– No -reconoció al fin Chaparro-, todo lo que hice fue llamar por teléfono a Queens, estoy hasta arriba de trabajo. Pero el detective que me atendió es un buen amigo mío y un policía excelente. ¡No le fue necesario ni levantarse de su mesa de trabajo, porque tiene el revólver en la pared de enfrente! Me aseguró que lleva años ahí colgado y que si hubiera ocurrido algo raro con el arma, él hubiera sido el primero en saberlo.
Perdomo agradeció a Chaparro su interés y colgó el teléfono. Luego se volvió hacia Guerrero y le planteó la necesidad de repetir el análisis balístico. La propuesta hizo que el de la Científica torciera el gesto.
– ¿Tú sabes lo que he tenido que mover para que el IBIS de Nueva York nos diera prioridad en el análisis? -protestó indignado-. ¿Y el dineral que vale cada averiguación? ¿Y ahora pretendes que les pida que repitan la comparativa? ¡Eso es lo mismo que llamarles incompetentes, porque si les solicitamos una segunda prueba es porque suponemos que han metido la pata!
El tira y afloja entre los dos inspectores quedó zanjado a los diez minutos, tras una tercera conversación con Chaparro. Su tono de voz era completamente distinto al de antes, y denotaba una enorme turbación.
– No… no sé ni cómo empezar, Perdomo, lo siento -dijo hablando con voz entrecortada-. Me acaba de telefonear mi amigo, de la Forensic División, para decirme que hay importantes novedades. Hace un par de horas llegaron procedentes de Washington dos agentes de la ATF.
– ¿Qué es la ATF? -preguntó el inspector.
– El Bureau of Alcohol, Tobacco, Firearms and Explosives, o sea, la agencia nacional que se ocupa acá del uso ilegal de las armas y los explosivos -le aclaró Chaparro-. Ellos fueron los que compraron a los canadienses el sistema IBIS. En cuanto vieron que un proyectil español coincidía con un arma fabricada en Estados Unidos, se pusieron en camino hacia Nueva York para examinar el revólver de Chapman. Lo han sacado de la vitrina en la que estaba y tras examinarlo a conciencia, han llegado a la conclusión de que, aunque es el mismo tipo de arma, no es el revólver de Chapman.
– ¿Que no es el mismo? -dijo Perdomo totalmente desconcertado.
– No, lo cambiaron… -respondió Chaparro vacilante-. Lo cambiaron por uno… exactamente igual.
La sorpresa de Perdomo iba en aumento.
– ¿Lo cambiaron? -preguntó-. ¿Quién? ¿Quién lo cambió?
– ¡Ojalá lo supiéramos! -exclamó el otro, consternado. Perdomo hizo una pausa para tratar de poner en orden sus ideas.
– ¿Me puedes decir al menos cuándo ha sucedido todo esto? -inquirió al fin.
– Tampoco lo sabemos -admitió Chaparro-. Pueden haberlo cambiado la semana pasada o hace años.
Perdomo respiró profundamente, tratando de convencerse a sí mismo de que su colega no le estaba gastando ninguna broma.
– ¡Es imposible, Mike! -exclamó-. Un revólver tiene un número de serie que…
– ¡Que no está a la vista! -le recordó Chaparro-. Suelen grabarlo en la parte inferior de la culata o incluso dentro del tambor. ¡Por fuera parecía la misma arma!
– ¡O sea que es verdad! -concluyó el inspector-. ¡El asesinato de Winston se ha cometido con el mismo revólver con el que mataron a Lennon! ¡Tal como dijo Chapman en la entrevista!
– Chapman sigue en Attica, Perdomo -afirmó el puertorriqueño-. Eso sí que te lo puedo asegurar.
– Pero habló de un joven marine, alguien a quien había persuadido para que matara en su nombre.
– Las comunicaciones de Chapman están fuertemente vigiladas, Perdomo -objetó Chaparro-. No obstante…
– ¡Es evidente que ha logrado ponerse en contacto con alguien de fuera! ¡Tenéis que averiguar quién es!
– Lo sabremos muy pronto -le tranquilizó el puertorriqueño- porque lo van a interrogar a fondo en la prisión. Ahora sí se lo van a tomar en serio.
– ¡Que no se filtre a la prensa, Mike! -le suplicó Perdomo-. El arma homicida es lo único con lo que contamos para eliminar falsas confesiones. ¿Tenemos a alguien en Attica que nos pueda tener al tanto de lo que confiese Chapman, cuando le tomen declaración?
– Por supuesto -afirmó Chaparro-. Yo dispongo de gente de confianza en todas partes. Es lo bueno de llevar tantos años en la Academia de Policía, que tengo ex alumnos hasta en el infierno.
Perdomo empezaba a animarse. Conocía a la perfección las técnicas de interrogatorio del FBI y no dudó ni por un instante que la policía estadounidense lograría hacerle confesar a Chapman, en pocas horas, el nombre de la persona que había acribillado a Winston en su nombre. El asesino convicto y confeso de Lennon era una persona débil de carácter, y no tardaría en amedrentarse.
– ¿Chapman tiene hijos? -preguntó el inspector.
– Es difícil de saber -contestó Chaparro-. El tipo tiene una novia desde hace muchos años, una japonesa que vive en Hawai y lo visita de vez en cuando. Chapman se casó con ella año y medio antes de asesinar a Lennon (para imitarle, ya que él se había casado con Yoko) y la tipa ha permanecido fiel a su marido hasta ahora. Pudo dejarla encinta y que no nos hayamos enterado, porque la chica es muy discreta. Jamás ha concedido entrevistas.
– ¡Hay que investigarla! -exclamó Perdomo-. ¡Ese es el leak! ¡Tenemos que saber cómo pudo llegar el revólver de Chapman a manos del asesino de Winston!
– No te apures, Perdomo -le tranquilizó el instructor-. Aquí los policías saben lo que tienen que hacer. No te olvides de que los entreno yo mismo.
En cuanto Perdomo cortó la comunicación con Chaparro, reparó en que Guerrero le estaba observando con cara de triunfo.
– Te advertí que el IBIS nunca falla -dijo muy ufano-. Aunque, por supuesto, estaba dispuesto a solicitar esa comprobación que me habías pedido.
Perdomo le dio una palmada amistosa en la espalda. Con profesionales como aquél, trabajar era un privilegio.
– ¿Qué sabemos -preguntó a continuación- de la cásete que encontrasteis en la habitación de Winston? La que me dijiste que tenía una canción grabada.
– La tienen los de Acústica Forense -le informó el de la Científica-. Me he pasado por su laboratorio esta mañana y aún no han redactado el informe oficial, aunque me aseguran que es una especie de maqueta.
– Quiero una copia cuanto antes. He conocido a una persona que…
– Ya me has hablado de ella -se anticipó Guerrero-. Es esa periodista musical, ¿no?
– En efecto -le confirmó Perdomo-. La mujer es como una enciclopedia ambulante del rock y quiero que oiga la canción.
– La tendrás esta misma mañana -aseguró el de la Científica-. ¿Puedo ayudarte en algo más?
– No, muchas gracias, Guerrero.
Cinco minutos más tarde, el subinspector Villanueva informó a su superior de que Anita, la viuda de Winston, se entrevistaría con ellos a media mañana, una vez que concluyera la ceremonia de cremación del músico, que iba a tener lugar en un tanatorio madrileño, en la más absoluta intimidad. Después de eso, el policía dejó solo a Perdomo y éste fue directo al ordenador para tratar de averiguar cuantos datos fuera posible acerca de Mark David Chapman, convertido ya en sospechoso número uno del crimen del Ritz. En internet pudo comprobar que el asesino de Lennon había concedido varias entrevistas durante su larga estancia en la cárcel, y no sólo a Barbara Walters, sino también a Larry King y otros popes de la comunicación audiovisual. Al leer las transcripciones de las mismas, el inspector se enteró de que Chapman, antes del asesinato de Winston, aseguraba sentirse totalmente recuperado de su esquizofrenia y atribuía su curación, no al tratamiento ni a los médicos, sino a Dios: «Llevo transitando por los caminos del Señor desde hace ya muchos años», confesaba a los periodistas. «No me extraña -se dijo Perdomo- que Chapman afirme que es capaz de desdoblarse», acordándose del famoso salmo de la Biblia que afirma que Dios está en todas partes y lo ve todo.
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