Jim tembló al comprobar que muchas de las criaturas que participaban en la masacre habían sido hombres de Schow y, lo que era aún peor, civiles: liberados de su reclusión pero, una vez muertos, prisioneros de algo mucho peor.
No todos los humanos estaban siendo asesinados. Varias docenas habían sido agrupados, desarmados y conducidos al interior del complejo. Jim sólo podía imaginar qué les depararían las criaturas. ¿Los usarían como comida? ¿Ganado? ¿O quizá algo incluso más siniestro?
Sintió un gran peso en los hombros. Martin no aparecía por ninguna parte, y Jim sólo esperaba que el anciano no hubiese sufrido. Ya no podía hacer nada.
Baker se dirigió hacia los cautivos y se puso a hablar al grupo de zombis que los vigilaban. Su carne estaba ennegrecida en varios puntos y su abdomen exhibía una cavidad vacía.
Jim se quitó los prismáticos, cogió todas las armas y municiones que pudo y dio media vuelta.
Martin estaba muerto. Baker era un zombi.
Ya nada se interponía entre Danny y él.
* * *
Ob echó un vistazo a su reino a través de los ojos de Baker y vio que todo iba bien. Impartió unas órdenes referentes a los cautivos y atravesó el campo de batalla, dando la bienvenida a los recién llegados y uniéndose al festín. No tenía estómago, pero no le importaba. Le gustaba su nuevo cuerpo.
Baker gritó desde un lugar lejano.
La risa de Ob ahogó aquel sonido en el interior de su cabeza hasta que los gritos se disiparon por completo.
Jim caminaba por uno de los lados de la carretera, pegado al borde para poder esconderse en la arboleda en caso de necesidad. Por lo que había podido comprobar, la mayor parte de los no muertos -humanos o no- estaban concentrados en torno a Havenbrook, así que su intención era recorrer toda la distancia posible mientras se mantenían ocupados en aquel lugar.
Acomodó el M-16, ajustando el peso en las manos. Tenía otro idéntico en la espalda, sujeto con unas correas que le tiraban de la piel al caminar, y una pistola en la funda del costado. Intentó ignorar el dolor acumulado en sus músculos, pero sus pies llenos de ampollas le ardían y la herida abierta del hombro manaba sangre y pus. Sentía el calor de la infección en la parte superior del brazo y la carne que rodeaba el balazo estaba roja e inflamada.
Nunca se había sentido tan cansado, pero siguió avanzando hacia el norte, levantando pequeñas nubes de polvo con cada paso. A su alrededor reinaba el silencio, como si la naturaleza estuviese conteniendo la respiración. Los maizales no murmuraban con el zumbido de los insectos o el coro de los pájaros. Las casas habían pasado a ser montones de piedra silenciosos y lúgubres. Los ecos del desenlace de la terrible batalla se volvían más tenues con cada paso que daba hasta desaparecer por completo.
Jim se quitó el sudor de los ojos y escuchó el silencio, perdiéndose en la extraña belleza del momento. Le habría gustado tener más vocabulario para poder definir lo que sentía. Inmediatamente después se preguntó si Martin hubiese apreciado aquella quietud y concluyó que sí.
El recuerdo del anciano le hizo esbozar una sonrisa y empezó a hacer un repaso mental de su viaje: Carrie y el bebé, Martin, Delmas y Jason Clendenan y los supervivientes que había encontrado por el camino, Schow y sus hombres, Haringa, Baker… todos ellos desfilaron ante él hasta conducirlo al presente. A la carretera. La última carretera. Si encontraba un coche, alcanzaría su destino en una hora. Si no, y al ritmo al que iba, estaría ahí antes del anochecer.
Se llevó la mano a uno de sus bolsillos y sintió la carta que le había escrito a Danny después de que Jason matase a su padre y se suicidase. Saber que la carta estaba a salvo le proporcionó una extraña sensación de seguridad. Las cosas aún podían salir bien.
Mientras cavilaba, su cuerpo empezó a rebelarse. El dolor de los pies empezó a extenderse por las piernas, provocándole espasmos que amenazaban con hacerle caer de bruces. Jim se negó a detenerse y sólo hizo una pausa para beber los últimos tragos de agua tibia que quedaban en su botella. Después de beber tiró la botella con el resto de la basura esparcida a lo largo de la carretera y siguió caminando.
No oyó el motor hasta que lo tuvo prácticamente encima. Jim oyó el ronroneo del Humvee a sus espaldas y se dio la vuelta tan bruscamente que se torció el tobillo. Cayó al suelo y se quedó tumbado mientras el vehículo se acercaba hacia él.
– ¡No! ¡Ahora no me vais a parar! -Levantó el M-16 y apuntó al Humvee.
– ¡Jim! ¿Eres tú? ¡Gracias a Dios!
Martin asomaba por la ventanilla del copiloto, levantando las manos hacia el cielo en señal de triunfo y agradecimiento.
– ¿Martin? -exclamó Jim. Pese al cansancio y el dolor en el tobillo, se puso en pie y corrió hacia el anciano-. ¡Martin! ¡Pensaba que estabas muerto!
Juntaron sus manos con un palmetazo. Ambos estaban llorando.
– Parece que el Señor todavía quiere que te ayude, Jim.
Rieron, Martin se bajó del vehículo y se abrazaron.
– Venga, vamos a buscar al chaval.
– Amén, amigo mío. Amén.
Jim se metió en el Humvee y una mujer, negra, hermosa pero cansada esbozó una rápida sonrisa tras el volante. Jim asintió, confundido.
– Ésta es Frankie -la presentó Martin-. Ha tenido el detalle de recogerme.
– Y una mierda, recogerte. Te salvé el culo y lo sabes.
– Sí, efectivamente -rió Martin-, y te lo agradezco. ¡Tendrías que haberlo visto, Jim! Un grupo de zombis me tenía rodeado y Frankie fue a por ellos y los atropelló a todos.
– Gracias por cuidar de él.
– No pasa nada.
Se pusieron en marcha y Frankie centró su atención en la carretera. Jim la estudió, preguntándose quién sería y cuál sería su historia antes de que todo empezase. Era evidente que había llevado una vida dura, se notaba en las líneas de su rostro e incluso en el aire que la envolvía. Jim nunca había creído en las auras, pero Frankie tenía una. Era muy hermosa pese a sus rasgos duros y Jim tenía la sensación de que se volvería aún más guapa con el tiempo.
– Bueno, ¿adónde vamos? ¿Tenéis algo en mente?
– Bloomington, Nueva Jersey -contestó Jim-. Está a una hora de aquí.
– ¿Bloomington? -preguntó Frankie por encima del hombro-. Es una ciudad dormitorio, ¿no? Estará hasta arriba de no muertos. Olvídalo.
– Entonces tendrás que dejarnos aquí -repuso Jim-, porque es a donde nos dirigimos.
Frankie miró a Martin con incredulidad, pero el predicador asintió.
– Tenemos motivos para creer que el hijo de Jim está vivo en Bloomington, que es donde tenemos que ir.
Frankie silbó.
– Jesús. ¿Y cómo sabéis que está vivo?
– En el sur -empezó Jim- todavía hay energía en algunas zonas. Mi teléfono móvil funcionó hasta hace días y mi hijo, Danny, me llamó. Su padrastro se había convertido en uno de ellos y Danny y mi ex mujer estaban escondidos en el ático de su casa.
Frankie negó con la cabeza.
– También había energía en algunos barrios de Baltimore, pero aun así… quiero decir, piénsalo. ¿Cómo sabes que sigue vivo?
– Fe -respondió Martin por él-. Tenemos fe. Hemos llegado tan lejos gracias a Dios.
Jim permaneció en silencio unos minutos y luego volvió a hablar.
– A estas alturas no puedo estar seguro de que siga vivo, Frankie. Quiero que lo esté, rezo por ello y lo siento en lo más profundo de mi ser. Pero tengo que asegurarme. Si no, me volveré loco.
– Me parece bien, pero, ¿puedo preguntarte algo? ¿Has pensado qué harás si llegamos ahí y resulta que Danny es uno de ellos?
Jim miró por la ventana.
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