– Supongo que ha visto las noticias -respondió Villanueva, señalando hacia un televisor con el volumen silenciado que había en un rincón-. ¿Cree que Chapman pudo hacerlo?
– Sí, fue Chapman -respondió el otro, sin ninguna convicción.
– ¿Por qué cree que fue él?
– Oh, no, no fue él. ¿O sí? ¿Usted qué cree, poli?
Villanueva se percató de que Moon pretendía tomarse a broma el interrogatorio. Intentó sonreír y en un tono firme, aunque desprovisto de agresividad, le dijo al músico:
– Permítame que yo haga las preguntas, ¿de acuerdo? Así podré dejarle tranquilo mucho antes. ¿Por qué le merece credibilidad la hipótesis de Chapman?
– Es lo que usted quería que contestase, ¿no es cierto? Conozco a los polis, y nunca buscan la verdad. Lo único que tratan es de hallar confirmación a sus propios prejuicios.
Villanueva se puso en pie y le hizo un enérgico gesto con la mano al batería para que le imitara.
– Continuaremos esta amigable charla en la brigada, señor Moon. Por cierto, he cambiado de opinión: queda usted detenido -señaló hacia la mesilla de noche- por un delito contra la salud pública.
El cambio de actitud de Villanueva hizo que Moon abandonase la suya y se mostrase más colaborador. Cogió el teléfono móvil que descansaba sobre la mesilla de noche, junto a las pastillas y la cocaína, y se lo lanzó a Villanueva como si fuera una pelota, diciendo:
– ¿Quiere usted saber quién pudo hacerlo? Ahí tiene la respuesta.
El policía miró al músico con una mezcla de desconfianza y perplejidad y luego empezó a trastear a ciegas con el teléfono, pues no sabía en realidad qué tenía que buscar.
– Démelo, yo se lo mostraré. -Moon le hizo un gesto para que le devolviera el teléfono y mientras buscaba un archivo de vídeo en la carpeta multimedia de su Nokia, empezó a hablar-: Hace dos meses, cuando estábamos en Londres terminando de mezclar el nuevo disco, John me dijo que estaba hasta los huevos de la piratería.
– Es comprensible -respondió Villanueva, que observaba con creciente curiosidad cómo las manos de Moon rebuscaban en el móvil-. Tengo entendido que las ventas de discos han bajado de manera dramática en los últimos años.
– Un cuarenta por ciento desde 2005 -precisó Moon-. Y el descenso continúa, imparable. No sé si sabe cómo funciona nuestro tinglado, amigo mío. Debido a la puta piratería, hoy en día, los músicos nos vemos forzados a vivir casi en exclusiva de las actuaciones. Sobre todo aquí en España, que es donde mejor pagan. ¿Grasias, Spagnia! -agradeció en un espeluznante castellano.
– No conocía ese dato -dijo Villanueva-, pero me alegro de que se sientan bien tratados en nuestro país.
– El caso es -prosiguió Moon- que los discos han dejado de ser un negocio rentable para casi todos los artistas. Eso John lo sabía y lo tenía más que asumido. Pero es que alguien ha encontrado la manera de profanar el último bastión que nos queda a los músicos, que son las actuaciones en directo.
– ¿Se refiere a los bootlegs? -preguntó Villanueva.
Bootlegs era el término que en el mundillo discográfico recibían las grabaciones no autorizadas de conciertos. Muchas de ellas no tenían un fin comercial, sino que se las intercambiaban los fans de cada grupo como recuerdo de una determinada actuación. Sin embargo, algunos comerciantes avispados lograban ponerlas en circulación a buen precio, tras haber mejorado el audio en un estudio profesional.
– No estoy hablando de bootlegs, poli -dijo Moon, que parecía haber encontrado ya el archivo que andaba buscando-. Esos a John le daban igual. Es más, incluso había noches en que parecía animar a la gente a que nos grabara, diciendo cosas como «¡y ahora un tema nuevo, que aún no hemos incluido en ningún disco!». El cabrón de John era condenadamente bueno en el escenario. Era consciente de que había que cuidar a nuestros fans y les hacía concesiones en directo de ese tipo, porque en el fondo sabía que esas grabaciones eran para uso particular. -Hizo una pausa-. ¡Dondequiera que estés ahora, John, te mando un beso! -Y mirando al cielo, acompañó sus palabras con el gesto correspondiente.
– ¿A qué se refiere entonces con lo de profanar su último bastión? -preguntó Villanueva.
– Alguien ha encontrado la manera de piratear un concierto, reproduciéndolo en 3D sobre un escenario, valiéndose de holografías.
– ¿Alguien? ¿De quién estamos hablando?
– De Alex O'Rahilly -afirmó Moon-, más conocido por Mister Download. Y aquí tengo la prueba. -Le entregó el teléfono después de haber pulsado la tecla play.
Villanueva se quedó contemplando el vídeo musical que había almacenado en el móvil hasta que éste terminó -el archivo duraba apenas veinte segundos- y miró luego al batería con cara de no entender nada.
– Lo único que veo aquí es a The Walrus actuando en directo.
– Exacto -dijo Moon-. Sólo que ESO no es The Walrus. Es una holografía creada por O'Rahilly, de principio a fin. Dicen que ese cabrón tiene ya la tecnología necesaria para poner en escena un concierto nuestro… pero sin nosotros.
Villanueva volvió a ver el vídeo sin poder dar crédito a las palabras del músico. Si aquello era en verdad una holografía, el grado de realismo era tal que la copia resultaba indistinguible del original.
– ¿De dónde ha salido este vídeo?
– John me lo envió por bluetooth.
– ¿Y cómo llegó a poder de Winston?
– Se lo pasó un ingeniero de sonido del Ericsson Globe, cuando estuvimos tocando en Estocolmo hace unas semanas.
– ¿Recuerda su nombre? -Villanueva sacó ansioso su libreta.
– Lo siento, yo ni siquiera toqué ese día, estaba ingresado en el hospital, con neumonía. Pero el ingeniero le contó a John que O'Rahilly está trabajando en algo que puede acabar para siempre con la música: las holografías pirata de conciertos.
– Y ese técnico, ¿cómo obtuvo la información?
– Trabajó en el laboratorio de O'Rahilly durante un par de semanas. De ahí proceden esos veinte segundos de filmación, hechos a escondidas por el técnico.
Villanueva balanceó varias veces el teléfono de Moon con su mano derecha, como si estuviera sopesando la verdad de esas informaciones.
– ¿Un concierto de The Walrus… sin The Walrus? ¿Eso es posible? -preguntó atónito el inspector.
– Ese ingeniero dice que lo vio con sus propios ojos -respondió el teclista.
– ¿No se referiría a un DVD pirata de un concierto real?
– No, él le habló a John de holografía en tres dimensiones. Aseguró que vio las primeras pruebas en el laboratorio pirata de O'Rahilly y que el efecto era asombroso, totalmente real.
– ¿Dónde se supone que están tocando en este vídeo?
– Le repito que ésos no somos nosotros, poli -replicó Moon, como si le irritara la lentitud de Villanueva-. Son clones digitales creados por O'Rahilly. Ahí los está viendo en 2D, porque eso está filmado con la cámara de un teléfono móvil, pero los verdaderos son en 3D.
– ¿Y están tocando en un escenario real?
– En cierto modo. Se trata de una fusión del Shea Stadium y el Madison Square Garden. O'Rahilly tiene un equipo artístico que crea los sets de actuaciones que él decide. Cuando tenga listo su invento, podrá montar conciertos nuestros en cualquier lugar del mundo que se proponga, desde una playa de Brasil hasta las ruinas de Stonehenge. Y la gente tendrá la impresión de que, efectivamente, está disfrutando de un concierto de The Walrus en directo.
Villanueva volvió a contemplar por tercera vez el vídeo del teléfono móvil y tuvo que admitir que, desde un punto de vista estrictamente tecnológico, aquellas imágenes eran las más impactantes que él había visto en mucho tiempo.
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