Yo no soy tu hijo, tu hijo está muerto, pensó Carter… pero no lo dijo. Entró en la habitación de las literas para ver si había alguna chocolatina en las estanterías de allí dentro.
A eso de las diez de la noche, Barbie concilió un sueño inquieto mientras dormía abrazado al cuerpo de Julia. Junior Rennie revoloteaba en sus sueños: Junior de pie ante la celda del calabozo. Junior con su arma. Esta vez no se produciría ningún rescate, porque fuera el aire se había vuelto veneno y todo el mundo estaba muerto.
Los sueños por fin lo abandonaron y lo dejaron dormir más profundamente, con la cabeza (la suya y también la de Julia) de cara a la Cúpula y el aire limpio que se filtraba por ella. Bastaba para seguir vivo pero no para respirar con normalidad.
Algo lo despertó a eso de las dos de la madrugada. Miró a través de la mugre de la Cúpula hacia las luces amortiguadas del campamento del ejército que había al otro lado. Entonces volvió a oír el ruido. Era una tos grave, ronca y desesperada.
Una linterna se encendió un instante a su derecha. Barbie se levantó haciendo el menor ruido posible, ya que no quería despertar a Julia, y caminó hacia la luz pasando por encima de otros que dormían tumbados en la hierba. La mayoría se habían quedado en ropa interior. Tres metros más allá, los centinelas estaban arrebujados en trencas y llevaban guantes, pero allí dentro hacía más calor que nunca.
Rusty y Ginny estaban arrodillados junto a Ernie Calvert. Rusty tenía un estetoscopio colgado del cuello y una mascarilla de oxígeno en la mano. Estaba conectada a una pequeña botella roja en la que se leía AMBULANCIA HCR NO EXTRAER REPONER SIEMPRE. Norrie y su madre miraban con angustia, abrazadas.
– Siento que te haya despertado -dijo Joanie-. Está mal.
– ¿Muy mal? -preguntó Barbie.
Rusty sacudió la cabeza.
– No lo sé. Parece una bronquitis o un catarro fuerte, pero no lo es, por supuesto. Es por culpa de la mala calidad del aire. Le he dado un poco de oxígeno de la ambulancia y durante un rato le ha ido bien, pero ahora… -Se encogió de hombros-. Y no me gusta cómo suena su corazón. Ha sufrido muchísimo estrés y ya no es un hombre joven.
– ¿No queda más oxígeno? -preguntó Barbie. Señaló la botella roja, tan parecida a esos extintores que la gente tiene en los armarios utilitarios de la cocina y que siempre se olvidan de recargar-. ¿Eso es todo?
Thurse Marshall se unió a ellos. Bajo el haz de luz de la linterna, se lo veía sombrío y cansado.
– Hay otra más, pero habíamos acordado… Rusty, Ginny y yo… reservarla para los niños pequeños. Aidan también ha empezado a toser. Lo he acercado todo lo que he podido a la Cúpula y a los ventiladores, pero sigue tosiendo. Empezaremos a darles el aire que queda a Aidan, Alice, Judy y Janelle en inhalaciones racionadas cuando despierten. A lo mejor si los oficiales trajeran más ventiladores…
– Por mucho aire limpio que traigan -dijo Ginny-, se filtra muy poco. Y por mucho que nos acerquemos a la Cúpula, seguimos respirando esta porquería. Además, los que peor lo están pasando son justamente quienes era de esperar.
– Los mayores y los más pequeños -añadió Barbie.
– Vuelve a acostarte, Barbie -dijo Rusty-. Ahorra energías. Aquí no puedes hacer nada.
– ¿Y tú?
– A lo mejor sí. En la ambulancia también hay descongestionador nasal. Y epinefrina, si llegamos a necesitarla.
Barbie regresó arrastrándose a lo largo de la Cúpula con la cabeza vuelta hacia los ventiladores (lo hacían todos, sin siquiera pensarlo) y quedó consternado al ver lo cansado que se sentía cuando llegó junto a Julia. El corazón le palpitaba con fuerza, estaba sin aliento.
Julia se había despertado.
– ¿Está muy mal?
– No lo sé -admitió Barbie-, pero no presagia nada bueno. Le han administrado oxígeno de la ambulancia y no ha despertado.
– ¡Oxígeno! ¿Hay más? ¿Cuánto queda?
Él se lo explicó y lamentó ver cómo se extinguía el brillo de sus ojos.
Le aferró la mano. Sus dedos estaban sudados pero fríos.
– Es como si estuviéramos atrapados en una mina que se ha venido abajo.
Se habían sentado y estaban uno frente a otro, los hombros apoyados contra la Cúpula. Una ligerísima brisa suspiraba entre ambos. El rumor constante de los ventiladores Air Max se había convertido en un sonido de fondo; elevaban las voces para poder oírse, pero por lo demás ya ni se daban cuenta de ese ruido.
Nos daríamos cuenta si dejara de sonar , pensó Barbie. Durante algunos minutos, al menos. Después ya no notaríamos nada, nunca más.
Julia esbozó una sonrisa lánguida.
– Deja de preocuparte por mí, si es eso lo que haces. Para ser una republicana de mediana edad que no logra recobrar el aliento, estoy bien. Al menos he conseguido echar un último polvo. Bueno, agradable y como Dios manda.
Barbie le devolvió la sonrisa.
– El placer ha sido mío, créeme.
– ¿Qué me dices del rayo nuclear que van a probar el domingo? ¿Tú qué crees?
– No creo nada. Solo espero.
– Y ¿cuánta esperanza tienes?
Barbie no quería decirle la verdad, pero la verdad era lo que merecía.
– Basándome en todo lo que ha sucedido y en lo poco que sabemos sobre las criaturas que controlan la caja, no demasiada.
– Dime que no te has rendido.
– Eso sí puedo hacerlo. Ni siquiera estoy tan asustado como seguramente debería. Creo que es porque… es algo insidioso. Incluso me he acostumbrado a este hedor.
– ¿De verdad?
Se echó a reír.
– No. ¿Y tú? ¿Estás asustada?
– Sí, pero sobre todo estoy triste. Así es como se acaba el mundo, no con una explosión sino con un jadeo. -Volvió a toser; se tapó la boca con un puño.
Barbie oyó a otros que hacían lo mismo. Uno debía de ser el pequeño que ahora era de Thurston Marshall. Él respirará algo mejor por la mañana, pensó, y luego recordó cómo lo había expresado Thurston: «Aire en inhalaciones racionadas». Esa no era forma de respirar para un niño.
No era forma de respirar para nadie.
Julia escupió en la hierba y luego volvió a mirarlo.
– Es increíble que nos hayamos hecho esto a nosotros mismos. Las cosas que controlan la caja… los cabeza de cuero… preparan las circunstancias, pero yo creo que no son más que una panda de niños contemplándonos y pasándolo bien. Disfrutando del equivalente de un videojuego, quizá. Ellos están fuera. Nosotros estamos dentro y nos hemos hecho esto a nosotros mismos.
– Ya tienes suficientes problemas sin torturarte también con eso -dijo Barbie-. Si hay alguien responsable de esto, es Rennie. Él fue quien montó el laboratorio de drogas, y quien empezó a llevarse el propano de todos los almacenes del pueblo. También fue él quien envió allí a unos cuantos hombres y provocó algún tipo de confrontación, estoy convencido.
– Pero ¿quién lo eligió? -preguntó Julia-. ¿Quién le dio el poder para hacer todo eso?
– Tú no. Tu periódico hizo campaña en su contra. ¿O me equivoco?
– Tienes razón -contestó ella-, pero solo durante los últimos ocho años, más o menos. Al principio, el Democrat (yo, en otras palabras) pensaba que Rennie era el no va más. Cuando descubrí quién era en realidad, ya estaba atrincherado. Y tenía al pobre idiota sonriente de Andy Sanders al frente para crear distracciones.
– Aun así, no puedes culparte…
– Puedo y lo hago. Si hubiera sabido que ese hijo de puta incompetente y belicoso iba a terminar al mando en una crisis auténtica, podría haber… habría… lo habría ahogado como a un gatito en un saco.
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