James Ellroy - Jazz blanco

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Para el teniente David Klein, muertes, palizas y extorsiones sólo son gajes del oficio. Hasta que en otoño de 1958 los federales abren una investigación sobre la corrupción policial y el mismo Klein se convierte en el cetnro de todas las pesquisas y acusaciones. Sin embargo, aunque él haya contribuido a crear ese mundo monstruoso, poblado por la codicia y la ambición, está dispuesto a salir vivo de él a cualquier precio.

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Bungalows separados. Sin puertas de comunicación.

Me puse manos a la obra. Ahora, con calma: me libré del tipo con un billete de diez.

– Vigile la calle. Si aparece ese joven blanco, entreténgale. Dígale que tiene un fontanero en la habitación; luego, venga a avisarme.

– Sí, sí señor… -Haciendo reverencias desde la calle.

Dos puertas, sin acceso entre ellas. Ventanas laterales; el mirón podía haberla OBSERVADO. Setos bajos, un sendero de losas sueltas.

Descubrimiento:

Un cable que salía de la ventana de ÉL.

Y que desaparecía en el seto, fuera, bajo las piedras.

Lo agarré y tiré de él.

Saltaron unas piedras y el cable quedó tenso. Pasé a la habitación de ELLA: el cable, bajo la alfombra. Un tirón y un micrófono cubierto de yeso salta de la pared.

Recupero el cable:

La ventana de ÉL; salto al alféizar y entro. Otro tirón: tump, una grabadora bajo la cama.

Sin cinta.

Vuelvo afuera, investigo las puertas: ninguna señal de haber sido forzadas. ÉL se coló por la ventana de ELLA, supongo.

Cerré ambas puertas y registré la habitación de ÉL.

El armario:

Ropas sucias, maleta vacía, tocadiscos.

La cómoda: ropa interior, álbumes de jazz: Champ Dineen, Art Pepper. Los mismos títulos. La colección de discos rotos de Tommy K., duplicada.

El baño:

Cuchilla, crema de afeitar, champú.

Levanto la alfombra:

Revistas de chicas - Transom - , tres números. Fotos y texto: «confesiones» de una actriz de cine.

Ninguna cinta.

Aparto el colchón, palpo la almohada: un bulto duro. Rompo, rasgo:

Una bobina. La coloco en la grabadora para escucharla brevemente.

Nervios. Manoseé los objetos y eché a perder posibles huellas. Manos espasmódicas: coloco la cinta / pulso Marcha.

Ruidos, toses. Cerré los ojos e imaginé la escena: amantes en la cama. Lucille:

– ¿No te cansas de estos juegos?

Desconocido:

– Pásame un cigarrillo. -Pausa-. No, no me canso. Desde luego, tú sabes cómo hacer que…

Sollozos, distantes. Las paredes de la habitación del motel sofocando el llanto de mi hombre.

Fulano:

– …y sabes que esos jueguecitos de papá e hija tienen mucho aliciente. En realidad, con nuestra diferencia de edades, resulta un juego de cama muy natural.

Una voz culta, la antítesis de Tommy/J.C.

Sollozos, más sonoros. Lucille:

– Estos lugares están llenos de perdedores y de quejicas solitarios.

Ninguna sospecha, ningún reconocimiento, ningún miedo a escuchas o vigilancias clandestinas. Clic; una radio: «…chanson d'amour, rattatattatta, play encore». Voces confusas, clic, el fulano:

– …por supuesto, siempre está esa infección que me pasaste.

«Infección»: ¿gonorrea/sífilis?

Eché un vistazo a la bobina: la cinta se acababa.

Voces soñolientas, embarulladas: más rato del habitual con un cliente. Cierro los ojos: por favor, un juego más.

Silencio, el siseo de la cinta: amantes dormidos. Chirrido de goznes.

– ¡Dios!

Demasiado cerca. Demasiado real. ACTUAL. Ojos abiertos: un hombre blanco, plantado en la puerta.

Mierda de visión borrosa: saqué el arma, apunté, disparé.

Dos tiros: el marco de la puerta quedó astillado; otro más: los fragmentos de madera estallaron.

El hombre huyó.

Corrí afuera, apuntando.

Gritos, chillidos.

Zigzags: mi hombre esquivando el tráfico. Disparé sobre la marcha: dos tiros salieron desviados. Cuando apunté con cuidado -un blanco claro-, me vino un pensamiento: si le matas, no sabrás POR QUÉ.

Sorteando el tráfico, sin perder de vista la cabeza blanca que se escabullía. Bocinas, frenos: caras negras en la acera. Mi mancha de blancura, desapareciendo.

Tropecé, resbalé, corrí. Le perdí. A mi alrededor, todo negros.

Gritos.

Rostros negros asustados.

Mi reflejo en un escaparate: un tipo chiflado, aterrorizado.

Aflojé la marcha. Otra cristalera, más caras negras. Sigo sus miradas:

Una redada callejera: federales y negros. Welles Noonan, Will Shipstad, matones del FBI.

Agarrado, empujado, inmovilizado contra un portal. Golpeado en la nuca. Solté la pistola.

Inmovilizado por gorilas federales con traje gris. Welles Noonan me dejó sin respiración de un golpe y me escupió en la cara. Mientras pegaba:

– Esto, por lo de Sanderline Johnson.

17

El Moonglow. Muy pronto para Lester. Los discos de la máquina llenaban el tiempo.

Noonan, con fondo musical; repeticiones de la escena, oliendo todavía su salivazo.

Esos federales: venganza barata. De vuelta a Nat's Nest: coches patrulla acudiendo a una denuncia de disparos. Los ahuyenté y recogí las pruebas: discos, revistas, grabadora, cinta.

A continuación, llamadas:

Ordenes a Ray Pinker: busca huellas en ambas habitaciones, lleva a un dibujante y que el conserje le dé detalles del mirón. Después, que repase los álbumes de fotografías y ojalá tenga buena vista.

Jack Woods, buenas noticias: había visto a Junior, le había seguido un par de horas y le había perdido. Junior, muy ocupado sacando dinero a tres traficantes independientes. Jack me dio descripciones y números de matrícula. Su comentario, al pie de la letra:

– Parecía borracho hasta los pelos y totalmente ido. Registré su coche mientras iba a por tabaco y, ¿sabes lo que vi en el asiento de atrás? Una hipodérmica, seis latas de atún vacías y tres escopetas de cañones recortados. No sé qué tal te llevas con él pero, en mi opinión, deberías pegarle un tiro.

El disco, inconfundible: Harbor Lights, por Lester Lake. Y la moneda no era mía.

Bingo: Lester en persona, rezumando miedo.

– Hola, señor Klein.

– Siéntate. Cuéntame.

– ¿Que le cuente qué?

– A qué viene esa cara y por qué has puesto esa maldita canción.

Lester, tomando asiento:

– Me da confianza. Es estupendo saber que tío Mickey mantiene mi disco en sus Wurlitzer.

– Mickey debería retirar sus máquinas antes de que los federales le retiren a él. ¿De qué se trata? No te he visto tan asustado desde el asunto de Harry Cohn.

– Señor Klein, ¿conoce a una pareja de muchachos del señor Smith llamados sargento Breuning y sargento Carlisle?

– ¿Qué sucede con ellos?

– Bueno, están trabajando en el Seven-Seven en los ratos libres.

– Vamos, al grano.

Lester, sin aliento:

– Van por ahí intentando resolver muertes de morenos a manos de otros morenos. Se dice que con eso intentan contrarrestar toda esa posible publicidad favorable de la investigación federal. ¿Recuerda que me preguntó por un vendedor de marihuana llamado Wardell Knox? ¿Recuerda que le dije que se lo habían cargado persona o personas desconocidas?

Tommy K. había delatado a Knox a Narcóticos; Dan Wilhite se lo había dicho a Junior.

– Recuerdo.

– Entonces, recordará que le dije que Wardell era un buscacoños con un millón de enemigos. El tipo jodía con un millón de mujeres, incluida esa negra de pelo amarillo, Tilly Hopewell, que yo también me estaba tirando. Señor Klein, he oído que los muchachos del señor Smith me andan buscando porque les ha llegado el absurdo rumor de que fui yo quien se cargó al jodido Wardell, y me huelo que la han tomado conmigo para engrosar su apresurada estadística. Pero lo que usted quiere es información sobre los jodidos Kafesjian y sus jodidos socios conocidos, de modo que tengo una verdadera sorpresa para usted y es que, hace muy poco, he oído que el chiflado de Tommy Kafesjian le dio el pasaporte a Wardell, más o menos por septiembre; un jodido asunto de drogas o un lío de faldas, porque Tommy también estaba viéndose de vez en cuando con esa belleza, Tilly Hopewell.

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