– Ya no hay nada que temer. Yo no soy vuestra enemiga. Yo os protegeré de vuestros enemigos. ¿Me creéis?
Fial volvió a dar la callada por respuesta, de modo que Fidelma probó con preguntas más directas.
– ¿Cuánto tiempo estuvisteis presa en el barco de Gabrán?
La niña seguía si hablar.
– Sé que estuvisteis encerrada allí, en una pequeña cabina bajo la cubierta, encadenada con grilletes.
Sus palabras no fueron una pregunta, sino una afirmación. Al fin, Fial se estremeció y respondió:
– No sé cuánto tiempo estuve allí dentro. La última vez creo que fueron dos o tres días. Estaba oscuro y no había modo de saberlo.
– Estáis poniendo palabras que no ha dicho en su boca -protestó la abadesa Fainder.
Fidelma tomó las manitas de Fial y las levantó para que los demás las vieran.
– ¿Yo también le he hecho estas marcas en las muñecas, abadesa Fainder? -preguntó a media voz.
Las llagas que tenía en la piel de las muñecas demostraban que habían estado atadas.
– Creo que Fial también podría enseñarnos las llagas alrededor de los tobillos.
Coba ya había reparado en ellas.
– Niña, ¿estabais encadenada en el barco? -preguntó con brusquedad.
Viendo que no respondía, Fidelma le exhortó a hacerlo con delicadeza, repitiendo la pregunta. Fial agachó un poco la cabeza.
– Sí.
– ¿Cómo es capaz una persona de hacer algo semejante a una novicia? -quiso saber la abadesa Fainder, aceptando al fin la evidencia que se le mostraba-. Quienquiera que lo haya hecho, tendrá que dar muchas explicaciones.
Fidelma le lanzó una mirada cargada de cinismo.
– Si hacéis memoria, abadesa, Gabrán ya las ha dado. Según el médico de la abadía, el hermano Miach, Gormgilla también presentaba marcas de grilletes. -Tras la aclaración, volvió a dirigirse a la niña-. Sin embargo, Fial nunca ha sido novicia de Fearna ni de ninguna otra abadía, ¿verdad?
Fial negó con la cabeza.
– Pero si me dijisteis… -arremetió la abadesa Fainder contra Fial, pero Fidelma la hizo callar con un ademán.
– Escuchemos vuestra historia, Fial. Vos y Gormgilla llegasteis a Fearna a bordo del barco de Gabrán hace unas semanas, ¿no es verdad?
– No nos conocimos hasta que Gabrán nos hizo prisioneras en su barco -respondió la niña.
La abadesa Fainder la fulminó con la mirada.
– Eso no es lo que contasteis al tribunal en el juicio del sajón.
– En la sala de ese tribunal se contaron muchas cosas que deben enmendarse -respondió Fidelma con mordacidad-. Dejad que la niña prosiga. ¿De dónde sois?
– Nuestros padres son daer-fudir, y al ser hijas únicas las dos, tuvimos la desgracia de que el oro de Gabrán los sedujera y nos vendieran a él. Gormgilla y yo hablábamos de esto durante los largos y oscuros momentos que pasábamos solas.
– ¿Insinuáis que Gabrán se dedicaba a comprar niñas y a venderlas en el río… . a la abadía? - gritó la abadesa, horrorizada.
– No, a la abadía no -corrigió Fidelma-. Seguramente se las llevaba río abajo hasta el lago Garman y las vendía a barcos de esclavos que las transportaban a Dios sabe dónde.
– Pero Gormgilla y esta niña eran supuestamente novicias de la abadía -protestó la abadesa-. Ella misma dijo que era novicia.
– Fial acaba de deciros que no lo eran. Contadnos, Fial, ¿qué sucedió la noche en que el barco de Gabrán llegó a la abadía, procedente de aguas arriba?
La niña pestañeó varias veces, pero se había quedado sin lágrimas ya.
– Gormgilla era más joven que yo; sólo tenía doce años. Cuando nos subieron a bordo, Gabrán la cogió y… -les contó, apagando la voz al final.
– Te hemos entendido -aseguró Fidelma.
– No sabíamos adónde nos llevaba, porque siempre estábamos a oscuras y encadenadas en la cabina. Noté que el barco se había detenido, y que permaneció así un tiempo. Gormgilla y yo estábamos nerviosas, porque no sabíamos cuánto tiempo íbamos a estar encerradas en aquel antro pestilente. Entonces se abrió la puerta, y Gabrán se metió por el hueco. Notamos que olía a alcohol. Abrió los grilletes de Gormgilla, y ella le preguntó adónde se la llevaba. -Calló un momento al recordar la escena.
– ¿Y qué dijo Gabrán? -instó Fidelma.
– Dijo que se la llevaba para divertirse juntos y pasar el rato. Entonces tiró de ella y la arrastró hasta hacerla salir a la otra cabina más grande, y volvió a encerrarme, a solas en la oscuridad. Al poco oí gritar a Gormgilla. Se oían otros ruidos… como si forcejearan. Y luego todo quedó en silencio.
Volvió a callar, como si tratara de hacer frente al recuerdo antes de continuar.
– No sé cuánto tiempo pasó. De pronto, la escotilla se abrió. Primero pensé que era Gabrán, que volvía por mí, pero era uno de sus tripulantes, el mismo hombre que nos había subido a bordo. No sé cómo se llama. Me dijo que cerrara el pico y que sería libre y que me recompensarían si hacía lo que me pedían sin rechistar.
Me llevó a la cabina contigua, donde dormían los otros miembros de la tripulación. No creo que éstos supieran siquiera que íbamos en el barco. En esta cabina vi a Gabrán; estaba tumbado en el suelo y pensé que estaba borracho… he visto muchas veces a mi padre en un estado similar. Al poco rato me di cuenta de que tenía en la mano un trozo de ropa manchada de sangre. A su lado estaba sentado un hombre vestido con ropa clerical, con una capucha gruesa sobre la cabeza; la penumbra no me permitió verle los rasgos. Parecía nervioso, y no dejaba de toquetear el crucifijo que le colgaba del cuello, bajo el hábito.
– ¿Es éste otro intento de desacreditar mi abadía? -replicó la abadesa en un tono que ponía en duda la veracidad de la historia.
– Estoy diciendo la verdad -se quejó la niña con algo más de ánimo-. Sólo puedo hablar de lo que vi.
Fidelma le dio unas palmaditas alentadoras en el brazo.
– Lo estáis haciendo muy bien. ¿Qué dijo el religioso?
– No dijo nada. El marinero fue el único que habló. Me contó que había habido un accidente. Que habían matado a Gormgilla y que era imprescindible castigar al hombre que lo había hecho. Al principio creí que se refería a Gabrán, pues no me cabía duda de que él había matado a mi pobre compañera.
– ¿Y no se refería a Gabrán?
– No. Me dijo que Gormgilla había salido del barco para bajar al muelle. Dijo que un sajón que se alojaba en la abadía la había violado y estrangulado. Y que nunca apresarían al sajón a menos que yo declarara que había presenciado el asesinato.
– ¿Qué? -La abadesa Fainder se mostraba estupefacta-. ¿Decís que se os pidió, en connivencia con un clérigo, que mintierais acerca de algo tan grave?
– Yo sabía que era mentira, pero también sabía que, si no accedía a hacerlo, también me matarían. Tenía que contar que me hallaba detrás de unos fardos cuando vi al sajón agredir a mi amiga. Podría identificarlo por una tonsura distinta a la del resto de monjes, y me la describieron. También tenía que decir que Gormgilla y yo éramos novicias en la abadía.
– ¿Cómo osasteis afirmar cosa semejante si no era verdad? -preguntó la abadesa con aire despectivo-. La maestra de las novicias habría denunciado un engaño tal.
– Pero acababa de partir en peregrinación a Ilona -le recordó Fidelma.
– Me dijeron que nadie dudaría de mi historia -añadió Fial.
– Si no recuerdo mal -dijo Fidelma, dirigiéndose a la abadesa-, vos apoyasteis la historia, Fainder. Vos identificasteis a las niñas como novicias ante vuestra administradora, ¿me equivoco?
Hubo un silencio antes de que Fidelma volviera a preguntar con firmeza:
Читать дальше