– Es comprensible -admitió Fidelma-. Y no os facilitó información.
El herrero negó moviendo la cabeza.
– ¿Iba acompañado?
– No.
– Parece que estáis muy seguro de eso. ¿Llevaba un caballo?
– Oh, sí. Llevaba una yegua zaina. Me fijé, porque las herraduras de las patas traseras precisaban un buen arreglo. Una había recibido el golpe de una piedra. Lo sé, porque una vez arreglé una que tenía ese problema.
– ¿Recordáis algo en especial del caballo? -preguntó Fidelma, pues sabía de sobra que un herrero profesional sabría identificar la manera en que un caballo iba herrado y, en ocasiones, la ubicación geográfica del artífice.
– Lo que está claro es que estaba herrado en el norte -respondió sin vacilar-. He visto ese estilo varias veces, y ahora lo utilizan los herreros de Clan Brasil. También puedo decir que el animal no estaba precisamente en la flor de la vida. Aunque era un caballo de guerra, no era la clase de animal que llevaría un guerrero de prestigio.
– ¿En qué más os fijasteis?
– En nada. No era asunto mío.
– Sois el bó-aire - le recordó Fidelma-. Vuestra responsabilidad es estar al corriente de lo que acontece en vuestro territorio. Las flechas que vendisteis a ese guerrero se usaron en un intento de asesinato contra mi hermano, el rey, y el príncipe de los Uí Fidgente. ¿No ha llegado la noticia a vuestros oídos?
Nion tenía la vista puesta en ella sin decir nada. Era obvio que la noticia le había impresionado.
– Yo no tuve nada que ver en este asunto, señora -dijo con preocupación-. Yo sólo hice las flechas y las vendí. No sabía quién era ese hombre…
Fidelma alzó una mano para acallar el espanto del herrero.
– Sólo os lo digo para mostraros que en ocasiones estos asuntos pueden incumbiros, juez de Imleach. Por tanto, considerando lo dicho, ¿hay alguna cosa más que debierais contarme de ese arquero?
No cabía duda de que Nion se estaba esforzando mucho para refrescar la memoria; se llevó una mano tras la cabeza y se la rascó para facilitar la labor.
– No puedo añadir nada más, señora. Pero claro, si ese arquero no era del lugar, debió de pasar unos días por aquí para esperar a que terminara las flechas. Quizá sepan algo más en la posada donde se hospedó.
– ¿Dónde está esa posada?
Nion hizo un gesto elocuente.
– Teniendo en cuenta que no acudió a la abadía para alojarse, sólo cabe la posibilidad de que lo hiciera en la posada de Cred, al final de la calle, al otro extremo del pueblo. Tiene mala fama y carece de licencia. Por cierto, es voluntad del abad. Ha tratado de cerrarla por inmoralidad, pero es la única posada del pueblo. Creo que el arquero podría haberse hospedado allí. Si no fue así, ya no puedo ayudaros más.
Fidelma dio las gracias al herrero y lo dejó en la fragua, de pie con las manos en las caderas, los pies abiertos a ambos lados, mirándola con recelo al alejarse con Eadulf.
– Si al caballo del arquero lo herró un forjador del territorio de Clan Brasil -sugirió Eadulf en un tono reflexivo-, quizá conocía al hermano Mochta. ¿No dijo el abad Ségdae que era originario de Clan Brasil?
– Bien pensado, Eadulf. Pero aunque Mochta procedía de Clan Brasil, y el caballo del arquero fue herrado allí, sabemos que el acento de éste no era de la región del norte.
Fidelma calló unos instantes para considerar la cuestión.
– Todavía no hemos establecido la posible relación que unía al hermano Mochta con ese arquero, si es que de hecho conseguimos aclarar el misterio de la tonsura.
Eadulf soltó un leve quejido de exasperación.
– Las relaciones parecen tan claras… pero el misterio de la tonsura lo altera todo.
Iban andando por la calle principal, hacia el otro extremo del municipio, donde había un grupo de edificios pequeños apartado del resto.
– Esto tiene pinta de ser la posada de Cred -dijo Fidelma, y se paró mirando en la dirección de la que venían-. Parece bastante apartado, así que el arquero tal vez se hospedara aquí y el herrero no supiera si venía o no en este sentido.
– ¿Creéis entonces que el bó-aire mentía?
– No, no creo. Pero no está de más ser lo más precisos posible y asegurarnos bien de los hechos. Pasemos y hablemos con Cred, que al parecer tan poco gusta a los habitantes.
Cuando Fidelma se disponía a entrar, Eadulf la detuvo un momento, señalando el letrero de la posada. Representaba a un herrero musculoso con el martillo sobre el yunque.
– Vaya una coincidencia, ¿no?
– No, no tanto -le dijo Fidelma con una sonrisa-. Creidne Cred era el artífice de los antiguos dioses de Irlanda; trabajaba el bronce, el latón y el oro. Era quien hacía las empuñaduras de las espadas, y los tachones y la armazón de los escudos durante la guerra entre los dioses paganos y sus enemigos.
– Bueno, pero una cosa más antes de entrar. He oído decir al abad y al bó-aire que este lugar no tiene licencia. ¿Qué significa eso?
– En principio parece una posada, que además hace sus propias cervezas, pero no es legal, es lo que llamamos un dligtech.
– Entonces el bó-aire, como agente de la ley, puede cerrarla sin problemas, ¿no?
Fidelma movió la cabeza con una sonrisa, diciendo:
– No significa que esta posada sea ilegal, sino sencillamente que la ley no la reconoce. Lo cual quiere decir que la persona que se dirija a una posada ilícita debe estar enterada por si surge algún motivo de reclamación, ya que no tendría razones legales con que actuar.
– No sé si lo he entendido bien -dijo Eadulf.
– Un posadero legal debe pasar tres pruebas estrictas en cuanto a la calidad de la bebida que sirve. Si sirve cerveza mala, se le puede recusar la licencia por ley. De manera que si una persona se queja de la mala calidad de la cerveza en una casa ilícita, no puede reclamar indemnización alguna. Bueno, ya está bien, a ver si encontramos a Cred.
Entraron en la posada. No parecía haber nadie más aparte de dos hombres que bebían cerveza en un rincón. Iban toscamente vestidos y llevaban barba; parecían campesinos. Miraron a Fidelma y a Eadulf con indiferencia y siguieron bebiendo y conversando en voz baja.
Al oír un movimiento detrás de una puerta con cortinas, miraron hacia allí y vieron salir a una mujer de proporciones rotundas. Se veía claramente que su cuerpo había conocido tiempos mejores. Se dirigió a ellos con avidez, pero le cambió el gesto en cuanto reparó en el atavío de ambos.
– La abadía ofrece un mejor alojamiento para religiosos -les dijo sin reparo-. Este lugar os parecerá demasiado ordinario para el gusto de personas distinguidas y pías como vos.
Uno de los dos hombres soltó una risilla espasmódica, apreciando de ese modo lo que entendió como una muestra de ingenio.
– No buscamos alojamiento -se apresuró a decir Eadulf en un tono severo-. Buscamos información.
La mujer aspiró por la nariz y cruzó los brazos sobre un pecho generoso.
– ¿Y por qué buscáis información precisamente aquí?
– Porque creemos que nos la podéis proporcionar -respondió Eadulf sin apocarse.
– La información es cara, sobre todo para un clérigo extranjero -dijo a su vez la mujer al oír el acento de Eadulf, al que examinó calculando cuánto dinero llevaría encima.
– En tal caso me facilitaréis la información a mí -dijo Fidelma sin perder la calma.
La mujer entornó los ojos al mirarla.
Fidelma y Eadulf se dieron cuenta de que los hombres habían interrumpido el murmullo de su conversación para volverse hacia ellos sin disimular su curiosidad.
– Quizá no quiera facilitar información aunque la tenga -dijo la mujer, implacable.
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