– ¡Puá! -dijo Fuzzy estremeciéndose al pensarlo-. Tengo una orden de prisión contra ese cerdo por haber agredido a un oficial de policía. Espera cuando le coja. ¡Le haré una llave que lo asfixiaré y le lobotomizaré!
– A propósito, ¿qué señal utilizáis para entrar en la casa? -pregunté.
– Siempre hacemos eso -dijo Charlie subiendo y bajando el puño cerrado.
– Paso ligero -dije sonriendo-. Eso me recuerda mi época de soldado de infantería.
Ahora me sentía a gusto porque iba a hacer algo distinto. Quizá hubiera debido intentar trabajar en represión del vicio, pensé; pero no, he tenido mucha más acción y mucha más variedad en la ronda. De eso se trata. De eso se trata en realidad.
– Reba debe ser algo extraordinario -dijo Fuzzy dando chupadas a un puro delgado y mirando a Charlie con la cabeza ladeada.
Por el aroma podía adivinar que se trataba de un puro de diez o quince centavos. Pensé que tenía que dejar de fumar.
– Ya lleva con Red varios años -le dijo Nick a Fuzzy-. Espera cuando la veas. En las fotografías no ha salido muy favorecida. Es muy guapa.
– Vosotros los policías de represión del vicio con vuestra sangre fría -dije para pinchar a Charlie- no os preocupáis de lo guapa que pueda ser una mujer. Lo único que es una mujer para vosotros es un número de detención. Apuesto a que cuando una prostituta guapa se tiende y separa las piernas pensando que sois un plan, le colocáis encima esta fría placa.
– Justo encima de su barriguita desnuda -dijo Nick-. Pero apuesto a que Reba debe ser algo más que una mujer guapa. Un tipo como Scalotta podría tener todas las mujeres que quisiera. Además, debe ser inteligente o algo parecido.
– Eso es lo que necesito, un poco de cerebro -dijo Fuzzy reclinándose en un sillón giratorio y apoyando los zapatos de suela flexible encima del escritorio. Era un chiquillo de rostro sonrosado por encima de la barba, supongo que no debía tener más de veinticuatro años.
– Un poco de cerebro sería lo primero que tendrías, Fuzzy -dijo Nick.
– ¡Ja! -exclamó Fuzzy apretando el puro entre los dientes-. Tenía una amiga china que era go-go girl de un salón de baile y…
– Vamos, Fuzzy -dijo Charlie-, no empieces con tus mentiras de las mujeres que tuviste cuando trabajabas en Hollywood. Fuzzy se ha acostado tres veces con todas las mujeres del Sunset Boulevard. Eso es, con todas.
– Lo digo en serio -añadió Fuzzy con mirada socarrona-. Esta chica no se acostaba más que conmigo.
Fuzzy se levantó y flexionó el bíceps.
Nick, que era hombre de pocas palabras, le dijo:
– Siéntate, cebo de maricas.
– De todos modos Reba no es que sea sólo inteligente -dijo Charlie-. Scalotta no la tendría sólo por eso. Es un bárbaro y le gusta hacer el salvaje con las mujeres. Seguro que la viste con pieles y le da una paliza.
– Yo nunca he dado crédito a estos rumores -dijo Nick.
– ¿No le pega? -preguntó Fuzzy sinceramente interesado.
– Una vez un soplón nos habló de eso -dijo Charlie-. El soplón nos dijo que a Red Scalotta le gustan las lesbianas y las palizas y que Reba es su preferida. El soplón nos dijo que es lo único que puede hacer Red ahora.
– Porque es un viejo -dijo Fuzzy muy en serio-. Creo que por lo menos tiene cincuenta años.
– Os digo que Reba es una auténtica chiflada -dijo Charlie-. ¿Recuerdas cuando la detuvimos, Nick? Mientras la conducíamos a la cárcel nos estuvo diciendo que las lesbianas la perseguirían por toda la celda antes de que consiguiera salir bajo fianza.
– A esta mujer la tienen intimidada -dijo Nick.
– Ni siquiera las tiene todas consigo ahora -dijo Charlie asintiendo.
– ¿Le asustan las lesbianas y sin embargo finge serlo con Red Scalotta? -preguntó Fuzzy esbozando una sonrisa en su barbada cara de niño.
– Pongamos mano a la obra -dijo Charlie-, después podremos pasarnos el día jugando al billar en una buena cervecería y escuchando los cuentos de Fuzzy acerca de todas esas mujeres de Hollywood.
Nick y Fuzzy tomaron uno de los coches de la sección de represión del vicio y yo subí a otro con Charlie. Siempre es posible que hubiera más de una persona en la casa y quizá hiciera falta sitio para llevar a los detenidos.
– Estupenda máquina, Charlie -dije contemplando el coche, que disponía de aire acondicionado. Era todo reluciente. La radio de la policía aparecía oculta en la guantera.
– No está mal -dijo Charlie-, sobre todo el aire acondicionado. ¿Habías visto alguna vez aire acondicionado en un coche de la policía, Bumper?
– En los que yo conduzco no, Charlie -contesté encendiéndome un puro, y Charlie fue cambiando de marchas para demostrarme que el coche tenía vida.
– En represión del vicio se pasa muy bien, Bumper, pero ¿sabes una cosa?, algunos de los ratos mejores los pasé caminando contigo en la ronda.
– ¿Cuánto tiempo trabajaste conmigo, Charlie, un par de meses?
– Unos tres meses. ¿Recuerdas la noche que detuvimos a aquel ladrón? ¿El tipo que leía notas necrológicas?
– Ah, sí -dije sin recordar que Charlie había trabajado conmigo. Cuando le ordenan a uno que enseñe a novatos, éstos acaban fundiéndose todos en la memoria y no se les puede recordar muy bien individualmente.
– ¿Te acuerdas? Estábamos sacudiendo a un tipo en la puerta de la cervecería india junto a la calle Tercera y tú observaste que tenía un periódico doblado por la parte de la sección necrológica guardado en el bolsillo. Entonces me dijiste que algunos ladrones se dedican a leer la sección necrológica y después roban en las casas de los muertos después del entierro, cuando no es probable que haya nadie en la casa durante un buen rato.
– Lo recuerdo -repuse emitiendo una nube de humo contra el parabrisas y pensando que por lo general la viuda o el viudo suelen permanecer un rato en la casa en compañía de algunos parientes. Lo que no puedo soportar es el robo de tumbas. Porque la víctima siempre tiene que tener alguna oportunidad de defenderse.
– Por esta detención recibimos un elogio, Bumper.
– ¿De veras? No me acordaba.
– Claro que yo lo recibí porque trabajaba contigo. Aquel tipo había robado diez o quince casas mediante este procedimiento. ¿Lo recuerdas? Yo era tan novato que no podía entender por qué se guardaba un par de calcetines en el bolsillo de atrás, y te pregunté si muchos de estos tipos sin casa suelen llevar consigo una muda de calcetines. Entonces tú me mostraste las señales producidas por los dedos en los calcetines y me explicaste que se los ponen como si fueran guantes para no dejar huellas. No me humillaste ni siquiera cuando te pregunté una cosa tan tonta. Te estoy muy agradecido.
– Siempre me ha gustado que me hagan preguntas -contesté, empezando a desear que Charlie se callara-. Oye, Charlie -dije para cambiar de tema-, si hoy conseguimos algo a través del teléfono, ¿qué posibilidades hay de que ello nos conduzca a algo gordo?
– ¿Te refieres a algo así como un despacho clandestino?
– Sí.
– Casi ninguna posibilidad. ¿Pero por qué te interesa tanto descubrir un despacho clandestino?
– No sé. Pronto voy a dejar el trabajo y nunca he detenido a un pez gordo como Red Scalotta. Me gustaría coger a uno.
– Hombre, yo tampoco he detenido nunca a nadie tan importante como Scalotta. ¿Y qué quieres decir, es que te marchas? ¿Te arrancas el broche?
– Un día de éstos.
– No puedo hacerme a la idea de que llegues a retirarte.
– ¿No te marcharás tú cuando cumplas veinte años de servicio?
– Sí, pero tú , no.
– Dejémoslo -dije, y Charlie me miró un instante, abrió la guantera y ajustó el aparato a frecuencia seis para poder intercomunicarse con los demás.
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