Cambió la mirada hacia mí.
– También tengo sentimientos hacia las hembras, doctor Psicología. Probablemente, aprecio esa especie mucho más que la mayoría de sementales hétero.
– ¿Y qué más? -le interrumpió Milo.
– Nada más. Se tomaron un par de tragos, se arrullaron, luego se marcharon… sin duda camino de algún motel. Nada de sensacionales revelaciones. Luego, más o menos un año después, la cara de la tía buena aparece en todos los papeles. Y, cuanto más averiguo del asunto, más me pica la curiosidad.
Tosió de nuevo, se rascó la tripa.
– Fue cuando aquella aprehensión de droga, con el tiroteo. A ella la mataron, junto a un tipo que resultó ser su hermano. Los periódicos los describieron a ambos como camellos de los importantes. Ella estaba contratada como actriz por el estudio de Belding…, jamás hizo ni una sola película, y había serias sospechas de que el contrato no fuese otra cosa que una tapadera. Y eso que hay que tener en cuenta que la mayoría de los actores casi nunca trabajaban. Además, ella había sido una de las chicas de las fiestas. De todo eso, ni palabra en los diarios. El hermano también trabajaba en el estudio, como maquinista. Los dos eran pececillos pequeños. Y, sin embargo, tenían para pagar el alquiler de un apartamento de lujo en Fountain, de diez habitaciones nada menos; tenían un coche de lujo, y se estaban pegando una jodida vida padre. Los periódicos si que le sacaron mucha punta a esto, describiendo detalladamente las pieles y joyas de ella, y cómo los dos habían llegado muy lejos, para ser una pareja de pelagatos llegados de un pueblecito de Texas. El verdadero nombre de ella era Eulalee Johnson. Y el hermano era un matoncillo con muy mala leche, de nombre Cable, que acostumbraba a extorsionar corredores de apuestas de tres al cuarto, y sacarles las perras a las putas de la calle, pero que nunca había llegado muy lejos. Pececillos pequeños en todo. O sea que de camellos importantes poco podían tener, ¿eh, Pelma? Pero el departamento se lo dijo a los periódicos, y los periódicos se tragaron la bola sin pestañear. En su casa hallaron trescientos de los grandes en heroína… lo que era una cantidad increíble en aquellos días. Total, que el ciudadano medio tragó también.
– Tú no.
– Infiernos, no. Nadie que estuviera colocando tanta nieve al sur de Fresno lo hacía sin estar contactado con la Mafia… con Cohen o con Dragna. Y, desde luego, no lo hacía un par de pelagatos texanos surgidos de la nada. Comprobé la ficha del hermano: borracheras, escándalo público, conducta deshonesta, robos… de ésos con intimidación. Tonterías. Nada de relaciones con alguien…, nadie en la calle le había visto con un petardo en el bolsillo. Todo aquello olía mal. Y el que hubiesen sido Hummel y DeGranzfeld los autores del tiroteo, aún hacía que el hedor fuese más fuerte.
– ¿Y por qué estabas husmeando eso, Ellston?
Crotty sonrió.
– Siempre estaba buscando cosas con las que poder presionar, Pelma. Pero aquello me daba miedo, no quería tocarlo. Y sin embargo, lo tenía cruzado en la garganta, no me lo podía tragar. Y, ahora, tú estás removiendo esa mierda otra vez. ¿No es maravilloso?
– ¿Cómo empezó la operación? -preguntó Milo.
– Supuestamente, alguien dio a Narcóticos Metropolitanos un chivatazo telefónico acerca de que había un buen mogollón en el apartamento de Fountain, y fueron Hummel y DeGranzfeld los que cogieron el teléfono. Se llevaron a un par de coches patrulla de apoyo, pero dejaron a los uniformados esperando fuera, mientras ellos entraban a comprobar. Todo está tranquilo en el frente, hasta que bang, bang, bang. Los uniformados entran a la carrera: encuentran a los dos Johnson en el suelo de la sala de estar, cosidos a balazos, y a Hummel y DeGranzfeld contabilizando todo ese montón de droga. La versión del Departamento es que llamaron a la puerta, fueron recibidos con disparos de armas de fuego, derribaron la puerta y entraron al asalto, con las pistolas escupiendo plomo. Bonito, ¿no? Una chica que hace de puta para fiestas y un delincuentillo de nada enfrentándose a tiros a los superhombres de Narco.
– ¿No hubo investigación interna respecto al tiroteo? -preguntó Milo.
– Qué chistoso eres Milo.
– ¿Ni siquiera habiendo muerto una mujer? La opinión pública acostumbra a ser muy remilgada acerca de eso.
– Esto era en el 1953, con todo lo de McCarthy y sus actividades antiamericanas, en pleno pánico por la invasión de las drogas. El ciudadano medio estaba histérico, viendo camellos en el patio de cada escuela. Y el Departamento hizo pasar a la Lanier por una chica mala de las de armas tomar. La jodida esposa de Satanás. No sólo no se investigó a Hummel y a Vicky el Pegajoso, sino que se convirtieron en héroes instantáneos: el alcalde les impuso medallas.
Aquello era en 1953. Justo antes de que Leland Belding se hubiera convertido en un playboy.
El año del nacimiento de Sharon y Shirlee.
– ¿Dejó algún hijo Linda Lanier? -pregunté.
– No -afirmó Crotty-. De eso me acordaría. Ese tipo de cosa hubiera aparecido en los periódicos: interés humano y todo eso. ¿Por qué? ¿Es que hay familiares que buscan vengarse?
– ¿Vengarse de quién? -preguntó Milo.
– De Belding. Esa aprehensión falsa de droga llevaba escrito su nombre.
– ¿Por qué dices eso?
– Hummel y DeGranzfeld eran sus chicos en la policía; Lanier era una de las nenas de sus fiestas… y el pagar el alquiler de un sitio como ése de Fountain hubiera representado para él algo así como lo que nos gastamos tú y yo en tomarnos un café. Y la Lanier puede que hubiese sido algo más que una simple chica para las fiestas…, se la había visto entrar en las oficinas privadas de Belding en los estudios, quedarse un par de horas, y salir radiante. Esto es algo que sabían hasta los botones de las oficinas… pero eso tampoco salió en los periódicos. Supongo que debía de haber algo entre ellos, que ella debió de ofender a Belding gravemente, y que él decidió sacársela de en medio.
– ¿Ofenderle? ¿Cómo? -quiso saber Milo.
– ¿Quién sabe? Quizá le presionó respecto a algo. Quizás el estúpido de su hermano intentó extorsionar a alguien que no debía.
– El doctor… Neurath… pudo haber sido el protector de la Lanier -supuso Milo.
Crotty negó con la cabeza.
– Neurath tenía problemas de dinero. Su esposa era una jugadora empedernida; estaba siempre entrampado con los prestamistas. Por eso empezó a trabajar horas extras en lo de los abortos. Y una cosa más: el edificio de Fountain en el que vivía la Lanier era propiedad de Belding.
Milo y yo nos miramos.
– Hubo un tiempo en que el muy bastardo era dueño de medio L. A. -dijo Crotty.
– Neurath era tocólogo -dije-, quizá Linda Lanier hubiera ido a visitarse.
– ¿Preñada? -dijo Crotty-. ¿Poniendo a Belding en la trampa de la paternidad? Seguro, ¿por qué no?
– ¿Cuánto tiempo después del tiroteo abandonaron el cuerpo Hummel y Decomosellame? -preguntó Milo.
– No mucho después, quizá un par de meses. Y eso a pesar de que ambos habían sido promocionados y condecorados. Ahora, decidme más cosas de esa película en la que trabajaban Neurath y Lanier.
– Era una de esas historias de doctores y pacientes -le expliqué-. El doctor no sabía que lo estaban filmando.
– Más extorsiones -dijo Milo-. ¿El hermano?
– Podría ser -aceptó Crotty.
– ¿Para qué querrían chantajear a Neurath?
– ¿Quién sabe? Tal vez por lo del Club del Raspado, quizá por el problema de juego de la esposa. Cualquiera de las dos cosas podría haber dado al traste con su reputación, tenía una clientela de la buena sociedad, remilgadas matronas obesas de Hancock Park, esperando abrirse de patas en su sillón de examen.
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