Jack Higgins - El Aguila Emprende El Vuelo

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El Aguila Emprende El Vuelo: краткое содержание, описание и аннотация

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Liam Devlin se enfrenta a un reto casi imposible: rescatar al hombre que intentó matar a Churchill. 1943. El coronel Kurt Steiner ha sobrevivido a su arriesgado golpe de mano contra Churchill. Prisionero en un lugar secreto, se ha convertido en un rehén incómodo para los británicos… y en una baza apetecible para sectores de la jerarquía nazi.Hay que rescatar a Steiner, y sólo Liam Devlin puede hacerlo. Éste urdirá un plan sutil, imaginativo y muy peligroso. De principio a fin, el éxito de la operación penderá de un hilo, tan extremadamente fino que cualquier cosa puede romperlo.

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– Coronel, es un placer -dijo Asa estrechándole la mano a Steiner.

– ¿Por qué no vamos todos al salón y tomamos una taza de café? -sugirió Lavinia-. Acabo de hacerlo.

– Una idea encantadora -dijo Munro.

– Lo que le guste y lo que consiga son dos cosas bien diferentes, brigadier -le dijo Devlin-. De todos modos, si ya está hecho no le hará ningún daño. Cinco minutos más y ya nos habremos marchado.

– Yo no estaría tan seguro. Tendré que comprobar cuál es la situación en Chernay -le dijo Asa al tiempo que se dirigían al salón-. Cuando me marché, el tiempo era allí tan malo como lo es aquí.

– Sólo nos faltaba eso -dijo Devlin. Ya en el salón empujó a Munro hasta sentarlo en un sillón junto a la chimenea y miró a Maxwell Shaw con asco-. Por Cristo, si se encendiera una cerilla cerca de él se prendería fuego.

– Realmente, ha pillado una buena -dijo Asa.

Shaw despertó y abrió los ojos.

– ¿Qué pasa, eh? -Enfocó la mirada sobre Devlin-. ¿Conlon, es usted?

– El mismo de siempre -contestó Devlin.

Shaw se irguió en el sillón y miró a Munro.

– ¿Y quién diablos es éste? ¿Por qué le han puesto esa estúpida cosa alrededor de los ojos? -Antes de que nadie pudiera evitarlo, se inclinó hacia delante y le arrancó la bufanda a Munro, quien sacudió la cabeza, parpadeando ante la luz. Shaw se lo quedó mirando y dijo -: Yo a usted le conozco, ¿verdad?

– Debería conocerme, señor -contestó Dougal Munro-. Hace años que ambos somos miembros del Club del Ejército y la Marina.

– Pues claro -asintió Shaw estúpidamente-. Ya decía yo que le conocía.

– Esto lo ha estropeado todo, brigadier -le dijo Devlin-. Tenía intenciones de dejarle en alguna parte, entre las marismas, antes de emprender nuestro viaje de regreso a casa, pero ahora ya sabe quiénes son estas personas.

Lo que significa que sólo le quedan dos alternativas, o matarme, o llevarme con ustedes.

– ¿Hay espacio, capitán? -preguntó Steiner.

– Oh, claro, nos las arreglaremos -contestó Asa.

– En ese caso, depende de usted, señor Devlin -dijo Steiner volviéndose a mirar al irlandés.

– No importa, amigo mío, estoy seguro de que sus amos nazis pagarán muy bien por mí -comentó Munro.

– Aún no he tenido la oportunidad de informarles de cómo están las cosas en el otro lado -dijo Asa-. Y será mejor que lo sepan ahora, porque, si regresamos enteros, todos nosotros vamos a vernos metidos en un buen lío.

– Entonces, será mejor que nos lo cuente -dijo Steiner.

Y así lo hizo Asa.

La niebla seguía muy espesa mientras todos ellos estaban de pie, en el cobertizo, alrededor de la radio, con Lavinia garabateando unas notas en el bloc que tenía ante ella. Le entregó el mensaje a Asa, quien lo leyó y luego se lo pasó a Devlin.

– Sugieren que retrasemos el despegue durante una hora más. Se ha producido un leve cambio de la situación en Chernay que podría mejorar en ese lapso.

– Parece que no tenemos otra alternativa -dijo Devlin mirando a Steiner.

– Bueno, no puedo afirmar que lo sienta por ustedes -comentó Munro volviéndose a mirar a Lavinia con una sonrisa devastadoramente encantadora-. Me estaba preguntando, querida, ¿cree que al volver a la casa podré tomar esta vez un poco de té?

Shaw estaba espatarrado sobre el sillón, junto al fuego, dormido. Munro estaba sentado frente a él, con las muñecas todavía atadas. Asa se hallaba en la cocina, ayudando a Lavinia.

– Estaba pensando, coronel, que podría necesitar usted un arma -le dijo Devlin a Steiner.

Tomó la bolsa, la dejó sobre la mesa y la abrió. La Walther con silenciador estaba dentro, sobre un par de camisas.

– Es una idea -asintió Steiner.

Entonces se produjo una ráfaga de viento, se escuchó un crujido en las puertas cristaleras, se apartaron las cortinas que estaban corridas y Jack y Eric Carver irrumpieron en el salón, con las armas empuñadas.

14

– Mirad, lo que nos ha traído el viento -dijo

Devlin.

– ¿Quiénes son estos hombres? -preguntó Steiner con calma.

– Ese grandote y feo es Jack Carver. Controla la mayor parte del East End londinense. Se gana la vida honestamente con negocios de protección, juego y prostitución.

– Muy gracioso -dijo Carver.

– El otro, el que parece como si acabara de salir a rastras de su agujero, es su hermano Eric.

– Ya te enseñaré yo a ti. ^Eric avanzó hacia él, con el rostro contorsionado y colérico-. Te daremos a ti lo mismo que le dimos a ese cabrón y a su sobrina.

Devlin se quedó congelado, hasta el punto de que su rostro quedó mortalmente pálido de un momento al otro.

– ¿De qué estáis hablando?

– Esta vez ya no resulta tan gracioso, ¿verdad? -dijo Carver-. A ver, comprueba si lleva consigo ese condenado revólver en el tobillo.

Eric se arrodilló y le quitó a Devlin la Smith Wesson.

– Este truco no te funcionará dos veces, cabrón.

– ¿Ya mis amigos? -le preguntó Devlin con calma-. ¿Qué les ha ocurrido?

Carver estaba disfrutando con la situación. Se sacó un puro del bolsillo, mordió uno de los extremos, escupió la punta y se metió el puro en la boca.

– Hice correr la voz para que te encontraran, pero no llegamos a ninguna parte. Entonces, tuvimos un golpe de suerte. Anoche, Eric vio a la palomita en la calle Wapping High, y la siguió hasta su casa.

– ¿Y…?

– Les hicimos una visita poco después de que tú

salieras. Todo lo que necesitamos fue emplear un poco de persuasión, y aquí estamos.

– ¿Y mi amigo habló, así, tan fácilmente? – preguntó Devlin-, Me resulta difícil de creer. -Se volvió a mirar a Steiner-, ¿No le parece, coronel?

– Desde luego -asintió Steiner.

– Oh, yo no pensaría mal de él -dijo Carver sacando el mechero y encendiendo el puro-. En realidad, estuvo muy preocupado por su sobrina y, claro, tuvo que comportarse decentemente.

– Aunque eso tampoco les sirvió de mucho a ninguno de los dos -dijo Eric sonriendo con expresión sádica-. ¿Quieres saber lo que pasó con ella? Trató de escapar y se cayó por la barandilla hacia ese embarcadero que había bajo la casa. Se rompió el cuello.

– ¿Y Michael? -le preguntó Devlin a Carver, consiguiendo apenas impedir un sofoco en su voz.

– Creo que le disparé, ¿no? ¿No es eso lo que se hace con los perros?

Devlin avanzó un paso hacia él, con una expresión terrible en su rostro.

– Estáis muertos. Vosotros dos podéis daros por muertos.

– No seremos nosotros, cabrón -replicó Carver dejando de reír-, sino tú. Pero, además, te voy a apuntar al vientre, para que dures más tiempo antes de palmarla.

Fue en ese momento cuando Shaw se agitó y abrió los ojos, se desperezó y miró a su alrededor.

– Y ahora…, ¿qué es todo esto?

En ese mismo instante se abrieron las puertas dobles y apareció Lavinia, llevando una bandeja, con Asa a su lado.

– Té para todos -dijo ella y se quedó petrificada.

– Quietos ahí los dos -dijo Carver.

Ella pareció sentirse absolutamente aterrorizada, pero no dijo una sola palabra. Fue Dougal Munro quien trató de ayudarla.

– Manténgase firme, querida. Conserve la calma.

Shaw se levantó, balanceándose como un borracho, con los ojos inyectados en sangre. Al hablar, las palabras le salieron a borbotones.

– Condenados cerdos. ¿Quiénes se creen que son, entrando así en mi casa y amenazando a todos con armas?

– Otro paso más, viejo idiota, y le vuelo la cabeza -le dijo Carver.

– Haz lo que te dice, Max -le gritó Lavinia.

Dejó caer la bandeja, que produjo un gran estruendo, y avanzó un paso.

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