Andi los vio venir, pero no calló.
– La prueba está en este sobre, y creo que demuestra… -«que Brenda Perkins murió por esto», tenía intención de decir para terminar la frase, pero en ese momento a su mano temblorosa y cubierta de sudor se le resbaló el cordón que cerraba su bolso. Cayó al pasillo, y el cañón de su 38 de protección personal asomó por la boca fruncida de la bolsa como un periscopio.
En el silencio de la sala, todo el mundo oyó con claridad cómo Aidan Appleton decía:
– ¡Hala! ¡Esta señora tiene una pistola!
Siguieron otros instantes de atónito silencio. Entonces, Carter Thibodeau saltó de su asiento y corrió a ponerse delante de su jefe gritando:
– ¡Un arma! ¡Un arma! ¡UN ARMA!
Aidan salió al pasillo para investigar más de cerca.
– ¡No, Ade! -gritó Caro, y se inclinó para agarrarlo justo cuando Mel disparaba el primer tiro.
La bala abrió un agujero en el suelo pulido, unos cuantos centímetros por delante de Carolyn Sturges. Volaron astillas. Una de ellas se le clavó a la joven justo debajo del ojo derecho, y la sangre empezó a resbalarle por la cara. Ella se dio cuenta vagamente de que todo el mundo se había puesto a gritar. Se arrodilló en el pasillo, cogió a Aidan de los hombros y lo protegió entre sus muslos como si fuera una pelota de fútbol americano. El niño regresó a toda prisa a la fila en la que había estado sentado, sorprendido pero ileso.
– ¡UN ARMA! ¡TIENE UN ARMA! -gritó Freddy Denton, y apartó a Mel de en medio. Más tarde juraría que la joven intentaba alcanzar la pistola y que él solo tuvo la intención de herirla.
Gracias a los altavoces, las tres personas que aguardaban en la furgoneta robada oyeron el cambio de rumbo de las festividades del ayuntamiento. El discurso de Big Jim y los aplausos que lo acompañaban habían sido interrumpidos por una mujer que hablaba en voz alta pero que estaba demasiado lejos del micrófono para que sus palabras pudieran entenderse desde fuera. Su voz había quedado ahogada por un murmullo general que culminó en gritos. Después se oyó un disparo.
– ¿Qué narices es eso? -dijo Rommie.
Más disparos. Dos, quizá tres. Y gritos.
– No importa -dijo Jackie-. Arranca, Ernie, y deprisa. Si vamos a hacerlo, tenemos que hacerlo ya.
– ¡No! -gritó Linda, poniéndose en pie de un salto-. ¡No disparéis! ¡Hay niños! ¡HAY NIÑOS!
En el ayuntamiento estalló un pandemónium. Es posible que por unos instantes hubieran dejado de ser ganado, pero ya volvían a serlo. La estampida hacia las puertas principales estaba servida. Unos cuantos, los primeros, consiguieron salir. Después la multitud se atascó. Algunas personas que habían conservado una pizca de sentido común echaron a andar por los pasillos laterales y el central hacia las salidas que flanqueaban la tarima, pero fueron una minoría.
Linda se acercó a Carolyn Sturges con la intención de tirar de ella hacia la relativa seguridad de los bancos cuando Toby Manning, que corría por el pasillo central, chocó contra ella. Su rodilla impactó con la parte de atrás de la cabeza de Linda y la mujer cayó hacia delante, aturdida.
– ¡Caro! -Alice Appleton gritaba desde muy lejos-. ¡Caro, levántate! ¡Caro, levántate! ¡Caro, levántate!
Carolyn quiso ponerse en pie, y fue entonces cuando Freddy Denton le pegó un tiro entre los ojos y la mató al instante. Los niños chillaron. Sus rostros estaban salpicados de sangre.
Linda notó vagamente que le daban patadas y la pisaban. Se puso a gatas (ponerse de pie quedaba descartado) y se arrastró hacia la fila contraria a la que había ocupado. Su mano se manchó de la sangre de Carolyn.
Alice y Aidan intentaban llegar hasta Caro. Como Andi sabía que podían hacerles mucho daño si salían al pasillo (y no quería que vieran cómo había quedado la mujer que ella suponía que era su madre), se inclinó hacia el banco de delante para agarrarlos. Había dejado caer el sobre de VADER.
Era lo que Carter Thibodeau había estado esperando. Todavía se encontraba de pie delante de Rennie, protegiéndolo con su propio cuerpo, pero había desenfundado el arma y la sostenía sobre el antebrazo. En ese momento apretó el gatillo y la problemática mujer del vestido rojo (la que había provocado todo ese jaleo) salió disparada hacia atrás.
El ayuntamiento estaba sumido en el caos, pero a Carter no le importó. Bajó los escalones y caminó con firmeza hacia donde había caído la mujer del vestido rojo. Cuando la gente que corría por el pasillo central chocaba con él, los empujaba para apartarlos, primero a la izquierda y luego a la derecha. La niñita, que estaba llorando, intentó aferrarse a su pierna, pero Carter se la quitó de encima de una patada, sin mirarla siquiera.
Le costó un poco ver el sobre. Pero lo localizó. Estaba en el suelo, junto a una de las manos abiertas de la señora Grinnell. Encima de la palabra VADER quedó estampada una gran huella impresa en sangre. Sereno aun en mitad del caos, Carter miró en derredor y vio a Rennie, que contemplaba con cara de asombro e incredulidad cómo se arrastraba su público. Bien.
Carter se sacó la camisa del pantalón. Una mujer que gritaba (era Carla Venziano) chocó con él y él la lanzó a un lado. Después se metió el sobre de VADER por dentro de la cinturilla, en la espalda, y volvió a meterse la camisa para ocultarlo.
Siempre era bueno tomar algunas precauciones.
Reculó hacia el escenario caminando hacia atrás para no perder el control visual de la situación. Cuando llegó a los escalones, se volvió y los subió corriendo. Randolph, el intrépido jefe de policía del pueblo, seguía sentado con las manos plantadas en sus carnosos muslos. Podría haber pasado por una estatua de no ser por el palpitar de una vena en mitad de la frente.
Carter se llevó a Big Jim del brazo.
– Vamos, jefe.
Big Jim lo miró como si no supiera muy bien dónde estaba ni quién era. Entonces su mirada se aclaró un poco.
– ¿Grinnell?
Carter señaló el cuerpo de la mujer, tendido en el pasillo central, y el charco creciente que se extendía bajo su cabeza, a juego con su vestido.
– De acuerdo, bien -dijo Big Jim-. Salgamos de aquí. Bajemos. Tú también, Peter. Levanta. -Y al ver que Randolph seguía sentado y mirando a la muchedumbre enloquecida, Big Jim le dio una patada en la espinilla-. ¡Que te muevas!
En aquel pandemónium, nadie oyó los tiros del edificio de al lado.
Barbie y Rusty se miraron.
– Joder, ¿qué está pasando ahí? -preguntó Rusty.
– No lo sé -dijo Barbie-, pero nada bueno. Se oyeron más disparos en el ayuntamiento, y después otro mucho más cerca: en el piso de arriba. Barbie esperó que fuera de los suyos… Y luego oyó gritar a alguien:
– ¡No, Junior! ¿Te has vuelto loco? ¡Wardlaw, cúbreme!
Siguieron más disparos. Cuatro, tal vez cinco.
– Mierda -dijo Rusty-. Tenemos problemas.
– Lo sé -dijo Barbie.
Junior se detuvo en los escalones de la comisaría y miró por encima del hombro hacia el tumulto que acababa de estallar en el ayuntamiento. Los de los bancos de fuera estaban de pie y alargaban el cuello, pero no alcanzaban a ver nada. Ni ellos ni él. A lo mejor alguien había asesinado a su padre (eso esperaba, así le habrían ahorrado la molestia), pero mientras tanto tenía cosas que hacer en la comisaría. En el calabozo, para ser exactos.
Junior empujó la puerta, en la que se leía TRABAJAMOS JUNTOS: LA POLICÍA DE TU PUEBLO Y TÚ. Stacey Moggin salió corriendo hacia él. Rupe Libby la seguía. En la sala de los agentes, de pie delante del malhumorado cartel que decía EL CAFÉ Y LOS DONUTS NO SON GRATIS, estaba Mickey Wardlaw. Por muy mole que fuera, se lo veía asustado e inseguro.
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