Carlos Zafón - El Prisionero Del Cielo

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Si La sombra del viento se convirtió en un fenómeno editorial en España, con El juego del ángel Carlos Ruiz Zafón se encumbró como uno de los autores imprescindibles del panorama literario español.
Con El prisionero del cielo, el autor barcelonés vuelve al mundo del Cementerio de los libros olvidados, a esa Barcelona mítica situada entre los años cuarenta y cincuenta con el propósito de regalarnos nuevas intrigas y misterios.
Barcelona, 1957. Daniel Sempere y su amigo Fermín, los héroes de La Sombra del Viento, regresan de nuevo a la aventura para afrontar el mayor desafío de sus vidas. Justo cuando todo empezaba a sonreírles, un inquietante personaje visita la librería de Sempere y amenaza con desvelar un terrible secreto que lleva enterrado dos décadas en la oscura memoria de la ciudad. Al conocer la verdad, Daniel comprenderá que su destino le arrastra inexorablemente a enfrentarse con la mayor de las sombras: la que está creciendo en su interior. Rebosante de intriga y emoción, El Prisionero del Cielo es una novela magistral donde los hilos de La Sombra del Viento y El Juego del Ángel convergen a través del embrujo de la literatura y nos conduce hacia el enigma que se oculta en el corazón del Cementerio de los Libros Olvidados.

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»En el Clínico le dijeron que podía ser cólera y que se la llevase a casa, porque había un brote y ellos estaban saturados. Varias personas habían muerto ya en el barrio. Isabella cada día estaba peor. Deliraba. Su marido se desvivió y removió cielo y tierra, pero al cabo de unos días ya estaba tan débil que no pudo ni llevarla al hospital. Murió a la semana de enfermar, en el piso de la calle Santa Ana, encima de la librería…

Un largo silencio medió entre ellos sin más compañía que el repicar de la lluvia y el eco de truenos que se alejaban a medida que el viento amainaba.

– No fue hasta un mes después cuando me dijeron que la habían visto una noche en el café de la Opera, frente al Liceo. Estaba sentada con Mauricio Valls. Isabella, desoyendo mis consejos, lo había amenazado con desvelar su plan de utilizar a

Martín para que reescribiese no sé qué birria con la que creía que se iba a hacer célebre y le iban a llover medallas. Fui allí a preguntar. El camarero se acordaba de que Valls había llegado antes en un coche y me dijo que le había pedido dos manzanillas y miel.

Fermín sopesó las palabras del joven abogado.

– ¿Y cree usted que Valls la envenenó?

– No puedo probarlo, pero cuantas más vueltas le doy más claro lo tengo. Tuvo que ser Valls.

Fermín arrastró la mirada por el suelo.

– ¿Lo sabe el señor Martín?

Brians negó.

– No. Después de su fuga, Valls ordenó que Martín fuese confinado a la celda de aislamiento en una de las torres.

– ¿Y el doctor Sanahuja? ¿No los pusieron a los dos juntos?

Brians suspiró, derrotado.

A Sanahuja lo sometieron a un consejo de guerra por

traición. Lo fusilaron dos semanas después.

Un largo silencio inundó la sala. Fermín se levantó y empezó a caminar en círculos, agitado.

– ¿Y a mí por qué nadie me ha buscado? Al fin y al cabo, yo soy la causa de todo…

– Usted no existe. Para evitar la humillación ante sus superiores y la ruina de su prometedora carrera en el régimen, Valls hizo jurar a la patrulla que envió en su busca que lo habían alcanzado de un disparo cuando se escapaba por la ladera de

Montjuic y que lanzaron su cuerpo a la fosa común.

Fermín saboreó la rabia en los labios.

– Pues mire, estoy por plantarme ahora mismo en el Gobierno Militar y decir «éstos son mis cojones». A ver cómo explica Valls mi resurrección.

– No diga tonterías. Así no iba a arreglar nada. Lo único que conseguiría es que se lo llevasen a la carretera de las Aguas y le pegasen un tiro en la nuca. Esa sabandija no lo vale.

Fermín asintió, pero la vergüenza y la culpa se lo comían por dentro.

– ¿Y Martín? ¿Qué va a ser de él?

Brians se encogió de hombros.

– Lo que sé es confidencial. No puede salir de estas cuatro paredes. Hay un carcelero en el castillo, un tal Bebo, que me debe más de uno y de dos favores. Le iban a matar a un hermano pero conseguí que le conmutasen la pena por diez años en una cárcel de Valencia. Bebo es un buen hombre y me cuenta todo lo que ve y oye en el castillo. Valls no me deja ver a Martín, pero a través de Bebo he podido saber que está vivo y que Valls lo tiene encerrado en la torre y vigilado las veinticuatro horas del día. Le ha entregado papel y pluma. Bebo dice que Martín está escribiendo.

– ¿El qué?

– A saber. Valls cree, o eso me dijo Bebo, que Martín le está escribiendo el libro que le ha encargado basado en sus notas. Pero Martín, que usted y yo sabemos que no está muy en sus cabales, parece que está escribiendo otra cosa. A veces repite en voz alta lo que escribe, o se levanta y empieza a dar vueltas por la celda recitando trozos de diálogo y frases enteras. Bebo hace el turno de noche junto a su celda y cuando puede le pasa cigarrillos y terrones de azúcar, que es lo único que come. ¿Martín le habló a usted alguna vez de algo llamado El Juego del Ángel?

Fermín negó.

– ¿Es ése el título del libro que está escribiendo?

– Eso dice Bebo. Por lo que él ha podido entender de lo que le cuenta Martín y de lo que le oye decir en voz alta, suena como si fuese una especie de autobiografía o una confesión… Si quiere saber mi opinión, Martín se ha dado cuenta de que está perdiendo el juicio y antes de que sea demasiado tarde está intentando poner en papel lo que recuerda. Es como si se estuviese escribiendo una carta a sí mismo para saber quién es…

– ¿Y qué pasará cuando Valls descubra que no ha hecho caso de sus órdenes?

El abogado Brians le devolvió una mirada fúnebre.

10

Cuando dejó de llover rondaba la medianoche. Desde el ático del abogado Brians, Barcelona ofrecía un aspecto inhóspito bajo un cielo de nubes bajas que se arrastraban sobre los tejados.

– ¿Tiene adónde ir, Fermín? -preguntó Brians.

– Tengo una oferta tentadora para instalarme de concubino y guardaespaldas de una moza un tanto ligera de cascos pero de buen corazón y una carrocería que quita el hipo, pero no me veo yo en el papel de mantenido ni aunque sea a los pies de la Venus de Jerez.

– No me acaba de gustar la idea de que esté usted en la calle, Fermín. Es peligroso. Se puede quedar aquí el tiempo que quiera.

Fermín miró alrededor.

– Ya sé que no es el hotel Colón, pero tengo una cama abatible ahí detrás, no ronco y, la verdad, agradecería la compañía.

– ¿No tiene usted novia?

– Mi novia era la hija del socio fundador del bufete del que

Valls y compañía consiguieron que me despidieran.

– Esta historia de Martín la está usted pagando cara. Voto de castidad y de pobreza.

Brians sonrió.

– Déme una causa perdida y yo soy feliz.

– Pues mire, le voy a tomar la palabra. Pero sólo si me permite ayudar y contribuir. Puedo limpiar, ordenar, mecanografiar, cocinar, ofrecerle asesoría y servicios de detección y vigilancia, y si en un momento de flaqueza se ve usted en un brete y necesita aflojar la presión, a través de mi amiga la Rociíto estoy seguro de que le puedo facilitar los servicios de una profesional que lo deje a usted nuevo, que en los años jóvenes hay que vigilar que una sobreacumulación de efluvios seminales se le suban a la cabeza, porque luego es peor.

Brians le tendió la mano.

– Trato hecho. Queda usted contratado como pasante adjunto al bufete de Brians y Brians, el defensor de los insolventes.

– Como me llamo Fermín que antes de que acabe la semana le he conseguido a usted un cliente de los que pagan en metálico y por adelantado.

Fue así como Fermín Romero de Torres se instaló temporalmente en el minúsculo despacho del abogado Brians, donde empezó por reordenar, limpiar y poner al día todos los dossiers, carpetas y casos abiertos. En un par de días el despacho parecía haber triplicado su superficie merced a las artes de Fermín, que lo había dejado como una patena. Fermín pasaba la mayor parte del día allí encerrado, pero destinaba un par de horas a expediciones varias de las que regresaba con puñados de flores sustraídas del vestíbulo del teatro Tívoli, algo de café, que conseguía camelándose a una camarera del bar de abajo, y finos artículos del colmado Quilez que anotaba en la cuenta del bufete que había despachado a Brians y del que Fermín se había presentado como nuevo chico de los recados.

– Fermín, este jamón está de miedo, ¿de dónde lo ha sacado?

– Pruebe el manchego, que verá la luz.

Durante las mañanas revisaba todos los casos de Brians y pasaba a limpio sus notas. Por las tardes cogía el teléfono y, a golpe de listín, se lanzaba a la búsqueda de clientes de presumible solvencia. Cuando olfateaba posibilidades, procedía a rematar la llamada con una visita a domicilio. De un total de cincuenta llamadas a comercios, profesionales y particulares del barrio, diez se convirtieron en visitas y tres en nuevos clientes para Brians.

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