4) En la cadencia que cierra la exposición del mencionado allegro (28' 40") se incluye una de las energéticas hemiolas beethovenianas. Las hemiolas son patrones rítmicos en los que dos compases en tempo ternario son acentuados como si fueran tres compases en ritmo binario. Es decir, que, de nuevo en un alarde de ingenio, el compositor nos hace pasar, sin alterar el compás, de un ritmo acentuado 1, 2, 3 – 1, 2, 3 – a 1, 2 – 1, 2 – 1, 2.
5) La presencia de una coda de gran extensión para concluir el allegro en do menor también es típicamente beethoveniana. La coda, en otros compositores clásicos como Haydn o Mozart, no era más que un elemento decorativo que confería al allegro de sonata una mayor sensación de conclusión. Pero aquí nos encontramos con una larga coda de dos minutos y medio de duración, en la que el compositor sigue transformando el material que ya había explotado durante el desarrollo del allegro propiamente dicho. Esto revela una sobreabundancia de ideas digna de un verdadero titán de la composición musical.
6) En lo tocante a la instrumentación, resulta admirable la manera en la que el compositor se reserva el uso de determinados instrumentos -como flautines y trombones- para emplearlos como efecto sorpresa en la última parte del movimiento.
RESULTADOS
La autoría de Ludwig van Beethoven respecto al material tem á tico del primer movimiento de la Décima Sinfonía no estaba en entredicho, pues los temas (las melodías principales) corresponden a los que se encuentran recogidos en varios cuadernos de composición, que se conservan en Berlín, Bonn y Viena.
Lo que se trataba de dilucidar aquí es si el resto de la obra, que incluye el desarrollo del material motívico y en muchos casos, la orquestación y la armonización de todo el movimiento, podían ser obra de la víctima, el doctor Ronald Thomas, o si por el contrario los recursos empleados para completar este primer tiempo de la sinfonía excedían de la limitada capacidad técnica de este. A tenor de lo analizado en la grabación que me ha sido facilitada y que adjunto a este informe pericial, cabe afirmar que se trata de música enteramente desarrollada, orquestada y armonizada por Beethoven, por lo que la posibilidad de que el señor Thomas pueda ser considerado coautor de la partitura queda completamente descartada.
OBSERVACIONES
El hecho de que se haya podido acreditar, a través del análisis de la grabación del ensayo, que se trata del auténtico primer movimiento de la Décima Sinfonía de Beethoven, tal como fue concebido por el autor, invita a pensar que el resto de los movimientos (posiblemente cuatro, aunque es difícil asegurarlo con rotundidad) obraran también en poder del señor Thomas y que por lo tanto el móvil del asesinato haya podido ser la sustracción de la partitura, cuyo precio podría alcanzar, sobre todo si está en versión manuscrita, millones de euros.
Tras dejar su informe pericial en el juzgado, junto a una copia del cedé, Daniel se personó en la oficina de Durán ya que Blanca, su secretaria, le había dicho que el jefe quería hablar con él.
La puerta de su despacho estaba cerrada, y desde el otro lado se oían, atronadores, los acordes iniciales del Concierto para piano n.° 1 de Tchaikovsky.
– Está dirigiendo -le explicó Blanca, subrayando la frase con un sonsonete burlón-. Pero puedes pasar.
Daniel abrió la puerta y se encontró con que, efectivamente, su jefe no solo estaba enfrascado en una sesión melómana de primer orden sino que se había subido al sofá de las visitas -después, eso sí, de haberse quitado los zapatos- y en mangas de camisa -la primera vez que le había visto sin chaqueta en muchos años- estaba gesticulando frenéticamente, imaginando, ora que era el concertista de piano, ora que era el director de la orquesta. Su entrada no le cohibió en lo más mínimo, sino que siguió entregado en cuerpo y alma a su pantomima musical hasta que Daniel no bajó a un nivel razonable el volumen del equipo de música.
– La sección de cuerda se estaba comiendo a la de viento -le dijo Daniel muy serio, como si fuera su profesor en el Conservatorio-. Tienes que cuidar más el balance orquestal.
– Lo que tengo que hacer es comprarme una batuta -respondió Durán-. Sin batuta los profesores de la orquesta no te toman en serio.
– Te regalaré una, no te preocupes. Aunque dirigir bien o mal no depende de la batuta. Precisamente este director, Valery Gerhiev -Daniel agarró la caja del cedé que contenía el Concierto de Tchaikovsky- dirige sin batuta y ha convertido a la orquesta de San Petersburgo en una de las mejores del mundo.
– Tú di lo que quieras, pero yo insisto en que la batuta es imprescindible. Aunque solo sea porque, cuando llegan los crescendi, se te puede escapar en cualquier momento y le puedes sacar un ojo a alguien. Los músicos lo saben y como ninguno quiere quedarse tuerto, están todo el rato en tensión, con lo que te miran continuamente y no se pierden ni una sola de tus indicaciones. Échame una mano, anda.
Daniel ayudó a mantener el equilibrio a Durán, que estuvo a punto de romperse el astrágalo al bajar del sofá y luego dijo:
– ¿Querías verme?
– Sí. Siéntate.
– ¿Me vas a despedir?
– ¿Despedirte? No. ¿Te quieres ir tú?
– Tampoco. Aunque no estaría mal que me pagaras un poco más.
– Dinero, dinero. Tú no estás aquí por el dinero. Estás porque te gusta la música y te encanta enseñar. ¿Qué pasa? ¿Necesitas dinero?
– Lo necesito como reconocimiento a mi trabajo. Claro que igual dentro de poco necesito comprarme un piso.
– O sea, que tú y Alicia os habéis decidido. ¿Vais a tener el bebé?
– Estamos ahí. Yo le he dicho que adelante, pero la última palabra la tiene ella. Dentro de tres días me da la respuesta.
– ¿Tienes miedo?
– Es su decisión, ¿no?
– No te he preguntado eso. Si decide no tenerlo ¿cómo va a afectar eso a tu relación con ella?
– No muy bien.
– ¿Serías capaz de dejarla?
– No lo sé. No quiero «hipotizar futuribles», que dijo aquel político.
– Mira que Alicia es una tía cojonuda.
– Por eso quiero que sea la madre de mi hijo.
– Ah, ya has decidido tú solo el sexo y todo.
– No, pero me encantaría que fuera un varón.
– Para poder sentarlo al piano durante horas, ¿no? A ver si te sale un Beethoven. Pobre criatura, si supiera la que le espera. Yo creo que sería mejor que no viniera al mundo.
Se produjo un silencio, durante el cual Daniel se sumergió en una ensoñación diurna en la que Alicia, él y el niño paseaban felices, con cochecito y todo, por las inmediaciones del estanque del Retiro, hasta que Durán le arrancó de su daydreaming:
– Bueno, ¿qué?
Daniel se sobresaltó.
– ¿Qué de qué?
– Que en qué andas.
Durán se quedó mirando fijamente a Daniel como si ya supiese de antemano la respuesta a la pregunta que acababa de formularle.
– Ando en muchas cosas.
– Daniel, la discreción, que en la mayoría de las personas es una virtud, en ti ha llegado a convertirse en un verdadero vicio. Cuéntame cómo va la investigación, que para eso fui yo el que te metí en esto. ¿Quién te dio la invitación para el concierto de Thomas? ¿Quién propuso tu nombre cuando Marañón me dijo que la juez buscaba un perito musical?
Daniel puso en antecedentes a Durán sobre sus sospechas acerca de la reconstrucción de la sinfonía y luego comentó con él la aparición del cuadro de Beethoven y la extraña melodía que aparecía en el mismo.
– No he tenido oportunidad de verlo -dijo Durán-. Me paso el día almorzando con burócratas y las cosas importantes me pasan por encima. ¿No tendrás por ahí una fotografía?
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