Jonathan Kellerman - Compañera Silenciosa

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Un día en una fiesta, el psicólogo infantil Alex Delaware se reencuentra con un viejo amor, Sharon Ransom. Ella solicita su ayuda, pero Alex, demasiado embebido en sus propios asuntos sentimentales, no le hace caso. Dos días más tarde, Sharon se suicida. Alex no puede dejar de sentirse responsable de la desesperada decisión de Sharon.
Y en parte por ello, en parte por resolver los enigmas de aquella relación -la mayoría creados por la oscura personalidad de Sharon- el psicólogo se embarca en una investigación en la que el dinero, el azar de los genes y un pasado trágico configuran el escenario de una prolongada orgía de sexo, dominio y manipulación psicológica al servicio de los menos nobles impulsos del ser humano.

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Los crímenes habrían tenido lugar durante un período de cinco años, durante los cuales el acusado sirvió como sargento en la División de Hollywood del Departamento, y pudieron haber continuado mientras era teniente de la División de Ramparts y la División del Oeste de Los Ángeles; lugar éste en donde fue ascendido a capitán, el año pasado, tras un repentino ataque al corazón del anterior capitán, Robert L. Rogers.

Mientras estaba en Hollywood, el nombre de Trapp también fue mencionado, en el año 1984, en conexión con el escándalo de los robos cometidos por agentes que, durante sus patrullas, rompían los cristales de las ventanas de la parte trasera de tiendas, poniendo así en funcionamiento las alarmas de robo, para luego informar a la emisora de la policía que ellos se estaban haciendo cargo de la emergencia. A continuación, estos agentes se dedicaban a desvalijar el local, utilizando sus propios coches de patrulla para llevarse el botín, tras lo que archivaban falsos informes de robo. Aunque media docena de agentes fueron considerados sospechosos en este caso, sólo dos de ellos fueron acusados, juzgados y condenados a cumplir penas en la Prisión de Chino. No se presentaron cargos contra Trapp, que en aquel momento fue calificado por la Fiscalía como «un testigo cooperador».

En lo que respecta al actual caso, se acusó a Trapp de atraer a scouts del sexo femenino a su despacho, bajo el engaño de ofrecerles «consejos de carrera», y luego doblegarlas con vino, cerveza, «cócteles preparados en lata» y marihuana, antes de hacerles propuestas sexuales. Acusaciones de haber sido manoseadas habían sido hechas en trece casos; habiendo llegado al coito en sí, supuestamente, al menos, con siete de las muchachas, de edades que iban de los quince a los diecisiete años. Y, aunque el Tribunal Disciplinario se negó a especificar qué le había llevado a investigar a Trapp, una fuente de la Policía informa de que una de las víctimas, que había sufrido problemas emocionales debidos al hecho de haber sido molestada sexualmente por el Capitán, había sido llevada a consejería, y, durante la misma, le habría revelado a su terapeuta lo sucedido. Este terapeuta, por su parte , habría informado a Servicios Sociales, quien a su vez dio parte al D.P.L.A.

Luego, otras varias de las víctimas corroboraron las acusaciones contra el policía. Sin embargo, ninguna de las muchachas se mostró dispuesta a testificar ante un tribunal, llevando al fiscal del Distrito a concluir que era «poco probable», que pudiera lograrse la condena de Trapp, caso de ser llevado ante los tribunales.

Cuando se le sugirió que el arreglo equivalía a una simple palmadita en la cara de una persona que podría haber sido condenada a una considerable pena, el presidente del Tribunal, comandante Walter D. Smith, afirmó que: «El Departamento desea dejar bien claro que no tolerará una conducta sexual reprobable por parte de ningún policía, sin importar lo alto que sea su rango. No obstante, podemos comprender las necesidades emocionales de las víctimas, y no podemos forzar a esas chicas a pasar por el trauma psicológico de tener que testificar. La acción de hoy del Tribunal garantiza que este hombre no volverá a trabajar en el mantenimiento de la Ley, y que perderá cada centavo que se ganó como miembro de la Policía. A mí, me parece que eso ya es un buen castigo».

El abogado de Trapp, Thatcher Friston, rehusó revelar los planes futuros de su cliente, y se limitó a decir que se cree que el capitán caído en desgracia «abandonará el estado, quizá incluso el país, para ponerse a trabajar en la agricultura. El señor Trapp siempre ha estado interesado en la cría de gallinas; quizás ahora tenga la posibilidad de intentar llevar a cabo esa experiencia».

Lo leí una vez más, arranqué la página del diario, y la doblé para hacer un aeroplano de papel. Cuando finalmente logré meter el avión en el retrete, me largué del motel.

Me fui a casa, y me sentí como un nuevo inquilino, y casi como un hombre nuevo. Y estaba sentado en mi escritorio, preparado para abrirme camino por entre los papeles acumulados, cuando sonó una llamada en la puerta delantera.

Abrí. Era Milo, que llevaba colocada su galleta de identificación de la policía colgando de la solapa de un traje marrón que hedía a nube de humo de tabaco de interior de comisaría, y estaba mirándome con mala cara.

– ¿Dónde infiernos has estado?

– Fuera.

– ¿Dónde fuera?

– No quiero hablar de eso, en este momento.

– De todos modos, háblame de ello.

No dije nada.

– ¡Jesús! -exclamó-. Se suponía que tenías que hacer unas llamadas por teléfono; hacer el trabajo sin peligros, ¿recuerdas? Y, en cambio, desapareces. ¿Es que no has aprendido ni una maldita cosa?

– Lo siento, Mamá. -Y luego, cuando vi la expresión de su rostro, añadí-: Hice las cosas sin peligro, Milo. Luego desaparecí. Dejé un mensaje en mi servicio de contestador telefónico.

– Cierto, muy tranquilizador. -Se tapó la nariz con dos dedos-: El doctor Delaware estará ausente un par de días. -Se la destapó-. ¿Y a dónde ha ido, encanto? -Se la volvió a tapar-. No lo dijo.

– Necesitaba irme de aquí -le expliqué-. Estoy bien. Jamás estuve en peligro.

Maldijo, se dio un puñetazo en una palma, trató de usar su altura en su ventaja, alzándose por encima de mí. Regresé a la biblioteca y él me siguió allí, rebuscando profundamente en el bolsillo de su americana y sacando un arrugado trozo de periódico.

Mientras comenzaba a desarrugarlo, le dije:

– Ya lo he visto.

– Seguro que sí. -Se apoyó en mi escritorio-. ¿Cómo, Alex? ¿Cómo joder…?

– Vamos, vamos.

– ¿Cómo, de repente es hora de jugar al escondite?

– No deseo hablar de eso en este momento.

– Adiosito, Cyril -dijo, al techo-. Por primera vez en mi vida, los deseos se hacen realidad… es como si tuviera al jodido genio de la lámpara. El problema es que no sé qué aspecto tiene, ni lo que he de frotar para que aparezca.

– ¿Es que no puedes aceptar la buena fortuna? ¿Recostarte en el sillón y disfrutar?

– Me gusta buscarme yo mismo mi buena fortuna.

– Haz una excepción.

– ¿Podrías hacerlo tú?

– Espero que sí.

– Vamos, Alex, ¿qué está pasando? En un momento estamos hablando de un modo puramente teórico, al siguiente Trapp está hundido hasta el cuello en mierda, y nadie le echa una mano.

– Trapp es sólo una pequeña parte del asunto -le dije-, pero en este momento no deseo pintarte todo el cuadro.

Me miró, se levantó y se fue a la cocina, volviendo con un cartón de leche y un pastelillo ya rancio. Arrancando un pedazo del pastelillo y pasándoselo con leche, me dijo al fin:

– Sólo es una suspensión temporal de la condena, amigo. Pero un día, y pronto, vamos a tener una pequeña charla amistosa.

– No hay nada de lo que charlar, Milo. Es tal cual me dijo en una ocasión un experto: no hay pruebas, nada real.

Me siguió mirando un rato más, antes de que su rostro perdiese la dureza.

– Vale -me dijo-. Ya lo capto. No hay un modo simple de empaquetarlo todo y ponerle una cintita. Es el típico caso de la pillada de cojones con la Justicia: tú querías tener un romance con la señora de los ojos vendados, y descubriste que no podías llegar hasta el final. Pero infiernos, ya te encontraste con este tipo de cosas en tus estudios, así que deberías ser capaz de enfrentarte ahora a ellas.

– Te lo haré saber cuando me convierta en un adulto.

– ¡Que te den por el culo, so Peter Pan! -Y luego-: ¿Cómo te va, Alex? En serio.

– Bien.

– Dentro de lo que cabe.

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