– ¿Hay alguna posibilidad de que sea una especie de fenómeno natural? -preguntó Barbie.
– ¿Que se adapta a la perfección a las fronteras trazadas por el hombre en toda una localidad? ¿A cada puto rincón y cada ranura? ¿Usted qué cree?
– Tenía que preguntarlo. ¿Es permeable? ¿Lo saben?
– El agua pasa -dijo Cox-. Al menos un poco.
– ¿Cómo es posible? -Aunque él mismo había visto el extraño comportamiento del agua; tanto él como Gendron lo habían visto.
– No lo sabemos, ¿cómo vamos a saberlo? -Cox parecía exasperado-. Llevamos menos de doce horas trabajando en esto. Aquí la gente se está dando palmaditas en la espalda solo por calcular la altura que alcanza. Podríamos especular, pero de momento no lo sabemos.
– ¿Y el aire?
– El aire lo atraviesa en mayor grado. Hemos instalado una estación de control donde su pueblo limita con… hummm… -Barbie oyó un ligero susurro de papeles- Harlow. Han llevado a cabo lo que llaman «espirometrías». Supongo que debe de medir la presión del aire saliente con el que es rechazado. En cualquier caso, el aire lo atraviesa, y con mucha más facilidad que el agua, pero de todas formas los científicos dicen que no del todo. Esto les va a joder la climatología pero bien, amigo, aunque nadie puede decir cuánto ni con qué consecuencias. Demonios, quizá convierta Chester's Mills en Palm Springs. -Rió sin muchas ganas.
– ¿Partículas?
– No -dijo Cox-. Las partículas de materia no la atraviesan. Al menos eso creemos. Y le interesará saber que eso ocurre en ambas direcciones. Las partículas no entran, pero tampoco salen. Eso quiere decir que las emisiones de los automóviles…
– No se puede ir muy lejos en coche. Chester's Mills debe de tener unos seis kilómetros y medio de lado a lado en su punto más ancho. Y en diagonal… -Miró a Julia.
– Once y poco, como máximo -añadió ella.
Cox dijo:
– No creemos que los contaminantes derivados del gasóleo para calefacción vayan a ser un gran problema. Estoy convencido de que en el pueblo todo el mundo tiene una bonita y cara caldera de gasóleo…, en Arabia Saudí últimamente los coches llevan pegatinas de «Yo Nueva Inglaterra» en los parachoques… Pero las calderas de gasóleo modernas necesitan electricidad para que les suministre una chispa constante. Sus reservas de combustible seguramente son buenas, teniendo en cuenta que la temporada de la calefacción doméstica aún no ha empezado, pero no creemos que les vaya a servir de mucho. A largo plazo, en lo que a contaminación respecta, eso puede ser bueno.
– ¿Eso cree? Venga aquí cuando estemos a treinta bajo cero y el viento sople a… -Se detuvo un instante-. ¿Soplará el viento?
– No lo sabemos -dijo Cox-. Pregúntemelo mañana y a lo mejor por lo menos tengo una teoría.
– Podemos quemar madera -dijo Julia-. Díselo.
– La señorita Shumway dice que podemos quemar madera.
– La gente debe tener cuidado con eso, capitán Barbara… Barbie. Seguro que tienen muchísima madera guardada y no necesitan electricidad para encenderla y mantenerla ardiendo, pero la madera produce ceniza. Joder, produce carcinógenos.
– Aquí la temporada de la calefacción empieza… -Barbie miró a Julia.
– El quince de noviembre -dijo ella-. Más o menos.
– La señorita Shumway dice que a mediados de noviembre. Así que dígame que van a tener esto resuelto para entonces.
– Lo único que puedo decirle es que estamos trabajando en ello como locos. Lo cual me lleva al motivo de esta conversación. Los chicos listos, todos los que hemos conseguido reunir hasta ahora, coinciden en que nos enfrentamos a un campo de fuerza…
– Como en Star Trick -dijo Barbie-. Teletranspórtame, Snotty.
– ¿Cómo dice?
– No importa. Continúe, señor.
– Todos coinciden en que un campo de fuerza no aparece así sin más. Algo, ya sea cerca de su campo de acción ya sea en el centro de él, tiene que generarlo. Nuestros chicos creen que lo más probable es que sea en el centro. «Como el mango de un paraguas», ha dicho uno de ellos.
– ¿Cree que ha sido cosa de alguien de dentro?
– Creemos que es una posibilidad. Y resulta que tenemos a un soldado condecorado en el pueblo…
Ex soldado, pensó Barbie. Y las condecoraciones acabaron en el golfo de México hace dieciocho meses. Pero tenía la sensación de que acababan de prolongarle su período de servicio, le gustara o no. Prorrogado a petición del público, como suele decirse.
– … cuya especialidad en Iraq era destapar fábricas de bombas de Al-Qaida. Destaparlas y cerrarlas.
Bueno. Básicamente nada más que otro generador. Pensó en todos los que Julia Shumway y él se habían encontrado de camino hasta allí, rugiendo en la oscuridad, suministrando calor y luz. Tragando propano para todo ello. Se dio cuenta de que el propano y los acumuladores, más aún que los alimentos, se habían convertido en el nuevo patrón oro de Chester's Mills. De una cosa estaba seguro: la gente quemaría madera. Si llegaba el frío y el propano se acababa, quemarían muchísima. Madera noble, madera de coníferas, madera de desecho. Y a la mierda los carcinógenos.
– No será como los generadores que funcionan en su parte del mundo esta noche -dijo Cox-. Algo capaz de producir esto… no sabemos cómo puede ser ni quién puede haber construido algo así.
– Pero el Tío Sammy lo quiere -dijo Barbie. Apretaba el teléfono con una fuerza que casi habría bastado para romperlo-. Esa acaba siendo la prioridad, ¿verdad, señor? Porque algo así podría cambiar el mundo. La gente de este pueblo es algo estrictamente secundario. Daños colaterales, de hecho.
– Eh, no nos pongamos melodramáticos -dijo Cox-. Nuestros intereses coinciden en este asunto. Encuentre el generador, si es que lo hay. Encuéntrelo como encontraba esas fábricas de bombas, y después ciérrelo. Problema resuelto.
– Si es que lo hay.
– Si es que lo hay, recibido. ¿Lo intentará?
– ¿Tengo otra opción?
– No, que yo vea, pero yo soy militar de carrera. Para nosotros, el libre albedrío no es una opción.
– Ken, esto es un simulacro de incendio muy jodido.
Cox tardó en responder. Aunque la línea estaba en silencio (salvo por un tenue zumbido agudo que podía indicar que la conversación se estaba grabando), Barbie casi podía oírlo reflexionar. Entonces dijo:
– Es cierto, pero se sigue quedando usted con todo lo bueno, furcia.
Barbie rió. No pudo evitarlo.
En el trayecto de vuelta, al pasar por la oscura silueta de la iglesia del Santo Cristo Redentor, se volvió hacia Julia. Al resplandor de las luces del salpicadero, su rostro tenía un aspecto cansado y solemne.
– No te diré que mantengas en secreto nada de esto -dijo-, pero creo que deberías callarte una cosa.
– Ese generador que puede estar o no en el pueblo. -Apartó una mano del volante, estiró el brazo hacia atrás y acarició la cabeza de Horace como en busca de consuelo y calma.
– Sí.
– Porque si hay un generador que produce un campo de energía y crea esa Cúpula de tu coronel, entonces es que hay alguien que lo ha puesto en marcha. Alguien de aquí.
– Cox no ha dicho eso, pero estoy seguro de que lo piensa.
– Me lo callaré. Y no enviaré fotografías por correo electrónico.
– Bien.
– De todas formas, tendrían que aparecer primero en el Democrat, maldita sea. -Julia seguía acariciando al perro. A Barbie normalmente le ponía nervioso la gente que conducía con una sola mano, pero esa noche no. Tenían toda la Little Bitch Road y la 119 para ellos solos-. Además, comprendo que a veces el bien común es más importante que un gran artículo. Al contrario que el New York Times.
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