Entonces sonó su teléfono. Miró el nombre de la pantalla y frunció el entrecejo. Algo había salido mal. De lo contrario, Stewart no le llamaría tan pronto.
– Qué.
Escuchó con una estupefacción que fue en aumento. ¿Andy estaba ahí? ¿Andy con un fusil?
Stewart esperaba su respuesta. Esperaba que le dijera lo que debía hacer. Ponte a la cola, amigo, pensó Big Jim, y lanzó un suspiro.
– Dame un minuto. Necesito pensar. Ya te llamaré.
Colgó y meditó sobre el nuevo problema que le había surgido. Podía ir al laboratorio con un puñado de policías esa misma noche. En cierto sentido, resultaba una idea atractiva: podía azuzarlos en el Food City y luego encabezar el asalto él mismo. Si Andy moría, mucho mejor. Aquello convertiría a James Rennie padre en el único representante del gobierno del pueblo.
Sin embargo, la asamblea extraordinaria del pueblo iba a celebrarse al día siguiente por la noche. Todo el mundo asistiría y habría preguntas. Estaba convencido de que podría echarle la culpa a Barbara y a los Amigos de Barbara de lo sucedido en el laboratorio de metanfetaminas (para Big Jim, Andy Sanders se había convertido en amigo oficial de Barbara), pero aun así… no.
No.
Quería asustar al rebaño, no sumirlo en un estado de pánico. El pánico no le serviría para llevar a cabo su objetivo, que consistía en hacerse con el control absoluto del pueblo. Y si permitía que Andy y Bushey se quedaran donde estaban durante un tiempo, ¿qué daño podían causar? Quizá, incluso, resultara beneficioso. Bajarían la guardia. Quizá creerían que se habían olvidado de ellos, porque las drogas los volvería estúpidos.
El viernes, sin embargo, pasado mañana, era el puñetero día de la Visita designado por Cox. Todo el mundo acudiría de nuevo en tropel a la granja de Dinsmore. Burpee montaría otro tenderete de perritos calientes. Mientras se organizaba ese lío de tres pares de cajones y mientras Cox celebraba su rueda de prensa a solas, Big Jim podía encabezar un grupo de dieciséis o dieciocho policías, dirigirse a la emisora de radio y cargarse a aquellos dos pendencieros colocados.
Sí, esa era la respuesta.
Llamó a Stewart y le dijo que se fuera de allí.
– Pero creía que querías el propano -dijo Stewart.
– Ya lo recuperaremos -replicó Big Jim-. Y podrás ayudarnos a librarnos de esos dos, si quieres.
– Claro que quiero. Ese hijo de puta, perdona, Big Jim, ese hijo de la Gran Bretaña de Bushey debe recibir su merecido.
– Lo recibirá. El viernes por la tarde. No conciertes ninguna cita.
Big Jim volvía a sentirse bien, el corazón latía de forma lenta y regular en el pecho, ni el menor atisbo de palpitaciones. Era una buena señal, porque tenía mucho que hacer, empezando por la charla a los policías de esa misma noche en el Food City: el entorno adecuado para resaltar la importancia de contratar a más agentes. Nada como un escenario de destrucción para que la gente siguiera a su líder a ciegas.
Estaba saliendo de la habitación, pero de pronto regresó y le dio un beso en la mejilla a su hijo, que seguía durmiendo. Quizá fuera necesario deshacerse también de Junior, pero de momento eso podía esperar.
Cae otra noche en el pequeño pueblo de Chester's Mills; otra noche bajo la Cúpula. Pero no hay descanso para nosotros; tenemos que asistir a dos reuniones, y también deberíamos ir a echar un vistazo a Horace el corgi antes de irnos a dormir. Esta noche Horace le hace compañía a Andrea Grinnell, y aunque está esperando a que llegue el momento oportuno, no se ha olvidado de las palomitas desperdigadas entre el sofá y la pared.
Así que vámonos, tú y yo, mientras la noche se extiende por el cielo como un paciente anestesiado sobre la mesa de operaciones. Vámonos mientras aparecen las primeras estrellas descoloridas. Es el único pueblo en un área que abarca cuatro estados en el que la gente sale esta noche. La lluvia se ha extendido por el norte de Nueva Inglaterra, y los espectadores de canales de noticias por cable no tardarán en ver unas fotografías extraordinarias tomadas por satélite que muestran un agujero en las nubes, que reproduce a la perfección la forma de calcetín de Chester's Mills. Aquí las estrellas brillan, pero son estrellas sucias porque la Cúpula está sucia.
Caen fuertes chubascos en Tarker's Mills y en la parte de Castle Rock conocida como The View; el meteorólogo de la CNN, Reynolds Wolf (que no guarda relación alguna con el Wolfie de Rose Twitchell), dice que, a pesar de que aún nadie puede afirmarlo a ciencia cierta, parece probable que la corriente de aire en dirección oeste-este empuje las nubes contra el lado occidental de la Cúpula y las esté aplastando como esponjas antes de que estas se deslicen hacia el norte y el sur. Lo califica de «fenómeno fascinante».
Suzanne Malveaux, la presentadora, le pregunta cómo podría ser el tiempo a largo plazo bajo la Cúpula si la crisis continúa.
– Suzanne -dice Reynolds Wolf-, es una buena pregunta. Lo único de lo que estamos seguros es de que esta noche no va a llover en Chester's Mills, aunque la superficie de la Cúpula es lo bastante permeable para que se filtre un poco de humedad en las zonas en las que los chubascos son más fuertes. Los científicos de la NOAA me han dicho que las previsiones de precipitación bajo la Cúpula no son muy buenas. Y sabemos que su principal vía fluvial, el Prestile, está prácticamente seca. -Sonríe y muestra una hilera perfecta de dientes televisivos-. ¡Gracias a Dios que existen los pozos artesianos!
– Ya lo creo, Reynolds -dice Suzanne, y entonces aparece la salamanquesa de Geico en las pantallas de los televisores de Estados Unidos.
Basta ya de noticias por cable; nos deslizamos por calles medio desiertas, pasamos frente a la iglesia congregacional y la parroquia (la reunión aún no ha empezado, pero Piper ha cargado la gran cafetera, y Julia está haciendo bocadillos a la luz sibilante de una lámpara Coleman), frente a la casa de los McCain rodeada por la triste cinta policial medio caída, bajamos por la cuesta del Ayuntamiento, donde el conserje Al Timmons y un par de amigos limpian y lo arreglan todo para la asamblea extraordinaria que se va a celebrar mañana, frente al Monumento a los Caídos, donde la estatua de Luden Calvert (el bisabuelo de Norrie; a buen seguro no es necesario que te lo diga) sigue de guardia.
Nos detenemos solo un instante para comprobar qué tal están Barbie y Rusty, ¿de acuerdo? Será fácil llegar abajo; solo hay tres policías en la sala de los agentes, y Stacey Moggin, que se encuentra en la recepción, duerme con la cabeza apoyada en el antebrazo. El resto de los policías están en el Food City, escuchando el sermón incendiario de Big Jim, pero daría igual que estuvieran aquí, porque somos invisibles. Cuando pasáramos junto a ellos no sentirían más que una leve brisa.
No hay mucho que ver en los calabozos porque la esperanza es tan invisible como nosotros. Lo único que pueden hacer ambos hombres es esperar hasta mañana por la noche y confiar en que las cosas cambien de rumbo. A Rusty le duele la mano, pero menos de lo que creía, y la hinchazón también es menor de lo que temía. Además, Stacey Moggin, que Dios la bendiga, le ha dado un par de Excedrin a escondidas alrededor de las cinco de la tarde.
De momento, estos dos hombres, o héroes, supongo, están sentados en sus camastros y jugando a las Veinte Preguntas. Le toca adivinar a Rusty.
– ¿Animal, vegetal o mineral? -pregunta.
– Ninguna de las tres -responde Barbie.
– ¿Cómo puede ser? Tiene que ser una de esas cosas.
– No lo es -insiste Barbie, que está pensando en Papá Pitufo.
– Me estás tomando el pelo.
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