– No lo sé. En Missouri, creo. O quizás haya muerto. Hace tanto tiempo… Era una chica que conocí en San Diego, una chica de granja. Muchas de ellas se trasladaban a la costa durante la guerra. Iban en busca de trabajo y algunas de ellas exageraban y se emborrachaban. Verna era una muchacha pálida y delgada. Yo había regresado a San Diego de mi primer viaje. Tenía el pecho lleno de cintas y llevaba bastón porque mi primera herida me la hicieron en el muslo. Supongo que por eso mis piernas no valen hoy para nada. La recogí en un bar y aquella noche me acosté con ella, y después empecé a verme con ella cada vez que tenía permiso. Un día, antes de que me embarcara de nuevo, va y me dice que está embarazada. Experimenté la sensación que tantos hombres experimentan de haber sido atrapados, de que todo ha terminado, y una noche nos emborrachamos los dos y yo me la llevé a un juez de paz de Arizona y me casé con ella. Yo le pasaba una asignación y me escribía siempre, pero yo no pensaba demasiado en ella, hasta que fui herido por segunda vez y me enviaron a casa para siempre. Y allí estaba ella con mi frágil y enfermizo Billy. Mi verdadero nombre es William, ¿lo sabías?
– No, no lo sabía.
– Hice de tripas corazón, porque tal como tú dices, Laila, los demás no tienen por qué sufrir; tomé conmigo a Verna y a Billy, encontré una casa decente en la que vivir y pensé, qué demonios, la vida es bella. Volví a alistarme y poco después fui ascendido a sargento de marina. Podía seguir aceptando a Verna. Quiero decir que tenía que concederle un voto de confianza, porque tras nacer Billy había dejado de emborracharse y llevaba bien la casa. No era más que una pobre y sencilla muchacha de granja, pero nos trataba a mí y a Billy como reyes, tengo que reconocerlo. Tuve suerte y fui trasladado por cinco años a la base en la que había el cuartel general y Billy era para mí como… no sé, como estar en lo alto de una roca de granito y contemplar todo el mundo desde el Principio hasta Ahora, y por primera vez todo tenía sentido para mí. ¿Comprendes?
– Sí, creo que sí.
– No lo creerás, pero cuando apenas tenía cuatro años me escribió, con una pequeña imprenta que tenía, una tarjeta para el día de San Valentín. Sabía utilizar la imprenta y escribir a los cuatro años, te lo juro. Le preguntó a su madre cómo se formaban las palabras y después las compuso él solo. Decía «Papá, te quiero. Besos, Billy Morgan». ¿No te lo crees?
– Sí te creo, Bumper.
– Pero, tal como te digo, era un niño enfermizo, igual que su madre, e incluso ahora que te estoy hablando de él no me lo puedo imaginar. Le aparté de mi pensamiento y ahora no puedo imaginarme cómo era por mucho que lo intente. Leí una vez que sólo los esquizofrénicos pueden controlar el subconsciente y a lo mejor es que soy un poco esquizofrénico, no me cabe duda. Pero puedo hacerlo. A veces, cuando sueño y veo una sombra en el sueño y la sombra es un niño pequeño con gafas o es un niño con el cabello arremolinado, me despierto. Me siento en la cama, totalmente despierto. No puedo imaginármelo ni despierto ni dormido. Haces muy bien dejando que adopten a tu niño.
– ¿Cuándo murió?
– Cuando apenas tenía cinco años. Justo después de su cumpleaños. Y en realidad no hubiera debido sorprenderme. Estaba anémico y tuvo dos veces una pulmonía cuando era más pequeño; sin embargo me sorprendió , ¿sabes? Aunque siempre había estado enfermo, me sorprendió y después de aquello Verna también pareció como muerta. Me dijo algunas semanas después de haber enterrado al niño que quería volver a su casa de Missouri, y yo pensé que era buena idea, le di todo el dinero que tenía y jamás volví a verla. Cuando se hubo marchado empecé a beber bastante, y una vez, estando de permiso un fin de semana, terminé no sé cómo en la base de la Marina de El Toro con un grupo de otros marinos borrachos en lugar de dirigirme a Camp Pendleton, que era donde debía haber ido. Los policías militares de la entrada permitieron el paso a los otros borrachos, pero a mí me detuvieron, como es natural. Estaba totalmente borracho y completamente confundido y terminé pegando a los dos policías militares. Casi no puedo recordar aquella noche en la prisión de El Toro. Lo único que recuerdo son dos guardianes de la prisión, un tipo negro y uno blanco, vestidos con pantalón color kaki y camisa, arrastrándome por el suelo de la celda y llevándome al lavabo, donde me dieron una buena paliza con las porras y después me llevaron a la ducha para lavarme la sangre. Recuerdo que me agarraba a los grifos y hundía la cabeza en la pila para protegerme y que las porras se descargaban sobre mis brazos, las costillas, los ríñones y la parte posterior de la cabeza. Fue la primera vez que me rompieron la nariz.
Laila seguía acariciándome la cara y escuchándome. El roce de sus manos frías me resultaba agradable.
– Después, me sometieron a consejo de guerra, y tras declarar los dos policías militares, mi abogado defensor presentó un grupo muy numeroso de testigos, entre los que se encontraban algunos civiles, esposas de los marinos que vivían cerca de Verna, Billy y yo. Todos hablaron de mí y de Billy y de lo listo y educado que éste era. Después, el médico que me había curado las heridas en la prisión declaró en calidad de testigo de la defensa y dijo que en el momento de la pelea yo estaba desequilibrado y no era responsable de mis actos, aunque no se trataba de un médico psiquiatra. Mi abogado defensor consiguió salvarme y cuando todo terminó no me condenaron ni siquiera a prisión. Se limitaron a degradarme. ¿Hace calor aquí, Laila?
– No, Bumper -repuso ella, acariciándome la mejilla con el reverso de los dedos.
– Bueno, sea como fuere, me licencié en la primavera de 1950 y estuve un año andando de aquí para allá hasta que me incorporé al Departamento de Policía de Los Ángeles.
– ¿Por qué lo hiciste, Bumper? ¿Por el poder que tiene la policía?
– No lo sé. Sabía pelear bien, creo que fue por eso. Pensé en volverme a incorporar a la Marina cuando estalló la guerra de Corea y entonces leí algo que decía: «Los policías son soldados que actúan en solitario», y me imaginé que era eso lo que no me gustaba de los militares, que no se pudiera actuar demasiado en solitario. Siendo policía podría hacerlo todo solo, y me convertí en policía.
– ¿Nunca volviste a saber de Verna? -me preguntó Laila suavemente, y de repente me sentí frío y húmedo y advertí escalofríos.
– Unos seis años después de haberme incorporado a la policía recibí una carta de un abogado de Joplin. No sé cómo consiguió encontrarme. Me decía que ella había solicitado el divorcio y después recibí los documentos finales. Le pagué los honorarios y a ella le envié unos quinientos dólares que había ahorrado, para que iniciara una nueva vida. Yo pensaba que a lo mejor encontraría a un buen muchacho y podría volver a la vida de una granja. Era una mujer que no sabía desenvolverse sola. Tenía que amar a alguien y sufriría si las circunstancias la separaban de este alguien o si este alguien la abandonaba. Nunca aprendería que en este mundo hay que sufrir solo. Nunca supe exactamente qué fue de ella. No intenté averiguarlo porque probablemente hubiera descubierto que era una alcohólica y una prostituta callejera, y prefiero pensar otra cosa.
– ¿Bumper?
– ¿Qué?
– Por favor, esta noche acuéstate en mi cama. Ve a ducharte y duerme en mi cama. Estás sudando y vas a ponerte enfermo si te quedas aquí en el sofá.
– Estaré bien. Debieras haber visto algunos de los sitios en que he dormido. Dame una manta.
– Por favor.
Intentó levantarme y casi me hizo reír en voz alta. Era una chica fuerte, pero no había mujer que pudiera levantar a Bumper Morgan, que pesaba ciento treinta kilos en condiciones normales y que esta noche debía pesar ciento cuarenta por culpa de la gran borrachera.
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