«"Quizá sea así como tienen que salir las cosas, Jim. Yo puedo quedarme con ellos y tú puedes seguir tu camino."
»"No, Martin, no puedo dejarte aquí. Elegiste venir conmigo, me ofreciste tu amistad y tu apoyo. No estaría bien."»
Pensó en Baker y en lo que le dijo mientras Miccelli se lo llevaba por la fuerza.
«Su hijo está vivo. ¡Yo también puedo sentirlo!»
Dio otro paso y de repente un brazo blanco y pálido emergió del pantano y le agarró de la pierna. El zombi se incorporó, vertiendo agua negra de su boca, nariz y orejas. Jim no quería llamar la atención con un disparo, así que cogió el M-16 y, con un rápido movimiento, estrelló su culata contra la cabeza de la criatura. Repitió el gesto una y otra vez, golpeando sin parar, martilleando a la criatura de vuelta al fondo cenagoso del humedal.
«No necesitan aire, ni respirar. Así que se quedan en el fondo, esperando a que alguien pase cerca de ellos. Aún hay tanto que no sabemos de ellos…»
¿Lo habría descubierto ya Baker?
Volvió a ponerse en pie, jadeando.
Danny estaba ante él. Sus amigos, detrás.
Dio media vuelta y se dirigió corriendo hacia Havenbrook, maldiciendo a las hierbas mientras las apartaba. Avanzó a través de las hojas y los nenúfares y empezó a rezar.
– Dios, no estoy seguro de seguir creyendo en ti, pero sé que Martin sí, así que espero que recompenses su fe cuidando de él. Por favor, haz que él y Baker y los demás estén a salvo. Y por favor, por favor, Dios, cuida de mi hijo. Estoy muy cerca. A punto de llegar. Protégelo un poco más.
Baker pasó por delante de la solitaria y silenciosa garita. El único sonido era el de sus pisadas sobre la grava y los motores al ralentí de los vehículos y los tanques. Cruzó el umbral de la entrada y dejó escapar un suspiro que no sabía que estuviese conteniendo.
«Quizá me equivoqué. Puede que el cuerpo de PoweII se haya podrido del todo y Ob se haya visto obligado a volver al Vacío y ocupar otro.»
Siguió caminando. La quietud del lugar era ominosa, hasta el punto de que Baker empezó a sentir el miedo en su interior. Algo iba mal. No tenía forma de describirlo, pero estaba seguro. Podía sentirlo en el aire.
A su izquierda había edificios vacíos y hangares. A su derecha, el aparcamiento para empleados, en el que sólo había unos cuantos coches abandonados. Ante él, las ventanas rotas de los bloques de oficinas lo contemplaban como si fuesen ojos. Echó la vista atrás, hacia el ejército, y mantuvo el paso en dirección a los edificios.
Entonces vio algo moverse fugazmente tras las ventanas.
Baker se detuvo. Olfateó el aire y olió la podredumbre.
La criatura que antaño había sido su compañero y ahora se hacía llamar Ob asomó de entre los edificios. Baker detectó movimiento por el rabillo del ojo: había zombis en el interior de los coches, tras los árboles, incluso en el fondo de la fuente, cuyas aguas empezaron a moverse y ondear.
Sabía que Schow no podía verlos. Los zombis seguían escondidos, de modo que nadie pudiese verlos desde más allá de la verja. Ni siquiera sus escáneres y demás aparatos llegarían a detectarlos, ya que no reconocerían a los cadáveres.
Ob sonrió y aquella terrible mueca abrió el rostro de Powell por la mitad.
Schow no podía verlos. Schow no podía ver el lanzacohetes que Ob sujetaba en sus manos.
– ¡Todo despejado, coronel! -gritó Baker-. ¡Creo que se han marchado!
Tras él, los tanques empezaron a dirigirse hacia la entrada.
Ob asintió, esperando.
Baker se agachó y rezó por una muerte rápida.
* * *
– Todas las unidades, ¡en marcha!
Los Humvees, los vehículos de transporte y los tanques avanzaron al unísono, escoltados por soldados a pie con las armas preparadas. El movimiento de su vehículo, que dejaba tras de sí nubes de polvo, tranquilizó a Schow.
Atravesaron la entrada como hormigas y Schow se sorprendió al descubrir que tenía una erección…
… hasta que el primer tanque reventó en una explosión de fuego naranja y metralla.
– ¿Pero qué coño?
– ¡Nos están atacando! ¡Repito, nos están atacando!
– ¡Coronel, tienen armamento antitanque!
– ¡No me diga, McFarland! ¿En serio? ¡Dé la orden de retirada!
– Señor, el sargento Ford nos informa de que los zombis se aproximan a nuestra retaguardia. Se acercan por la carretera.
El sonido de la batalla resonó a su alrededor: los tanques, los fusiles y las ametralladoras rugían al unísono, creando tal escándalo que parecía insoportable para el oído humano. Los zombis avanzaron hacia la tormenta de acero y fuego, pero, a medida que caían, otros ocupaban su lugar. Al contrario que en el ataque anterior, esta vez las fuerzas de Ob estaban armadas. Dispararon en todas direcciones, dispuestas a plantar cara a los soldados.
Los hombres corrían por todas partes: se retiraban, avanzaban y volvían a retirarse una y otra vez. La mayoría había cruzado la verja y estaba ya dentro de Havenbrook, mientras que otros huyeron hasta encontrarse con las criaturas que se dirigían hacia su retaguardia formando un muro impenetrable.
– Estamos rodeados -dijo Schow, indignado. Sus oficiales se quedaron mirándolo, sin saber qué hacer.
Una salva de balas se estrelló contra el vehículo de mando y González y McFarland dieron un salto.
Schow rió.
– ¡Ya era hora! ¡Por fin tenemos un combate de verdad entre manos!
Abrió las puertas del vehículo y salió corriendo hacia el fragor de la batalla.
* * *
Una explosión empujó el remolque y las puertas se abrieron de golpe.
Frankie colocó la pistola ante el rostro asustado del soldado Lawson.
– ¡Eh! -gritó-. ¿Qué pasa?
– ¿Dónde está el Humvee? -preguntó.
– Lo lleva Blumenthal, está de camino. Hemos venido a por Julie y a por ti. ¡Ahí fuera todo se está yendo a la mierda! Oye, ¿te importa quitarme esa cosa de la cara?
Frankie le disparó justo entre los ojos, dejándole una expresión de sorpresa en el rostro antes de que se desplomase contra el pavimento.
– ¡Vamos!
Bajó del remolque de un salto y le quitó el fusil a Lawson. Julie y el resto de mujeres la siguieron.
Un grupo de zombis se dirigió hacia ellas con sus fusiles y pistolas preparados. Antes de que cualquiera de los dos bandos llegase a disparar, el Humvee de Blumenthal apareció derrapando y atropelló a los zombis. Los cuerpos crujieron bajo las ruedas y quedaron debajo del vehículo cuando el soldado frenó hasta detenerlo por completo.
Se quedó mirando al grupo de mujeres armadas, pero, antes de que pudiese reaccionar, Frankie abrió la puerta y le disparó. Empezó a gritar y trató de echar mano a la pistola antes de recibir hasta tres balazos más en la cabeza. Una vez muerto el conductor, Frankie subió al asiento del copiloto y sacó el cadáver por la puerta abierta. Julie y María la siguieron.
Meghan estaba a punto de subir cuando, de pronto, gritó. Uno de los zombis que se encontraba debajo del Humvee le había agarrado una pierna y estaba mordiéndole el tobillo. A medida que mordía con más intensidad, moviendo la cabeza como un perro rabioso, la sangre empezó a manar sobre sus mejillas.
Meghan cayó de espaldas y golpeó a la criatura con sus manos. Frankie se inclinó sobre Julie, puso la pistola sobre la cabeza del zombi y apretó el gatillo.
– Súbela -ordenó-. Y ahora, a ver si me acuerdo de cómo iba esto.
El vehículo arrancó de golpe, lanzando a sus ocupantes hacia delante, pero Frankie acabó acostumbrándose y fue capaz de manejarlo con soltura.
– ¡Conduce hacia el campo! -gritó Julie-. Esta cosa tiene tracción a las cuatro ruedas, ¿verdad?
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