– ¿Quién más identificó a Fial como novicia?
La abadesa Fainder no despegaba la boca y fruncía el ceño con gesto pensativo.
Mel carraspeó. Había estado dando vueltas a la historia de Fial.
– Es cierto que la niña apareció de detrás de los fardos. Podría haber venido del barco. Pero ella me dijo que…
– Por supuesto -interrumpió Fidelma con impaciencia-. Porque no se había movido del barco. Así, tienen sentido las observaciones que os hice en cuanto a que la posición de la niña en el muelle era contradictoria. Aun así, que continúe contando la historia. Cuando se dieron cuenta de que habían encontrado el cuerpo de Gormgilla, tuvieron que pensar en algo rápido.
– Pero Gabrán no pudo haber pensado en nada, ya que estaba borracho. Eso ha dicho la niña -aportó Coba con interés-. ¿Quién creéis que urdió el embuste?
– La persona que contrató a Gabrán; la misma persona a cargo de este terrible tráfico de sufrimiento humano -respondió Fidelma con confianza-. Parece que, casualmente, esa persona llegó al barco con alguien de la tripulación en el momento en que Gabrán acababa de matar a Gormgilla. Seguramente le golpearon para dejarlo sin sentido y poder moverlo con facilidad. Lo arrastraron a bordo y lo metieron en la cabina para que durmiera la cogorza. Entonces, uno de ellos (o los dos) regresó adónde estaba el cuerpo con la idea de deshacerse de él. Pero entonces se produjo otra coincidencia: se disponían a llevarse el cuerpo cuando, en medio de la oscuridad, apareció la abadesa Fainder a caballo. Volvieron corriendo al barco planteándose qué hacer. Entonces llegó Mel.
– Fainder ha contado su versión de cómo encontró el cuerpo -reconoció Coba-. Eso encaja en la teoría.
– Lo que no encaja es que las ropas del sajón estaban manchadas de sangre y tenía consigo un pedazo de…
La abadesa Fainder no acabó la frase al recordar lo que había dicho la niña sobre el estado de la ropa de Gabrán.
– ¿Qué pasó con el pedazo de tela que Gabrán tenía en la mano, Fial? -preguntó Coba.
– El marinero se lo dio al clérigo. Dijo que podría darle buen uso cuando el clérigo regresara a la abadía.
– En otras palabras, pretendían usarlo para inculpar al hermano Eadulf -murmuró Fidelma-. Pero no adelantemos acontecimientos. Al llegar la abadesa, cundió el pánico. Oyeron a Mel llamarla cuando se acercó al muelle. El que había contratado a Gabrán estaba acorralado en el barco. Ya no podían ocultar el crimen. Así pues, se hizo imprescindible permitir que el jefe de Gabrán se desvaneciera en la oscuridad y que nadie sospechara del capitán. A alguien se le ocurrió obligar a Fial a dar falso testimonio bajo la promesa de que sería liberada. ¿Es así?
Fial confirmó su conjetura.
– Yo me atuve a mi papel. Conté a todo el mundo lo que se me dijo que contara. Identifiqué al sajón por la tonsura fuera de lo corriente. Me dijeron que tendrían que encerrarme en un cuarto en la abadía por mi propia seguridad hasta después del juicio. Luego pasaron los días y, hace dos, un monje me dejó salir.
– ¿Era la misma persona que estaba sentada junto al marinero en el barco y que os pidió que identificarais al sajón?
– No, era otro. A éste no le había visto nunca. Me llevó al barco de Gabrán. Gabrán estaba a bordo. No pude defenderme, pues me hallaba encadenada otra vez. Oí al hombre grande decirle a Gabrán: «¡Tienes que deshacerte de ella!». Es lo único que dijo. Y Gabrán dijo: «Así se hará». El monje se marchó, Gabrán me metió en la misma cabina pequeña y oscura que había compartido con Gormgilla. Me miró con una sonrisa y dijo: «Así se hará, pero cuando yo lo decida».
Fial volvió a echarse a sollozar.
– He estado ahí abajo metida durante no sé cuánto tiempo. Anoche Gabrán bajó… y… me utilizó.
Fidelma rodeó a aquella criatura desconsolada con sus brazos y miró a Coba y dijo:
– Por desgracia, mi llegada a la abadía y mis investigaciones hicieron que se llevaran a esta pobre niña de allí y la devolvieran a Gabrán.
La abadesa Fainder, que estaba pálida como la cera, carraspeó con nerviosismo.
– ¿Cómo podemos estar seguros de que dice la verdad? -preguntó-. Ha reconocido que ha mentido antes: podría estar haciéndolo ahora. Es una historia demasiado grotesca para ser real.
– Demasiado grotesca para que se la invente una niña de trece años -replicó Fidelma con dureza, y volvió a dirigirse a Fial-. Sólo unas preguntas más, chiquilla. Mientras estabais encarcelada en la oscuridad del barco, no perdisteis el tiempo, ¿verdad?
– ¿Cómo lo sabéis? -le preguntó Fial, mirándola de manera inquisitiva.
– Os hicisteis con un pedazo de metal afilado y socavasteis la sujeción de la cadena a la que estaba atada a los tobillos.
– No sé cuánto tardé en hacerlo. Una eternidad.
– Y cuando os liberasteis…
– Sólo conseguí liberar los tobillos. Aún llevaba grilletes en las muñecas.
– Sí, pero os las arreglasteis para subir por la escotilla que da a la cabina de Gabrán. Porque la escotilla que daba a la cabina principal estaba cerrada con llave, claro.
– ¡Así que ella lo mató! -gritó la abadesa Fainder al darse cuenta de adónde había desembocado la historia-. Lo acuchilló en el momento en que yo subí a bordo. Claro… -dijo y dudó un instante- debía de estar matando a Gabrán en ese mismo momento. Llamé a la puerta de la cabina, y ella salió por la misma escotilla que había entrado. Entonces, mientras yo estaba inclinada sobre el cuerpo, se escapó por la cabina y saltó al agua. Y ésa fue la zambullida que oí.
– Casi habéis acertado del todo, madre abadesa -reconoció Fidelma.
– ¿Casi? -repitió la abadesa en un tono belicoso.
– Cuando Fial subió a la cabina, se encontró con que Gabrán ya estaba muerto. Lo habían matado con un golpe de espada dado con una fuerza inconmensurable. ¿Tengo razón, Fial? ¿Prosigo?
La niña parecía deslumbrada por la aparente omnipresencia de Fidelma.
– Fial sabía dónde Gabrán guardaba las llaves, así que ella misma abrió los grilletes de las muñecas. Se disponía a marcharse cuando se apoderó de ella un deseo de venganza. De venganza por el terrible daño que este animal le había causado. Puede que fuera una reacción adolescente instintiva. Tomó un puñal que había por allí y, agarrando a Gabrán por el pelo (y con tal rabia que en parte se lo arrancó de raíz), le asestó en pecho y brazos unas seis cuchilladas. Entonces la abadesa llamó a la puerta de la cabina. Fial soltó el puñal y el cuerpo. De hecho, éste fue el ruido sordo que Fainder oyó.
Fial sabía que tenía que huir. La única salida era por abajo, pero la puerta estaba cerrada. Cogió un juego de cuatro llaves que encontró en la cabina de Gabrán. Sabía que una de ellas abriría la cerradura del habitáculo donde había estado encerrada. Era su única salida. Así que se escabulló por el hueco. Y cuanto sucedió después es evidente.
Fidelma hizo una pausa en el relato, tomó el rostro de la niña con ambas manos y lo levantó de manera que Fial no tuvo más remedio que mirarla a los ojos.
– ¿Fue así, querida? ¿Sucedió tal cual lo he contado?
Fial se echó a sollozar.
– Lo habría matado si hubiera podido. Le odiaba tanto… ¡qué me hizo! ¡Qué me hizo!
Fidelma abrazó a la niña para consolarla.
Coba se echó atrás contra el respaldo, cerró los ojos y soltó un largo suspiro.
– ¿Lo he entendido bien? -preguntó-. Mientras la abadesa estaba en la cabina de Gabrán, ¿la niña consiguió subir a la cubierta y saltó al río? A esa altura la corriente es fuerte. ¿Por qué no fue directamente a la orilla?
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