– Lo que pienso es que llevas razón. Y también pienso que quizá nunca lleguemos al fondo del asunto. Hay gente que lleva treinta años en la tumba. Y todo depende de que Belding sea el papaíto., ¿Cómo infiernos vamos a verificar eso?
– No lo sé.
Paseó un poco más, nerviosamente, y dijo:
– Volvamos, por un segundo, al aquí y ahora: ¿por qué se mató la Ransom?
– Quizá fuera por pena, a causa de la muerte de Kruse. O quizá no fuese un suicidio. Sé que no tengo pruebas…, es sólo una hipótesis.
– ¿Y qué me dices de los asesinatos de los Kruse? Como ya hemos comentado, no se puede decir que Rasmussen sea el típico asesino a sueldo que contrata una gran empresa.
– La única razón por la que le hemos colgado esas muertes a Rasmussen es porque más o menos para cuando asesinaron a los Kruse él habló de haber hecho cosas terribles.
– No sólo por eso -me recordó-. Ese jodido tenía un historial de violencia, mató a su propio padre. Además, me gustó toda esa cháchara de psico que me largaste, aquello de volver a matar a su propio padre y blablablá.
– Parafraseando a un experto, eso no son pruebas, amigo. Dado el historial de Rasmussen, cosas terribles podría significar cualquier cosa.
– Es una jodida pescadilla mordiéndose la cola -comentó-. Un círculo vicioso que da vueltas y vueltas.
– Hay alguien que podría aclarárnoslo.
– ¿Vidal?
– Que está vivito y coleando en El Segundo.
– Cierto -dijo Milo-. Sólo tenemos que presentarnos en su oficina y decirle al ayudante de la asistente de la subsecretaria de su secretaria que queremos ver al Gran Jefe… para tener con él una charla amistosa acerca de niñas abandonadas, chantajes, reclamaciones de herencias y asesinatos múltiples.
Alcé las manos al cielo y fui a buscar una cerveza para mí.
– No te cabrees -me gritó a la espalda-. No estoy tratando de patearte tu castillo de naipes, sólo intento mantener las cosas en el terreno de la lógica.
– Lo sé, lo sé. Es que resulta jodidamente frustrante.
– ¿El qué? ¿Como murió ella, o las cosas que hacía mientras estaba viva?
– Ambas cosas, sargento Freud.
Usó un dedo para dibujar una cara sonriente en el vaho de su vaso.
– Hay algo más: la foto de la gemela. ¿Qué edad tendrían las niñas en ella?
– Sobre los tres años.
– Así que no fueron separadas a su nacimiento, Alex. Lo que significa que, o bien alguien cuidó de ambas, o bien las dos les fueron dadas a los Ransom. Así que, ¿qué infiernos le pasó a la hermana?
– Helen Leidecker no mencionó a una segunda niña que hubiera vivido en Willow Glen.
– ¿Se lo preguntaste?
– No.
– ¿Mencionaste la foto?
– No. Ella me parecía…
– ¿Honesta?
– No. Simplemente, es que no surgió el tema.
No dijo nada.
– Vale -comenté-. Suspéndeme en Primero de Interrogatorios.
– Tranquilo -dijo-. Sólo estoy tratando de hacerme una imagen clara.
– Si la logras, compártela conmigo. ¡Maldita sea, Milo, quizá la jodida foto ni siquiera era de Sharon y su hermana! ¡Ya no sé qué infiernos es real y qué no lo es!
Me dejó echar humo un poco, y luego me dijo:
– El sugerirte que lo dejes correr todo sería una estupidez, supongo.
Ni le contesté.
– Antes de que caigas en el autodesprecio, Alex, ¿por qué no te limitas a hacerle una llamada a esa mujer, la Leidecker? Pregúntale acerca de la foto, y si tiene alguna reacción rara, ésa será la prueba de que no es la Honesta Maestra Rural. Lo que podría significar más labor de enmascaramiento…, como pudiera ser muy bien, en el caso de que la gemela hubiera sufrido esos daños bajo circunstancias sospechosas y ella estuviera tratando de encubrir a alguien.
– ¿A quién, a los Ransom? No los veo abusando de una niña…
– No abusando de ella, sino descuidándola. Tú mismo has dicho que no estaban hechos para ser padres, que apenas si podían ocuparse de una niña. Les hubiera resultado imposible enfrentarse con dos. ¿Y si hubieran vuelto la espalda justo en el mal momento, y la gemela hubiera sufrido un accidente?
– ¿Como, por ejemplo, ahogarse?
– Por ejemplo.
La cabeza me giraba sin parar. Me había pasado la noche dando vueltas en la cama, y seguía sin salir del remolino…
Milo se inclinó hacia mí y me dio unas palmadas en el hombro.
– No te preocupes. Aunque no podamos llevarlo a los tribunales, siempre podemos vendérselo a los estudios. Mostrarle a Dickie Cash cómo se coloca un guión.
– Llama a mi agente -le dije.
– Que tus abogados llamen a los míos y prepararemos un contrato.
Me obligué a sonreír.
– ¿Has comprobado ya el registro de nacimientos de Port Wallace?
– Aún no. Si tienes razón en lo de que la Lanier se debió de ir a algún lugar tranquilo a dar a luz, su pueblo era el sitio perfecto…, eso suponiendo que jamás hubiera leído a Thomas Wolfe. ¿Qué te parece si haces una llamada allí y ves lo que puedes conseguir? Empieza con la Cámara de Comercio y averigua los nombres de los hospitales que estuviesen ya funcionando en 1953. Si tienes suerte y aún conservan los archivos, alguna mentirijilla te permitirá fisgonear en los mismos… diles que eres algún tipo de burócrata. Harán lo que sea para librarse de ti. Y si no sacas nada, prueba suerte con el Registro Civil del Condado.
– Llama a Helen, llama a Port Wallace. ¿Alguna misión más, señor?
– Oye… si quieres jugar al investigador privado, tienes que acostumbrarte al trabajo tedioso.
– ¿El trabajo no peligroso?
Soltó un bufido.
– ¡Maldita sea, eso es, Alex! Recuerda el aspecto que tenían los Kruse y esa chica, la Escobar. Y lo deprisa que se largaron los Fontaine hacia las paradisíacas Islas de los Cocoteros. Si tienes razón sólo en la décima parte de lo que has pensado, nos estamos enfrentando a una gente que tiene unos brazos muy largos.
Hizo un círculo con el índice y el pulgar, y soltó el primer dedo como si estuviera echando una mota de polvo.
– ¡Puf! La vida es frágil… eso es algo que me enseñaron en Filosofía, en el Bachillerato. Quédate en casa, no dejes las puertas abiertas. No aceptes caramelos de un desconocido.
Aclaró su bol, lo puso en la escurridora. Me saludó y se dispuso a marcharse.
– ¿Y a dónde vas tú?
– Hay algo de lo que debo ocuparme.
– ¿El algo que te ha impedido llamar a Port Wallace? ¿Acaso es andar al acoso del Trapp silvestre?
Me puso mala cara.
– Rick me aseguró que lo vas a cazar.
– Rick debería ocuparse solamente de lo suyo: abrir en canal a la gente, por diversión y por dinero. ¡ Ajá, se la tengo jurada a ese cabrón, y le he encontrado un punto débil: además de sus otras virtudes, tiene una cierta afición por las hembras que todavía no han llegado a la mayoría de edad!
– ¿Como cuánto antes de llegar a la mayoría?
– Quinceañeras, justo lo bastante crías como para que sea ilegal. Cuando estaba allá en la División de Hollywood se había metido, hasta las cejas, en la organización de los Scouts de la Policía… se ganó una felicitación del Departamento por servicios más allá de lo que manda el deber y blablablá. Parte de estos servicios consistían en facilitarles enseñanza privada a algunas de las scouts más desarrolladitas físicamente.
– ¿Y cómo has averiguado eso?
– La fuente clásica: un antiguo empleado, con quejas hacia su ex-jefe. Una agente hispana, que se graduó en la Academia un par de cursos después que yo. Acostumbraba a trabajar en la Sala de Pruebas de la División de Hollywood, se tomó el permiso reglamentario para tener un hijo y, cuando regresó, Trapp le hizo tan perra la existencia, que optó por acogerse al retiro anticipado, alegando estrés. Hace unos años me la encontré en el centro, en el día en que tenía su última entrevista para lo del retiro. Y ahora, mientras me devanaba los sesos para tratar de hallar algo con que agarrar a Trapp, la recordé. Realmente lo odiaba. Busqué su dirección, y le hice una visita: está casada con un contable, tiene un crío gordito, y un piso muy majo, de dos niveles, en Simi Valley. Pero, aun así, tras todos estos años al hablar de Trapp se le salían los ojos de las órbitas. Él solía meterle mano, hacer comentarios racistas… de cómo las chicas mexicanas acostumbraban a perder la virginidad antes que los dientes de leche, de lo que realmente significa ser un espalda mojada… todo ello dicho con un acento de mexicano de película cómica.
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