Joseph Gelinek - La décima sinfonía

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El mundo de la música clásica se revoluciona cuando el prestigioso director de orquesta Roland Thomas interpreta, en un concierto privado, la supuesta reconstrucción del primer movimiento
de la mítica Décima Sinfonía de Beethoven. Uno de los invitados al acontecimiento, el joven musicólogo Daniel Paniagua, sospecha al escuchar una música tan sublime y le asaltan las dudas: ¿Y si la partitura original de la Décima existiera y hubiera llegado a manos de Thomas? ¿Y si el genio de Bonn hubiera vencido la supuesta «maldición de la décima», que se dice acababa con la vida de los compositores que intentaron finalizarla?
Tras un cruento asesinato, comienza una peligrosa carrera contrarreloj en la que Daniel, ayudado por una intrépida juez y un perspicaz inspector de homicidios, tiene que enfrentarse a influyentes grupos de poder, desde oscuros hombres de negocios a descendientes de Napoleón, que pelean por hacerse con el llamado «Santo Grial» de la música clásica. Ninguno de ellos sabe que la respuesta a todas sus preguntas está en el convulso pasado de Beethoven y en un amor prohibido que ha permanecido oculto hasta ahora…

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La partitura que Thomas tenía tatuada en la cabeza era la siguiente:

Qué curioso dijo Daniel El tema me resulta vagamente familiar pero así a - фото 2

– Qué curioso -dijo Daniel. El tema me resulta vagamente familiar pero así, a bote pronto, no logro identificarlo.

– ¿Puede tratarse de un tema original, compuesto por Thomas? -preguntó la juez.

– No lo creo -respondió Daniel, tratando de reconocer el tema por el procedimiento de tararearlo en voz baja-. Es algo que conozco, desde luego, pero es como si lo hubieran desfigurado. Ajá, creo que ya sé lo que ocurre: las notas y el ritmo no concuerdan.

– ¿Qué quieres decir?

– Acabo de identificarlo. Se trata del tema principal del concierto para piano Emperador, de Beethoven. Es quizá el concierto para piano más famoso de la historia. Está en mi bemol, de ahí esas tres bes pequeñitas que vemos antes del compás, que constituyen lo que nosotros llamamos la armadura de la tonalidad. Han incluido también el compás, que son esos dos cuatros que figuran antes de que empiece la música, pero el ritmo de ese tema no es el correcto, solo concuerda la altura de las notas. ¿Alguien me puede dejar un papel y un bolígrafo?

La juez complació a Daniel y este dibujó un pentagrama que rellenó con las siguientes notas:

Luego dijo Este es el tema del concierto Emperador escrito correctamente - фото 3

Luego dijo:

– Este es el tema del concierto Emperador escrito correctamente. Por si no sabéis leer música, suena más o menos así.

Daniel canturreó el tema del concierto. Tanto la juez como el forense sonrieron, al reconocer inmediatamente la música de Beethoven.

– Como veis, no coincide en absoluto con el de la cabeza, que empieza con cuatro semicorcheas y una corchea, cuatro notas cortas y una larga. El ritmo auténtico es una nota larga, que es la blanca ligada a la corchea, más un tresillo y dos corcheas.

– ¿Y por qué habrán hecho eso? -preguntó la juez, a la que las explicaciones de Daniel habían dejado aún más confundida y desbordada de lo que estaba antes.

– Tal vez para enmascarar aún más el mensaje, es decir, para que no fuera fácil determinar que se trata del concierto Emperador.

– Pero tú lo has identificado con facilidad -dijo la juez.

– Eso es únicamente porque, además de tener estudios de musicología, estoy especializado en Beethoven -respondió Daniel con un deje de orgullo intelectual en la voz.

Fueron interrumpidos por los dos patólogos que, después de haber concluido la autopsia en la sala contigua, daban por terminada su jornada laboral. Era evidente, por sus caras guasonas, que mantenían algún tipo de rivalidad profesional con Pontones, y que hubieran querido hacerle algún comentario jocoso, pero que la presencia de la juez y en menor medida, de Daniel, les impedía desplegar toda su artillería.

– Bueno, Felipe, nosotros nos vamos. Si te quedas con ganas, ahí tienes a otro.

– Muy graciosos -soltó el forense-. Ya vendréis a mí cuando queráis que os resuelva el sudoku.

Cuando los dos hombres se marcharon, Pontones comentó, a modo de disculpa:

– Están todo el día de cachondeo. Es su forma de combatir el estrés.

La juez guardó la partitura que había dibujado Daniel en su bolso y preguntó:

– ¿Alguna idea de lo que puede significar el tatuaje?

– El pentagrama debe de ser, efectivamente, una especie de clave -continuó Daniel-. Ahora bien, hay tantas maneras de cifrar un mensaje mediante notas musicales que no me atrevo a aventurar ninguna teoría hasta no haber estudiado la partitura con más detenimiento.

La juez miraba perpleja a Daniel.

– ¿Una clave, dices? ¿Como una combinación de una caja fuerte o así?

– También puede ser un texto. Un verso, por ejemplo. Es mejor no aventurar conjeturas hasta no haber llevado a cabo un estudio más completo.

El forense hizo varias polaroids del pentagrama tatuado en la cabeza y, después de comprobar que el flash no había sobre-expuesto la instantánea, se las entregó al musicólogo.

Cuando salieron a la calle, la juez, el forense y Daniel no intercambiaron más que un tétrico saludo de despedida. La camisa de Daniel tuvo que pasar dos veces por la lavadora antes de perder el nauseabundo hedor del que se había impregnado en la sala de autopsias.

19

La noche siguiente a su tétrico examen de la cabeza decapitada de Thomas, Daniel invitó a cenar a Alicia a la trattoria Corleone, desde hacía muchos años su italiano favorito, por más que los precios hubieran escalado de manera escandalosa en los últimos tiempos.

Enzo, el encargado, los acompañó a su mesa de siempre y además de entregarles las cartas, les llevó unos tacos de queso parmesano y unos grisines para que fueran picando.

– ¿A qué hora sale tu avión mañana? -preguntó Daniel, mientras empezaba a mirar una carta que no necesitaba para nada, pues siempre pedía lo mismo: lumaconi rigati al tartufo.

– A las siete. Tengo que estar en el aeropuerto a las seis.

– O sea, que me toca madrugar.

– No hace falta que me lleves. Puedo pedir un taxi.

– Por favor, ¿un taxi? ¿Voy a permitir que vaya en taxi al aeropuerto la madre de mi hijo?

– No empieces.

Daniel abandonó el tono amable y adoptó una actitud más dura, que sobresaltó a Alicia.

– ¿Que no empiece a qué? Te he dejado embarazada y me parece una excelente noticia. ¿Por qué estamos convirtiendo en un drama algo que puede ser fuente de felicidad infinita para los dos?

– Pero ¿desde cuándo eres pro bebé? Llevamos juntos ¿cuánto? ¿Tres años? Es la primera vez que hablamos de tener hijos.

– Es que yo no quiero tener hijos, así, en abstracto. Quiero tener este concreto, con una mujer concreta que eres tú. ¿Que no me he dado cuenta de ello hasta que no me has dicho que estabas embarazada? Lo admito. Pero eso no quiere decir que mi deseo sea un capricho. Me hace mucha ilusión tener un hijo contigo.

Enzo se acercó a la mesa con la libreta y el bolígrafo en la mano.

– ¿Les tomo nota ya o todavía no han decidido?

– Yo tomaré los lumaconi.

El ma î tre se sonrió ante el empecinamiento de Daniel con este plato:

– Tenemos otras diez clases de pasta en la carta. Y también hay pizza, hecha en nuestro forno di legna.

– Lo sé. Pero tengo antojo de lumaconi.

– Déjeme que le cambie al menos la salsa. En vez de al tartufo, al pecorino.

– Vale, pero como no me guste, te devuelvo el plato y me los traes al tartufo.

– ¿La señorita sabe ya lo que va a tomar? -preguntó el encargado.

– Lo mismo que él.

– ¿Lo mismo? Mujer, pide otra cosa, así podemos compartir.

– ¿También vas a decidir lo que tengo que cenar?

– No, Alicia, no es eso. Enzo, no se hable más: dos lumaconi al pecorino.

Enzo se alejó rápidamente de la mesa, viendo que amenazaba tormenta, y Daniel y Alicia permanecieron un rato en silencio. Ninguno de los dos quería estropear con una amarga discusión su cena de despedida, pero era evidente que las sensibilidades de ambos estaban a flor de piel. Por fin, Daniel rompió el hielo:

– Mira, si no quieres tenerlo…

– Yo no he dicho que no quiera tenerlo. Es que te veo tan despreocupado, tan frívolo con este tema, que me das miedo. Es como si no te dieras cuenta de la responsabilidad que implica ocuparse de un niño.

– Problemas económicos no vamos a tener, porque a ti te va de cine.

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