– Los compases de los que partió tu padre, y que son conocidos por todos los estudiosos de Beethoven, no eran ideas musicales completas: eran solo piezas de un gran rompecabezas que solo el genio de Bonn habría sabido cómo armar. No es lo mismo terminar Turandot de Puccini, una ópera de la que solo quedaba por escribir el final y que por eso pudo llevar a buen puerto Franco Alfano, que poner en pie toda una sinfonía partiendo de unos apuntes básicos. ¿Tienes conocimientos acerca de la forma sonata?
Paniagua acababa de hacer alusión a la estructura musical más típica del clasicismo, caracterizada por una ordenación dramática de todo el material musical. La mayor parte de los no iniciados en la música solían armarse bastante lío con el término sonata, ya que se trata de una palabra polisémica, que quiere decir «pieza instrumental» -en contraposición a cantata, que es una pieza vocal- pero que también se utiliza para designar uña forma musical.
– Por supuesto que sé lo que es la forma sonata. ¿Adónde quieres ir a parar?
– A mí me gusta imaginarme la forma sonata como un drama musical: hay unos personajes, que son los temas, que conocemos al comienzo de la obra. Luego a esos personajes les pasan cosas, en el desarrollo. Y finalmente todo se resuelve de manera satisfactoria en la recapitulación. ¿Me permites?
Daniel agarró el posavasos con el que estaba jugando Sophie y al hacerlo no pudo evitar que su mano entrara en contacto fugaz con la de su interlocutora. A continuación sacó un rotulador del bolsillo de la chaqueta con el que empezó a dibujar una serie de estructuras.
– Beethoven solía construir sus temas musicales, o sea, sus personajes, a base de pequeños motivos, que son estas cajitas que te acabo de dibujar aquí.
– Parecen piezas de Lego.
– En cierta forma, lo son -concedió Daniel. Un motivo es un fragmento de melodía con personalidad propia, por lo tanto, un motivo es reconocible, y se puede separar de la construcción principal, que es el tema, para combinarse con otros de maneras alternativas.
– Lo sé. Es lo que en música se llama desarrollo. Pero aún no acabo de ver adónde nos conduce esto.
– Todas estas piezas se pueden combinar de distintas, yo diría que de infinitas, maneras durante la composición. Si la «estructura lego» que tenemos aquí se parte, se habla de fragmentaci ó n; si se altera ligeramente, se habla de variaci ó n, y si se deja reducida a su mínima expresión, tenemos la condensaci ó n. Hay muchas más técnicas, por supuesto, pero estas tres son las más beethovenianas. Este es uno de los factores por los que cada vez estoy más persuadido de que el allegro de la Décima era íntegramente de Beethoven. Sin ánimo de ofender la memoria de tu padre, a mí me pareció que el desarrollo de los temas era tan imaginativo…
– ¿Que mi padre no pudo haberlo ideado? No estoy de acuerdo. Mi padre era mucho mejor músico de lo que la gente cree.
– No creo estar ofendiendo a Ronald Thomas por decir que no era capaz de componer como Beethoven. Nadie ha estado nunca a la altura de su genio, ni probablemente lo estará jamás.
Sophie Luciani parecía estar cansada de juguetear con el posavasos y empezó a hacer girar lentamente una de las pulseras de ámbar que llevaba en la muñeca izquierda:
– Y si ya has llegado a semejantes conclusiones después de una sola audición, ¿para qué me necesitas? ¿Para qué quieres la grabación del concierto?
– Buena pregunta. Trataré de responderte con un ejemplo. Si yo ahora te dijera que cerraras los ojos y visualizaras la cara de una persona, la del actor Ed Harris, por ejemplo…
– ¿Ed Harris? ¿Por qué Ed Harris?
– Porque hizo de Beethoven en una película. Pero si prefieres a Gary Oldman…
– Ed Harris está bien. Sí, puedo ver su cara sin problemas, ¿y qué?
– No tienes ni que pensar, ¿verdad?
– En efecto, tiene un rostro inconfundible.
– Y estarías completamente segura de poder reconocer esa cara entre un millón.
– Pues sí.
– Y sin embargo, imagínate que te doy bolígrafo y papel y te pido que describas con palabras la cara de Ed Harris, ¿a que te resultaría mucho más difícil?
– No lo sé.
– Sé sincera. Si yo no supiera a quién estás describiendo, ¿podría adivinarlo solo con lo que hubieras escrito?
– Creo que no. Pero es que yo no soy escritora.
– Aunque lo fueras, no creo que lo consiguieras. ¿Sabes a qué es debido? A que nuestro cerebro tiene una parte, el hemisferio izquierdo, que piensa en palabras, y otra, el hemisferio derecho, que piensa en imágenes y sonidos. Pero si yo trato de expresar con palabras cómo es la cara de Ed Harris, la actividad cerebral se traslada de un hemisferio a otro y la parte izquierda anula momentáneamente la derecha. Es lo que me ocurre a mí en estos momentos con la música del otro día. Necesito analizar concienzudamente la partitura o la grabación para poder decirle a la juez: esto solo lo pudo haber escrito Beethoven, por esto, por esto y por esto.
– ¿A la juez? Me habías dicho que eras musicólogo. ¿Es que estás colaborando en la investigación criminal?
– Solo en la parte que tiene que ver con la desencriptación de la partitura.
– Pues lamento decirte que no tengo ni una cosa ni otra.
– Sophie, si te dijera que con el análisis de ese material podemos dar un paso de gigante para resolver el caso, ¿también me responderías que no tienes lo que te estoy pidiendo?
Sophie Luciani permaneció pensativa durante un buen rato.
– Si esperas cinco minutos, subiré a mi habitación y te proporcionaré la grabación en mp3 que realicé yo misma el día del ensayo general.
Jesús Marañón condujo al inspector Mateos hasta su despacho y le mostró una caja de segundad digital Stockinger de 8 dígitos:
– Aquí no guardo más que fruslerías -explicó el millonario-. Algo de dinero en metálico, unos bonos que no valen gran cosa y un collar de diamantes de mi mujer. Los planes para instaurar el Nuevo Orden y hacernos con el control del mundo los oculto en la caja fuerte de mi logia, que es más segura.
– ¿Por qué me enseña su caja fuerte? ¿Y qué planes son esos? -preguntó un inspector Mateos que estaba dispuesto a seguirle a Marañón la broma hasta el final.
– La caja fuerte se la muestro para que vea cómo son estos aparatos hoy en día. Atrás quedaron los tiempos de la ruedecita y lo de 3 a la derecha y 8 a la izquierda. Ahora son completamente electrónicas, vienen equipadas con un teclado y admiten hasta combinaciones de ocho cifras: las mismas que había, según nuestro amigo Paniagua, en la partitura de la cabeza.
– ¿No me irá a decir que con los números de la cabeza de Thomas, que tengo aquí apuntados, se abre su caja fuerte?
– Compruébelo usted mismo -respondió Marañón con una sonrisa zumbona.
Marañón le facilitó un mando a distancia que controlaba el cierre de la caja, en el que había un teclado numérico y el policía, después de consultar su libreta, tecleó los ocho dígitos de Thomas:
4, 7, 2, 0, 1, 3, 2, 0
Nada más terminar de marcar la combinación se iluminó una luz roja en la tapa de la caja fuerte y comenzó a sonar un pitido intermitente. Marañón parecía estar disfrutando de la escena:
– Nuestra pequeña amiga nos está avisando de que la serie de Thomas no es correcta. Pero además nos está penalizando por haber tratado de abrirla con una clave errónea, de manera que si dentro de un minuto no introducimos la combinación que corresponde, se activará una alarma silenciosa conectada a la empresa de seguridad que tengo contratada.
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