Jonathan Kellerman - Compañera Silenciosa

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Un día en una fiesta, el psicólogo infantil Alex Delaware se reencuentra con un viejo amor, Sharon Ransom. Ella solicita su ayuda, pero Alex, demasiado embebido en sus propios asuntos sentimentales, no le hace caso. Dos días más tarde, Sharon se suicida. Alex no puede dejar de sentirse responsable de la desesperada decisión de Sharon.
Y en parte por ello, en parte por resolver los enigmas de aquella relación -la mayoría creados por la oscura personalidad de Sharon- el psicólogo se embarca en una investigación en la que el dinero, el azar de los genes y un pasado trágico configuran el escenario de una prolongada orgía de sexo, dominio y manipulación psicológica al servicio de los menos nobles impulsos del ser humano.

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– De acuerdo -dijo Milo-. Hablemos de las casas que tenía Belding…, las casas de fiestas. ¿Sabes dónde estaban localizadas?

Crotty se echó a reír.

– ¿Casas de fiestas? ¿No es bonito? ¿De dónde has sacado eso, Pelma? Casas de fiestas… eran casas de joder, y todo el mundo las llamaba así, porque eso era para lo que las usaba el señor Leland Belding. Allí llevaba a la gente importante, y tenía a un establo de nenas monas, dispuestas a limpiarles las cañerías, hasta que estuviesen dispuestos a firmar en cualquier jodida línea de puntos. Y no, no conozco las localizaciones. Nunca me invitaron a esas veladas.

Se alzó, fintó una pared de cajas y pasó por una puerta a lo que yo supuse que sería una cocina.

– Siento que tuvieses que escuchar la historia de su vida -me dijo Milo.

– No te preocupes. Ha sido interesante.

– No después de la milésima vez.

– ¿Hablando mal de mí? -Crotty había salido de la cocina y nos estaba mirando con mala cara, con un vaso de agua en una mano, la otra cerrada en un puño.

– No -le contestó Milo-, sólo admirábamos la decoración.

– ¡Ja!

El viejo abrió la mano y nos mostró un puñado de pastillas.

– Vitaminas -dijo, y se tragó algunas. Ayudó a pasarlas con agua, hizo una mueca, tomó unas cuantas más, y se frotó el abdomen-. Me estoy cansando. Largaos de aquí de una jodida vez y dejadme descansar.

– Aún no he acabado con mi lista de compra -le hizo saber Milo.

– Pues date prisa.

– Tengo un par de nombres más para ti. Una actriz llamada Linda Lanier, de la que se rumorea que era una de las nenas monas de Belding. Y un doctor al que se tiraba en una de esas películas guarras. Dale la descripción física del médico, Alex.

Mientras lo hacia, Crotty perdió el color del rostro y dejó el vaso sobre una caja. Se secó la frente, pareció perder el equilibrio y se apoyó con las manos en el respaldo de un sofá comido por las polillas. Hinchó las mejillas.

Milo le dijo:

– Suéltalo ya, Ellston.

– ¿Por qué estás rebuscando en el montón de las cartas olvidadas, Pelma?

Milo negó con la cabeza.

– Conoces las reglas.

– Seguro, seguro. Vienes aquí y me exprimes, luego me tiras unas migajas.

– Uno de a cien da para exprimir mucho -dijo Milo, pero abrió su cartera y le dio algo más de dinero al anciano.

Crotty pareció sorprendido. Miró los billetes.

– Linda Lanier -le dijo Milo-. Y el doctor de la película.

– ¿Con referencia a Belding? -preguntó Crotty.

– Con referencia a lo que sea. Escúpelo, Ellston. Luego nos iremos para dejarte soñar con tu sueco.

– Tú también debes de tener sueños de ésos -exclamó Crotty. Miró al suelo, se mesó el bigote, cruzó las piernas-. Linda Lanier. Bien, bien, bien. Todo acaba mordiéndose la cola, ¿no? Como mi pequeño banquero rubio y todo lo demás de este jodido mundo.

Se irguió, se levantó, fue hasta el piano gris, se sentó ante el mismo y tocó un par de notas. El instrumento estaba muy desafinado. Comenzó a extraerle un disonante bugui-bugui con su mano izquierda, y notas al azar con la derecha.

Luego, tan bruscamente como había empezado, se detuvo y dijo:

– Esto es terriblemente extraño, Pelma. Si no fuera porque no creo en esas cosas, empezaría a emplear palabras como destino… y no es que desee tenerte en mi destino. -Tocó varios compases de un blues lento, dejó que las manos le cayesen a los costados-. Lanier y el doctor… ¿Y dices que lo hicieron en una película?

Milo asintió con la cabeza y me señaló:

– Él la ha visto.

– Era hermosa, ¿no?

– Si lo era -acepté.

– Vamos -le urgió Milo-. Escúpelo ya.

Crotty nos dedicó una débil sonrisa.

– Hurté el bulto, Pelma. Cuando me preguntaste acerca del motivo por el que llamaba asesino a Belding, te solté esa mierda politiquera, porque no sabía detrás de qué gato callejero andabas. En realidad, también pienso que lo es por lo que te dije, pero lo cierto era que no quería meterme en honduras…, no puedo probar nada de lo que creo saber.

– No tienes que probar ni una maldita cosa -le dijo Milo-. Limítate a decirme lo que sepas.

Sacó más billetes y Crotty los agarró de un tirón.

– Tu doctor suena exactamente igual a un tipo llamado Neurath. Donald Neurath, doctor en Medicina General. Lo has descrito al dedillo, Ricitos… y sé que entre él y Linda Lanier había algo.

– ¿Cómo sabes eso? -le preguntó Milo.

Crotty parecía encontrarse a disgusto.

– Vamos, Ellston.

– Vale, vale. Una de mis misiones, cuando no estaba pescando maricas, era trabajar con la patrulla del Club del Raspado…, los que vigilaban a los abortistas ilegales. En aquellos tiempos había tres modos en los que una chica podía solucionar un problema de ese tipo: con un alambre en un callejón, con algún carnicero de bata blanca, o con algún médico de verdad, que hiciese horas extras para ganarse una buena pasta. Neurath era uno de los médicos de verdad…, muchos doctores hacían esos trabajitos. Pero aún seguía siendo un crimen, según las leyes del momento, y por consiguiente resultaba una excelente fuente de extorsión para el departamento.

»Había un grupo de abortistas conocidos…, acostumbrábamos a llamarlos el Club del Raspado, que serían unos veinte doctores, más o menos, distribuidos por toda la ciudad, tipos respetables, con consultorios establecidos. Nos pasaban un porcentaje de sus beneficios, a cambio de la protección de antivicio, y la garantía de que nadie del Club seria detenido. Funcionaba. Hubo un tipo, un osteópata del Valle, que trató de quitarle la clientela a uno de los miembros del Club, a base de cobrar la mitad que ellos por raspada. Una semana después de que empezase, lo cazaron… empleando a una mujer policía que, casualmente, estaba en cinta. Le fue negada la libertad condicional, y lo metieron en una celda de la cárcel del condado, con unos cuantos de los peores presos. Mientras él estaba en chirona, alguien prendió fuego a su consultorio, y otro alguien le dio un susto a su hija, mientras caminaba de vuelta a casa, desde la escuela.

– Muy bonito -comentó Milo.

– Así es como eran las cosas entonces, Pelma. ¿Estás seguro de que son mucho mejores ahora?

– ¿Estás seguro tú de que este Neurath era miembro del Club?

– Lo sé con seguridad, porque fui a recoger pasta a su oficina, una suite muy lujosa y grande, en Wilshire, cerca de Western. -Se detuvo, miró a Milo-. Sí, cierto, yo también hice de recadero. No es que fuese mi jodido trabajo favorito, pero ya tenía bastantes cosas propias con las que comerme el coco, sin necesidad de preocuparme porque alguien le sacase un soborno a otro alguien por permitir algo que, de todos modos, iba a suceder. Infiernos, ahora una cría puede entrar en una clínica y salir raspada media hora después. Así que, ¿por qué demonios era un delito entonces?

Milo le dijo:

– Sigue hablando.

Crotty le lanzó una mirada agria.

– Llevábamos a cabo esos negocios fuera de su horario de visitas, cuando no había nadie. Yo subía en ascensor a su consultorio, me aseguraba de que estaba solo, y hacía una llamada convenida a su puerta. Una vez dentro, ninguno de los dos hablaba… fingíamos que aquello no estaba sucediendo. Él me entregaba una bolsa marrón, yo lo contaba por encima y me largaba.

– ¿Qué clase de doctor era?

– Tocólogo. Resulta irónico, ¿no? Lo que Neurath traía al mundo, Neurath podía llevárselo al otro.

– ¿Y qué hay de él y la Lanier?

– Una tarde, después de haber recogido el botín, fui a un sitio chino que había en la misma manzana, para tomarme un poco de moogoo y vino de arroz, antes de regresar a la comisaría. Estaba sentado en una de las mesas de atrás, cuando va y entra en el local Neurath, con una tía imponente, rubia platino. El restaurante estaba muy oscuro, así que no me vieron. Ella lo llevaba cogido del brazo y parecían muy acaramelados. Se pusieron en una mesa al otro lado de la sala, sentaditos muy juntos, hablando con mucha intensidad. La vieja historia de la paciente que se liga a su doctor, sólo que esta nena tenía un aspecto realmente elegante, no era ninguna furcia. Unos minutos más tarde ella se levantó para ir al lavabo de señoras y pude darle una buena mirada a la cara. Fue entonces cuando la reconocí…, de la fiesta de Belding. Aquel día de la fiesta, ella llevaba un vestido de noche negro: sin espalda, con poco por delante, y con muchos adornos en visón. Por lo del visón, yo había supuesto que debía ser una nena de casa bien. Se me había quedado clavada en el coco porque era una señora impresionante, realmente sensacional. Una cara perfecta, un cuerpo delicioso. Pero elegante, con clase.

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