– Ilústrame -dijo él reclinándose en el sillón y cerrando los ojos.
– Se enzarzó en una pelea en Radcliffe Terrace. ¿Lo conoce?
– ¿Donde ponen gasolina los taxistas? Anoche estuve allí.
– Enfrente hay un pub llamado Swany's.
– He entrado en él varias veces.
– Ahora viene la sorpresa. Bien, Guest estuvo allí, una vez al menos, y un cliente se metió con él y salieron a la calle a pelearse. En la gasolinera había un coche patrulla, seguramente comprando algo. Total, que los dos contendientes acabaron en el calabozo.
– ¿Nada más?
– No comparecieron ante el juez. Según los testigos fue el otro cliente el primero en dar un puñetazo. En la comisaría preguntaron a Guest si quería presentar denuncia y él renunció.
– Supongo que no sabrás por qué se peleaban…
– Puedo intentar preguntar a los agentes que los detuvieron.
– No, no creo que tenga importancia. ¿Cómo se llamaba el otro?
– Duncan Barclay. -Hizo una pausa-. Pero no era de allí; dio una dirección de Coldstream. ¿Eso está en las Highlands?
– Te equivocas de meridiano, Ellen -replicó él abriendo los ojos y levantándose-. Está en el centro de Borders. -Rebus le dijo que aguardase un momento a que cogiera papel y bolígrafo y volvió a ponerse al aparato-. Bien, dame los datos.
Unos focos iluminaban la zona de salida del campo de golf. Aún no había oscurecido y aquella intensa luz daba al lugar aspecto de escenario de rodaje cinematográfico. Mairie había alquilado tres palos y una bolsa con cincuenta bolas. Los dos primeros puestos estaban ocupados, pero a continuación se veían huecos libres. Eran puntos de salida automáticos y no hacía falta agacharse a poner la bola después de cada tiro. La zona estaba dividida en secciones de cincuenta metros porque allí nadie alcanzaba doscientos cincuenta. En el césped, una máquina parecida a una segadora en miniatura, con el conductor protegido por una tela metálica, recogía las bolas; Mairie vio que la última pista estaba ocupada por alguien con un monitor; el jugador tanteó la bola, efectuó el giro de lanzamiento y la envió a más de setenta metros.
– Mejor -mintió el monitor-, pero procure no flexionar la rodilla.
– ¿Me he torcido otra vez? -comentó el alumno.
Mairie dejó la cesta metálica en el césped en la sección contigua y se puso a practicar con unos swings para relajar los hombros. Entrenador y alumno no parecieron muy contentos con su presencia.
– Perdone -dijo el monitor.
Mairie se volvió a mirarle y vio que sonreía desde su sección.
– Esta sección la tenemos alquilada.
– Pero no la usan -replicó Mairie.
– Bueno, pero la hemos pagado.
– Es nuestra -terció en tono irritado el jugador, que en ese momento reconoció a Mairie-. Oh, por Dios bendito.
El monitor se volvió hacia él.
– ¿La conoce, señor Pennen?
– Es una maldita periodista -dijo Richard Pennen, y añadió a Mairie-: No sé qué es lo que quiere, pero no hago declaraciones.
– Me parece muy bien -replicó Mairie preparándose para el primer tiro.
La bola voló limpiamente en línea recta hasta el banderín de doscientos metros.
– Muy bien -comentó el monitor.
– Me enseñó mi padre -dijo ella-. Usted es profesional, ¿verdad? -añadió-. Creo haberle visto en algún torneo.
El hombre asintió con la cabeza.
– ¿Sería en el Open?
– No llegué -contestó el hombre ruborizándose.
– Si han terminado la conversación… -interrumpió Richard Pennen.
Mairie se encogió de hombros y se preparó para otro tiro. Pennen se dispuso a hacer lo propio, pero renunció.
– Escuche -dijo-, ¿qué demonios quiere?
Mairie no dijo nada hasta que su pelota emprendió el vuelo y aterrizó casi a los doscientos metros, un poco desviada a la izquierda.
– Necesito afinarlo un poco -musitó, y a continuación respondió a Pennen-: Pensé que le interesaría que le hiciera una franca advertencia.
– ¿Una franca advertencia a propósito de qué?
– Probablemente no saldrá en el periódico hasta el lunes -musitó ella- y así tendrá tiempo de preparar algún tipo de respuesta.
– ¿Quiere provocarme, señorita…?
– Henderson -respondió ella-. Mairie Henderson; esa es la firma que verá el lunes.
– ¿Y cómo se titula el artículo? ¿«Pennen Industries garantiza puestos de trabajo en Escocia en el G-8»?
– Ése aparecerá en las páginas de economía -replicó ella-, pero el mío irá en primera y el título depende del jefe de redacción -añadió fingiéndose la pensativa-¿Qué le parece «Gobierno y oposición implicados en un escándalo de préstamos»?
Pennen lanzó una risa seca, balanceando el palo con una mano hacia delante y hacia atrás.
– Ésa es su gran exclusiva, ¿verdad?
– Bueno, me atrevería a decir que otras muchas cosas saldrán a la luz: sus manejos en Irak, sus sobornos en Kenia y otros países, pero de momento creo que me centraré en los préstamos. Un pajarito me ha dicho que ha estado financiando tanto a laboristas como a conservadores. Las donaciones se registran mientras que los préstamos pueden hacerse a escondidas. En resumen, dudo mucho que ninguno de los dos partidos sepa que apoya al rival. Claro que yo lo entiendo: Pennen se desgajó del Ministerio de Defensa de acuerdo con las decisiones adoptadas por el último gobierno conservador y los laboristas decidieron no poner trabas a cuenta de los favores que les debían a ambos.
– No hay nada ilegal en los préstamos comerciales, señorita Henderson, secretos o no -alegó Pennen, que seguía balanceando el palo de golf.
– Eso no quita para que sea un escándalo, una vez que se publique en la prensa -replicó Mairie-. Y, como le dije, ¿quién sabe qué más saldrá a la luz?
Pennen golpeó con fuerza en la divisoria con el palo.
– ¿Sabe cómo hemos trabajado esta semana firmando contratos por valor de decenas de millones para la industria del Reino Unido, mientras que usted, qué hacía, aparte de remover porquería?
– Todos tenemos nuestro lugar bajo el sol, señor Pennen -replicó ella sonriente-Ya sé que lo de «señor» será por poco tiempo. Claro, con tanto dinero como ha desembolsado, el título de sir debe de estar al caer. Pero le advierto que cuando Tony Blair descubra que ha financiado a sus contrarios…
– ¿Ocurre algo aquí, señor?
Mairie se volvió y vio tres uniformes de policía. El que había intervenido miraba a Pennen y los otros dos, exclusivamente a ella. Y con mala cara.
– Creo que esta mujer se marcha -musitó Pennen.
Mairie miró con parsimonia la divisoria.
– Vaya, ¿tiene una lámpara maravillosa? Cuando yo llamo a la policía, tarda media hora en aparecer.
– Hacemos una patrulla de rutina -dijo el que había hablado.
Mairie le miró de arriba abajo: uniforme sin insignias, la tez morena, pelo a cepillo y mandíbula cuadrada.
– Una pregunta -dijo-. ¿Saben que es delito la suplantación de personalidad de agente de policía?
El jefe frunció el ceño e hizo un ademán para sujetarla, pero Mairie se zafó y echó a correr por el césped hacia la salida, esquivando los tiros de las dos primeras secciones y arrancando gritos de indignación de los jugadores. Llegó a la puerta antes que sus perseguidores. La mujer de la caja le preguntó dónde estaban los palos, pero ella, sin contestar, abrió de golpe otra puerta y salió al aparcamiento, sin dejar de correr hasta su coche y pulsando el mando a distancia. No tenía tiempo de volver la cabeza. Se sentó al volante y bloqueó las portezuelas. Cuando ponía la llave de contacto, un puño golpeó el cristal. El jefe de los uniformados agarró inútilmente el picaporte de la portezuela y luego se situó delante el coche. Mairie le miró al desgaire, haciéndole comprender que le tenía sin cuidado, y pisó el acelerador.
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