Yo nunca dije que sab í a; ella nunca me presion ó . Biograf í as, huecos: le ocult é lo de Meg, ella se call ó lo de prostituta.
Nunca le dije que mataba gente. Nunca le dije que Lucille K. me hab í a convertido en un mir ó n.
Ella dijo que yo agotaba a la gente.
Dijo que yo s ó lo apostaba en partidas ama ñ adas.
Dijo que ser polic í a/abogado me colocaba a cierta distancia del t í pico blanco pobre.
Dijo que yo no me dejaba enga ñ ar nunca.
Yo dije: tres de cuatro, no est á mal.
***
Caminos de tierra, cabañas. Colinas atrapando la contaminación: Chavez Ravine.
Atasco. Aparqué a buena distancia y eché un vistazo:
Tipos agitando pancartas. Periodistas, policías de uniforme. Comunistas cantando: «Justicia, sí! ¡Dodgers, no!»
Un corro de gente amistosa, con los ojos en un Reuben Ruiz sonriente y entusiasta. Matones de la policía local, el agente Will Shipstad.
Ruiz: ¿testigo federal?
Me acerqué al tumulto a paso ligero.
– ¡Hey, hey! ¡No, no! ¡No nos volveréis a México!
Mostré la placa y los uniformados me abrieron paso.
Abucheos provocadores:
Ruiz peleaba esa noche; acudir al combate para animar a su contrincante. La Oficina de Tierras y Caminos, fascista: planes para recolocar a los chicanos en bloques de pisos de la zona más degradada de Lynwood.
– ¡Hey, hey! ¡No, no! ¡Justicia, sí! ¡Dodgers, no!
Ruiz, gritando en español por un megáfono:
¡Traslados enseguida! ¡La indemnización para nuestro traslado es muy suculenta! ¡Nuevos hogares muy pronto a vuestro alcance! ¡Y disfrutad del nuevo estadio de los Dodgers que VOSOTROS habéis contribuido a crear!
Guerra de ruidos; victoria del megáfono de Reuben. Los ayudantes arrojaron unas entradas; los chicanos hincaron la rodilla y las recogieron. Me hice con una: Ruiz contra Stevie Moore, en el Olympic Auditorium.
Cantos, algarabía. Ruiz me vio y se debatió entre sus admiradores. Me abrí paso hasta cerca de él. Reuben me lanzó un grito:
– ¡Tenemos que hablar! En mi vestuario después del combate, ¿le parece?
Asentí con un gesto. «¡Basura! ¡Peón de los Dodgers!»: no había manera de hablar.
Una vuelta rápida por la brigada. Mi despacho.
Un mensaje de Lester Lake: reúnete conmigo a las ocho, esta noche. Moonglow Lounge. Exley apareció por Subdirección; le hice una seña para que entrara en el despacho.
– Tenía algunas preguntas.
– Hágalas, mientras no sean, «¿qué pretende?»
– Probemos con, «¿por qué sólo dos hombres en un caso que tiene tanto interés en resolver?»
– No. La siguiente pregunta, y que no sea, «¿por qué yo?»
– Probemos con, «¿qué hay para mí en esto?»
Exley sonrió.
– Si aclara el caso, ejerceré una prerrogativa del jefe de Detectives que rara vez se utiliza y le ascenderé a capitán saltándome el escalafón. Trasladaré a Dudley Smith a Subdirección y le daré a usted el mando de la secci ó n de Robos.
El paraíso del trapicheo. Que no fueran a fallarme las piernas.
– ¿Sucede algo, teniente?, yo esperaba que me expresaría su gratitud.
– Gracias, «Ed». Eso que acaba de agitar es una zanahoria muy golosa.
– Visto lo que es usted, yo también diría que lo es. Estoy muy ocupado, así que haga su siguiente pregunta.
– La clave de este asunto es Lucille Kafesjian. Tengo el presentimiento de que la familia sabe muy bien quién es el ladrón y quiero traer aquí a la chica para interrogarla.
– No, todavía no.
Cambio de tema:
– Deme el asunto de las pieles de Hurwitz. Quíteselo a Dudley.
– No, y rotundamente, no. Y no me lo vuelva a pedir. Ahora, terminemos con esto.
– Muy bien, entonces déjeme presionar a Tommy Kafesjian.
– Explique eso de «presionar», teniente.
– Presionar. Apretarle las tuercas. Le hago hablar por la fuerza y nos cuenta lo que queremos saber. Ya sabe, métodos policiales desproporcionados, como esa vez que se cargó a aquellos negros desarmados.
– Nada de abordajes directos a la familia. Salvo eso, tiene carta blanca, teniente.
Carta blanca en trabajo fastidioso, retrasado. Grandes jodidas distracciones.
Sencillo:
Foto de Lucille/grabadora/lista de moteles: llevarlo todo al Southside y hacer preguntas:
¿Le ha alquilado habitación alguna vez?
¿Algún hombre le ha pedido una habitación contigua a la de ella?
¿Algún vagabundo/borracho ha alquilado una habitación por orden de otro?
Pocas probabilidades; el Red Arrow Inn bien podía ser el único sitio donde Lucille llevaba a sus fulanos.
Central Avenue adelante, rumbo al Southside. Intriga policial, de campanillas:
Coches de Asuntos Internos siguiendo coches de federales, discretamente. Redadas de vagabundos: agentes de Vagos y Maleantes volcados en la labor. Furgones de prostitutas rondando en busca de chicas.
Los federales:
Comprobando matrículas a la salida de bares y clubes nocturnos.
Metiendo la nariz en una partida de dados en una acera.
Acechando una ostentosa casa de putas para negros.
Federales de traje gris y corte de pelo a cepillo pululando por el barrio negro.
Me detuve un momento en la comisaría de la calle Setenta y siete y pedí prestada una grabadora. Las salas de interrogatorios estaban abarrotadas: «limpieza» de los 187 pendientes. En el exterior, federales con cámaras fotografiando a los identificados por la policía.
Ahora, el trabajo fastidioso:
Tick Toe Motel, Lucky Time Motel: no a todas mis preguntas. Darnell's Motel, De Luxe Motel: rotundos noes. Handsome Dan's Motel, Cyril's Lodge: más noes. Hibiscus Inn, Purple roof Lodge: NO.
Nat's Nest, en la Ochenta y uno y Normandie. «Habitaciones limpias siempre.» Interrogué al empleado:
– Sí, señor, conozco a la chica. Siempre usa la habitación poco rato, y siempre pide la misma.
Me agarré al mostrador.
– ¿Está registrada ahora?
– No, señor. No ha venido desde hace seis o siete días.
– ¿Sabe para qué utiliza la habitación?
– No se ñ or. Mi lema es « no ver nada, no oír nada», y sigo esta política excepto cuando arman demasiado escándalo con sus juegos, sean los que sean.
– ¿La chica pide una habitación en la parte delantera, con vistas a la calle?
El tipo, perplejo;
– Sí, señor. ¿Cómo lo sabe?
– ¿Ha alquilado usted la habitación contigua a algún joven blanco? ¿Tal vez algún vagabundo le ha pedido esa habitación y la ha reservado en nombre de otra persona?
Boquiabierto de asombro, el hombre desapareció tras el mostrador y reapareció con una hoja de registro.
– Vea usted: «John Smith.» En mi opinión, un nombre falso. Vea, aún tiene pagados dos días más. Ahora mismo no está; le he visto marcharse esta mañana…
– Enséñeme esas habitaciones.
El hombre salió disparado, revolviendo unas llaves. Rápidamente, abrió las dos puertas: buen tipo, y asustado de la policía.
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