Stephen King - La Cúpula

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La cúpula. Un día de octubre la pequeña ciudad americana de Chester´s Mill se encuentra totalmente aislada por una cúpula transparente e impenetrable. Nadie sabe de dónde ha salido ni por qué está allí. Sólo saben que poco a poco se agotarán las provisiones y hasta el oxígeno que respiran. Es una soleada mañana de otoño en la pequeña ciudad de Chester´s Mill. Claudette Sanders disfruta de su clase de vuelo y Dale Barbara, Barbie para los amigos, hace autostop en las afueras. Ninguno de los dos llegará a su destino. De repente, una barrera invisible ha caído sobre la ciudad como una burbuja cristalina e inquebrantable. Al descender, ha cortado por la mitad a una marmota y ha amputado la mano a un jardinero. El avión que pilotaba Claudette ha chocado contra la cúpula y se ha precipitado al suelo envuelto en llamas. Dale Barbara, veterano de la guerra de Irak, ha de regresar a Chester´s Mill, el lugar que tanto deseaba abandonar. El ejército pone a Barbie al cargo de la situación pero Big Jim Rennie, el hombre que tiene un pie en todos los negocios sucios de la ciudad, no está de acuerdo: la cúpula podría ser la respuesta a sus plegarias. A medida que la comida, la electricidad y el agua escasean, los niños comienzan a tener premoniciones escalofriantes. El tiempo se acaba para aquellos que viven bajo la cúpula. ¿Podrán averiguar qué ha creado tan terrorífica prisión antes de que sea demasiado tarde? Una historia apocalíptica e hipnótica. Totalmente fascinante. Lo mejor de Stephen King.

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– Intentamos detenerlo pero no nos hizo caso. No pudimos hacer nada.

Pete Freeman, con su Nikon colgada de la rodilla con la correa, regaló al joven guerrero una sonrisa de extraña amargura.

– Creo que eso ya lo sabemos. Si no lo sabíamos antes, desde luego ahora ya sí.

4

Antes de que Barbie pudiera fundirse con la multitud, Mel Searles lo agarró del brazo.

– Quítame las manos de encima -le dijo Barbie con buenas maneras.

Searles hizo una mueca y le enseñó los dientes.

– Ni en sueños, imbécil. -Y alzó la voz-. ¡Jefe! ¡Eh, jefe!

Peter Randolph se volvió hacia él con impaciencia y cara de pocos amigos.

– Este tipo ha obstaculizado la actuación de la policía mientras intentaba proteger la escena. ¿Puedo detenerlo?

Randolph abrió la boca, seguramente para decir «No me hagas perder el tiempo», y miró alrededor. Jim Rennie se había unido al pequeño grupo que observaba a Everett mientras este atendía al muchacho. Rennie lanzó una mirada impertérrita a Barbie, cual un reptil tendido sobre una roca, miró de nuevo a Randolph y asintió con un leve gesto de la cabeza.

Mel lo vio y su sonrisa se hizo mayor. Eso era mejor que ver sangrar a un chico, y mucho mejor que poner orden en una muchedumbre de devotos y tarados con pancartas.

– La venganza es una zorra, Baaaaarbie -dijo Junior.

Jackie parecía dudar.

– Pete… O sea, jefe… Creo que el tipo solo intentaba…

– Esposadlo -la interrumpió Randolph-. Ya aclararemos qué intentaba o no intentaba hacer. Mientras tanto, quiero que despejéis la zona. -Alzó la voz-. ¡Esto se ha acabado, chicos! ¡Ya os habéis divertido y habéis visto cómo ha terminado la cosa! ¡Marchaos a casa!

Jackie se estaba quitando las esposas de plástico del cinturón (no tenía intención alguna de dárselas a Mel Searles ya que quería ponérselas ella misma) cuando intervino Julia Shumway. Se encontraba justo detrás de Randolph y Big Jim (de hecho, Rennie la había apartado con un codazo mientras se abría paso para llegar al lugar donde se desarrollaba la acción).

– Yo que usted no lo haría, jefe Randolph, a menos que quiera que la policía aparezca haciendo el ridículo en la portada del Democrat. -Lucía una de sus sonrisas de Mona Lisa-. Y más si tenemos en cuenta que usted es un recién llegado al cargo.

– ¿De qué hablas? -preguntó Randolph, que tenía el rostro surcado de unas feas arrugas.

Julia levantó la cámara, un modelo algo más antiguo que el de Pete Freeman.

– Tengo unas cuantas fotografías del señor Barbara ayudando a Rusty Everett a curar al muchacho herido, unas cuantas del agente Searles tirando del señor Barbara sin ningún motivo aparente… y una del agente Searles dándole un puñetazo en la boca al señor Barbara. También sin ningún motivo aparente. No soy una gran fotógrafa, pero esta última es bastante buena. ¿Le gustaría verla, jefe Randolph? Si quiere, puede; la cámara es digital.

La admiración de Barbie por esa mujer aumentó porque creía que se estaba marcando un farol. Si había estado tomando fotografías, ¿por qué tenía la tapa del objetivo en la mano izquierda, como si acabara de quitarlo?

– Es mentira, jefe -dijo Mel-. Fue él quien intentó pegarme. Pregúntele a Junior.

– Creo que mis fotografías demostrarán que el joven Rennie estaba intentando controlar el gentío y que se encontraba de espaldas cuando el agente Searles le propinó el puñetazo al señor Barbara -terció Julia.

Randolph la fulminó con la mirada.

– Podría requisarle la cámara -dijo-. Es una prueba.

– Por supuesto que podría -admitió ella con alegría-, y Pete Freeman sacaría una foto del instante. Entonces podría requisarle la cámara también a él… Pero todo el mundo presenciaría la escena.

– ¿En qué bando estás, Julia? -preguntó Big Jim. Le dedicó una sonrisa aterradora, la sonrisa de un tiburón que está a punto de pegarle un mordisco en el trasero a un bañista fondón.

Julia le devolvió la sonrisa, con una mirada tan inocente y curiosa como la de un niño.

– ¿Acaso hay bandos, James? ¿Aparte del bando de los de fuera -señaló a los soldados que los observaban- y los de dentro?

Big Jim pensó en eso y transformó la sonrisa en una mueca. Entonces hizo un ademán de indignación dirigido a Randolph.

– Supongo que es mejor que lo pasemos por alto, señor Barbara -dijo Randolph-. Fue una acción que se produjo en un momento de exaltación.

– Gracias -replicó Barbie.

Jackie cogió del brazo a su adusto compañero.

– Venga, agente Searles. Asunto zanjado. Vamos a hacer retroceder a toda esa gente.

Searles la siguió, pero antes se volvió hacia Barbie y le hizo un gesto: lo señaló con un dedo y ladeó levemente la cabeza. Esto aún no se ha acabado, chaval.

Aparecieron Toby Manning, el ayudante de Rommie, y Jack Evans con una camilla improvisada hecha con lona y los mástiles de una tienda. Rommie abrió la boca para preguntar qué demonios creían que estaban haciendo, pero la cerró de nuevo. El día de maniobras se había cancelado, así que qué demonios.

5

Los que tenían coche se subieron a él y todos intentaron ponerse en marcha al mismo tiempo.

Era de prever, pensó Joe McClatchey. Absolutamente previsible.

La mayoría de los policías se puso manos a la obra para despejar el atasco que se creó, aunque hasta un puñado de niños (Joe estaba junto a Benny Drake y Norrie Calvert) podía darse cuenta de que el reciente y mejorado cuerpo de policía no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Los gritos de maldición de los agentes atravesaban la brisa estival («¡Aparta ese puto coche de una vez!»). A pesar del caos, nadie tocaba el claxon. La mayoría de la gente estaba demasiado cansada para eso.

Benny dijo:

– Fíjate en todos esos idiotas. ¿Cuántos litros de gasolina crees que están consumiendo? Deben de pensar que es un recurso infinito.

– Seguro -dijo Norrie. Era una chica dura, una riot grrrl de pueblo, con el pelo corto por los lados y arriba y largo por detrás, pero ahora tenía aspecto pálido, triste y asustado. Cogió a Benny de la mano. A Joe «el Espantapájaros» se le partió el corazón, pero se recuperó al instante cuando Norrie le cogió la mano también a él.

– Ahí va el tipo que estuvo a punto de ser arrestado -dijo Benny, señalando con la mano libre.

Barbie y la periodista cruzaban el campo en dirección al periódico junto con sesenta u ochenta personas más, algunas de las cuales arrastraban abatidas sus carteles de protesta.

– La Nancy Periodista no ha sacado ninguna foto -dijo Joe «el Espantapájaros»-. Yo estaba justo detrás de ella. Muy astuta.

– Sí -asintió Benny-, pero aun así no me gustaría estar en el lugar de Barbie. Hasta que no acabe este pollo, los polis pueden hacer lo que les dé la gana.

Joe sabía que era cierto. Y los policías nuevos no eran muy simpáticos. Junior Rennie, por ejemplo. La historia de la detención de Sam «el Desharrapado» ya había trascendido.

– ¿Qué estás diciendo? -preguntó Norrie a Benny.

– De momento, nada. El asunto aún está frío -comentó-. Bastante frío. Pero como esto siga así… ¿Recuerdas El señor de las moscas ? -La habían leído en clase de Lengua.

Benny recitó:

– «Mata al cerdo. Córtale el cuello. Pártele el cráneo.» La gente llama cerdos a los polis, pero voy a decirte lo que pienso: pienso que los polis encuentran a los cerdos cuando todo se complica de cojones. Quizá porque ellos también se asustan.

Norrie Calvert rompió a llorar. Joe «el Espantapájaros» la rodeó con un brazo. Lo hizo con mucho cuidado, como si tuviera miedo de que semejante gesto fuera a provocar que ambos explotaran, pero Norrie pegó la cara a su camisa y también lo abrazó, aunque con un solo brazo porque aún aferraba la mano de Benny. Joe no había sentido en toda su vida algo tan extraño y al mismo tiempo tan emocionante como esa sensación cuando notó que las lágrimas de ella le humedecían la camisa. Por encima de la cabeza de Norrie, lanzó una mirada de reproche a Benny.

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