La señora Chung hizo caso omiso.
– Wu no pudo o no quiso decírnoslo. Nuestro trabajo consistía en difundir la información, eso es todo.
– Pero ¿se trataba de un arma poderosa?
– Tal vez, pero lo dudo.
Gideon la miró fijamente.
– ¿Por qué lo duda?
– Porque no es así como la describió Wu. Nos contó que se trataba de una nueva tecnología que permitiría a China conquistar el mundo, o puede que «dominar el mundo», creo recordar que dijo. Sin embargo, no tuvimos la impresión de que fuera necesariamente peligrosa. Además, dudo que Wu hubiera querido difundir mundialmente los planos de una nueva arma, porque eso habría puesto información peligrosa en manos de todo tipo de terroristas. -Hizo una pausa-. Fue una gran desgracia que lo asesinaran.
– Si Wu llevaba los planos encima, ¿dónde están ahora?
– Eso tampoco lo sabemos. Era muy reservado.
– Pero sin duda le explicó dónde y cuándo se los entregaría.
– Tomamos la precaución de escoger a la persona que los recogería. Uno de nuestros contactos técnicos, Roger Marion, tenía que recoger la información en la habitación del hotel de Wu. Le dimos el nombre de Roger cuando este llegó al aeropuerto. -Hizo una pausa, como si recordara algo-. Durante el proceso de negociación, Wu dijo algo extraño; nos comentó que necesitaría disponer de un rato en su habitación para extraer la información.
– ¿Extraer? No lo entiendo.
– Utilizó la frase en chino cai jian , que significa «extraer» o «extirpar». Me dio la impresión de que la información se encontraba metida dentro de algo y que había que extraerla, sacarla.
Gideon recordó inmediatamente las radiografías. ¿Y si Wu había metido la información en su cuerpo?
– Wu también tenía una lista de números que había memorizado. ¿Qué eran?
La anciana lo miró.
– ¿Cómo sabe lo de esa lista?
Gideon contuvo el aliento durante un instante.
– Porque lo seguí desde el aeropuerto. Vi cómo aquel todoterreno se empotraba contra su taxi y después lo saqué de entre los restos del coche. Supongo que me tomó por Roger Marion, porque me dio la lista de números. Intenté salvarlo, pero no pude.
Se hizo un largo silencio. Finalmente, la anciana habló de nuevo.
– Nosotros tampoco sabemos qué significan esos números. Todo lo que Wu nos dijo fue que había que combinarlos con lo que nos iba a traer. Había que juntar ambos para que el secreto estuviera completo. Lo uno sin lo otro no funcionaría. Las dos cosas eran necesarias. Era su manera de proteger el secreto. Su idea era entregar ambas cosas a Roger.
– ¿Y usted hizo todo eso por Wu, fiándose exclusivamente en su palabra y sin saber de qué se trataba?
– El doctor Wu era un practicante muy avanzado de Dafa. Su buen juicio estaba fuera de toda duda.
Gideon vio que estaba cerca, terriblemente cerca.
– ¿Cómo describió esa información secreta? ¿Se trataba de unos planos, de un microchip? ¿De qué?
– Se refirió a ello como un objeto, una cosa.
– ¿Una cosa?
– Utilizó la palabra wu , que significa «objeto» o «cosa», «materia sólida». También es la palabra que en chino se utiliza para «física». Dicho sea de paso, no es la misma que su apellido, sino que se pronuncia de otra manera, más grave.
Una vez más, el pensamiento de Gideon volvió a las radiografías de las piernas de Wu. En ellas aparecían las extremidades destrozadas, llenas de fragmentos de metal y plástico del accidente. Había examinado cuidadosamente todas las manchas de la imagen. ¿Cabía la posibilidad de que se le hubiera escapado algo? ¿Podía haber sido alguno de aquellos fragmentos el objeto que perseguía? Había buscado unos planos, un microchip, un microrrecipiente; pero podría tratarse de otra cosa. Quizá era una pieza de metal.
«Una pieza de metal…»
Su amigo O'Brien le había dicho que según su amiga Epstein, una física, aquellos números parecían una fórmula metalúrgica. Eso era. ¡Eso era!
– Debe comprenderlo -dijo la señora Chung-; el doctor Wu no pensaba desertar a Estados Unidos ni nada por el estilo. Era un ciudadano chino leal a su país. Pero al mismo tiempo también era científico y se sentía obligado por un imperativo ético. Su intención era que nosotros difundiéramos su gran secreto por todo el mundo, de tal modo que nadie pudiera jamás ocultarlo. No sé si lo entiende: iba a ser un regalo, un regalo para el mundo entero de nuestra parte.
«Así pues, Mindy se equivocaba con respecto a sus motivos», pensó Gideon. Sin embargo, en esos momentos tenía preocupaciones más urgentes. Su cerebro funcionaba a toda velocidad. Las piernas de Wu estaban llenas de fragmentos de metal, y su cuerpo seguía en el depósito, esperando que él, como pariente más cercano, fuera a reclamarlo. ¡Santo Dios! Lo único que tenía que hacer era ir allí y extraer lo que andaba buscando.
Pero antes debía recuperar las radiografías y averiguar qué fragmento metálico en concreto debía extraer. Tenía que ir a ver a Tom O'Brien y a su amiga, la física.
Se dio cuenta de que la señora Chung lo observaba.
– Señor Crew -dijo ella-, ¿se da cuenta de que, cuando consiga recuperar lo que el doctor Wu nos traía, deberá entregármelo?
La miró fijamente.
– Lo comprende, ¿verdad? -insistió ella-. Es una obligación de la que no puede escapar.
La voz musical de la anciana subrayó jovialmente aquellas últimas palabras mientras lo obsequiaba con su mejor sonrisa.
Gideon regresó al Waldorf alrededor de las once de la noche y entró por la puerta de personal, para evitar la iglesia de San Bartolomé, donde temía que Nodding Crane pudiera estar esperándolo con su guitarra. Había estado pensando durante el viaje de regreso, y se había dado cuenta de que, desde la escalinata de la iglesia, el asesino tenía una visión despejada de sus habitaciones, así como de la entrada del hotel por la calle Cincuenta y uno. No estaba seguro de que Crane supiera que había dos habitaciones, pero prefería dar por hecho que sí. El asesino lo había localizado con precisión.
Maldiciendo su estupidez, Gideon pulsó el botón de uno de los ascensores de servicio y subió al piso donde tenía su habitación de apoyo. Una vez allí, entró sigilosamente y no encendió la luz por si Crane lo estaba observando desde el exterior. Sin embargo, también cabía la posibilidad de que lo estuviera esperando dentro. Se detuvo y aguzó el oído. Por primera vez deseó no haber perdido la pistola en el río o, como mínimo, haberle pedido otra a Garza.
Lo que más nervioso lo ponía de Nodding Crane no era que lo hubiera seguido tan fácilmente, sino lo bueno que era tocando blues. A pesar de lo que Mindy Jackson le había contado, había supuesto que Crane era una especie de asesino a sueldo chino, una caricatura salida de una película de karatecas, sin duda un experto en artes marciales, pero desconocedor de la cultura estadounidense y limitado por su condición de extranjero y por su falta de conocimiento de la ciudad. En ese momento comprendía hasta qué punto se había equivocado.
Gideon se estremeció. La habitación estaba en silencio. La quietud era absoluta. Finalmente se acercó a la cama y sacó la maleta Pelican de debajo del colchón. A la luz de la claridad que entraba por la ventana parecía que nadie la había tocado. Introdujo la combinación, la abrió y sacó el sobre de papel marrón que contenía las radiografías de Wu junto con el informe médico. Luego, cerró la maleta y volvió a guardarla. Se quitó la chaqueta, escondió el sobre bajo la camisa y se puso la americana de nuevo.
Por un momento pensó en sus propias radiografías, pero apartó aquella idea de su cabeza. Sin duda fracasaría si perdía la concentración.
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