– Hola, Bumper -me dijo.
– ¿Qué tal, hombre? -dije yo, sin recordar su nombre-. Tengo a un chico con unas cuantas pastillas. No es gran cosa. Le anotaré en el registro y escribiré rápidamente un informe de detención.
– ¿Merece la pena que hable con él?
– No, es poca cosa. Dice que es la primera vez. Ya me encargaré yo. ¿Cuándo hay que citarle para que comparezca de nuevo?
– Pongamos el martes. Tenemos citada a mucha gente.
– Muy bien -dije, y saludé con una inclinación de cabeza a otro oficial vestido de paisano que entró y empezó a hablar con el primero.
– Quédate aquí, chico -dije, dirigiéndome al lavabo. Cuando salí me fui hacia la máquina automática de bebidas refrescantes y tomé una cola para mí y otra para el chico. Cuando volví me miró con curiosidad.
– Aquí tienes -le dije, y entré en otro despacho que estaba vacío. Cogí un impreso de registro y una hoja de informe de detención, los coloqué en la máquina de escribir y me dispuse a llenarlos.
El chico me seguía mirando y sonreía levemente.
– ¿Qué sucede? -le pregunté.
– Nada.
– Entonces, ¿por qué sonríes?
– ¿Estaba sonriendo? Estaba pensando en lo que han dicho aquellos dos policías de allí cuando usted se ha ido al lavabo.
– ¿Qué han dicho?
– Pues que era usted todo un policía.
– Sí -murmuré, mientras escribía mi inicial en dos de los rollos para poder reconocerlos en caso de que el asunto pasara a los tribunales. Aunque sabía que no. Iba a solicitar que el investigador le amonestara y le pusiera en libertad-. Tú y tu hermana tendréis que venir el martes por la mañana y hablar con un investigador.
– ¿Para qué?
– Para que decida si tiene que A-y-PL o bien enviarte ante los tribunales.
– ¿Qué significa A-y-PL? ¿Aplastamiento?
– Oye, tiene gracia -me reí. Era un pequeño bastardo muy listo. Estaba empezando a sentirme orgulloso de el-. A-y-PL significa «amonestar y poner en libertad». Casi siempre amonestan y ponen en libertad a un muchacho cuando es la primera vez que le detienen, en lugar de enviarle al tribunal de menores.
– Le he dicho que me han detenido dos veces por escaparme. No es la primera caída.
– No te preocupes por eso. No van a enviarte al tribunal.
– ¿Cómo lo sabe?
– Porque harán lo que yo les pida.
– Estos policías de la sección de menores han dicho que usted era todo un policía. No me extraña que me pillara tan pronto.
– No ha sido difícil -dije, guardando las pastillas en un sobre de prueba y sellándolo.
– Creo que no. No se olvide de que le deje el nombre y el teléfono del viejo para el trabajo del jardín. ¿Con quién vive? ¿Mujer e hijos?
– Vivo solo.
– ¿Sí?
– Sí.
– Podría hacerle un precio especial por el trabajo del jardín. Ya sabe, por ser policía y todo eso.
– Gracias, pero debes cobrar lo que valga, hijo.
– ¿Ha dicho usted que el béisbol era su deporte, Bumper?
– Sí.
Dejé de escribir un momento porque el chico parecía excitado y tenía ganas de hablar.
– ¿Le gustan los Dodgers?
– Pues claro.
– Siempre he querido aprender a jugar al béisbol. Maury Wills es un Dodger, ¿verdad?
– Sí.
– Me gustaría algún día ir a un partido de los Dodgers y ver a Maury Wills.
– ¿Nunca has presenciado un gran encuentro de Liga?
– Nunca. ¿Sabe una cosa? Hay un tipo en mi calle. Gordo y viejo, quizás más viejo que usted y hasta más gordo. Lleva a su hijo al patio de la escuela del otro lado de la calle todos los sábados y domingos y juega a pelota con él. Van a un partido prácticamente cada semana durante toda la temporada de béisbol.
– ¿Sí?
– Sí, ¿y sabe una cosa?
– ¿Qué?
– El ejercicio es bueno para el viejo. El chico le hace un favor jugando a la pelota con él.
– Será mejor que llame a tu hermana -dije, mientras se me formaba de repente una burbuja de gas y experimentaba ardor al mismo tiempo. Además, me estaba empezando a sentir aturdido a causa del calor y porque tenía unas ideas que estaban intentado abrirse paso a través de mi cráneo, pero yo pensé que era mejor dejarlas donde estaban. El chico me dio el número y marqué.
– No contestan, chico -dije, colgando el teléfono.
– Dios mío, ¿me va a llevar al Reformatorio si no la encuentra?
– Sí, eso creo.
– ¿No puede dejarme en mi casa?
– No puedo.
– Maldita sea. Llame a la Casita de Ruby, en Normandie. Este sitio abre temprano y a Slim le gusta ir allí a veces. Maldita sea, ¡no me lleve al Reformatorio!
Marqué el número de la Casita de Ruby y pregunté por Sarah Tilden, que éste era su nombre según me había dicho el chico.
– Gran Azul -dijo el chico-, pregunte por Gran Azul.
– Quiero hablar con Gran Azul -dije, y entonces el barman supo a quién me refería.
– ¿Sí, quién es? -dijo una voz joven.
– Soy el oficial Morgan de la Policía de Los Ángeles, señorita Tilden. He detenido a su hermano en el centro por posesión de drogas peligrosas. Llevaba unas pastillas. Me gustaría que viniera usted al trece-treinta de la calle Georgia y lo recogiera. Está al sur del bulevar Pico y al Oeste de Figueroa.
Cuando hube terminado de hablar se produjo un silencio y después ella me dijo:
– Muy bien, hombre. Dígale al pequeño bastardo que se busque un abogado. Yo ya he terminado.
La dejé hablar un poco, y después le dije:
– Mire, señorita Tilden, tendrá que venir a recogerle y después tendrá que volver el martes por la mañana para hablar con un investigador. Quizás le den algún consejo.
– ¿Y qué pasará si no vengo a recogerle? -preguntó ella.
– Tendré que encerrarle en el Reformatorio y no creo que a usted le guste. No me parece bueno para él.
– Mire, oficial -me dijo ella-. Quiero hacer lo que sea mejor. Pero quizás ustedes puedan ayudarme. Soy joven, demasiado joven para tener que encargarme de un chiquillo de esta edad. No puedo cuidarle. Me cuesta demasiado. Tengo un trabajo miserable. No sé por qué tengo que cuidar de un hermano pequeño. Ni siquiera me han querido conceder la asignación de beneficencia, ¿qué le parece? Si fuera negra me darían lo que pidiera. Mire, quizás sería mejor que le encerrara en el Reformatorio. Quizás sería mejor para él. Pienso en él, ¿sabe? O quizás podrían mandarle a una de estas residencias, no para delincuentes, sino a esos sitios donde hay personas que disponen de mucho tiempo y pueden vigilarle encargarse de que vaya a la escuela.
– Señorita, yo soy el oficial que ha practicado la detención y mi obligación es procurar que vuelva a su casa inmediatamente. Podrá hablar de todas estas cosas con el investigador de la sección de menores el martes por la mañana, pero ahora quiero que venga usted aquí dentro de un cuarto de hora y se lo lleve a casa. ¿Me comprende?
– Muy bien, muy bien, le comprendo -me dijo-. ¿Puedo mandar a un amigo de la familia?
– ¿Quién es?
– El tío de Tommy. Se llama Jake Pauley. Acompañará a Tommy a casa.
– De acuerdo.
Cuando colgué, el chico me estaba mirando con una sonrisa torcida.
– ¿Qué le parece Gran Azul?
– Muy bien -dije, rellenando las casillas del informe de detención. Sentía haberla llamado delante del chico, pero no esperaba que se resistiera tanto a venir a recogerlo.
– No me quiere, ¿verdad?
– Va a enviar a tu tío a recogerte.
– No tengo ningún tío.
– Alguien que se llama Jake Pauley.
– ¡Ja! ¿El viejo Jake? ¡Ja! Menudo tío.
– ¿Quién es? ¿Un amigo suyo?
– Amigos sí que son. Estaba liada con él antes de que nos fuéramos a vivir con Slim. Me parece que ahora volverá con Jake. Slim despanzurrará a Jake.
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