Brian Keene - El Alzamiento

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Nada permanece muerto mucho tiempo. Los muertos están volviendo a la vida, inteligentes, decididos… y hambrientos. Huir parece imposible para Jim Thurmond, uno de los pocos supervivientes de este mundo de pesadilla. Pero el joven hijo de Jim también está vivo y en peligro a cientos de miles de kilómetros. Pese a las terribles adversidades, Jim jura que lo encontrará… o morirá en el intento.
Junto a un anciano sacerdote, un científico devorado por la culpa y una ex prostituta, Jim se embarca en un viaje a través del país. Juntos se enfrentarán a los vivos y a los muertos vivientes… y al aún más terrible mal que los aguarda al final de su viaje.
Novela ganadora del Premio Bram Stoker.

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– Bueno, murió en pleno vuelo en algún punto sobre Arizona. Supongo que tienen un procedimiento para esos casos, pero no pudieron hacer nada por reanimarlo. Así que el copiloto se puso a los mandos, pero el capitán volvió a la vida y le atacó. El avión se estrelló y se llevó por delante un buen trozo del centro de Phoenix. Reconstruyeron los acontecimientos gracias a las llamadas a la torre de control y las cajas negras. Pero claro, para cuando lo supieron todo, el mundo ya estaba yéndose al carajo. Bueno, ¿y vosotros? ¿Adónde vais?

– A Nueva Jersey.

– ¿Jersey? -dijo Klinger, asombrado-. Es un suicidio, amigo. Si es lo que quieres, mejor déjales que te cojan ahora mismo, porque todas las ciudades cercanas a Nueva York están hasta arriba de zombis.

– ¿Has estado allí?

– No, pero es lo que he oído. Venimos de Buffalo y hemos ido recogiendo supervivientes por el camino. Y no dicen nada bueno. Nueva York, Filadelfia, Washington, parte de Pittsburgh y Baltimore están hechas una mierda. En esas ciudades vivía mucha gente, y se han quedado después de morir. Y hay mucho más que zombis.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Martin.

– Pues que se ha montado una buena: hay bandas, cabezas rapadas, milicias, paramilitares… joder, hasta he oído que el ejército está intentando hacerse con el sur de Pensilvania. Ya no hay gobierno, tío, no hay líderes, es el sálvese quien pueda. Así que será mejor que volváis por donde habéis venido. ¡O podéis venir con nosotros, como queráis! Nos vendría bien un poco de ayuda. Por lo menos en un grupo así, tendréis más oportunidades.

– Gracias por la oferta -dijo Jim-, pero hay alguien en Nueva Jersey que sólo tiene una oportunidad: nosotros. Así que tenemos que ponernos en marcha. Gracias por la comida.

– Como quieras. Es tu funeral.

– ¿Seguro? -preguntó Jim.

* * *

Condujeron en silencio, compartiendo con avidez la sandía que habían colocado en el asiento del medio y escupiendo las pepitas por la ventana. Un pájaro se lanzó en picado hacia ellos y Jim pensó que iría a por la semilla… hasta que se dio cuenta de que no tenía patas y de que se dirigía hacia la ventanilla abierta. Aceleró y lo dejó atrás.

– Bueno, todo esto tiene un lado positivo -dijo Martin.

– ¿Cuál?

– Hay menos bichos muertos en la carretera. Ahora los cadáveres se levantan y se apartan.

Jim rió, y aquel sonido alivió a Martin. Quizá era una señal de que su amigo estaba empezando a recuperarse del suicidio de Jason.

Pero reparó en que, pese a que aquella risa era real, sus ojos no transmitían ninguna alegría.

* * *

Una hora después, al cruzar la frontera de Maryland, Jim vio un grupo de motos ante ellos.

– ¿Son amigos? -preguntó Martin.

– Estamos a punto de descubrirlo -respondió Jim mientras pisaba a fondo el acelerador.

La furgoneta aceleró hacia las seis figuras. A medida que se acercaban a ellas, pudieron ver más claramente al motorista que llevaba la delantera: no llevaba casco y estaba desnudo de cintura para arriba. Había perdido casi toda la carne de su pecho y espalda, por lo que las costillas y el músculo estaban al descubierto. Sus ojos estaban ocultos tras unas gafas de sol que se mantenían -a duras penas- enganchadas a su cara.

– Me da que están muertos.

– Entonces no son amigos.

Las motos se separaron hasta ocupar los dos carriles que llevaban al norte y Jim aceleró directamente hacia ellas invadiendo la línea divisoria.

Martin cogió la escopeta y se asomó por la ventana. Disparó y acertó a un zombi en su pecho descubierto.

– ¡A la cabeza, Martin! ¡Dispara a la cabeza!

– ¡Apunto a la cabeza, pero es muy difícil acertar desde un coche en marcha!

Un segundo zombi se llevó la mano a su chaleco de cuero y sacó una pequeña pistola, una Ruger. La bala impactó contra el lado derecho de la furgoneta con un ruidito metálico.

– ¡Nos están disparando! -gritó Martin a la vez que volvía a sentarse. Extrajo el cartucho usado, sacó el cuerpo de nuevo y disparó. Esta vez la bala acertó de lleno en la cabeza del zombi, destrozándole las gafas de sol. La criatura perdió el control de la moto y ésta se estrelló contra la de un compañero, enviándolos a ambos contra el carril de emergencia.

El zombi de la pistola disparó de nuevo y un pequeño agujero apareció en el parabrisas.

– ¡Dios! -gritó Jim-. ¡Agárrate!

Giró hacia el carril derecho, que llevaba directo al tirador. Los otros tres motoristas empezaron a frenar conforme la furgoneta se iba acercando cada vez más. El zombi extendió el brazo y apuntó hacia arriba, al parabrisas.

– ¡Prepárate! -gritó Jim mientras, con un volantazo, metía la furgoneta en el carril de emergencia. El zombi dio un giro, confundido, y apuntó a Jim.

– ¡Ahora!

Jim se inclinó todo lo que pudo y Martin se colocó encima de él, asomando la escopeta por la ventanilla del conductor. El disparo tiró a la criatura de la moto; Jim esquivó los restos y se reincorporó a la autopista.

La ventana trasera explotó, salpicando el interior de la furgoneta de cristales.

– ¡Agáchate! -ordenó Jim. Martin se encogió en el asiento y Jim se encorvó todo lo que pudo mientras pisaba el acelerador hasta el fondo-. ¡Puto motor de cuatro cilindros! ¡No podíamos haber cogido un V-8 de toda la vida, no, qué va!

Otra andanada de disparos salpicó la parte trasera de la furgoneta. Martin se encogió, esperando a que terminase, y cuando lo hizo asomó por la ventanilla y disparó. Los zombis iban tras ellos, aunque la furgoneta les sacaba ventaja.

– No me quedan balas -le informó Martin-. ¿Me das un minuto?

– Conduce tú.

– No creo que pueda.

– ¡Pues entonces vuelve a cargar el arma, y rápido!

Jim aceleró al máximo mientras los zombis les perseguían. Entonces, en el último minuto, atravesó la mediana cubierta de hierba y se incorporó a los carriles de dirección sur, hacia una salida. Los erráticos disparos de los motoristas resonaron tras ellos. La furgoneta tomó la salida más cercana y se alejó con un chirrido.

– ¿Los hemos perdido?

– Eso creo -jadeó Martin mientras miraba hacia atrás-. Desde luego, no los veo.

– Vamos a alejarnos de la ochenta y uno un rato, por si acaso.

– ¿Dónde estamos?

Jim hizo memoria de la ruta que solía tomar cuando iba a ver a Danny.

– Si no recuerdo mal, esto lleva a Gettysburg por la treinta, pasando por la frontera de Pensilvania. Desde ahí podemos reincorporarnos a la ochenta y uno volviendo hacia Chambersburg o cruzando York y cogiendo la ochenta y tres hacia Harrisburg. En cualquier caso, una vez en Harrisburg, tendríamos que tomar la ochenta y siete, que conduce a Nueva Jersey.

– ¿Cuánto tardaremos?

– Seis o siete horas -contestó Jim-. Un poco más si paramos para mear o nos interrumpen los bichos esos. Si no, habremos llegado para el anochecer.

Capítulo 16

Baker gritó horrorizado cuando vio los cuerpos.

Estaban suspendidos de unas cruces en forma de equis alineadas a ambos lados de la carretera. La mayoría estaban muertos, aunque algunos de ellos aún se movían, peleando inútilmente con sus ataduras y los clavos de metal que los atravesaban para contenerlos.

El hedor era insoportable, hasta el punto de que Baker tuvo que apartarse del agujerito del camión por el que oteaba el exterior. Había reconocido el paisaje y los monumentos a medida que se adentraban en Gettysburg y adivinó a qué distrito estaban siendo enviados.

Comprobó rápidamente cómo se encontraba Gusano: seguía hecho un ovillo en la esquina, y dormía profundamente. La escasa luz que llegaba a filtrarse a través de los agujeros le daba una apariencia pálida y mortecina. Baker extendió sus manos atadas hacia él y le pasó las yemas de los dedos por las cejas con delicadeza. Gusano se revolvió y las marcas de preocupación de su frente desaparecieron.

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