Peter Tremayne - El Monje Desaparecido

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La abadía de Imleach, al suroeste del reino irlandés de Muman, se está convirtiendo en un serio rival de Armagh como centro de la fe, gracias sobre todo a las reliquias que conserva. Por ello, las sospechas se dirigen sólo en una dirección cuando se producen simultáneamente dos enigmáticas desapariciones que tal vez estén vinculadas: por un lado, el monje más veterano de la abadía parece haber sido raptado, pero, por si fuera poco, las preciadas reliquias, de gran valor simbólico tanto religioso como político, han sido robadas, lo cual puede tener consecuencias muy indeseables.
Se trata sin duda de una investigación muy delicada, pues un error en la identificación de los culpables puede ser desastrosa, y además nadie consigue hallar la más mínima pista. Hasta que llegan a la abadía sor Fidelma y su inseparable Eadulf.
Paso a paso, con cautela, Fidelma va descubriendo una de las más siniestras conspiraciones con la que jamás se ha enfrentado, en la que intervienen hombres que parecen no detenerse ante nada, ni siquiera ante el asesinato más despiadado, para alcanzar sus objetivos. Sin duda, la novela más terrorífica y emocionante (de momento) de una serie espléndida.

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– Continuad.

– Cred me dijo que el arquero me estaba esperando en un cuarto de la planta superior. Así como mi hermano Baoill. Tras saludarnos como dos hermanos que no se han visto en mucho tiempo, entablamos una conversación sobre política… política eclesiástica más que nada. Fue entonces cuando me hice cargo de las convicciones de mi hermano. En cuanto yo le hice saber las mías, evitó hablar del asunto. Era un hombre listo, ese hermano mío.

»Dio un giro a la conversación preguntándome si era uno de los escribas que estaba trabajando en los Anales de I mleach. Le confirmé que lo era. Me preguntó qué fecha había dado a la fundación de Armagh. Le contesté que había concedido la fecha del año de nuestro Señor cuatrocientos cuarenta y cuatro. Luego preguntó qué fecha había dado al óbito de Patricio. Y yo le dije el año de nuestro Señor cuatrocientos cincuenta y dos. Estas fechas no eran polémicas.

»Cuando empezó a preguntarme sobre las fechas en que situaba a san Ailbe y a la fundación de Imleach, empecé a ver hacia dónde se encaminaba. Me dijo que los escribas del norte estaban dando fechas casi un siglo posteriores a Patricio.

– He visto las notas que habéis tomado sobre el asunto de los Anales - le dijo Fidelma, y extrajo el trozo de vitela que guardaba en el marsupium.

Mochta lo miró y asintió con la cabeza.

– Me atengo a lo que digo. Cuando le dije a Baoill que era absurdo situar a Ailbe en una fecha tan posterior, porque había predicado la Fe en Muman antes que Patricio, y de hecho habían bautizado juntos al rey de Muman, vuestro propio antepasado, Oenghus Nad Froích, estando Patricio en Cashel, mi hermano empezó a discutir otra vez.

– Pero, ¿qué significa todo este embrollo de fechas? -exigió Eadulf, que intentaba seguir al monje, pero sólo conseguía asombrarse cada vez más.

– Por lo que decía mi hermano, trataba de persuadirme para que en los anales yo dejara constancia de que Ailbe era posterior a Patricio. Quería que dejara escrito que Ailbe y sus prosélitos fundaron Imleach después de fundarse Armagh. Incluso quería que yo afirmara que Ailbe no debía ser considerado patrón de Muman y que se debía conceder a Cashel el título de «La Roca de Patricio». Quería que mis textos apoyaran la reivindicación de que Armagh poseía el derecho histórico para reclamar la primacía de la Fe en los cinco reinos.

Fidelma parecía apesadumbrada.

– Conozco muy bien los designios de Ultán de Armagh. No es el primer comarb de Patricio que ha querido que Armagh se estableciera como la primacía en los cinco reinos y que las iglesias quedaran bajo la doctrina de Roma. Para ello, antes debe asegurarse de desacreditar las reivindicaciones de Imleach como la primacía de Muman. Pero tales acontecimientos no tienen nada que ver con esto, ¿no?

– Ni yo mismo lo sé, hermana -confesó el hermano Mochta-. Sólo sé que mi hermano volvió a sacar la conversación de este asunto, haciéndola recaer en las Santas Reliquias de Ailbe. Qué astuto fue… Jugó con mi orgullo. Le conté que en algunas de las Reliquias estaba grabada la fecha que demostraría el día en que Ailbe fue nombrado obispo. Dijo que solamente lo creería si veía esas Reliquias. Le dije que viniera a la abadía, pero se negó, alegando que no convenía que mi hermano gemelo fuera visto en Imleach con la tonsura de Roma. Era una excusa absurda, pero no le di más vueltas. Como alternativa, propuse que se acercara en secreto a la puerta que da al huerto del hermano Bardán una noche y le mostraría las Reliquias. Accedió y dijo que de este modo se resolvería el conflicto entre Armagh e Imleach.

Fidelma le preguntó, pensativa:

– Fue una ingenuidad por vuestra parte otorgarle credibilidad.

– Era mi hermano. Ni siquiera entonces sospeché de su retorcida mente.

– ¿Y qué ocurrió luego?

– A la noche siguiente, a la hora acordada, fui a la capilla y, sin que nadie me viera, saqué el relicario. Me disponía a llevarlo al lugar de encuentro, cuando algo me detuvo. Quizás había empezado a desconfiar de él, así que decidí llevarme sólo el crucifijo de Ailbe como muestra, pues en el dorso hay una fecha grabada. Saqué el crucifijo del relicario y lo llevé a la puerta del huerto. Fuera estaba mi hermano con el arquero… ¡Dios perdone a Baoill! Me arrebató el crucifijo y me exigió que le dijera dónde estaban el resto de las Reliquias. Al ver que no las llevaba conmigo, perdió los estribos. Me asestó tal golpe, que caí contra la puerta produciéndome una herida sangrienta.

– Eso explica la sangre seca de la jamba -dijo Eadulf.

– Fue entonces cuando me di cuenta de que mi hermano había pretendido robar las Reliquias desde el principio.

– ¿Creéis que fue idea suya o que alguien lo indujo a hacerlo? -preguntó Fidelma-. ¿Ultán de Armagh, por ejemplo? Todo apunta a que el propósito es desacreditar a Ailbe e Imleach.

– Sólo sé que mi vida pendía de un hilo. Creo que, de haber podido, mi hermano me habría matado. Entonces apareció el hermano Bardán, que había salido a recoger hierbas. Al ver el ataque, intervino sirviéndose de un bastón para rechazar a mi hermano y el arquero. Mientras Bardán se afanaba en asegurar la puerta, mi hermano amenazó con que otros vendrían a tomar lo que yo no había querido darle.

– En tal caso, no hay duda de que vuestro hermano Baoill y el arquero no actuaban por cuenta propia.

El hermano Mochta inclinó la cabeza dándole la razón.

– En eso estáis en lo cierto. Yo estaba demasiado impresionado para sopesar las circunstancias. Bardán me acompañó a mi aposento y le conté lo que sabía de la historia. Me dijo que comunicara sin demora al abad Ségdae que habían robado el crucifijo. No pude hacerlo, pues quería dar tiempo a Baoill para que reflexionara sobre el delito y devolviera la cruz. Me negaba a creer que mi hermano se hubiera convertido en un ser tan perverso.

– Y no la devolvió, claro está -apuntó Eadulf.

– Pasaron unos días y no regresó a devolverla. Por tanto, decidí ir en su busca.

– Solicité al hermano Bardán que me acompañara. Fuimos a la posada de Cred. Allí nos encontramos con uno de los carreros del mercader de Cashel mirándome con extrañeza.

– Eso es porque os vio entrar en la posada en días anteriores -murmuró Eadulf.

– Yo no le vi.

– Él os vio a vos.

– Lo cierto es que al salir Cred, le dije que buscaba al arquero y su acompañante.

– Ella dijo que no sabía nada de ningún acompañante…

– Lo cual era verdad -afirmó Fidelma-. Al ser gemelo vuestro, no podía arriesgarse a dejarse ver sin más por el pueblo, dado el parecido con vos. Habría llamado la atención. Se alojaría fuera del pueblo.

– Cred dijo que el arquero se hallaba de caza en las colinas -continuó el hermano Mochta-. Bardán y yo dimos una vuelta por el pueblo por si veíamos al arquero, aunque en balde. Acto seguido regresamos a la abadía. Bardán solía dejar abierta la puerta del huerto, así que resolvimos entrar por allí. A la altura de la hilera de tejos, antes de cruzar el brezal, no muy lejos de la puerta, mi hermano apareció repentinamente. Al parecer nos había estado esperando.

– Le pedí el crucifijo que había robado, pero él pretendía el relicario con todo el contenido. Me amenazó. Al negarme en redondo, se echó a reír diciendo que había querido pedirlo por las buenas, y que no nos gustarían nada los siguientes visitantes que vendrían a Imleach.

– ¿Y entonces?

– Le dije que estaba fuera de sí -continuó el hermano Mochta-. A esto me respondió que gozaba del respaldo de un poderoso príncipe y que era Muman quien estaba fuera de sus casillas al no bajar la cerviz ante lo inevitable. Dijo que habría una sola primacía para los cinco reinos y un único poder gobernante.

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