Peter James - Casi Muerto

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Primera hora de la mañana. La llamada a casa del comisario Roy Grace para informar sobre el hallazgo del cadáver de una mujer en un macabro escenario desata en el sofocante agosto de Brighton un despliegue policial que se irá viendo incrementado con la aparición de más víctimas. Con la ayuda del sargento Glenn Branson y del resto de su equipo, Grace deberá hacer frente al torbellino de pesquisas e interrogatorios agotadores, atormentado por la sombra de su esposa desaparecida, Sandy, que al parecer ha sido vista en Munich tras nueve años de ausencia.
El lujo, la belleza y el dinero que decorara el mundo de las víctimas se van desdibujando progresivamente en medio de la sangre y la sospecha. Azuzada por la falta de noticias en verano, la prensa clava sus fauces en el caso y Roy Grace se convierte en el punto de mira de una ciudad plagada de turistas. Ante la presión de los medios de comunicación y el creciente nerviosismo de los ciudadanos, la policía investiga a contrarreloj los macabros asesinatos cuyas pistas van cercando casi sin respiro a un único sospechoso. Pero ¿cómo puede un hombre matar a su víctima y encontrarse al mismo tiempo a noventa kilómetros de distancia?

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El miembro del equipo con el que Grace estaba menos contento era el inspector Alfonso Zafferone. Era un hombre arrogante y huraño, de casi treinta años, belleza latina y pelo despeinado engominado, vestido impecablemente con traje negro, camisa negra y corbata de color crema. La última vez que había trabajado con él, Zafferone había demostrado ser perspicaz, pero tenía un grave problema de actitud. En parte, Grace lo había sumado al equipo porque no tenía elección al ser verano, pero también porque deseaba darle una lección a ese mequetrefe.

Mientras saludaba a todos, Grace pensó en Katie Bishop en la cama de su casa en Dyke Road Avenue aquella mañana. Pensó en ella en la mesa de autopsias aquella tarde. Podía sentirla, como si llevara su espíritu en su corazón. El peso de la responsabilidad. La gente que estaba en su sala, y las demás personas que se unirían a su equipo en breve en la rueda de prensa, tenían una gran responsabilidad, por ello tenía que almacenar todos los pensamientos sobre Sandy en un compartimento distinto de su mente y encerrarlos allí, de momento. De algún modo.

En el transcurso de las próximas horas y unos cuantos días llegaría a saber más cosas sobre Katie Bishop que cualquier otra persona de la Tierra. Más que su marido, sus padres, sus hermanos, sus mejores amigos. Tal vez ellos creyeran que la conocían, pero sólo sabían lo que ella les había permitido saber. Habría ocultado algo, inevitablemente. Todo el mundo lo hacía.

E inevitablemente para Roy Grace, este caso se convertiría en algo personal. Siempre era así.

Pero en aquellos momentos, no tenía forma de saber hasta qué punto.

Capítulo 27

Skunk se sentía infinitamente más fuerte. De repente, el mundo era un lugar mucho mejor. La heroína hacía su trabajo: estaba relajado, todo era genial, su cuerpo rebosaba endorfinas. Así tendría que ser la vida; así quería sentirse siempre.

Bethany había ido a verle, con un pollo, una ensalada de patatas y un flan que había cogido de la nevera de su madre; todos los pringados se habían marchado de la autocaravana y Skunk se la había follado por detrás, como le gustaba a ella; y como le gustaba a él, con su culo enorme contra su estómago.

Y ahora le llevaba por el paseo marítimo en el pequeño Peugeot de su madre, y Skunk estaba repantigado en el asiento del copiloto, reclinado hacia atrás, contemplando su «despacho» a través de las gafas púrpuras. Fichando, a su vez, todos los coches aparcados. Todas las clases de coche que se pudieran imaginar. Todos llenos de polvo y tostados por el sol. Sus propietarios estaban en la playa. Buscaba uno que encajara con la marca y el modelo escrito en el papel húmedo y arrugado de la libreta de rayas que descansaba en su regazo, su «lista de la compra», que ojeaba constantemente pues su memoria era una mierda.

– Tengo que volver a casa pronto. Mi madre necesita el coche. Esta noche tiene bridge -dijo Bethany.

Todas las putas marcas de coches del mundo estaban aparcadas en el paseo marítimo aquella tarde. Todas las putas marcas, excepto la que buscaba él. Un Audi A4 nuevo, descapotable, automático, con pocos kilómetros, azul metalizado, plateado o negro.

– Ve hacia Shirley Drive -dijo.

El reloj del salpicadero marcaba las seis y cuarto de la tarde.

– Tengo que estar en casa a las siete, de verdad. Necesita el coche… Me matará si llego tarde -contestó Bethany.

Skunk la miró un momento, agradecido. Era morena, tenía el pelo corto y los brazos gruesos. Sus pechos sobresalían por la parte superior de una camiseta ancha y la minifalda vaquera de color azul apenas le cubría los muslos bronceados y rellenitos. Él tenía la mano metida por debajo del elástico de sus braguitas, encajada en el pubis suave y húmedo, dos dedos muy dentro de ella.

– Gira a la derecha -le ordenó.

– ¡Me estás poniendo caliente otra vez!

Skunk introdujo los dedos aún más adentro.

Ella suspiró.

– ¡Skunk, para!

Él también estaba caliente otra vez. Bethany giró a la derecha en el semáforo, pasó por delante de una estatua de la reina Victoria y luego, de repente, Skunk gritó:

– ¡Para!

– ¿Qué?

– ¡Ahí! ¡Ahí! ¡Ahí!

Cogió el volante para obligarla a detenerse en la acera, haciendo caso omiso al chirrido de frenos y al pitido de la bocina del coche de detrás.

Mientras ella detenía el coche, Skunk sacó los dedos y luego la mano.

– ¡De puta madre! ¡Hasta luego!

Abrió la puerta del automóvil, salió atropelladamente y desapareció sin siquiera mirar atrás.

Allí, parado en el semáforo al otro lado de la calle, había un Audi A4 descapotable azul metalizado. Skunk sacó el bolígrafo de su bolsillo, anotó la matrícula en el papel, luego cogió el móvil y marcó un número.

– GU 06 LGJ -recitó-. ¿Puedes tenerlas para dentro de una hora?

Estaba tan contento que ni siquiera vio al Peugeot alejándose ni a Bethany diciéndole adiós con la mano, ni tampoco oyó su breve toque de bocina.

«¡Genial! -pensó-. ¡Sí!»

Tampoco vio el pequeño Ford gris, aparcado junto al bordillo un par de cientos de metros detrás de él. Era uno de los cinco coches del equipo de vigilancia que le había estado siguiendo durante la última media hora, desde que había salido de su autocaravana.

Capítulo 28

Brian Bishop estaba sentado en el borde de la cama grande, con la barbilla apoyada entre las manos, mirando la televisión en su habitación de hotel. A su lado había una bandeja con una taza de té que se había enfriado hacía tiempo, mientras que las dos galletas seguían intactas en el envoltorio de celofán. Había apagado el aire acondicionado porque hacía demasiado frío y ahora, todavía con la ropa de golf debajo de la chaqueta, chorreaba de sudor.

Fuera, a pesar del doble cristal, podía oír el gemido de una sirena, el débil sonido del motor de un camión, el pitido intermitente de la alarma de un coche. Un mundo exterior del que se sentía totalmente desconectado mientras miraba su casa -su hogar- en la maldita Sky News. Era una sensación absolutamente surrealista. Como si, de repente, se hubiera convertido en un extraño en su propia vida. No sólo un extraño, sino también un paria.

Ya había sentido algo así antes, mientras se separaba y divorciaba de Zoë, cuando sus hijos, Carly y Max, se pusieron de parte de su ex mujer después de que ella consiguiera ponerlos en su contra: se negaron a hablar con él durante casi dos años.

Un reportero con el pelo perfecto y una dentadura espléndida se encontraba frente a su casa, micrófono en mano delante de una cinta blanca y azul: «POLICÍA – ESCENA DEL CRIMEN – NO CRUZAR».

– Esta tarde se ha realizado la autopsia. Retomaremos este suceso en las noticias de las siete. David Wiltshire, Sky News.

Brian estaba completa y absolutamente desconcertado.

Su móvil comenzó a sonar. Como no reconoció el número, no contestó. Casi todas las llamadas que había recibido esa tarde eran de periódicos o de medios de comunicación que, imaginaba, habían conseguido su móvil a través de la página web de su empresa. Curiosamente, aparte de Sophie, sólo le habían llamado dos amigos, sus colegas Ian Steel y Glenn Mishon, y también su socio, Simon Walton. Simon parecía verdaderamente preocupado por él, le preguntó si podía hacer algo y le dijo que no se inquietara por el negocio, que él se encargaría de todo durante el tiempo que Brian necesitara.

Había hablado varias veces con los padres de Katie, que estaban en Alicante, España, donde el padre había montado otro más de sus negocios, condenado al fracaso casi con total seguridad. Regresaban por la mañana.

Se preguntó si debía llamar a su abogado, pero ¿por qué? No tenía nada por lo que sentirse culpable. Simplemente no sabía qué hacer, así que se quedó ahí sentado, inmóvil e hipnotizado, mirando la pantalla, asimilando vagamente los coches patrulla que obstruían la entrada de su casa y los que estaban aparcados en la calle. Un flujo continuo de vehículos pasaba por delante, sus conductores y pasajeros curioseando, todos y cada uno de ellos. Tenía trabajo, llamadas que hacer, e-mails que contestar y enviar. Muchísimo, maldita sea, pero en aquel momento era incapaz de funcionar.

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