– Antes tenemos que sacar a los demás de los camiones -repuso Frankie, dirigiéndose hacia un remolque-. No podemos dejar atrapada a toda esa gente.
Paró enfrente del vehículo, de modo que la puerta del copiloto del Humvee estaba a la misma altura que la del camión.
– ¡Sal y abre la puerta!
– ¡No puedo! -gritó Julie-. ¡Está cerrada con una especie de barra de metal!
Una bala pasó silbando sobre sus cabezas y otra impactó en la puerta del camión. Frankie pudo oír en su interior los gritos de socorro de la gente, que golpeaba frenéticamente las paredes.
Empezó a rebuscar por el suelo del vehículo hasta dar con unas tenazas.
– Usa esto, deberían poder cortarla.
Julie abrió la puerta y se dirigió hacia el remolque mientras Frankie y María disparaban fuego de cobertura, apuntando a zombis y soldados por igual.
– ¡Me duele el tobillo! ¿Y si lo tengo infectado?
– Aguanta, Meghan -gritó Frankie por encima del hombro-, ¡porque ahora estamos un poco liadas!
Julie cortó la barra y abrió las puertas. Se dirigió de vuelta al Humvee mientras la gente salía en tropel del remolque.
– ¡Vamos!
Frankie condujo hasta el siguiente camión y repitieron el proceso. Este contenía a muchas de las mujeres, y Frankie respiró aliviada al ver salir a Gina. Julie acompañó a la asustada mujer hasta el Humvee y Frankie arrancó una vez más.
Echó un vistazo al espejo retrovisor y vio algo aterrador: los cautivos liberados cayeron presa de los muertos, que a su vez estaban siendo tiroteados por los hombres de Schow. Un zombi y una mujer que se encontraban en pleno forcejeo fueron acribillados por un soldado, que a su vez fue arrojado al suelo por una multitud de civiles.
Después, los zombis cayeron sobre ellos. Los tres bandos se fundieron en un truculento combate cuerpo a cuerpo.
Muchos de los cautivos se dedicaron a liberar a otros, utilizando palos, piedras y hasta sus dedos para partir las barras de hierro que mantenían cerradas las puertas de los remolques. Varios camiones explotaron antes de que la gente que se encontraba en su interior pudiese salir, matando a los cautivos y a quienes iban a socorrerlos. El olor de la carne quemada se mezcló con el del humo acre de la batalla y el hedor de los no muertos.
Un soldado corrió hacia ellas con las ropas en llamas y el lado derecho de la cara carbonizado. Agitó los brazos, rogando que se detuviesen.
Frankie lo atropelló, cerrando los ojos cuando su cuerpo crujió bajo las ruedas.
Julie tembló.
– ¡Vamos a largarnos de aquí!
– Esperad, ¿y Aimee? ¡Frankie, por favor, tenemos que encontrarla!
Frankie tragó saliva y frenó. Sujetó el volante con fuerza y fue girando la cabeza hacia atrás hasta tener cara a cara a la destrozada madre.
– Gina -empezó, intentando encontrar las palabras-. Está…
– No. No, no, no, ¡no lo digas! ¿Cómo puedes decir eso? ¿La has visto?
– Kramer estaba con ella en el picadero. Le… le hizo cosas.
Antes de que Frankie pudiese terminar, Gina abrió la puerta y corrió a través del campo de batalla hacia el picadero.
– ¡Gina, vuelve aquí! ¡Julie, detenla!
Julie corrió tras ella, maldiciendo. Frankie puso el Humvee en marcha y se dirigió tras ella.
– ¡Meghan, cierra la puerta de Gina!
La mujer herida se incorporó, agarró la manilla con las yemas de los dedos y volvió a desplomarse.
Frankie contempló horrorizada cómo una segunda bala remataba a la mujer.
Pisó a fondo el acelerador y el cuerpo muerto de Meghan se escurrió hasta el suelo. Frankie echó un vistazo alrededor, buscando a Gina y a Julie, pero no había ni rastro de ellas entre la matanza.
Se adentró en la batalla sin darse cuenta de que estaba llorando.
* * *
Al artillero le faltaba la mandíbula inferior y parte de la garganta, y el sargento Ford sabía que era cuestión de tiempo que el cadáver volviese a moverse. Trepó hasta el asiento del techo, apartó el cuerpo y lo tiró al suelo sin ningún miramiento. Después, colocó su corpachón tras la ametralladora de calibre cincuenta, la apuntó hacia atrás y abrió fuego.
Las criaturas llegaban de todas partes. Se arrastraban por todas las direcciones y Ford abrió los ojos de par en par al comprobar que algunos zombis eran sus propios hombres, muertos y olvidados durante el ataque en el orfanato.
– ¡Venid aquí, cabrones! ¡Venid a por mí!
Hizo una pasada con la ametralladora, acribillando las filas de los zombis con pesadas balas, destrozando a varios y cortando a otros en pedazos. Los heridos -aquellos que habían perdido miembros o que tenían la espalda rota- se revolvían por el suelo, arrastrándose hacia el combate.
Las criaturas devolvieron los disparos y las balas rebotaron contra el grueso blindaje del arma. Ford se mantuvo agachado y siguió disparando sin parar mientras las criaturas avanzaban. El arma cada vez estaba más caliente y el humo empezaba a quemarle los ojos.
Algo profirió un chillido sobre su cabeza. Puso las manos en alto para protegerse y un pájaro negro se dirigió en picado hacia él, apuntando sus garras hacia los ojos de su presa. A Ford le entró el pánico y se puso en pie, braceando hacia la criatura mientras los zombis que estaban en tierra abrían fuego.
Ford se agitó mientras las balas atravesaban su cuerpo. Intentó gritar, pero sólo consiguió emitir un pequeño gorjeo. Se tambaleó hacia la ametralladora y los zombis respondieron con una segunda ráfaga.
Se llevó las manos a las heridas, perdió el equilibrio y cayó al suelo, aterrizando sobre el artillero muerto.
Mientras la vida se le escapaba por los agujeros de bala, el artillero empezó a retorcerse debajo de él.
Por suerte, Ford murió antes de que empezase a devorarlo.
* * *
– ¡Vamos! ¡Si vais a morir, morid como hombres!
Salieron en masa del remolque y, segundos después, Martin escuchó los gritos. Se apoyó contra la pared negra, aterrado ante la idea de lo que estaba ocurriendo en el exterior.
Uno de los salmos comenzó a sonar en su cabeza, así que se puso a recitarlo con voz trémula mientras los demás hombres se arrojaban a la contienda.
– Mi corazón duele en mi interior y terrores de muerte sobre mí han caído.
Un chirrido horrible le interrumpió cuando algo colisionó violentamente contra el remolque.
– El miedo y el temor se ciernen sobre mí y el terror me abruma. ¡Quién tuviese alas, como las de una paloma! Pues así podría yo volar y descansar.
Algo explotó en el exterior y el remolque tembló. Se sujetó apoyando una mano contra la pared y abrió los ojos. El camión había quedado vacío y los hombres morían a su alrededor.
– Apresuraríame a escapar del viento y de la tormenta.
Escuchó disparos seguidos de gritos y algo húmedo cayó al suelo.
– Yo a Dios clamaré, y el Señor me salvará.
– No. No lo hará.
La criatura dejó escapar una carcajada mientras subía al camión. Se arrastró hacia Martin, que contempló horrorizado el alzacuello de sacerdote que se hundía en la carne hinchada de su garganta.
– No te salvará, como tampoco me salvó a mí.
– Por supuesto que Dios no te salvó -dijo Martin, apoyándose contra la pared-. Pero salvó el alma del hombre cuyo cuerpo has usurpado. Tu profanación no significa nada. ¡Puede que hayas ocupado el cuerpo de un hombre de Dios, pero no pudiste tocar su alma!
El zombi siseó y se llevó la mano a sus desgastadas ropas, tras lo cual sacó un gran cuchillo de cocina cuyo filo brilló en la oscuridad. Avanzó hacia Martin haciendo cortes al aire. En el exterior, la batalla continuaba.
– Sí. Tu especie va al cielo, pero la nuestra no puede disfrutar de ese lujo. Nosotros vamos al Vacío. Y no tienes ni idea de cuánto tiempo hemos sufrido allí, esperando nuestra liberación. Rechinamos nuestros dientes, gritamos y esperamos hasta el día del alzamiento.
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