Cruz y yo nos habíamos referido a ello muchas veces en el transcurso de los últimos años, desde que llegó Cassie y fue inevitable que me casara con ella y me arrancara el broche a los veinte años de servicio en lugar de quedarme treinta tal como tenía que hacer Cruz. Pero ahora que ya se acercaba, parecía como si nunca hubiéramos hablado de ello. Me resultaba todo tan raro.
– Cruz, lo dejo el viernes -dije, de repente-. Voy a ver a Cassie para decirle que lo dejo el viernes. ¿Para qué esperar a finales de mes?
– ¡Estupendo, mano l -exclamó Cruz, rebosante de felicidad y como si fuera a soltar un grito, tal como siempre hacía cuando estaba borracho.
– Se lo diré hoy-. Ahora me sentía aliviado y terminé el café que me quedaba levantándome para marchar-. Y no me importa haraganear un mes. Me lo tomaré con calma hasta que me apetezca comenzar el nuevo trabajo.
– ¡Muy bien! -exclamó Cruz, que ahora tenía los ojos alegres-. Siéntate sobre estas gruesas nalgas que tienes un año entero si quieres. Te necesitan para el cargo de jefe de seguridad. Ya esperarán. Y cada mes cobrarás el cuarenta por ciento, Cassie tiene un buen empleo y, además, tú tienes una buena cuenta en el banco, ¿verdad?
– Pues, sí -contesté yo, encaminándome hacia la salida-. Nunca he tentido que gastar demasiado dinero con eso de la ronda.
– Ssss -siseó Cruz, sonriendo-. ¿Es que no te has enterado? Nosotros somos la nueva raza de profesionales. No aceptamos dádivas…
– ¿Y quién ha hablado de cosas gratis? Yo sólo acepto «tributos».
– Ahí te huacho -asintió Cruz, sacudiendo la cabeza. Lo cual significa en la jerga de Los Ángeles «te espero» o, mejor, «nos vemos».
– Ahí te huacho -contesté yo.
Tras dejar a Cruz, regresé al despacho de represión del vicio y vi que Zoot mantenía la cabeza gacha y que Charlie se mostraba muy contento, por lo cual imaginé que habría logrado sus propósitos.
– Me gustaría hablar contigo a solas un momento, Bumper -me dijo Charlie, acompañándome al otro cuarto y cerrando la puerta mientras Zoot se quedaba sentado con aire compungido.
– Me ha dicho mucho más de lo que se imagina -explicó Charlie.
Se mostraba eufórico, como un policía cuando tiene entre manos algo que merece la pena.
– Cree que vas a ordenarme que le deje en paz, ¿no? -pregunté yo.
– Sí -repuso Charlie, sonriendo-. Sígueme la corriente. Cree que voy a librarme de ti. Déjale tranquilo un ratito, ¿de acuerdo, Bumper? Me ha dicho que tiene en proyecto trasladarse lejos de Alvarado dentro de un par de semanas, pero que, de momento, tiene que quedarse en Figueroa. Le he dicho que hablaría contigo.
– Dile a Zoot que no tendrá que preocuparse por el viejo Bumper -contesté, experimentando otro dolor de los que me producían los gases.
Me prometí no probar más la salsa de soja la próxima vez que comiera en el barrio japonés.
– Sí, y entonces va a ser un problema para la patrulla de represión del vicio de Rampart -dijo Charlie, sin haberme comprendido.
– ¿Quieres que le acompañe otra vez a Fig?
– Ya le llevaré yo -dijo Charlie-. Quiero hablar un poco más con él.
– ¿Quieres hacerme un favor?
– Pues claro, Bumper.
– ¿Crees que hay alguna posibilidad de conseguir algo gracias a lo que Zoot te ha dicho?
– Hay muy buenas posibilidades. El muy necio de Zoot me ha dicho que cree que la mujer del punto de comunicación que anota las operaciones es Reba McClain. Si es así, podríamos conseguir cosas muy buenas a través de ella.
– ¿Cómo?
– Es la amiga de Red Scalotta. Conseguimos detenerla hace cosa de seis meses en otro punto de comunicación, se demostró su culpabilidad y consiguió la libertad vigilada bajo amenaza de seis meses de prisión. Es una estafadora y una fiera. Es muy sensual. Siente fobia por la cárcel y por las lesbianas y todo eso. Es muy graciosa y zalamera. Hablábamos justamente de ella la semana pasada y si pudiéramos pillarla en sus sucios manejos es posible que llegáramos hasta Red Scalotta. Es una auténtica bruja. Creo que sería capaz de vender a su propia madre. Ha sido una suerte que nos trajeras a Zoot con este número de teléfono.
– Muy bien, entonces creo que voy a pedirte este favor.
– Pues claro.
– Píllala hoy o mañana, a lo más tardar. Si te indica algo bueno, como por ejemplo un despacho clandestino, desbarátalo todo el viernes.
– ¡Un despacho clandestino! No creo que esté informada de esto, Bumper. Y, además, para el viernes sólo faltan dos días. A veces se tardan varias semanas o meses para descubrir un despacho clandestino. Porque allí es donde se conservan los archivos de las apuestas. Antes tendríamos que disponer de una orden de registro y esto exige gran cantidad de información previa. ¿Por qué el viernes?
– Salgo de vacaciones. Quisiera estar presente, Charlie. Nunca he descubierto un despacho clandestino. Lo deseo con toda el alma y tiene que ser antes de que salga de vacaciones.
– Por ti lo haría, Bumper, si pudiera, bien lo sabes, ¡pero para el viernes sólo faltan dos días!
– Lleva a cabo el trabajo de policía tal como yo te he enseñado, con valentía y cerebro y un poco de imaginación. Es lo único que te pido. Inténtalo, ¿de acuerdo?
– De acuerdo -repuso Charlie-, lo intentaré.
Antes de marcharme, interpreté una comedia para Zoot, de tal forma que éste creyera que Charlie era su «protector». Fingí estar enfadado con Charlie y éste fingió que iba a impedirme futuros intentos de fastidiar a Zoot con el maldito buzón.
Al regresar al coche, recordé la amistosa reprimenda de Cruz y tomé el micrófono de mano al tiempo que decía:
– Uno-X-L-Cuarenta y cinco, libre.
– Uno-X-L-Cuarenta y cinco, encárguese de esta llamada -dijo la telefonista, y yo refunfuñé y anoté la dirección-. Reúnase con Uno-X-L-Treinta, en la confluencia entre la Novena y Broadway.
– Uno-X-L-Cuarenta y cinco, entendido -dije molesto, y pensé: esto es lo que me pasa por decir que estoy libre. Probablemente un jaleo tremendo, como redactar un cochino informe sobre robo de algún corredor de bolsa al que le habrán quitado la cartera mientras estaba leyendo revistas sucias en alguna sucia librería de Broadway.
El Uno-X-L-Treinta era un sargento novato que se llamaba Grant al que no conocía demasiado. Lucía una tira de cinco años que indicaba que llevaba de cinco a diez años de servicio. Tenía una cara colorada y tersa y un vocabulario perfecto. Jamás le escuché maldecir en ninguna de las listas que pasaba. No podía confiar en un policía que no maldice de vez en cuando. No se pueden describir algunas cosas que se ven y determinados sentimientos que uno experimenta en esta profesión sin el auxilio de un vocabulario pintoresco.
Grant se encontraba en la parte sur de la Novena, cerca de Olympic, había salido del coche y paseaba arriba y abajo cuando yo me acerqué. Sé que era estúpido, pero se me hacía difícil llamar «sargento» a un chiquillo como él. Y no quería por otra parte mostrarme descortés: por esto no llamaba a esos jóvenes sargentos por sus apellidos. No les llamaba nada. A veces me resultaba difícil y tenía que decir «Oye, compañero» o «Escucha, amigo», cuando quería dirigirme a uno de ellos. Se veía que Grant estaba muy nervioso por algo.
– ¿Qué sucede? -pregunté, descendiendo de mi coche.
– Tenemos una manifestación en el Centro de Reclutamiento del Ejército.
– ¿De veras? -dije, y vi al fondo de la calle a un grupo de unos quince manifestantes frente al edificio.
– Están entrando y saliendo muchos reclutas y podría haber jaleo. En este grupo de manifestantes parece que hay tipos agresivos.
Читать дальше