Joseph Gelinek - Morir a los 27

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Morir a los 27: краткое содержание, описание и аннотация

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“John Winston, cantante y líder de The Walrus, aparece muerto con cuatro disparos en la suite de su hotel después de un concierto. La policía pronto descubre que Winston ha fallecido a una edad considerada maldita en el mundo de la música pop. Jimi Hendrix, Janis Joplin y Jim Morrison son algunos de los ilustres miembros del macabro club de los 27. A pesar de su imagen de apóstol de la paz, Winston tenía numerosos enemigos. Entre ellos, el irlandés Ronan O’Rahilly, “Mr. Download”, el más famoso pirata informático que mediante holografías, ha conseguido piratear el último bastión que les quedaba a los músicos: los conciertos en directo. Además, la investigación da un vuelco inesperado: Markk David Champman, el asesino de John Lennon que lleva recluido en prisión más de treinta años, asegura estar detrás de la muerte de Winston. Empresas discográficas sin escrúpulos seductoras groupies caza estrellas, fans enloquecidos… la novela muestra la cara más oscura del negocio del rock”.

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Las veces que hablaba con Mike Chaparro, instructor jefe de la Academia de Policía de Nueva York, Perdomo no podía evitar dejarse arrastrar por su forma de hablar, pero debido a su falta de oído para los idiomas, le salían expresiones y acentos mexicanos. Los puertorriqueños se caracterizaban más bien por un spanglish aberrante.

– No te llamé por teléfono hasta ahora -dijo el instructor- porque supuse que estarías durmiendo. ¿Cómo te va el business, hermano?

– No me puedo quejar, manito -respondió Perdomo-. Aquí en España me he convertido en una pequeña celebridad.

– ¡Felicidades! Ya nos hemos enterado de que te asignaron el asesinato de Winston. ¿Alguna pista hasta el momento?

– Not yet -admitió Perdomo, en inglés, en otro absurdo intento de acercarse lingüísticamente a su interlocutor.

– ¿Y tu hijo? ¡Debe de estar ya hecho un tinajero!

– Está enorme y muy rebelde. Pero nos llevamos bien -le informó Perdomo.

Hubo un silencio, durante el cual los dos policías evaluaron si seguir intercambiando información personal. Pero el asunto que tenían entre manos era demasiado importante para continuar abundando en asuntos familiares.

– Me llamó un colega tuyo -comenzó Chaparro- para que comprobara qué pasa con el revólver con el que mataron a Lennon, ¿sí?

– Exacto -le confirmó Perdomo-. Queremos saber si el arma está en su sitio. ¿Es la Forensic División de Queens?

– Sí, ya hice el check. El revólver sigue allí. ¿Cómo es que lo dudaste?

Perdomo se quedó un poco perplejo ante la pregunta de su colega.

– Chapman afirmó ayer que un marine había asesinado a John Winston con la misma arma. ¿Es que no has visto la entrevista de Barbara Walters?

– Sí, brother -le aclaró Chamorro-, pero los policías de Nueva York se han tomado a risa la confesión de Chapman. El tipo es un chalado irrecuperable y un exhibicionista. Aquí nadie se lo toma en serio.

– ¿Me confirmas entonces que el 38 sigue en su sitio?

– Por supuesto, ¿dónde iba a estar si no? Ya te dije que el tipo está mal de la chaveta.

– Ok, Mike, pues eso era todo -dijo Perdomo, iniciando la despedida-. ¿Qué tal en la academia?

– Hay de todo, brother. Tan pronto te encuentras con alumnos muy capaces, como con otros a los que desde el primer día les tienes que decir: no vales ni para dirigir el tráfico en Manhattan.

– ¡Hasta pronto, Mike -le dijo Perdomo-, y gracias por llamar tan rápido! Si hubiera novedades…

– Te volvería a telefonear, no te preocupes -le tranquilizó Chaparro, en su horripilante castellano.

Nada más colgar el teléfono, Perdomo se percató de que Elena le acababa de enviar un SMS. Pero no era el típico mensaje alborotador, para provocar una llamada de devolución o una respuesta por escrito. Se trataba de un escueto comunicado en el que su ex le anunciaba que recogería a Gregorio al día siguiente para llevarle a un concierto. Ni hola ni adiós, ni besos ni abrazos: sólo la información a palo seco, como solía hacer Elena cuando estaba cabreada o distante.

– ¡Antipática! -refunfuñó Perdomo en voz baja.

– Es lo malo de la monogamia -dijo alguien a sus espaldas-, que cuando hay bronca, las que tienen la sartén por el mango son ellas, que pueden estar meses sin catarlo.

– Hola, Guerrero -dijo Perdomo con gesto hosco-. Habla más alto, que se entere toda la unidad de mis movidas.

– ¿Tengo razón o no? -dijo el otro con una sonrisa de suficiencia-. Ni los camellos del desierto aguantan tanto tiempo sin beber como ellas sin hacerlo, ¡manda huevos! ¡Hay que pasar de la monogamia, Perdomo, mírame a mí! ¿Que la bosnia que me estoy tirando ahora se pone pesadita? Ya tengo a una búlgara en el banquillo. ¿Qué digo en el banquillo? ¡Calentando la banda!

En el terreno sentimental, Guerrero era como esos malabaristas de circo chino, capaces de hacer girar siete u ocho platos a la vez, mientras dan vueltas a la pista en monociclo. Perdomo recordó que, el año anterior, el inspector Guerrero había llegado a mantener cuatro relaciones a un mismo tiempo.

– ¡Alegra esa cara, hombre -exclamó el de la Científica-, que te traigo un notición! Las balas que nos proporcionó tu forense nos han dado la pista.

– ¿Habéis identificado el arma homicida? -preguntó Perdomo con la misma ilusión que un niño interesándose por su regalo de cumpleaños.

– ¡En menos de veinticuatro horas! -dijo Guerrero, exultante-. Vengo directamente del IBIS y te traigo las dos fotografías.

El inspector de la Científica colocó sobre la mesa dos imágenes digitales que le había facilitado el departamento de balística. Gracias al microscopio criminológico de comparación, era posible desde hacía tiempo detectar en balas y casquillos hasta las marcas más insignificantes.

– Ésta -comenzó a explicar Guerrero, repiqueteando con su dedo índice sobre una de las fotos- es una de las balas que le extrajeron a Winston en la autopsia. Si el crimen se hubiera producido durante un atraco local o en un tiroteo entre bandas, nos habríamos limitado a buscar dentro del banco de datos nacional. Pero al ser un personaje internacional, hice que enviaran la imagen de la bala dubitada a varios países, entre ellos Estados Unidos. ¡No sabes qué software maneja el CSI yanqui! Los cabrones tienen herramientas de visualización dinámica para poder ver las balas en 2D o en 3D, cambiando la ampliación o la intensidad y dirección de la luz. ¡Tienen la posibilidad -continuó entusiasmado- de ver perfiles de sección de imágenes de balas en tres dimensiones! ¡Tienen capacidad para ver y determinar estrías de concordancia consecutivas y…!

– ¡Al grano, Guerrero! -interrumpió Perdomo-. Sabemos de sobra lo bien que trabaja Grissom.

El de la Científica hizo un silencio teatral, y luego, observando fijamente a Perdomo para no perderse ni un detalle de su reacción, le preguntó:

– ¿Estás preparado?

Su interlocutor asintió con la cabeza.

– Pues ahí va -dijo Guerrero soltándole la bomba-: ¡la bala que mató a Winston fue disparada con el mismo revólver que mató a John Lennon!

Perdomo no podía dar crédito a sus oídos y le pidió a Guerrero que le repitiera la frase.

– ¡Eso no es posible! -exclamó, al escuchar la información por segunda vez.

– ¿Cómo que no? -replicó el de la Científica-. El IBIS nunca falla, amigo. Compara las dos imágenes: ¡son como Hernández y Fernández!

Perdomo tenía ante sí las dos fotografías y aun así no podía dar crédito a lo que veía. Las dos balas se parecían como dos gotas de agua.

– ¡No puede ser! -insistió-. Acabo de hablar con un compañero de Nueva York y me ha confirmado que el revólver que mató a Lennon sigue en Queens. ¡Lleva expuesto en la misma vitrina desde hace treinta años!

– ¡Pues que vuelva a mirar, coño! -dijo el otro, empezando a irritarse-. ¡Es el mismo revólver, no cabe la menor duda!

Perdomo estaba perplejo. El instructor Chaparro era un policía muy competente (tenía que serlo para que el NYPD se atreviera a confiarle la formación de futuros policías). Sin embargo, antes de solicitar al CSI americano que repitiera el análisis balístico, el sentido común aconsejaba hablar de nuevo con el puertorriqueño.

– No me tomes el pelo, brother -exclamó Chaparro en cuanto Perdomo volvió a llamarle-. No es posible que se trate del mismo revólver.

– ¿Cómo hiciste la comprobación? -quiso saber Perdomo-. ¿Te desplazaste tú mismo hasta la División Forense?

Hubo una pequeña vacilación en la respuesta, típica de quien ha sido cogido en falta e intenta ganar tiempo para improvisar una excusa.

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