– Eso me confundió a mí también -confesó Fidelma-. Pero no tuve en cuenta la influencia que puede llegar a tener el miedo en una persona para hacerla actuar sin pensar. La pobre Fial temía por su vida. No sabía dónde estaba. Lo último que quería era llamar la atención bajando al embarcadero. No sabía si sus enemigos estarían allí. Es evidente que sabía nadar, y se decidió por esa vía. Y luego, poco después, en la orilla, cuando se encontró a Forbassach y a Mel…
– …y creyó que éramos parte de la conspiración… -aportó Mel.
– «Conspiración» es una palabra acertada, Mel, porque en esto aún quedan muchos misterios por resolver.
La abadesa Fainder resopló con menosprecio.
– En eso tenéis toda la razón, hermana -dijo-. Porque si Fial no ha matado a Gabrán, y al final parece que aceptáis que yo no lo hice, ¿quién lo ha matado? -Sus ojos de pronto refulgieron-. ¿O debemos sacar la conclusión de que vuestro sajón acudió a él buscando venganza?
Fidelma la fulminó con la mirada.
– Creo que el testimonio de esta pobre niña demuestra que el hermano Eadulf no es el culpable de la violación y el asesinato de Gormgilla, ¡y que otra mano ha movido esta atroz conspiración!
– Aun así, hermana -intervino Coba-, ¿adónde nos conduce la historia? Decís que Gabrán ha sido asesinado, pero ni a manos de Fial ni de la abadesa. No se me ocurre quién puede haberlo matado, ni si quiera por qué motivo.
– Gabrán no era más que un instrumento. Él era el medio utilizado para el tráfico de seres humanos, el medio por el cual se transportaban hasta el puerto de mar. Gabrán no tenía cerebro para planear y sostener este vil comercio. ¿Acaso habéis olvidado ya lo que ha contado Fial? Ha mencionado a un clérigo encapuchado que le ordenó que identificara falsamente al hermano Eadulf.
Mel se frotó la nuca y recordó:
– También se ha referido a otro tripulante que lo ayudó mientras Gabrán dormía la borrachera. ¿Quién era ese otro tripulante? Tal vez él atacó a Gabrán.
– No -negó Fidelma con un ademán impaciente-. Gabrán lo atacó a él. Ese tripulante era el hombre al que mataron al día siguiente, el mismo por cuya muerte ejecutaron injustamente al hermano Ibar.
– ¿Estáis diciendo que Ibar era inocente? -preguntó la abadesa Fainder, parpadeando varias veces.
– Es justamente lo que estoy diciendo. Ibar el herrero fue un chivo expiatorio oportuno, y quizá necesario. El día antes de morir, se había estado quejando de que en la abadía sólo le encargaban grilletes para animales. Quizá no se percató (o se percató demasiado tarde) de que esos grilletes para animales se estaban usando para personas.
El hermano Eadulf me dijo que había oído al hermano Ibar, cuando lo llevaban a la horca, gritar: "¡Preguntad sobre los grilletes!".
– Me gustaría saber, al igual que Coba hace un momento, hermana, ¿adónde queréis ir a parar? -exigió la abadesa con una voz repentinamente trémula; y ella también parecía haber perdido toda su fuerza.
Fidelma se encaró a la abadesa y le dijo con calma:
– Creía que eso era evidente, madre abadesa. Este tráfico de niñas, que son vendidas a barcos de esclavos extranjeros, está dirigido por una persona de Fearna, alguien de la abadía… alguien con un alto cargo jerárquico.
La abadesa Fainder, con la cara blanca, se llevó la mano a la garganta.
– ¡No! ¡No! -exclamó, e, inesperadamente, se desmayó y cayó al suelo.
Fidelma se agachó enseguida y le tomó el pulso en el cuello.
En ese instante un guerrero de Coba irrumpió en la sala en estado de agitación.
– El obispo Forbassach ha regresado. Está fuera con un buen grupo de guerreros del rey. Exige que se libere a la abadesa y al guerrero, Mel, y que los demás nos rindamos. ¿Cuáles son las órdenes, jefe? ¿Nos rendimos o luchamos?
Eadulf se despertó de un sobresalto al abrirse de golpe la puerta de su pequeño cuarto. Parpadeó y miró desconcertado a las figuras que aparecían agrupadas en la puerta. Una de ellas sostenía un farol, y le resultó familiar. Con nauseabunda desesperación, Eadulf reconoció al hermano Cett, a cuyo lado estaba el joven y animado Fianamail. También entrevió la expresión angustiada del hermano Martan detrás de ellos.
Los rasgos de Fianamail se retorcieron en una sonrisa de satisfacción al ver a Eadulf.
– Es el hombre al que buscamos -afirmó-. Bien hecho, hermano Cett.
Éste lo sacó a rastras de la cama y tiró de él para ponerlo de pie. Con acostumbrada facilidad, Cett le dio la vuelta, le torció los brazos a la espalda y se los ató.
– Muy bien, sajón -le dijo el monje con una mirada maliciosa a la vez que volvía a hacerlo girar para ponerlo de cara al rey-. ¿Creíais que os habíais salido con la vuestra? Pues no ha sido así.
Remató la frase propinándole un golpe seco que hizo a Eadulf doblarse y sentir náuseas de dolor.
– ¡Hermano! -exclamó el hermano Martan con indignación-. Absteneos de ejercer violencia contra un hombre maniatado, ¡que además es un hombre de la fe!
Entonces Eadulf oyó una voz familiar.
– Este sajón ha perdido la fe de la que es adepto, sea ésta cual sea, padre Martan. Con todo, hacéis bien en amonestar al hermano Cett. No es necesario tratar con tanta dureza a un hombre que ya está muerto. Dios lo castigará antes de que acabe el día.
Eadulf se retorció para atisbar un momento el rostro cetrino del abad Noé. Consciente de que todo estaba ya perdido, Eadulf forzó una sonrisa dolorida y miró al adusto clérigo.
– Vuestra caridad cristiana os precede -le dijo con la voz entrecortada, tratando de recuperar el aliento.
El abad Noé dio un paso adelante y lo miró de hito en hito, si bien con un gesto inexpresivo.
– No hay escapatoria posible de las llamas del infierno, sajón -le anunció en un tono solemne.
– Eso he oído. Al final todos tendremos que dar cuenta de nuestras fechorías; reyes y obispos… y hasta abades.
El abad Noé se limitó a sonreír, dio media vuelta y salió de la celda.
El joven rey Fianamail estaba impaciente. Miró por la ventana y vio que el día empezaba a clarear. En una hora amanecería. El hermano Martan se dio cuenta de su inquietud.
– ¿Partiréis ahora mismo hacia Fearna, majestad? -preguntó-. ¿O antes volveréis a la cabaña de caza?
– Esperaremos hasta el amanecer y luego cabalgaremos directamente a Fearna -respondió el rey.
– Por desgracia, no disponemos de otro caballo para vuestro prisionero -se disculpó el padre superior.
– El sajón no necesita caballo -respondió Fianamail con un semblante sombrío-. Delante de las puertas hay un árbol lo bastante fuerte. El sajón ha evadido la justicia en dos ocasiones. No lo hará una tercera. Lo colgaremos antes de partir.
Eadulf sintió una sensación de frío en el estómago, pero hizo lo posible por no revelar sus sentimientos a quienes les rodeaban. Forzó una sonrisa. Al fin y al cabo nadie se libraba de la muerte, ¿no? Durante las últimas tres semanas había hecho frente a esa contingencia, aunque había acariciado la esperanza de que, con la llegada de Fidelma, la verdad saliera a la luz. ¡Fidelma! ¿Dónde estaba? Deseaba poder verla una vez más en este mundo.
– ¿Es posible que eso sea legal? -preguntó al rey el hermano Martan con recelo.
Fianamail se volvió hacia el hombre, frunciendo el ceño con fastidio.
– ¿Que sea legal? -repitió en un tono amenazador-. Este hombre ya fue juzgado. Iba a ser ejecutado cuando se fugó. ¡Claro que está dentro de la legalidad! Yo actúo en representación de la ley. El hermano Cett se ocupará de todo. Y si vos, hermano Martan, tenéis escrúpulos morales, os sugiero que consultéis al abad.
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