de papá/hija. El texto: como introducción, un diálogo. Las fotos: una morena rolliza, luciendo un biquini.

– Bueno… te pareces a mi papá.

– ¿Me parezco? Bueno, sí, soy lo bastante viejo. Supongo que un juego es un juego, ¿no? Puedo hacer de padre porque encajo en el papel.

– Bueno, como dice la canción, «Mi corazón pertenece a papa».

Ojeo el texto:

La huérfana Loretta arde en deseos de un papaíto. El malvado Terry la desfloró y ella, a su pesar, aún siente algo por él. Se vende a hombres mayores y un predicador la mata. Foto adjunta: la chica, estrangulada con la cadena de contrapeso de una ventana.

Champ Dineen, rugiendo. Repaso la historia:

Loretta, igual a Lucille; Terry, igual a Tommy. La «huérfana»

Loretta, sin explicación. Papá J.C., objeto del deseo de Lucille; difícil de creer que ella ande caliente por ese pájaro grasiento.

Pongamos que un mirón escuchó el diálogo.

Pongamos que ese mirón fue el «escritor».

Transom, julio del 58: pura bazofia sobre artistas de cine. Busco la cabecera: una dirección de Valley. A visitar mañana.

Sonó el teléfono. Bajé el volumen. Descolgué.

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