Jonathan Kellerman - Compañera Silenciosa

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Un día en una fiesta, el psicólogo infantil Alex Delaware se reencuentra con un viejo amor, Sharon Ransom. Ella solicita su ayuda, pero Alex, demasiado embebido en sus propios asuntos sentimentales, no le hace caso. Dos días más tarde, Sharon se suicida. Alex no puede dejar de sentirse responsable de la desesperada decisión de Sharon.
Y en parte por ello, en parte por resolver los enigmas de aquella relación -la mayoría creados por la oscura personalidad de Sharon- el psicólogo se embarca en una investigación en la que el dinero, el azar de los genes y un pasado trágico configuran el escenario de una prolongada orgía de sexo, dominio y manipulación psicológica al servicio de los menos nobles impulsos del ser humano.

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Miró dentro de la taza, como para leer el futuro en las hojas, como hacen las gitanas.

– He trabajado demasiado duro para llegar hasta aquí y ver cómo una ninfómana lo echa todo a perder. Así que no, no voy a llamar a ninguno de los hombres que se tiró, para ver cómo les ha afectado su muerte. Son todos grandecitos…, pueden soportarlo. Probablemente ya lo hayan convertido mentalmente en una conquista, y se crean unos machos irresistibles. Déjelo dormir usted también, doctor Delaware. Déjelo enterrado.

Había ido alzando la voz. La gente la estaba mirando. Se dio cuenta y la bajó.

– De todos modos, ¿cómo puede llegar a convertirse en terapeuta una persona así? ¿Es que nadie hace comprobaciones?

– No las suficientes -le contesté-. ¿Y cómo reaccionó ella cuando usted la enfrentó a los hechos?

– De un modo muy extraño. Se me quedó mirando con esos grandes ojazos azules, toda ella inocencia, como si no supiese de qué estaba hablando; luego empleó conmigo todos los trucos profesionales, como si estuviese tratando de hacerme la terapia a mí. Cuando yo hube terminado, se limitó a decirme: «Lo siento», y se marchó. Sin explicaciones, sin nada de nada. Al día siguiente la vi llevándose cajas de la oficina.

– Como su supervisor, Kruse era responsable de ella. ¿Habló usted con él?

– Lo intenté. Debo de haberle llamado unas veinte veces. Incluso le eché mensajes por debajo de la puerta. Nunca me contestó. Me cabreé mucho, pensé en ponerle un pleito. Pero al final me dije «al diablo con todo», y lo dejé correr.

– El nombre de él sigue aún en la lista de los inquilinos. ¿Acaso trabaja aquí?

– Como ya le he dicho, jamás lo he visto. Y, cuando lo andaba buscando, hablé con el conserje, y me dijo que él tampoco lo había visto nunca. Apostaría diez contra uno a que Kruse montó este despacho para ella. Probablemente también se acostaba con él.

– ¿Por qué dice eso?

– Porque ella conseguía lo que quería de los hombres jodiendo, ¿no? Ése era su sistema. Probablemente también consiguió su título en la cama.

Pensé en ello, y me perdí en mis pensamientos.

Ella me preguntó:

– No va a seguir con eso de buscar a sus pacientes para hablar con ellos, ¿verdad?

– No -le contesté, tomando en ese momento la decisión-. Lo que me ha dicho da otra luz a las cosas. Pero deberíamos hacer algo acerca de Rasmussen. Es una bomba de tiempo.

– Que estalle por sí mismo… ¡y que se vaya al infierno!

– ¿Y si le hace daño a alguien?

– ¿Y qué es lo que puede hacer usted para impedirlo?

No tenía respuesta a eso.

– Escuche -me dijo-. Quiero que una cosa quede muy clara: yo me quedo fuera… fuera de toda la mierda, fuera de las preocupaciones. ¿Lo entiende?

– Lo entiendo.

– Desde luego, espero que realmente lo entienda. Si usa algo de lo que le he dicho para relacionarme con ella, negaré haberlo dicho. Los historiales de los pacientes que Sharon visitó ya han sido destruidos. Si menciona mi nombre, le pondré un juicio por vulnerar un tema confidencial.

– Tómeselo con calma -le dije-. Ya ha dejado muy claro su punto de vista.

– Desde luego, eso espero. -Me arrancó la nota de la mano y se puso en pie-. Yo pagaré mi parte, gracias.

11

Sesiones de seguimiento gratuitas. Aquello me devolvía a la memoria algo que me había esforzado mucho en olvidar. Conduciendo hacia casa, me pregunté cuántos hombres habrían sido víctimas de Sharon, cuánto tiempo llevaba sucediendo aquello. Ahora, me resultaba imposible imaginar a un hombre en su vida sin suponerle una relación carnal.

Trapp. El ricachón. D. J. Rasmussen. ¿Todos ellos víctimas?

Me intrigaba, especialmente, Rasmussen. ¿Seguía relacionado con ella en el momento de su muerte? Eso podría explicar por qué le había causado tanto impacto su pérdida. Por qué se había emborrachado hasta quedar estupefacto, y peregrinado hasta la casa.

Encontrándose allí con otro peregrino: conmigo.

De todos modos, ¿cómo puede llegar a convertirse en terapeuta una persona así? ¿Es que nadie hace comprobaciones?

Yo no había efectuado ninguna comprobación cuando ella había formado parte de mi vida, pero ya hacía tiempo que había racionalizado esto diciéndome a mí mismo que yo había sido joven e inocente, demasiado inmaduro para hacer otra cosa mejor que lo hecho. Y, sin embargo, hacía tan sólo tres días, me había sentido muy excitado por ella y dispuesto a volverla a ver. Dispuesto a empezar… ¿qué?

El que hubiese anulado mi cita con ella me era de poco consuelo. ¿Qué hubiera pasado si me hubiera llamado, con emoción en la voz, para decirme lo maravilloso que yo era? ¿Hubiera resistido al notarme necesitado? ¿Me hubiese negado a tener la oportunidad de saber cuál era su «problema», y quizás a solucionarlo?

No tenía una respuesta honesta. Lo que ya indicaba mucho sobre mi buen juicio. Y mi salud mental.

Caí de nuevo en las dudas sobre mí mismo, dudas que socavaban mi propia estima y que yo había creído resueltas durante mi terapia de entrenamiento: ¿qué derecho tenía yo a moldear otras vidas, cuando no podía ni enderezar la mía propia? ¿Qué era lo que hacía de mí un experto en los hijos de los demás, cuando nunca había criado a uno propio?

El doctor Experto. ¿A quién demonios estaba engañando?

Recordé la sonrisa de madrina de mi terapeuta: Ada Small, voz suave, acento de Brooklyn, ojos dulces. Aceptación incondicional: incluso los mensajes duros estaban en ella endulzados por la amabilidad…

… Alex, tu fuerte necesidad de estar siempre controlando, no es una cosa tan mala, pero, en un cierto momento la tendremos que examinar…

Ada me había llevado por un largo camino; había tenido suerte de ser asignado a ella. Ahora éramos colegas, que nos recomendábamos mutuamente, que discutíamos pacientes; hacía tiempo que no me había relacionado con ella como paciente. ¿Podría volver alguna vez a enseñarle mis cicatrices?

Sharon no había tenido tanta suerte con quien le había sido asignado: Paul Peter Kruse. Un adicto del poder. Pornógrafo. Fustigador de sumisas. Apenas si podía imaginarme lo que debía de haber sido la terapia con él. Y, sin embargo, ella había seguido mucho tiempo con él, tras graduarse, siempre como su ayudante, en lugar de sacarse su propia licencia.

Haciendo sus cochinadas en el lugar que él había alquilado. Esto decía casi tanto de ella como lo decía de él, y me pregunté quién sería el que llevaría la voz cantante en su relación.

Explotadores. Víctimas.

Pero su última víctima había sido ella misma. ¿Por qué?

Me obligué a mí mismo a dejar de pensar en aquello y traté de llenar mi mente con el rostro de Robin. Sin importar como fueran a acabar las cosas, lo que una vez tuvimos fue real.

En el mismo momento en que llegué a casa, llamé a San Luis Obispo.

– Hola.

– Hola, Robin.

– ¿Alex? Ma me dijo que habías llamado. Traté de ponerme en contacto contigo muchas veces.

– Acabo de volver. Tu Ma y yo tuvimos una encantadora conversación.

– Oh. ¿Te dio un mal trago?

– Nada fuera de lo normal. Pero lo importante es, ¿cómo te está tratando a ti?

Se rió.

– Puedo soportarlo.

– ¿Estás segura? Suenas como agotada.

– Estoy agotada, pero eso no tiene nada que ver con ella. Ha resultado que Aaron es un chillón… y Terry se pasa la noche en pie, así que he estado sustituyéndola… En toda mi vida nunca había estado tan exhausta.

– Bien. Quizás así añores los viejos tiempos y regreses.

Silencio.

– De cualquier modo -le dije-, creí que debía llamarte y preguntarte cómo te iban las cosas.

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