David Serafín - Golpe de Reyes
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Tras dirigir una mirada al secretario, que contemplaba pensativo las lejanas montañas, Bernal leyó por encima las páginas que tenía delante, sin mucho detenimiento. La siguiente contenía otro recorte tomado de la sección de anuncios por palabras de La Corneta del 20 de noviembre y decía: «Magos Azul A.l. El Pardo»; y la siguiente, un nuevo anuncio del mismo periódico, concretamente del número 27 de noviembre, es decir, de hacía dos días tan sólo, y que decía: «Magos Rosa A.l. Segovia». Las restantes hojas de la carpeta estaban en blanco.
El secretario se volvió a Bernal con aire de expectación.
– ¿Qué le parece, comisario?
– ¿Esto es todo lo que hay? ¿No le ha echado ya el ojo a esto la Segunda Bis?
– Eso es lo que nos preocupa, Bernal. Le supongo enterado, desde luego, de que los servicios de información se han reorganizado unas cuantas veces en los últimos tiempos. El SIM, Servicio de Información Militar, o sea, la Segunda Sección Bis de cada Estado Mayor, se organizó en un solo cuerpo, el Centro Especial para la Información de la Defensa, en 1977, durante la segunda presidencia de Adolfo Suárez. Depende ahora del Ministerio de Defensa e informa al presidente y al Rey por mediación de ese ministerio. A consecuencia de ello se desmanteló el antiguo SPDG organizado por el almirante Carrero Blanco durante los últimos años de Franco. Naturalmente, hay muchos funcionarios que trabajan en el nuevo cuerpo como lo hacían en el antiguo. Yo les llamé la atención sobre esos anuncios crípticos que han venido apareciendo en La Corneta, pero dicen que hasta el momento no han averiguado nada.
– ¿Y qué dicen los de la Brigada de Información del Ministerio del Interior? ¿Se les ha consultado?
– Se les ha consultado, comisario. La DGS, o DSE, como ahora se le llama, está investigando, pero sin que haya sacado nada en limpio.
– En tal caso, no sé de qué modo podría ayudar yo. Mi sección es pequeña y aunque tiene experiencia en el terreno de la delincuencia común, no dispone de facilidades ni contactos para afrontar una intriga política, porque no otra cosa insinúan esos recortes.
– Ahí está la cuestión, comisario. Nosotros esperamos, por supuesto, que los servicios de seguridad nos tengan informados de posibles golpes de Estado, pero lo que nos preocupa son las referencias que hay en esos mensajes cifrados a los reales sitios.
Bernal se sorprendió ante aquello.
– No está tan claro que se aluda a los reales sitios. Por lo menos a mí no me parece tan evidente. San Ildefonso es el nombre de una iglesia madrileña y presumiblemente de algunos otros lugares también, además de ser el nombre oficial del palacio de La Granja. Y El Pardo, aparte de ser la sede del museo Francisco Franco, es también el cuartel de la principal división acorazada. En el caso de la ciudad de Segovia, podría aludirse a los cuarteles y no al Alcázar. Otra cosa sería si en alguno de estos reales sitios viviera la familia real.
– Sí, tiene usted razón, pero admitirá que es una coincidencia.
– Y los especialistas del Ejército en eso de los códigos, ¿han investigado algo sobre estos misteriosos mensajes? -preguntó Bernal.
– Sí, lo han hecho, incluso se han servido de descifradoras, pero no han sacado nada en concreto. Han llegado a la conclusión de que no están cifrados según pautas tradicionales, sino que se basan en un código especial cuya referencia sólo conocen los emisores y los receptores.
– ¿Y qué me dice de lo de Magos? -preguntó Bernal-. Es una clara alusión a los Reyes Magos.
– Los expertos piensan que es una clave para avisar a los destinatarios -el secretario volvió al escritorio y cogió unos cuantos papeles de un expediente-. Respecto de los tres colores mencionados, creen que aluden a las diferentes secciones de una organización secreta, o bien a diferentes fases de un plan acordado, donde A.l podría ser la denominación en clave del remitente.
– ¿Y los tres toponímicos que acaso se refieran a sitios reales?
– Los expertos militares dicen sencillamente que no saben qué pensar, Bernal. Por eso necesitamos la ayuda de usted.
– ¿Tendría inconveniente en detallarme un poco más lo que piensa usted?
– Se trata de reforzar la seguridad de las residencias reales, sobre todo, naturalmente, de las que utiliza la familia real. En esta época del año la principal es el palacio de la Zarzuela, pero tanto Don Juan Carlos como Doña Sofía visitan el de Oriente para asuntos oficiales, como recibir embajadores extranjeros, representantes civiles y militares, etcétera. No tendría usted que encargarse de la seguridad personal de los reyes porque no tenemos motivos para pensar que el cuerpo habitual de protección sea ineficaz. Sin embargo, cualquier incidente anómalo en los dos palacios madrileños que acabo de indicarle, o en los que fuere, caerían dentro de su competencia, si bien su papel sería el de informarnos, no el de actuar. El rey no desea que nadie haga nada anticonstitucional.
– ¿Es que ha habido incidentes? -preguntó Bernal, sospechando que el asunto tenía más miga de lo que parecía.
– Hasta el momento, nada más que una minucia. Ayer, a última hora de la tarde, se fue la luz aquí en la Zarzuela. Al cabo de media hora conseguimos que funcionara el generador de seguridad, y todavía lo utilizamos, en espera de que la compañía repare la avería.
– ¿Le ha preguntado a la compañía lo que ocurrió?
– Sí, atribuyen la avería a una tormenta de nieve que cayó ayer en la sierra y que originó la ruptura de un cable entre Segovia y El Pardo, que también fue afectado.
– ¿Hay algún motivo para sospechar que se trate de un sabotaje?
– Según la compañía, no. Dicen que no es infrecuente en los puntos más elevados de la Sierra, pero aquí es la primera vez, que recordemos, que ocurre un apagón de esta índole. Lo que nos ha hecho sospechar han sido los mensajes cifrados que acabo de enseñarle. El resultado del corte del fluido eléctrico fue que nos interrumpió las comunicaciones con el exterior, salvo las que permite la línea telefónica corriente de la centralita que aquí tenemos. Ya puede usted figurarse lo que esto representaría en el caso de que hubiera una crisis nacional.
– A modo de precaución, señor secretario, le sugiero que soliciten de la compañía la instalación de un cable alternativo procedente de otra sección del tendido eléctrico, y ello aparte de que se haya efectuado la reparación de la línea normal. Mientras tanto, haré algunas indagaciones personales sobre las causas de ese fallo.
– Es una idea excelente, Bernal. Me pondré a ello en seguida.
– Necesitaré además una lista de los compromisos que tenga Su Majestad para el mes que viene y, a ser posible, de los desplazamientos que la familia real haya planeado.
– Lo tengo ya todo preparado en una carpeta, comisario. Está también la cuestión de cómo ponernos en contacto para los informes. Haré que le instalen un selector de frecuencia de los más modernos en el teléfono de su oficina. Aquí tiene una lista de las distintas claves para cada uno de los días, a comenzar, por ejemplo, desde el martes 1 de diciembre. Sólo el rey o yo contestaremos a las llamadas de las claves secretas.
– ¡Esperemos que no nos corten la línea! -bromeó Bernal al despedirse.
Repantigado en el asiento del taxi que le habían pedido para que le recogiera en la Puerta de Somontes, Bernal se preguntaba cuántas molestias e inconvenientes iba a depararle aquel servicio real. En los seis años de existencia de la restaurada monarquía borbónica se habían hecho muchas y rápidas reformas en el Gobierno, la Administración y las instituciones, pero casi ninguna en lo relativo a los individuos. Reflexionó, con cierta sorpresa, a propósito de que el período de transición que los españoles vivían era ya mucho más largo que el iniciado con la proclamación de la Segunda República el 14 de abril de 1931 y abortado por la rebelión franquista del 18 de julio de 1936, en el cual se habían intentado grandes reformas -demasiado grandes, pensó- que la guerra civil había reducido a escombros. La mayor parte de los últimos cambios sociales habían tenido lugar en los años postreros de la dictadura de Franco, aunque habían tenido poco que ver con ella directamente: el llamado boom de los años comprendidos entre el cincuenta y tantos y el final de la década de los sesenta, testigos del rápido proceso de industrialización y secularización de la sociedad española. ¿Permitirían los poderes fácticos, como la prensa llamaba al Ejército, la Iglesia, los banqueros y empresarios, que se llevasen a cabo las reformas inherentes a la nueva Constitución de 1978? No, desde luego, si se tocaba alguno de sus intereses básicos. La intranquila tregua que se vivía a la sazón atribuíala él a un conflicto de intereses entre los distintos elementos constitutivos de los poderes tácticos, cuyas fuerzas unidas podrían derrotar fácilmente, pensó Bernal, a los partidos políticos que parecían haberse convertido en castrados tigres de papel desde la intentona golpista de 23 de febrero de 1981, del «23-F», como la apodó la prensa.
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