¡Y menuda escena tan variopinta y extraña! Ni más ni menos que un circo de tres pistas con los sencillos habitantes de Mills en todos los papeles protagonistas. Cuando Barbie llega con Rose y Anse Wheeler (el restaurante vuelve a estar cerrado, abrirá otra vez para la cena: solo bocadillos fríos, nada de parrilla), se quedan mirando boquiabiertos y sin decir nada. Julia Shumway y Pete Freeman están haciendo fotografías. Julia lo deja unos instantes, lo suficiente para dirigirle a Barbie su atractiva pero de algún modo introspectiva sonrisa.
– Menudo espectáculo, ¿no te parece?
Barbie sonríe con torpeza.
– Sí, señora.
En la primera pista de este circo tenemos a los vecinos que han respondido a los carteles que han colgado Joe «el Espantapájaros» y su cuadrilla. El número de asistentes a la protesta es bastante satisfactorio, casi doscientos, y los sesenta carteles que habían preparado los chicos (el más popular: ¡¡DEJADNOS SALIR, JODER!!) se han agotado en nada. Por suerte, mucha gente se ha animado a traer el suyo. El preferido de Joe es uno que tiene unos barrotes de cárcel impresos sobre un mapa de Mills. Lissa Jamieson no solo lo sostiene en alto, sino que lo sube y lo baja con agresividad. Jack Evans está allí, con aspecto pálido y lúgubre. Su cartel es un collage de fotografías en el que se ve a la mujer que murió desangrada ayer. ¿QUIÉN HA MATADO A MI ESPOSA?, grita. Joe «el Espantapájaros» lo siente mucho por él… pero ¡qué pasada de cartel! Si los periodistas pudieran verlo, se cagarían de gusto en los pantalones.
Joe ha organizado a los manifestantes en un gran círculo que gira justo delante de la Cúpula, señalizada por una línea de pájaros muertos en el lado de Chester's Mills (el personal militar ha retirado los del lado de Motton). El círculo da la oportunidad a la gente de Joe -así los considera él- de enarbolar sus carteles hacia los guardias allí apostados, que siguen volviéndoles la espalda con determinación (y exasperándolos). Joe también ha imprimido y repartido «octavillas con consignas». Las ha compuesto junto a la ídolo del skate de Benny Drake, Norrie Calvert. Además de ser la leche con su tabla Blitz, las rimas de Norrie son simples pero contundentes, ¿eh? Una consigna dice: «¡Ole-le! ¡Ola-la! ¡Chester's Mills, libre ya!». Otra: «¿Quién ha sido? ¿Quién ha sido? ¡Que lo admita el malnacido!». Joe, de mala gana, ha vetado otra obra maestra de Norrie que dice: «¡No más silencio, ni manipulaciones! ¡Queremos a la prensa, pedazo de cabrones!».
«Tenemos que ser políticamente correctos», le dijo. Lo que se está preguntando ahora mismo es si Norrie Calvert es demasiado joven para darle un beso. Y si le dejaría catar lengua si lo hiciera. Él nunca ha besado a una chica, pero, si van a morir de hambre como bichos atrapados bajo un Tupperware, seguramente debería darle un beso a esta antes de que llegue ese momento.
En la segunda pista tenemos al círculo de oración del reverendo Coggins. Parece que están ahí como enviados por Dios. Y, en un elegante despliegue de distensión eclesiástica, al coro del Cristo Redentor se ha unido una docena de hombres y mujeres del coro de la Congregación. Están cantando «A Mighty Fortress is Our God», y un buen número de vecinos sin afiliación que se saben la letra se les ha unido también. Sus voces se elevan hacia el inmaculado cielo azul, con las estridentes exhortaciones de Lester y las exclamaciones de «amén» y «aleluya» del círculo de oración entrelazándose con el cántico en un perfecto contrapunto (aunque no en armonía, eso sería ir demasiado lejos). El círculo de oración no deja de crecer a medida que otros vecinos se arrodillan y se les unen, dejando temporalmente a un lado sus carteles para poder alzar las manos unidas en súplica. Los soldados les han dado la espalda; a lo mejor, Dios no.
Pero la pista central de este circo es la más grande y las más fabulosa. Romeo Burpee ha plantado la carpa de Ofertas del Final del Verano bastante lejos de la Cúpula y unos cincuenta y pico metros al este del círculo de oración; ha calculado su emplazamiento realizando una medición de la leve brisa que sopla. Quiere asegurarse de que el humo de sus parrillas Hibachi llega tanto a los que están rezando como a los que se están manifestando. Su única concesión al aspecto religioso de la tarde es ordenar a Toby Manning que apague su aparato de música, del que salía a todo volumen esa canción de James McMurtry sobre la vida en una ciudad pequeña; no pega mucho con el «How Great Thou Art» y el «Won't You Come to Jesus». El negocio va bien y no hará sino mejorar. De eso Romeo está convencido. Los perritos calientes -descongelándose a medida que se cocinan- podrán dar retortijones a algún que otro estómago, pero su aroma es perfecto en la calidez del sol de la tarde; como en una feria del condado, y no como el rancho del comedor de una cárcel. Los niños corretean moviendo sus molinillos y amenazando con prender fuego a la hierba de Dinsmore con las bengalas que sobraron del Cuatro de Julio. Por todas partes hay vasos de papel vacíos que antes contenían refresco de limón en polvo (nauseabundo) o un café preparado en dos patadas (más nauseabundo todavía). Más adelante, Romeo le dirá a Toby Manning que pague diez pavos a algún chaval, quizá al hijo de Dinsmore, para que recoja la basura. Las relaciones con la comunidad, siempre importantes. Ahora mismo, sin embargo, Romeo está totalmente concentrado en la improvisada caja registradora que se ha montado, una caja de cartón que antes contenía papel higiénico Charmin. Guarda la tira de billetes y devuelve unas pocas monedas: así es como se hacen negocios en Estados Unidos, tesorito. Cobra cuatro pavos por perrito y, como que se llama Romeo, la gente los paga. Antes de que se ponga el sol, espera haber sacado tres de los grandes, puede que mucho más.
¡Y mira! ¡Ahí está Rusty Everett! ¡Al final ha podido escaparse! ¡Bien por él! Casi desearía haber parado a recoger a las niñas -seguro que esto les encantaría, y a lo mejor disipaba sus miedos ver a tanta gente pasándoselo bien-, aunque tal vez sería demasiada excitación para Jannie.
Localiza a Linda en el mismo instante en que ella lo localiza a él y se pone a saludar con la mano como una loca, casi dando saltos. Con las trenzas de Intrépida Chica Policía que lleva casi siempre que trabaja, Lin parece una animadora de instituto. Está entre Rose, la hermana de Twitch, y el joven que cocina en el restaurante. A Rusty le extraña un poco; pensaba que Barbara se había ido del pueblo. Está a malas con Big Jim. Una pelea de bar, eso ha oído decir Rusty, aunque no le tocaba guardia cuando los participantes llegaron para que los remendaran. Por Rusty, bien. Ya ha remendado a más de uno y más de dos clientes del Dipper's.
Abraza a su mujer, le da un beso en la boca, después planta a Rose un beso en la mejilla. Intercambia un apretón de manos con el cocinero y se lo vuelven a presentar.
– Mira esos perritos calientes -se lamenta Rusty-. Ay, mi madre.
– Será mejor que vayas preparando las cuñas, Doc -dice Barbie, y todos se echan a reír.
Es asombroso que se rían en estas circunstancias, pero no son los únicos… Cielos, y ¿por qué no? Si no puedes reírte cuando las cosas van mal -reírte y montar un pequeño carnaval-, entonces es que estás muerto o deseas estarlo.
– Esto es divertido -dice Rose, ajena a lo pronto que va a terminar la diversión.
Un Frisbee pasa flotando. Ella lo atrapa en pleno vuelo y se lo devuelve a Benny Drake, que salta para pillarlo y luego gira para enviárselo a Norrie Calvert, que lo recoge de espaldas: ¡toma chulería! El círculo de oración ora. El coro mixto, que por fin ha encontrado su voz, ha escogido ese éxito de todos los tiempos: «On Ward Christian Soldiers». Una niña que no es mayor que Judy pasa dando saltos, con la falda bailando alrededor de sus regordetas rodillas, aferrando una bengala con una mano y un vaso del horrible refresco de lima con la otra. Los manifestantes giran y giran en un vórtice cada vez más amplio, ahora vociferan «¡Ole-le! ¡Ola-la! ¡Chester's Mills, libre ya!». Allá en lo alto, unas nubes esponjosas con fondo umbrío se deslizan hacia el norte desde Motton… y luego se dividen al acercarse a los soldados, rodeando la Cúpula. El cielo que tienen justo encima es de un azul inmaculado y sin nubes. En el campo de Dinsmore hay quien estudia esas nubes y se pregunta por la lluvia futura en Chester's Mills, pero nadie habla de ello en voz alta.
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