– ¿Y Lonnie?
– Murió antes de que tu nacieses, hijo -contestó Cafferty pasándose la mano por la pernera del pantalón como si estuviera manchada de tiza-. Bien, Keith… Me han hablado muy bien de ti, pero a mí me parece que has tomado un camino equivocado y ya es hora de que lo enmiendes ahora que estás a tiempo. Tu madre sufre por ti y tu padre ha perdido la chaveta porque ya no puede sacudirte sin recibir él, y tienes a tu hermano mayor encerrado en Shotts por robo de coches -añadió Cafferty meneando con disgusto la cabeza-. Pareces tener un destino trazado de antemano contra el que nada puedes. -Hizo una pausa-. Pero podemos arreglarlo, Keith, si estás dispuesto a ayudarnos.
Carberry no salía de su aturdimiento.
– ¿Me van a dar una paliza o qué? -dijo.
Cafferty alzó los hombros.
– Sí, eso también podemos arreglarlo, claro. A la sargento Clarke aquí presente nada le gustaría más que verte llorar como un niño. Y es lógico, visto lo que le hiciste a su madre. -Hizo otra pausa-. Pero hay una posibilidad.
Siobhan se rebulló ligeramente, con ganas de llevarse a Carberry de allí y huir de la voz hipnótica de Cafferty. El gángster debió de advertirlo y la miró, aguardando su decisión.
– ¿Qué es lo que quieren? -preguntó Keith Carberry.
Cafferty no contestó y siguió mirando a Siobhan.
– A Gareth Tench -dijo ella-. Sólo a él.
– Y tú, Keith, nos lo vas a entregar.
– ¿Entregar?
Siobhan advirtió que a Carberry casi no le sostenían las piernas. Cafferty le tenía aterrado y probablemente ella también.
«Tú te lo has buscado», se dijo para sus adentros.
– Tench te está utilizando, Keith -añadió Cafferty con voz suave como de nana-Él no es tu amigo ni piensa serlo.
– No me dijo que lo fuese -balbució el joven.
– Eso es -dijo Cafferty levantándose despacio y mostrándose casi tan ancho como la mesa-. Repítetelo una y mil veces -añadió-, para que te sea más fácil cuando llegue el momento.
– ¿Qué momento? -repitió Carberry.
– El momento de entregárnoslo.
* * *
– Perdone por lo de antes -dijo Rebus a Hackman.
– ¿Qué es lo que interrumpí?
– Una bronca del jefe de la policía.
Hackman se echó a reír.
– Es usted un hombre que me gusta, Johnny, pero ¿a cuento de qué me llamó «cariño»? Ah, claro, deje que piense -añadió alzando una mano-. No quería que se enterase de que era una llamada profesional… porque se supone que no tiene que estar de servicio, ¿verdad?
– Me han suspendido de servicio -dijo Rebus.
Hackman dio una palmada y volvió a reír.
Estaban sentados en un pub llamado The Crags recién abierto, y eran los únicos clientes. Era el bar más cercano a Pollock Halls, frecuentado por estudiantes atraídos por su batería de videojuegos y juegos de tablero, hilo musical y hamburguesas baratas.
– Me alegro de que haya alguien a quien tanto le divierta mi vida -musitó Rebus.
– Bueno, ¿a cuántos anarquistas aporreó?
Rebus negó con la cabeza.
– Lo que hice fue meter la nariz donde no debía.
– Se lo repito, John, es un hombre que me gusta. Por cierto, no le he dado las gracias como es debido por indicarme The Nook.
– Me satisface que le gustara.
– ¿Acabó en la cama con la bailarina?
– No.
– La verdad, era la mejor de un conjunto mediocre. Ni me molesté en entrar en el reservado especial -dijo con la mirada perdida un instante, rememorando algo, pero inmediatamente parpadeó y volvió a la realidad-. Bien, ahora que le han mostrado tarjeta roja, ¿qué hago? ¿Le doy la información o la dejo en la bandeja de «pendiente»?
Rebus dio un sorbo a su vaso de zumo de naranja. Hackman ya había despachado la mitad de su cerveza.
– Somos dos simples combatientes que sostienen una conversación -dijo Rebus.
– Eso es -dijo el inglés asintiendo pensativo con la cabeza-. Y que se toman juntos una copa antes de volver a casa.
– ¿Se marcha a Londres?
– Hoy por la tarde -contestó Hackman-. Y, la verdad, no lo he pasado mal.
– Vuelva en otra ocasión -dijo Rebus- y le enseñaré el resto de las vistas.
– Aja, dicho lo cual, se esfumaron mis reservas -dijo Hackman arrimando levemente la silla-. ¿Recuerda que le dije que Trevor Guest estuvo un tiempo en Escocia? Bien, pues pedí a un compañero que desempolvara archivadores -añadió metiendo la mano en el bolsillo, cogiendo la libreta y abriendo una página con apuntes-. Trevor estuvo en Borders cierto tiempo, pero la mayor parte lo pasó en Edimburgo; tenía una habitación en Craigmillar y trabajó temporalmente en un centro de mayores; seguramente en aquel entonces no se pedían informes de antecedentes.
– ¿Un centro de día para adultos?
– Para ancianos. Los llevaba en la silla de ruedas al váter y al comedor. Al menos, es lo que declaró.
– ¿Estaba ya fichado?
– Por un par de robos con allanamiento, pequeña posesión y maltrato a una novia que no quiso denunciarle. Eso significa que dos de sus víctimas tienen una relación local.
– Sí -dijo Rebus-. ¿De qué fecha estamos hablando?
– De hará cuatro o cinco años.
– ¿Me disculpa un minuto, Stan?
Se levantó y fue al aparcamiento, cogió el móvil y llamó a Mairie Henderson.
– Soy John -dijo.
– Ya era hora. ¿Por qué no dais ninguna información sobre el caso de la Fuente Clootie? Mi jefe de redacción dice que soy tonta.
– Acabo de descubrir que la segunda víctima vivió un tiempo en Edimburgo y trabajó en un centro de ancianos de Craigmillar. Lo que no sé es si se metería en algún lío mientras vivió aquí.
– ¿No tiene la policía ordenadores para averiguarlo?
– Yo prefiero servirme de los contactos tradicionales.
– Bueno, puedo hacer una búsqueda en el banco de datos y tal vez preguntar a uno que conozco de los juzgados por si sabe algo. Joe Cowrie tiene ese empleo hace años y se acuerda de todos los casos.
– Ah, pues mejor, porque éste podría ser de hace cinco años. Llámame con lo que averigües.
– ¿Crees que el asesino está aquí en Edimburgo?
– Yo no le diría eso al jefe de redacción. Que reserve sus esperanzas para más adelante.
Rebus cortó la comunicación y volvió al pub. Hackman tenía delante otra pinta de cerveza y señaló con la barbilla el vaso de Rebus.
– ¿No se ofende si le invito a otro de eso?
– No, gracias -contestó Rebus-. Y gracias por tomarse la molestia con esto -añadió dando unos golpecitos sobre la libreta abierta.
– Por un compañero que lo necesita se hace lo que sea -dijo Hackman alzando el vaso.
– Por cierto, ¿qué tal están los ánimos en la residencia?
A Hackman se le ensombreció el rostro.
– Anoche todos estábamos deprimidos y muchos de la metropolitana no paraban de hablar por el móvil; otros ya se habían marchado. Todos detestamos Londres, pero cuando vi por la tele a los londinenses, demostrando que la vida sigue a pesar de todo…
Rebus asintió con la cabeza.
– Soy un poco como usted, ¿eh, John? -dijo Hackman riendo de nuevo-. Leo en su cara que no piensa renunciar porque le hayan metido un puro.
Rebus reflexionó un instante una réplica, pero lo que hizo fue preguntar a Hackman si no tenía por casualidad la dirección del asilo de Craigmillar.
Quedaba apenas a cinco minutos en coche desde The Crags.
Antes de volver a Pollock Halls a hacer la maleta, Hackman se despidió con un apretón de manos y la advertencia de que no olvidase la promesa de un recorrido por los bares de destape «más allá de The Nook».
– Le doy mi palabra -dijo Rebus, a sabiendas de que ninguno de los dos sabían si se presentaría la ocasión.
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