Peter Tremayne - Nuestra Señora De Las Tinieblas

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Nuestra Señora de las tinieblas, sor Fidelma se enfrenta a una auténtica carrera contra el tiempo de cuyo resultado depende la vida de su compañero Eadulf, declarado culpable del brutal asesinato de una joven y pendiente sólo de que se cumpla la sentencia a muerte.
Nunca una investigación había implicado tan personalmente a alguien cercano a Fidelma, pero aun así deberá mantener la sangre fría para desentrañar una escabrosa historia de sexo, ignominia y muerte. Fidelma es incapaz de creer en la culpabilidad de su buen amigo, pero a medida que avanzan sus pesquisas, para las que sólo cuenta con veinticuatro horas, el puzzle al que creía enfrentarse empieza a tener más piezas de las que ella (y el lector) esperaban; ¿o quizá el puzzle es mayor de lo que parecía inicialmente?
La combinación de fidelidad histórica, potencia de las tramas y pulso narrativo hacen de Tremayne uno de los grandes escritores de ficción histórica de nuestro tiempo.

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Fidelma se volvió hacia la orilla y vio una figura de escaso tamaño entre los árboles. Parecía que corría sin saber por dónde ir, pues al salir a la orilla se detuvo en seco, como si se diera cuenta de que el río le obstruía el paso. Luego fue a su izquierda, a su derecha, y se agachó cual ave zancuda y reemprendió la carrera.

– ¡Enda! ¡Corre! -gritó Fidelma, dirigiéndose hacia la orilla.

Había advertido que se trataba de una niña menudita, desaliñada y descalza.

Enda salió disparado, aprovechando su posición estratégica, próxima al lugar donde había aparecido la niña; no le costó nada alcanzarla. A los pocos pasos la tomó por uno de sus delgados brazos y la volvió hacia él. La niña sollozaba, gritaba y le pegaba en vano para que la soltara.

Fidelma saltó sobre el embarcadero de madera y acudió a ayudar a Enda.

Al llegar donde estaban, oyó el ruido de caballos abriéndose paso por el sendero, entre los árboles y arbustos. Se dio la vuelta y se encontró frente a las caras sorprendidas del obispo Forbassach y Mel, el guerrero, que tiraron de las riendas para detener a sus caballos jadeantes.

Fidelma se volvió hacia la niña desgreñada.

– ¡Me estaban persiguiendo! ¡No permitáis que me maten! ¡Por favor, no permitáis que me maten! -chilló la niña, que apenas si tenía trece años.

– Entonces no os resistáis -le dijo Fidelma con voz tranquilizadora-. No vamos a haceros daño.

– ¡Me matarán! -La niña estaba sollozando-. ¡Quieren matarme!

Fidelma reparó en que la abadesa Fainder se había acercado al grupo, pues notó su presencia detrás de su hombro.

– Pero si es sor Fial -musitó ésta en un tono asombrado-. Os hemos estado buscando, hermana.

Fidelma se fijó en el aspecto desaliñado de la niña.

– Vuestra ropa está empapada -observó-. ¿Habéis nadado en el río?

* * *

Eadulf y las dos niñas tardaron bastante en cruzar las montañas; acaso era demasiado generoso llamarlas así, pues sólo dos de éstas superaban los cuatrocientos metros. El problema no era la altura, sino el terreno tan abrupto, exento de vegetación, y el hecho de que las niñas estaban débiles tras el suplicio que habían pasado. El propio Eadulf, tras varias semanas encarcelado en una celda y a pesar de sus intentos de mantenerse en forma, tampoco estaba en su mejor estado físico. Durante la ascensión, tuvieron que detenerse a descansar varias veces.

Se habían dirigido hacia el norte, de camino al extremo noreste de la sierra, para luego proseguir el viaje girando hacia el sudeste. A lo lejos, Eadulf divisó la imponente sombra de la Montaña Gualda, lo cual confirmó que la mejor perspectiva de pasar la noche con cierta comodidad y no a merced de la intemperie era buscar cobijo en la pequeña población religiosa dedicada a la santísima Brígida de Kildare, que se encontraba en las laderas del sur. Mas la tarde avanzaba sin piedad. Les quedaba un buen trecho por delante, y no llegarían a su destino antes de caer la noche.

Capítulo XVIII

Dego volvió al barco en compañía de Coba y algunos de sus guerreros a los pocos minutos de la inesperada aparición de Fial y sus perseguidores. Coba sugirió que fueran todos a su fortaleza de Cam Eolaing, para tratar los acontecimientos con mayor comodidad. Fidelma no había conseguido sacar nada en claro de Fial, que todavía estaba histérica, ni del obispo Forbassach ni de Mel, que de pronto habían perdido el interés en explicarse. Así como la abadesa, que, de pronto, había enmudecido.

Entre los hombres de Coba había guerreros que conocían bien el río y se ofrecieron a llevar el barco de Gabrán corriente abajo, hasta el embarcadero de Cam Eolaing. Con la ayuda de Enda, otros dos de sus hombres se hicieron cargo de los caballos, que usaron para regresar, mientras que Fidelma volvió con el barco, junto a los demás.

– Cuando lleguemos a la fortaleza, Coba -le dijo al jefe-, interrogaré a estas personas para averiguar qué ha sucedido. Como juez del territorio, creo que lo más adecuado sería que os sentarais conmigo en cuanto representante local.

El obispo Forbassach, que entreoyó la conversación, intervino enseguida.

– Coba ya no tiene autoridad para ejercer de juez -objetó sin más-. La perdió al ayudar a vuestro amigo sajón a fugarse. Vos misma estabais en la posada cuando se lo comuniqué.

– El rey es quien tiene el poder de pronunciar y confirmar una destitución de cargo -señaló Fidelma-. ¿Fianamail ha destituido formalmente a Coba de su posición de bó-airé?

– El rey -respondió el obispo Forbassach con irritación- había salido de caza con el abad Noé por las montañas del norte cuando he ido a verle para tratar con él el abuso de la ley cometido por Coba con respecto al sajón.

– En tal caso, hasta que Fianamail no regrese de cazar, Coba seguirá siendo el bó-aire de este distrito, ¿de acuerdo?

– A mis ojos no -respondió el obispo con desdén-, pues soy brehon de Laigin.

– A los ojos de la ley, Coba todavía es juez; en cambio vos estáis demasiado mezclado en este asunto, Forbassach. Así que se sentará conmigo como autoridad mientras hago el interrogatorio.

Coba lanzó una mirada no exenta de triunfo a Forbassach y la abadesa.

– Así lo haré de buen grado, hermana. Al parecer, aquí hay cierta connivencia.

– Lo discutiremos en Cam Eolaing -le aseguró Fidelma.

Caía la noche cuando el barco tocó el embarcadero de madera situado a los pies de la fortaleza de Cam Eolaing. Tuvieron que encender antorchas para iluminar el camino que subía del río a la entrada de la fortaleza de Coba. Unos cuantos criados del jefe acudieron a recibirlos tras enterarse de que estaba de regreso y que el grupo traía consigo un cadáver. Se agolparon con preocupación en torno a la portalada, pues no sabían si había muerto alguno de los hombres de Coba.

Éste, a la cabeza del grupo, se detuvo un momento para mostrarles al muerto. Corrió un murmullo de sorpresa al saberse que se trataba de Gabrán.

– Y ahora, que cada uno vuelva a lo suyo -ordenó el jefe-. Encended las chimeneas de los salones para los invitados y preparad refrigerios -pidió al administrador, y luego indicó a los mozos de cuadras-: Llevaos los caballos y atendedlos. -Y, dirigiéndose a los que cargaban con el cuerpo de Gabrán, añadió-: Dejadlo en la capilla.

Con media docena de órdenes precisas, Coba organizó una recepción apropiada para sus invitados, unos más dispuestos que otros a estar allí. Después de lavarse, comer y descansar, fueron convocados a presentarse en el salón de Coba, donde resplandecía el fuego en la chimenea, y antorchas de tea iluminaban los rincones más oscuros.

Coba tomó asiento en su silla de oficio, e invitó a Fidelma a hacerlo a su lado.

Desde su posición más elevada, miró a los rostros expectantes de la abadesa Fainder, Mel, Enda y Dego, y a la figura triste y acurrucada de la niña llamada Fial. Luego dio una breve mirada alrededor.

– ¿Y el obispo Forbassach? ¿Dónde está? -preguntó, no sin advertir un destello de satisfacción en los ojos de la abadesa Fainder.

Coba se volvió hacia el jefe de sus guerreros, y éste salió disparado de la sala.

– Lo más sencillo para todos -dijo Fidelma, lanzando una mirada glacial a la abadesa Fainder- sería que nos dijerais adónde ha ido Forbassach.

– ¿Qué os hace pensar que yo lo sepa? -respondió la abadesa con sorna.

– Sé que lo sabéis -respondió Fidelma con seguridad.

– Yo no he hecho nada malo -replicó la abadesa Fainder, avanzando la mandíbula agresivamente-. Me niego a aceptar la medida legal de que el bó-aire de Cam Eolaing me tenga recluida y pretenda interrogarme. Coba ha demostrado ser mi enemigo. Estoy retenida aquí contra mi voluntad.

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