Sor Étromma había permanecido con gesto imperturbable y con los brazos cruzados en su sitio, desde el momento en que Cett había sido denunciado. Tampoco se inmutó cuando dos guerreros de Barrán se acercaron y esperaron de pie a cada lado.
– ¿Lo negáis, sor Étromma? -exigió Barrán.
Sor Étromma levantó la cabeza y miró fijamente al jefe brehon. Su semblante no reflejaba ninguna emoción.
– Una boca cerrada es melodiosa -respondió, citando un antiguo proverbio.
– Lo más sensato es que hagáis una declaración -instó Barrán-. El silencio puede interpretarse como un reconocimiento de la culpa.
– Una mente sensata es una boca cerrada -respondió la administradora con firmeza.
Barrán se encogió de hombros e hizo una seña a los guerreros para que se la llevaran de la sala con su hermano Cett, al que habían reducido.
– Creo que un registro de las pertenencias personales de sor Étromma revelaría dónde acumulaba el dinero -sugirió Fidelma-. Recuerdo que en una ocasión me dijo que le gustaría establecerse en la isla de Mannanán Mac Lir. Di por sentado que pretendía ingresar en la abadía de Maughold. Ahora creo que su intención era ir a la isla con su hermano con el simple propósito de vivir holgadamente con el dinero obtenido de este perverso negocio.
Coba se levantó.
– Jefe brehon, acabo de hablar con el mensajero que envié a la abadía. Ha confirmado que al llegar con la instrucción de comunicar a la abadesa que había prestado asilo al sajón, Fainder estaba ausente. Y entregó el mensaje a la rechtaire. Étromma sabía dónde estaba Eadulf la noche antes de que Gabrán viniera a mi fortaleza e intentara matarlo.
– Sospechaba de Étromma -explicó Fidelma a los presentes-, pero no acababa de saber por qué. Pero cuando supe que habían vuelto a llevar a Fial al barco después de haber estado en la abadía, me convencí de que Étromma era quien manejaba los hilos del tráfico.
– Pero ¿por qué? -quiso comprender Barrán.
– Solicité interrogar a Fial. Étromma me dejó a solas con el médico, el hermano Miach, mientras ella iba a buscarla. En vez de esperarla en la apoteca, fui a ver a Eadulf otra vez. Al subir a la celda, el hermano Cett, que era su carcelero, ya no estaba, y su sustituto me dijo que había bajado al embarcadero con Étromma. Según deduje luego, habían sacado a Fial de la abadía para volver a encerrarla en el barco de Gabrán antes de que yo pudiera hablar con ella. Después Étromma acudió a mí diciendo que Fial había desaparecido. ¡Qué oportuna! Al poco rato me enteré de que el barco de Gabrán había zarpado del muelle de la abadía.
– Creo que el hilo de los acontecimientos ya ha quedado claro, Fidelma -agradeció Barrán-. No obstante, ¿podéis arrojar luz sobre los motivos que llevaron a esta mujer a embarcarse en una empresa de tamaña vileza.
– Creo que el motivo inmediato era hacer acopio de suficiente riqueza para vivir con cierto grado de holgura e independencia. ¿Qué nos dice Timoteo en su Epístola? Radix omnium malorum est c upiditas. El amor al dinero es la raíz de todos los males. Étromma es una mujer desdichada; mucha gente lo sabe. Pertenece a una familia real, pero de una rama pobre. Él y su hermano fueron capturados como rehenes cuando eran pequeños, y ni una sola de las ramas de la familia real se ofreció a pagar el precio de honor para rescatarlos.
Fianamail se removió con incomodidad en su sitio, pero no dijo nada para defender a su familia.
– Étromma y Cett consiguieron escaparse solos y, siendo muy niños, entraron al servicio de la abadía. Cett era simple por causas ajenas, y su hermana lo dominaba. Étromma no destacó lo suficiente para ocupar un cargo superior al de rechtaire. Estaba resentida por ello, si bien la suya era una posición bastante influyente. Hacía diez años que era rechtaire, que administraba el día a día de la comunidad, cuando Fainder entró en escena y fue nombrada abadesa. Para Étromma fue un golpe duro. Acaso, entonces, urdió acumular suficiente riqueza para poder marcharse de la abadía y ser independiente. Ella misma pensó el plan, y su hermano Cett y Cabrán se convirtieron en sus cómplices más que dispuestos.
– Parece que ha quedado bastante claro -musitó Forbassach a regañadientes.
Fidelma sonrió, pero sin humor.
– Como habría dicho mi mentor, el brehon Morann, al final de todo es cuando siempre se entienden las cosas.
Mientras Barrán daba instrucciones a los escribas y explicaba la ley de los brehons, Eadulf habló con Fidelma por primera vez desde que había dado comienzo el juicio.
– ¿Cuándo empezasteis a sospechar de sor Étromma? -le preguntó-. Habéis dicho que algo os daba mala espina, pero que no confirmasteis las sospechas hasta que supisteis que Fial había estado encerrada en el barco de Gabrán.
Fidelma apoyó la espalda en la silla y sopesó la pregunta antes de responder.
– Sospeché de ella el mismo día que llegué, mientras me enseñaba el muelle.
Eadulf quedó estupefacto.
– ¿El mismo día que llegasteis? ¿Cómo es posible?
– Como he dicho, me dijeron que había bajado al embarcadero con su hermano, cuando tenía que estar buscando a Fial. Y luego vino a decirme que no encontraba a la niña. Después fuimos juntas al embarcadero. Un monje nos interrumpió para informarnos de que se había hundido un barco en el río y que decían que era el de Gabrán. Étromma se mostró excesivamente preocupada, aunque hizo lo posible por disimularlo. Y se marchó a toda prisa para indagar. Si hubiera sido la embarcación de Gabrán, quizás habrían salvado a Fial, o habrían investigado el naufragio, en cuyo caso podría haberse descubierto el terrible tráfico de niñas.
Dicho esto, calló un momento.
– Eso por una parte. Por otra, claro, mintió al negar haberme visto sacar el bastón de oficio y la carta a Teodoro del colchón donde los habíais guardado. Me había visto sacarlos de allí, de eso estaba segura. Al principio pensé que simplemente se sintió intimidada por el obispo Forbassach y la abadesa, pero la verdadera razón era que quería que mis investigaciones acabaran con vuestra ejecución…
* * *
Varios días después, Eadulf y Fidelma se encontraban en el muelle junto al lago Garman. En realidad no era un lago ni una laguna, sino más bien una gran bahía en el mar, un puerto importante para barcos procedentes de Galia, de Iberia, del país de los francos y de los sajones, y de muchas otras naciones. El lago Garman era el puerto con más movimiento de los cinco reinos, pues quedaba en el extremo sudeste de la isla y, por tanto, era un buen lugar donde hacer parada. Esta ubicación proporcionaba a Laigin una rica actividad comercial, pero también suponía una lacra por los frecuentes asaltos de bucaneros.
Fidelma y Eadulf estaban de pie, cara a cara. El viento les alborotaba el pelo y agitaba sus ropas.
– Bueno -suspiró Fidelma-, ya ha acabado todo. El rey supremo ha convocado al joven Fianamail a Tara para amonestarle. Forbassach ha sido destituido de su cargo y ya no puede ejercer la ley. Lo han enviado a una comunidad recóndita, y su esposa le ha pedido el divorcio. La abadesa Fainder ha vuelto a marcharse al extranjero, seguramente a Roma, y el abad Noé…, en fin, creo que él también pensará en volver a Roma ahora que ya no es consejero espiritual de Fianamail.
– Fainder es una mujer extraña -reflexionó Eadulf-. Por una parte es una fanática de los Penitenciales y de la doctrina de Roma. Por otra, no tuvo reparo en usar su sexualidad para hacerse con el cargo de abadesa. Lo que no puedo entender es cómo consiguió dominar a la vez al abad Noé y al obispo Forbassach. Ni siquiera me parece una mujer atractiva.
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