Los miembros del tribunal seguían inexpresivos e impenetrables. Hunter sintió un frío gélido.
Hacklett se apoyó en la mesa.
– ¿Tenéis algo más que decir en respuesta a la acusación, señor Charles Hunter?
– Nada más -contestó Hunter-. He dicho todo lo que quería decir.
– Y con gran elocuencia, debo reconocer -comentó Hacklett. Los demás acogieron aquellas palabras con asentimientos y murmullos-. Pero la verdad de vuestro discurso es otra cuestión, y es la que ahora debemos considerar. Tened la bondad de informar a este tribunal de la intención con la que zarpó vuestro velero.
– Para talar madera -dijo Hunter.
– ¿Tenía patente de corso?
– La tenía, expedida por el propio sir James Almont.
– ¿Y dónde están esos documentos?
– Se perdieron con el Cassandra -contestó Hunter-, pero no tengo ninguna duda de que sir James confirmará su existencia.
– Sir James -dijo Hacklett- está muy enfermo y no puede ni confirmar ni negar nada ante este tribunal. Sin embargo, creo que podemos fiarnos de vuestra palabra y aceptar que tales documentos fueron emitidos.
Hunter hizo una ligera reverencia.
– Veamos -prosiguió Hacklett-. ¿Dónde fuisteis capturados por el navio de guerra español? ¿En qué aguas?
Instantáneamente, Hunter presintió el problema al que se enfrentaba y vaciló antes de responder, aunque era consciente de que esa vacilación dañaría su credibilidad. Decidió decir la verdad… o casi.
– En el Paso de los Vientos, al norte de Puerto Rico.
– ¿Al norte de Puerto Rico? -repitió Hacklett con una expresión de elaborada sorpresa-. ¿Acaso hay madera en esos lares?
– No -reconoció Hunter-, pero una poderosa tormenta nos arrastró durante dos días, así que nos desviamos mucho de nuestro rumbo inicial.
– Sin duda debió de ser así, porque Puerto Rico está al norte y al este, mientras que la madera se encuentra al sur y al oeste de Jamaica.
– No puede considerárseme responsable de las tormentas -objetó Hunter.
– ¿En qué fechas se produjo esa tormenta?
– El doce y el trece de septiembre.
– Es extraño -dijo Hacklett-, porque el tiempo fue apacible en Jamaica en esas fechas.
– El tiempo en el mar no siempre es similar al de tierra -comentó Hunter-, como sabe todo el mundo.
– El tribunal os da las gracias, señor Hunter, por vuestra lección de artes náuticas -dijo Hacklett-. Aunque no creo que tengáis mucho que enseñar a los caballeros aquí presentes, ¿verdad? -Soltó una risita-. Veamos, señor Hunter, disculpadme si no me dirijo a vos como capitán Hunter, ¿aseguráis, por consiguiente, que ni vuestro barco ni vuestra tripulación tuvo nunca la intención de atacar un asentamiento o dominio español?
– Lo aseguro.
– ¿Nunca concebísteis siquiera el propósito de urdir una agresión criminal?
– No. -Hunter habló con toda la firmeza de la que era capaz, ya que sabía que su tripulación no osaría contradecirle en ese punto. Reconocer el episodio de la votación en la bahía del Toro equivalía a declararse culpable de piratería.
– Sobre vuestra alma inmortal, ¿estáis dispuesto a jurar que jamás, en ningún lugar, hablasteis con miembros de vuestra tripulación de tal posibilidad?
– Sí, lo juro.
Hacklett hizo una pausa antes de seguir hablando.
– Permitidme recapitular, para estar seguro de haberos comprendido. Zarpasteis con la única intención de recoger madera y por pura desventura fuisteis empujados mucho más al norte de vuestro destino por una tormenta que ni siquiera rozó estos territorios. A continuación, fuisteis capturados por un navio español sin que mediara ninguna provocación por parte vuestra. ¿Es así? -Sí.
– Y después os enterasteis de que el mismo navio de guerra había atacado a un barco mercante inglés y había tomado como rehén a lady Sarah Almont, lo cual os brindó una causa para tomar represalias. ¿Es así? -Sí.
Hacklett volvió a callar.
– ¿Cómo os enterasteis de que el navio de guerra había capturado a lady Sarah Almont?
– Estaba a bordo del navio de guerra en el momento de nuestra captura -dijo Hunter-. Me enteré a través de un soldado español que se fue de la lengua.
– Qué oportuno.
– Sí, pero es la pura verdad. Cuando por fin logramos escapar, lo que espero que no constituya un crimen para este tribunal, perseguimos al navio hasta Matanceros y vimos cómo desembarcaban a lady Sarah y la conducían a la fortaleza.
– Así que, ¿atacasteis con el único propósito de preservar la virtud de una mujer inglesa? -La voz de Hacklett rebosaba sarcasmo.
Hunter miró las caras de los jueces una tras otra.
– Caballeros -dijo-, tengo entendido que la función de este tribunal no es determinar si soy o no un santo -se oyeron algunas risas-, sino únicamente si soy un pirata. Evidentemente estaba al corriente de que un galeón estaba anclado en el puerto de Matanceros. Era un botín muy valioso. Sin embargo, ruego al tribunal que tenga presente que existió una provocación que justificó tomar represalias, como nosotros hicimos; en realidad, hubo todo tipo de provocaciones que no admiten eruditas disquisiciones ni detalles legales.
Miró al secretario del tribunal cuya misión era tomar nota del proceso. Hunter se quedó asombrado al ver que el hombre estaba sentado tan tranquilo y no apuntaba nada.
– Decidnos -intervino Hacklett-, ¿cómo lograsteis escapar del navio de guerra español, una vez capturados?
– Fue gracias a los esfuerzos del francés Sanson, que demostró tener un enorme valor.
– ¿Tenéis una buena opinión de ese tal Sanson?
– Por supuesto, le debo la vida.
– Bien -dijo Hacklett. Se volvió en la silla-. ¡Que pase el primer testigo de la acusación, el señor André Sanson!
– ¡André Sanson!
Hunter se volvió y miró hacia la puerta. Asombrado, vio que Sanson entraba en la sala. El francés caminó rápidamente, con zancadas largas y desenvueltas, y se sentó en el banco de los testigos. Levantó la mano derecha.
– André Sanson, ¿prometéis y juráis solemnemente sobre los Santos Evangelios decir la verdad y ser un testigo leal entre el rey y el preso con relación al acto o los actos de piratería y rapiña de los que está acusado el señor Hunter aquí presente?
– Lo juro.
Sanson bajó la mano derecha y miró directamente a Hunter. Su mirada era plácida y vagamente compasiva; la sostuvo varios segundos, hasta que Hacklett habló.
– Señor Sanson.
– Señor.
– Señor Sanson, el señor Hunter nos ha ofrecido su versión de los hechos de su último viaje. Desearíamos oír su relato de la historia, como testigo cuyo valor ha sido alabado por el acusado. ¿Queréis hacer el favor de exponer cuál fue el propósito del viaje del Cassandra… tal como se os dio a entender en primera instancia?
– La tala de madera.
– ¿Os enterasteis de algo distinto en algún momento? -Sí.
– Explicaos ante el tribunal, por favor.
– Tras zarpar el nueve de septiembre -dijo Sanson-, el señor Hunter puso rumbo a la bahía del Toro. Allí comunicó a la tripulación que su destino era Matanceros, para capturar los tesoros españoles que allí se encontraban.
– ¿Y cuál fue su reacción?
– Me sorprendió mucho -dijo Sanson-. Le recordé al señor Hunter que tales ataques constituían piratería y se castigaban con la muerte.
– ¿Y cuál fue su respuesta?
– Juramentos y blasfemias -respondió Sanson-, y la advertencia de que si no participaba plenamente me mataría como a un perro y daría de comer mis pedazos a los tiburones.
– ¿Así que participó en todo lo que ocurrió a continuación bajo coacción y no voluntariamente?
Читать дальше