– ¿Insinuáis que la muerte de Gabrán, el artífice de este vil comercio, no os satisface, sor Fidelma?
Quien intervino fue el abad Noé. Habló en un tono comedido y era evidente que compartía el descontento del obispo Forbassach por el modo en que se estaba desarrollando la situación.
– Me satisfará la verdad -insistió-. ¿Habéis olvidado acaso el testimonio de la joven Fial? No fue Gabrán quien le pidió prestar falso testimonio contra Eadulf. El capitán estaba borracho o sin conocimiento. Y él tampoco cometió el segundo asesinato al día siguiente. ¿Recordáis cómo describió Fial los hechos?
El obispo Forbassach soltó un largo suspiro de exasperación.
– No tenemos por qué fiarnos de la palabra de una joven asesina.
Fidelma arqueó un tanto una ceja con enfado creciente.
El abad Noé intervino antes que ella.
– Es evidente que esa niña, Fial, mató a Gabrán, y que lo hizo bajo un estado de tensión emocional. Todos lo comprendemos, y nadie la culpa por ello. Mi amigo, Forbassach, no pretende condenarla; sin embargo, ésa es la verdad. Contentaos con ella, Fidelma.
– Esta mañana, ante el jefe brehon, hemos repasado la declaración que Fial hizo en el salón de Coba -arguyó Fidelma-. Creo que había quedado claro que Fial no mató a Gabrán.
El obispo Forbassach casi estalló de furia.
– ¿Otra inocente a la que pretendéis defender? -preguntó con sorna.
Barrán se inclinó hacia donde estaba el obispo y le advirtió con voz desapasionada y asertiva:
– Os aconsejaría que escogierais palabras y actitudes más consideradas, brehon de Laigin. Os recuerdo que éste es mi tribunal y, por tanto, quienes ante mí se presentan deben contemplar unas normas de cortesía.
Fidelma lanzó una mirada de gratitud a Barrán.
– Deseo responder a Forbassach. En realidad, Fial es, en efecto, otra inocente… y yo estoy dispuesta a defender a cuantos sean inocentes de los crímenes que se les imputan injustamente.
– ¡Si deseáis afirmar la verdad, reconoceréis que sólo queréis defender a Fial porque pretendéis imputar la muerte de Gabrán a la abadesa Fainder! -acusó el obispo Forbassach, rojo de furia y poniéndose de pie.
La abadesa, pálida, trató de tirarle del brazo para hacerle volver a su sitio.
– ¡Obispo Forbassach! -exclamó la voz de Barrán, restallando como un látigo-. Ya os he advertido una vez. No volveré a advertiros para que moderéis vuestra conducta ante una respetable dálaigh de los tribunales.
– De hecho -dijo Fidelma con tranquilidad-, no tengo ningún deseo de acusar a la abadesa de la muerte de Gabrán. Es evidente que ella no perpetró el homicidio. Parece que estáis decidido a crear confusión en este caso, Forbassach.
El obispo Forbassach se dejó caer en su silla, chasqueado y abochornado. Fidelma continuó.
– La persona que mató a Gabrán formaba parte de la conspiración para la trata de esclavos, y se le ordenó que lo hiciera porque Gabrán se había convertido en un lastre para esa conspiración. Su comportamiento, cada vez más corrupto, estaba poniendo en peligro todo el negocio. En torno a Gabrán se estaban produciendo muchas muertes, que estaban atrayendo demasiado la atención.
»La violación y el asesinato de una niña en el muelle de la abadía a manos de Gabrán, así como el estúpido intento de trasladar la culpa a un inocente que estaba de paso, ocasionó el subsiguiente caos. La persona para quien Gabrán trabajaba, el auténtico poder tras este perverso negocio, llegó a la conclusión de que había que prescindir de los servicios de Gabrán… y para siempre.
El silencio en la sala era absoluto. Pasó un momento antes de que el abad Noé decidiera intervenir.
– ¿Estáis insinuando que las muertes están relacionadas?
– A la muerte de Gormgilla siguió la del tripulante. ¿Qué dijo Fial en su declaración, que hemos vuelto a escuchar esta mañana?
Barrán se dirigió a su escriba.
– Corregidme si las actas me contradicen -instruyó-. Según recuerdo, cuando uno de los tripulantes la sacó del lugar donde estaba confinada, en la cabina contigua vio a Gabrán tumbado sin conocimiento, ya por el alcohol, ya por un golpe asestado. A la luz de la penumbra, Fial vio también a una persona encapuchada vestida con hábito eclesiástico. Ésta le ordenó que identificara al sajón como el hombre que había matado a Gormgilla. ¿No es así?
El escriba, que había estado consultando unas anotaciones, confirmó que había relatado los hechos correctamente, murmurando:
– Verbatim et litteratim etpunctatim.
Fidelma dio las gracias a Barrán por recordarles los hechos.
– El tripulante que soltó a Fial era, en realidad, el mismo hombre que fue asesinado al día siguiente. A continuación haré una serie de conjeturas, pero debo señalar que se basan en los hechos, en información que Daig transmitió a su esposa. Ningún testigo ha sobrevivido para confirmar estos detalles de manera independiente. ¿Se me concede el permiso?
– Siempre y cuando dilucide el misterio -accedió Barrán-, pero no aceptaré las conjeturas como pruebas condenatorias contra ningún individuo.
– No tendréis que hacerlo. Puedo imaginar que el tripulante, que era sin duda de la misma vileza moral que Gabrán, vio en el encubrimiento del crimen de su capitán una gran oportunidad para obtener dinero haciendo chantaje a Gabrán. A raíz de esto, se enzarzaron en una discusión en la hostería de la ciudad… la posada La Montaña Gualda. Lassar, la posadera, presenció la riña. También vio como Gabrán daba dinero al tripulante para silenciarlo. Gabrán justificaría posteriormente que el dinero era el salario de aquel hombre. Ahora bien, era una cantidad sustanciosa… demasiado alta para ser el salario de un marinero.
»E1 marinero se marchó contento con el botín, pero no sabía que Gabrán no era un objetivo fácil. El capitán lo siguió desde la posada, lo alcanzó al llegar al muelle y lo mató. Habría sido simple si Daig no hubiera pasado por allí en ese momento. Gabrán sólo tuvo tiempo de correr a esconderse antes de que Daig se acercara. De hecho, Daig oyó sus pasos alejándose, pero fue tras ellos en la dirección equivocada. El otro error de Daig fue no registrar escrupulosamente el cuerpo antes.
»Cuando Daig echó a correr tras un espejismo, Gabrán regresó adónde estaba el cuerpo de su tripulante y recuperó el dinero. También se llevó la característica cadena de oro que portaba éste al cuello, y volvió a la posada, a la que Daig regresó al poco rato para hablar con él. A mi parecer, las preguntas de Daig lo alarmaron. Así que acudió a la abadía buscando apoyo para ocultar su acto. Pidió ayuda a la persona que lo empleaba y la amenazó con confesarlo todo si no se la proporcionaba.
»Me figuro que esa persona no debía de estar muy contenta con el modo en que se estaban desarrollando los acontecimientos. Quizá la decisión de quitar de en medio a Gabrán se tomó allí, en ese momento. A fin de cuentas, aquel hombrecillo mezquino estaba comprometiendo todo el negocio.
»Ahora bien, surgió otro problema, que aquel terrible acto acaso podría resolver. El hermano Ibar era otro eslabón débil de la cadena. Oh, sí -dijo, al levantarse un murmullo-, el hermano Ibar participó en este negocio, pero creo que lo hizo de manera totalmente inocente. Le habían encargado hacer los grilletes. Pero él pensaba que eran para animales. Eso dijo a Eadulf, pero empezó a sospechar del verdadero propósito del encargo. Y, claro está, Ibar podía identificar a la persona que le había encargado los grilletes. Esa misma persona se quedó con el dinero y la cadena de oro de Gabrán, asegurándole que se los devolvería si accedía a participar en el plan.
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